sábado, 4 de enero de 2014

EL MITO DEL ETERNO RETORNO



En la mente primitiva, una  piedra  podía ser sagrada por su forma o    su fuerza peculiar, que la  oponía a  su medio y le otorgaba un valor a través de un ritual. Resistente al tiempo y a la realidad,  se  transformaba en magia,  mediante el símbolo de su origen  o porque un sacrificio o un juramento la consagraba.
Los  sucesos humanos importantes tenían un valor relacionado con la  reiteración del  ejemplo mítico: el alimento renovaba a la comunidad; el casamiento y la fiesta colectiva simbolizaban prototipos divinos, la repetición de gestas pasadas.
Para revisar y analizar estos ritos es importante la  organización antigua ontológica y se debe tomar en cuenta lo siguiente:
1º Los elementos, cuya realidad se da en la mímesis de un arquetipo celestial.
2º: Las ciudades o templos se transformaban  en los “centros del mundo.”
3º Las ceremonias profanas otorgaba un significado y poseía un sentido, al reiterarse a sus orígenes por dioses, héroes o ancestros.
En la Mesopotamia,   los ríos  Tigris y El   Eufrates  poseían un modelo en una estrella. Los sumerios veneraban la morada  donde se hallaba la divinidad  de los rebaños  y de los cereales, (principales  fuentes de alimentos). Los nomos de Egipto tenían también un lugar idílico,  identificado  en la Tierra. En la cosmología de Irán se encontraron vestigios platónicos, donde cada fenómeno terrestre correspondía a uno celestial: la creación estaba desdoblada.
No compartieron -con  los babilónicos ni con el nomo egipcio- el privilegio de un modelo diferente; fue un modelo mítico de diversa naturaleza. El Monte Sinaí tuvo un modelo en el cielo; Jehová señaló a Moisés la forma del santuario que debía edificar. David le entregó a su hijo Salomón el plano de los edificios del templo, escrito por la mano del Señor. Todas las ciudades de Babilonia tuvieron  modelos  de constelaciones estelares. En Ceilán encontraron el modelo de una ciudad celeste de muy difícil acceso.  Existió también una  Jerusalén olímpica,  donde Dios  creó el Edén y vivieron Adán y Eva.
 En suma, todas las ciudades reales fueron edificadas según un plan mítico, donde habitaba  el rey del Universo.
Las regiones cultivadas, los ríos  navegables,  ciudades y santuarios tenían arquetipos terrenales de una forma cósmica superior: el hombre construía en las zonas  habitadas, en los ríos  navegables y en los campos cultivados, según un ideal.
El mapa de Babilonia mostraba la ciudad en un centro puntual, a orillas de un río.  La región desconocida equivalía a un acto de creación y de posesión, dándole forma por medio  de un ritual. En la India se tomaba posesión mediante un altar dedicado a un dios. 
Cuando  se apoderaban de un lugar, de inmediato realizaban ritos simbólicos. Los  conquistadores españoles y portugueses tomaban posesión de las islas y el continente, por medio de la Cruz;  los marinos ingleses conquistaban en nombre del Rey;  los vikingos y los romanos  repetían el rito inicial, transformando  lo real en eterno.
Entre los antiguos, se hallaron documentos del centro de la creación. El simbolismo arquitectónico fue el siguiente:
La Montaña Sagrada  unía el cielo con tierra y se hallaba en  el centro del Mundo.
Todo templo o palacio o  montaña sacra fueron puntos de encuentro entre el Cielo, la Tierra y el Infierno.
En la India, el monte Maru se erguía y allí brillaba la estrella polar. Los pueblos  Urales  conocían un monte venerado,  en cuya cima estaba también  la estrella polar. En Irán, la montaña sagrada se encontraba en medio de la Tierra, unida al Cielo. Los budistas la reconocían en un monte. Los finlandeses y japoneses  indicaban un lugar que  -según ellos-  era el centro de la tierra; a veces se alzaba en una gigantesca roca.
Algunos hablaban de una montaña simbólica de siete pisos, que representaría los siete cielos, siete planetas,  siete colores, siete  notas musicales, número cabalístico por excelencia.
El monte Thabo, en Palestina, fue  la médula del mundo; el monte Geri Siim, fue  otro ombligo terrenal., también en esa región. Al construir en Israel esa ciudad, próxima a  la cima de la montaña cósmica,  no fue afectada por el diluvio, al igual que Sión.
