lunes, 2 de julio de 2012

EL HORROR ECONÓMICO



                   Disimulado bajo la forma perversa de “empleo,” el trabajo, considerado nuestro motor natural, se volvió en la actualidad una entidad desprovista de contenido, en un sistema fundido y sobre todo desaparecido. No existe una dimensión de esta crisis; tal vez sea una mutación pavorosa de la civilización íntegra y -en vez de tratar el hecho con seriedad, buscando la adecuación del sistema a la nueva realidad- se intenta explicar el desempleo de  la situación de  millones de seres humanos, excluidos del trabajo pago y con un salario.
                    En Francia, Forrester habló de una estadística entre un tercio de millón y 300.000 desocupados, abruptamente, cuando  eliminaron las 78 horas mensuales.  Millones de seres adquieren el derecho a su muerte, a la miseria,  a su amenaza cercana, a perder su casa, su patrimonio y hasta su familia, junto a su  autoestima, porque cada cual cree ser el dueño frustrado de su Sino, cuando sólo es una cifra de la suerte, en una estadística.
                   En estos momentos, un desempleado no está expuesto a una marginación temporaria, sino definitiva, encadenado por la implosión de este fenómeno, similar al maremoto, que no respetan nada y contra el cual uno es incapaz de resistirse.   Sin su empleo se los culpa, se los estafa, cuando se les habla de capacitación y se les promete un pseudo retorno pleno de abundancia, que no es real sino una burda mentira.
                 Los asalariados se sienten víctimas, interrogándose sobre su fracaso que los llevó a esa atroz situación. Existe una desaprobación por esa existencia miserable, viviendo con un subsidio paupérrimo. Es casi un oprobio sádico, que  conduce a la vergüenza y debilita al ser humano.
                Y ninguno intenta un proyecto de salvación, pese al naufragio laboral. Se los obliga moralmente a buscar, día a día, semana tras semana, mes a mes, un trabajo permanente, inexistente,  condenándolos a postularse en vano, pese a la frustración diaria. Desmoralizados, viven en una sociedad retrógrada pero se los denomina excluidos.
                 Encarcelados en la desesperación, fagocitados por el sistema, son  repudiados por la sociedad.
                 Se tornan entonces  en esclavos laborales, si  pueden conseguir un subsidio, trabajo para nada acorde a sus capacidades reales.  ¿Es útil una vida, un núcleo social sin ganancia, en una sociedad establecida sobre las bases del trabajo y salario?
                Los escasos poderosos pisotean a los agitados defensores de la clase débil, que imploran con fervor un lugar en el mundo, mientras la vida los degrada. Si la explotación era terrible,  la ausencia de explotación se vuelve calamitosa. ¿Es esto una democracia, un gobierno por el pueblo?
              Los políticos se movilizan alrededor de los conceptos de trabajo y desempleo, aunque sean simples palabras de rutina; sólo desean mostrar que un sistema agónico existe todavía, prolongando los días e instituciones totalmente inexistentes.  Los horrores humanos son ilimitados. Explotación- exclusión- eliminación, son conceptos frívolos para los poderosos, soluciones sin eficacia que -ni por asomo- son contempladas seriamente, porque siempre se impone y aumenta un grupo reducido de personas, motor invisible de las actividades. Las ganancias tienen la prioridad; primero vienen los negocios. Nadie aúlla: nadie defiende a los condenados.
              El trabajo  sigue relacionado con la era industrial y el capitalismo inmobiliario, pero antes presentaba garantías; fábricas seguras, talleres funcionando, minas, bancos, edificios, sin corrupción. El dinero se escondía en cajas fuertes. Gerentes, empleados y obreros se comunicaban. Se conocía dónde estaban los dirigentes y quiénes se beneficiaban con las ganancias. Existían los dueños, las familias con grandes patrimonios. El jefe era un solo hombre  poderoso, propietario de una empresa con socios, que se identificaba. Era un personaje concreto, con identificación, nombre, herederos. Se conocía dónde se realizaba el trabajo, siendo esencial su materia prima; se sabía dónde se reproducían los negocios que otorgaba  cuantiosos beneficios. Se podía dividir las finanzas de la industria y el comercio; uno podía oponerse. Era un reparto de papeles, en ocasiones desiguales, aunque siempre concreto.