Los cristianos  vieron en el Gólgota el  Centro,  porque  en la cima de esa montaña, Dios  creó a Adán;  en el Apocalipsis de los judíos se afirma que en el Gólgota se derramó la sangre de Cristo para rescatarlo -según el folklore. En Babilonia, por la puerta celestial descendían los dioses a la tierra. En China,  el gnomon no debía -en el verano, al  mediodía, el día del solsticio- reflejar su sombra.
Para la tradición  mesopotámica, el mundo fue creado en el Paraíso Terrenal; en la tradición  Siria, se encontraba en la montaña más alta; en el libro sirio hablaban de la Caverna de los Tesoros.

Mitos de la historia
Imitaban o repetían un modelo ejemplar; la realidad se lograba con la participación de los hombres, que  se inclinaban hacia  paradigmas de  culturas tradicionales, reconociéndola como  una  representación  de actos ajenos.  La ontología primitiva poseía  una estructura platónica: Platón  le daría luego una forma dialéctica. La misma teoría se encuentra en los arquetipos
Todos los sacrificios cumplían el instante ideal del inicio; a través del rito, el tiempo profano estaba desprovisto de  significado. Los ritos podían ser de cereales, caza, pesca, guerra u otros. 
Los textos de Brahma muestran la heterogeneidad de  lo sagrado y lo humano.  Mientras los dioses estaban ligados a la inmortalidad, el hombre  estaba  subordinado a la muerte. Repitiendo el arquetipo,  se apartaban de   lo terrenal, alcanzando  el mundo divino: de este modo se sintieron  inmortales. Necesitaban  de ciertos rituales a fin de  regresar al tiempo prehistórico.
El pueblo recordaba en sus poemas épicos un personaje real, basado en documentos; en ocasiones, un titán  o una serpiente tricéfala  o  un monstruo marino. Los soberanos también  eran imitaciones de un ídolo  original: a Darío se lo admiró como un semidios mítico, igual que a Alejandro Magno, quien adoleció  de  un valor  superlativo, como  documento histórico.
Los reyes paganos fueron una invención de una minoría hebrea, que  soportaron la realidad, refugiándose en el consuelo de la tradición. Para tolerar  las derrotas o el sometimiento político, los hebreos interpretaron hechos actuales, a través de una antigua cosmogonía;  (San Jorge  salió victorioso de su lucha contra el dragón).
En la poesía épica  Yugoslava   del siglo XIV,  Marko existió, insertado en la memoria popular y se transformó en un personaje titán, luchando contra el dragón tricéfalo. En Grecia, los griegos eran hijos de una ninfa.  El mito de maorí hablaba de un hada que, descendiendo del Cielo, lo abandonó en cuanto nació su hijo.  A Rómulo y Remo, amamantados por una loba, la rivalidad los llevó a un crimen entre hermanos. Las hadas curaban a los ídolos heridos; podían resucitarlos o anunciarles su futuro. Las pruebas sobrehumanas, (cómo clavar    una flecha  en una manzana sobre la cabeza de un hijo o reconocer a un  hombre, en medio de un grupo)  fueron personajes  cantados en  las epopeyas: se parte siempre  de un hecho real; dos ejemplos: a)  en La Ilíada es la guerra de Troya o b) en la Eneida, la fundación de Roma.
La literatura está plagada de aventuras homéricas, donde los personajes reales, mutados en fabulosos, se confunden. El trovador inventaba  esa poesía legendaria, difundida oralmente y apoyada siempre  en un acontecimiento real. Dos o tres siglos más tarde pasaron de la individualidad a lo ejemplar; se recreaba  un  arquetipo, reproduciendo acciones virtuosas, donde la historia real se glorificaba de acuerdo a la fantasía de los  aedos.  Los pueblos se negaban a conservar la memoria real intacta, creando de un dios personal uno transpersonal. Para Grecia, los muertos perdían su individualidad humana, volviéndose impersonales.

La recreación  del tiempo 

Año Nuevo significaba levantar la  cosecha, y ésta era el  alimento para  toda  la comunidad; en ciertas regiones se cultivaban   varios cereales y frutas, que maduraban en diferentes estaciones.
Esta fiesta tuvo su origen en Egipto. Las otras culturas aceptaron un ciclo  lunar de trescientos sesenta días, con  doce meses de treinta días, más cinco días. Los Indios denominaron los meses “escalones del año”,  y al año, “pasaje del tiempo”.
El inicio del año era diferente de un  país  a  otro,  reformando el calendario para acordar el sentido ritual de las fiestas y las estaciones correspondientes. Podía ser marzo, abril o el 19 de julio -entre los egipcios- aunque  la duración  sólo importaba como   fin de un período  y  principio de otro. El año tenía  360 noches y 360 días, dividido en  cinco estaciones.
En África lo fraccionan  en la estación seca y la estación  lluviosa; la semana, regida por el  calendario lunar, tenía cinco días, en vez de ocho; el año tenía trece meses;  el mes se dividía en ciclos de diez días o nueve días  y medio, aunque  lo esencial era  el principio y el fin. Las ceremonias podían clasificarse, según Frazer, en:
 1) La expulsión de los demonios, enfermedades y pecados,  mediante el ayuno, las purificaciones, la confesión o  apagar el  fuego y reanimarlo, como parte del ceremonial.
2) la expulsión de los demonios era con ruidos, gritos y golpes,  en forma de despedida de un animal  u hombre, como  chivo  expiatorio.  En Perú, por ejemplo,  se aglutinaba todas las lacras de la comunidad en un solo ser. Podía ser expulsado al desierto –al igual que los hebreos, en tiempos de Moisés, o ajusticiado, al final del ritual. En ocasiones, había un combate entre dos grupos  u orgías colectivas dionisíacas: hombres con máscaras representaban espíritus de antepasados o dioses.  Las almas de los muertos se aproximaban por unos días a los vivos, que los colmaban de homenajes y luego los echaban.
En Japón y los pueblos indoeuropeos se celebraban ceremonias de iniciación en los adolescentes. Todas estas manifestaciones coincidían  con la fiesta del Año Nuevo. En todas éstas  se manifestaba el término de un pasado y el inicio de otro ciclo, en una tentativa de aproximarse  al tiempo mítico, conmemorando la celebración una y mil veces. En Babilonia se  celebraba en la primavera o  el otoño: la ceremonia  duraba doce días.
El combate con el monstruo marino se desarrollaba desde illud tempore, poniendo fin al Caos con el triunfo de la divinidad. Los hititas y los egipcios  luchaban entre el dios, el huracán y la serpiente,  en  la misma fecha.
Eran temporadas de ayuno -para toda la comunidad- y de humillación -para el rey- era un vasto sistema carnavalesco. Se expulsaban los pecados y males por medio de un chivo expiatorio, a veces representado por el rey, con un ritual colectivo: momentos dramáticos con intención de abolir el tiempo, repitiendo ese acto original, similar a la regresión a un tiempo mítico.
El diluvio se repitió con diferentes ritos en  pueblos y ciudades. Existió una similitud  entre los semitas y  orientales en el diluvio, las fiestas, la muerte y resurrección de una divinidad.  El diluvio terminó con la humanidad pecadora y nació así una nueva generación  con  Noé y su familia  (para los judíos y  los cristianos).
Los pueblos semitas tuvieron  testimonios que formaron parte de  la tradición cristiana. En los doce días que separan la Nochebuena de la Epifanía quedó abierta  una esperanza: los muertos  regresarían. Ya no existirían necesidades humanas  y el  alma  sería inmortal.
Períodos de la Creación  
En el Talmud se encontraron huellas del diluvio; el mito del eterno retorno se encontró asimismo en Irak e Irán. En la agricultura se aplicaba el símbolo del renacimiento periódicamente. 
El Año Nuevo se celebraba  con fuego, luces y  libaciones, con el fin de asegurar las lluvias necesarias en los futuros meses. Cada uno sembraba una jarra con siete granos diferentes, según su crecimiento; lo mismo hacían los babilónicos, mientras los campesinos europeos determinaban el mes y su cantidad de lluvia a través de  los signos meteorológicos de los doce días;  los tártaros de Persia sembraban granos en primavera. Los hindúes de la  época védica fijaban los doce días de la mitad del invierno, sin festejar el  Año Nuevo.
En el calendario de Darío, los persas  tenían dos días diferentes, el Año Nuevo y la Fiesta de Mitras, celebrada en medio del verano, cuando los animales cesaban su etapa de celo. Los romanos y védicos  reanimaban el fuego en el solsticio de invierno, pues esos doce días equivalían a  doce meses. Los muertos visitaban  a su familia; aparecían con un caballo, animal que conducía el carro hacia la muerte. Los alemanes y los japoneses -en ceremonias secretas- apagaban y encendían el  fuego, seguido de  los ritos de iniciación, persecución  de   doncellas vírgenes  u  otras orgías. Para el hombre primitivo y moderno la vida  sagrada era una realidad absoluta.
El conjunto de estas ceremonias eran representadas desde  la prehistoria, junto a las ceremonias del  Año Nuevo por los sumerios,  acadios, egipcios, hebreos, pueblos del Cercano Oriente, los indoeuropeos y en los japoneses.