             El universo cibernético, las técnicas revolucionarias han vuelto al trabajo, hermético. No se posee vínculos con el universo laboral, que dejó de ser una utilidad. Entre el mundo anterior y el actual no existe continuidad: algo se ha quebrado. Hoy es una irrealidad abstracta, donde millares de fantasmas desconocidos y acongojados se derrumban. Parecen ilógicos, con sus ideales realistas de continuar clavando clavos, operando máquinas, clasificando materiales, haciendo las cuentas en circuitos aletargados y con ritmos arcaicos, como las fragatas de Colón. ¿Por qué ocuparse de ellos? Esos puestos de trabajo son inexistentes. Hoy es el mundo virtual, volátil, sin verificación en la realidad.
            No se puede colocar -en el mercado laboral actual- a los millones de pobres ingenuos  trabajadores. Es patético. No pueden lograr puestos de trabajo, porque son una mayoría de gente activa innecesaria para ese pequeño número o grupo, que detenta el poder. El Patrón no existe; puede ser uno o varios y estar  del otro lado del mundo. La fábricas son anónimas. Los trabajadores son una raza de humanoides, a los cuales les falta un motivo racional para seguir viviendo; su vida es apenas tolerable; su sitio en el universo  es inoportuno.
        Es inaudito pensar que una multitud de seres se ha vuelto precaria; en una verdadera democracia, nadie se atreve a afirmar que la vida no es un derecho o que subyace un exceso de seres vivos.  A escasos Km. de los centros de vacaciones más sofisticados, el hambre diezma a los pueblos. La masa se tornó una abstracción vaga y se guarda silencio, mientras se escuchan las atrocidades cotidianas, en los noticiarios televisivos. La miseria es un inconveniente, como una piedra en el camino.
             La pobreza suele dar ganancia a la Bolsa, a los intercambios financieros, a las especulaciones y a las transacciones. La pasión por el poder de lucro es embriagadora. Los grandes juegan con sus especulaciones; lo dramático se encuentra en los abandonados, sin lugar en la vida. Hoy predomina una economía privada, transformada en anónima.
            Las potencias económicas se lanzan a la acción libre, influyente, sin consideración por los manipuladores insaciables, que intentan hacerles creer en sus potenciales beneficios, convirtiendo sus deudas privadas, que generalmente están sometidas a su arbitrio, a través de los testaferros, en deudas de Estado. No dudan en transformarlas en deuda pública y tomarlas a su cargo, cuando paga el Estado.  Nadie tiene la audacia de reconocer el peligro, ni periodistas ni políticos, pues se ocupan de sus ganancias; a ninguno le interesa la amenaza escondida. Nadie quiere intentar una administración justa, ofreciendo un lugar a cada uno, en una sociedad diferente. Se sepulta a la masa empobrecida, en pro de un sistema diferente. Lo paradójico,  quizá, se podría evitar sin perjuicio e incluso con beneficios para los poderosos, que hoy lideran una economía abstracta, inhumana, donde  sólo importan las leyes de la competencia más que las reglas económicas, internacionales,  aplicando la desregulación, mientras se cantan alabanzas a la flexibilización laboral. El trabajo se somete al arbitrio de la especulación.
          Es una gran empresa, no siempre bajo manos de administradores competentes, aunque siempre inescrupulosos. La regla: defender su puesto. Los trabajadores, potencialmente inútiles, son apoyados por un cuerpo social paralizado. Con la lógica injusta y una benevolencia impensable, se los convierte en indigentes sin derechos y se destruye su salud mental y física,  exponiéndolos al frío y al hambre, más allá del tedio al vacío social. Se someten a una fatalidad poco conocida. A los indigentes, se los castiga y se los intenta  olvidar, ya que su presencia molesta.  
Sin embargo, los políticos denominan el desempleo como la mayor preocupación y, la creación de fuentes de trabajo, su prioridad principal. No obstante, notamos la indiferencia con la cual se los denigra. Es una verdadera fractura social escandalosa y una verdadera mutación. Vivimos una falacia descomunal.

( Bibliografía: Forrester, Viviane. EL HORROR ECONÓMICO. BS. AS 1997, F C E ).
-adaptación de Cristina Bosch-