Regeneración del tiempo
En un análisis  sobre la purificación- enfermedad, pecado, expulsión del demonio, ritos  y  ceremonias de principio y fin del Año Nuevo, existían matices diversos, estudiados  entre los babilonios, egipcios, hebreos e iraníes, como una necesidad de regenerarse periódicamente, concientes de su importancia. Registraban la caída del hombre en el pecado, por medio de la  absolución mágica,  o a través de  la palabra en la confesión, como necesidad de liberarse  del recuerdo o de la secuencia de uno o varios hechos negativos. El   nacimiento, el bautismo, la confirmación, el casamiento, La Pascua,  el inicio de la cosecha, la vendimia y otros quizá fueron   fechas significativas en el cristianismo primitivo, que se conservaron hasta la actualidad; restauraban  -mediante la mímesis- el momento del inicio con la plenitud de un presente. La iniciación era  un fin y un comienzo: una muerte y una resurrección ritual.
Hogarth, antropólogo inglés, estudió las comparaciones entre varios grupos. Para los escandinavos, la posesión de un territorio era igual a una repetición del acto creativo. Para los indígenas de las islas Fidji, la creación era entronizar un nuevo jefe,  luego de una cosecha mala.
Cuando la vida se transformaba en una amenaza, necesitaban  un retorno al principio, como recreación primordial, no sólo como un acto de reparación;  ejemplo: el agua acumulada el mismo día, la magia o la medicina popular: (un remedio era  eficaz, si se conocía su origen). Un nuevo rey era una restauración de la historia de ese pueblo similar al nacimiento o un casamiento: vivían el presente, repitiendo las acciones del pasado.
La Luna  crece y disminuye constantemente; nace y muere metafóricamente; todo lo cíclico es lunar y constante, rigiendo los ciclos femeninos, los nacimientos, las cosechas, las mareas, las lluvias,   la vendimia, incluso  el crecimiento capilar.
En el S -III   -con el  helenismo expandiéndose  entre los romanos y los bizantinos- surgió la doctrina caldea del Año Magno.
Cuando  siete  planetas se reunían en el signo de Cáncer,  en invierno, se produciría un diluvio. Cuando se encontraban en Capricornio, en verano,  serían consumidos por el fuego, doctrina compartida por Heráclito, Zenón y los estoicos. Los griegos intentaban así  satisfacer su sed metafísica.
El mito de  la destrucción por el fuego se difundió entre el S -I  y el III d C, en el Imperio Romano y  el Imperio Bizantino, teniendo su origen en Grecia, Irán, India e  Israel, influyendo a su vez en Babilonia y más tarde en  la astrología de los mayas y los aztecas.
Sin embargo, ninguna transformación fue definitiva. Todo recomienza a cada instante. “No nos bañaremos dos veces en las mismas aguas” afirmó Heráclito. Hegel también confirmó este regreso “ad infinitum”, aunque dejó su dialéctica abierta; la historia para él era  siempre nueva y no se repetía.
El hombre arcaico intentó oponerse  a esa serie de acontecimientos  imprevisibles; era imposible defenderse contra  los desastres climáticos; la inundación, sequía, tempestad, huracán, incendio,  - esclavitud,   despotismo o injusticias sociales- . Cómo  soportaban   esas calamidades, entre la mala suerte y los padecimientos  individuales o  colectivos, era una incógnita.  Vivían de acuerdo a los ritmos universales, integrándose a los ciclos lunares, los solsticios, los eclipses  y respetaban la ley y sus normas, según una divinidad. El sufrimiento tenía un sentido y su valor no era discutido. El cristianismo también incorporó el dolor como  una experiencia espiritual positiva, otorgándole un valor y encontrando en él  un medio de salvación. Nada era azar  ni arbitrario; uno estaba  sometido a influjos demoníacos;  el brujo era el encargado -mediante  la magia- y  más tarde el sacerdote -intentando  conseguir la protección de los dioses favorables-. En  caso de  obtener resultados negativos, recurrían al Ser Supremo, en última instancia, con el ruego de que lloviera  o  cesara una sequía o no muriera un  hijo pequeño, aceptando la culpa de una falta personal y la ira divina como infracción a un tabú o la pura maldad hacia  el prójimo.
Los nómadas de Tierra del Fuego se quejaban de  no ser culpables.  Una tribu de pigmeos se arañaba las pantorrillas con un cuchillo de bambú y esparcía las gotas de sangre, gritando: -“pago mi culpa”. 
El padecimiento no era absurdo; tenía un sentido, aunque permaneciera en la ignorancia;  perturbaba a un individuo, una tribu, una ciudad o un país; debía tener una explicación, un sentido primordial, aunque yaciera oculto.
Según los pueblos o una civilización, los motivos eran diferentes, aunque la justificación,  en relación a  la norma, era la misma.
El karma, en cambio, se ocupa de la transmigración de las almas y de ese modo hallan un sentido a sus padecimientos.  Cuanto más sufrimiento se paga en una vida, menos karma tendrán que pagar en otra reencarnación; es una ley de causa y efecto: sólo se salva  quien sufre.
Según la religión hindú, el hombre viene de una existencia anterior y con una deuda a pagar;  sin embargo,  en la nueva reencarnación puede contraer otras nuevas. Era (y es) una serie de pagos y préstamos, una ecuación sin explicación, que Oriente acepta sin cuestionarse.  El budismo acepta la idea del dolor, con excepción de dos escuelas, que rechazan esta teoría del sufrimiento. En India,  los mahometanos en cambio, le otorgan al sufrimiento cósmico, psicológico e histórico un sentido y una función determinada, según una fuerza demoníaca o divina.
El budismo acepta la idea del dolor, con excepción de dos escuelas que rechazan esta teoría del sufrimiento. En  la zona del Mediterráneo, el padecer  y el antiguo mito de la muerte y resurrección  tenía un paralelo paleolítico oriental,  conservando sus huellas en la post  cristiandad, donde un  Dios, justo e   inocente sufrió sin ser culpable. Lo humillaron, lo golpearon, lo mataron; pasó tres días en el infierno y resucitó. Pensar que un dios   sufriera padecimientos intensos   y sobreviviera  era un consuelo.
Teofanía  
Los hebreos  veían en las calamidades un castigo impuesto por Yahvé, enojado porque el pueblo elegido veneró otros dioses,  mientras Moisés regresaba de la montaña con La Ley.

El Mesías fue  la representación de la divinidad en la tierra y su misión era salvar a los seres humanos del fuego eterno.  En esta interpretación mesiánica nueva de los israelitas, los acontecimientos históricos son soportados, porque Yahvé así lo desea y porque es  necesario para la salvación del pueblo elegido. Cuando llegue el Mesías, el mundo se salvará  y la historia desaparecerá. Ya no será un ciclo que se repita ad infinitum, como en los pueblos primitivos: será la voluntad divina. Sin embargo,  los pueblos agrarios preferían la concepción antigua con sus retornos anuales -no mesiánicos- que  los mantenía vitales y los ayudaba a soportar las penas.  Los profetas israelíes -en su aterrador diálogo con su Dios- los amedrentaba.  Soportar los tormentos para reconciliarse con Yahvé y poder salvarse  exigía una tensión espiritual  agotadora;  se negaron  a subordinarse a esa Ley judaica, porque consolaba más  un acto de brujería  o un ritual reparador por medio de un sacrificio.
Matar al primogénito  regeneraba al dios, periódicamente.  Dios le exigió a Abraham que matara a su hijo y ese desesperado acto era una conducta común,  por suerte abolida. Finalmente un ángel salvó a Isaac, hijo de Abraham.
Judíos y  cristianos  viven bajo la constante amenaza  del  Juicio Final. El gran cambio está en  ese Dios personal y único, que habla   con su pueblo.
LOS CICLOS CÓSMICOS Y LA HISTORIA
Todas las culturas primitivas son eternas; la cultura  moderna se desarrolla dentro de un tiempo finito, unida al mito de las edades periódicas. En ambas, la edad de oro es recuperable y repetible.
La tradición hindú es la más  audaz y fue conservada por los germánicos -según la estructura indo-aria del mito, con sus variantes del arquetipo original, que  se sucedían en cuatro edades: ( oro, plata, acero y mezcla de hierro), con una duración diferente, entre auroras y crepúsculos. Los  persas hablan de la historia mítica, dividiéndola  en siete milenios: oro, plata, bronce, cobre, estaño, acero y una mezcla de hierro.  Los ciclos cósmicos –sostenían- finalizarán por medio del fuego. Los hebreos limitaban lo temporal, aunque los rabinos no aceptaban ese orden matemático;  mencionaban  ciertas  calamidades cósmicas como el hambre, la sequía, las guerras,  o el Anticristo, antes de la llegada del Mesías, donde triunfaría  el Bien sobre Mal: los muertos resucitarían y serán felices por siempre.  
En la concepción babilónica existe  un  período crepuscular -en el cual las tinieblas se espesan- seguidas de un inicio paradisíaco.  Creación, destrucción, un nuevo mundo sin principio ni fin; el budismo y el jainismo aceptan esta doctrina post hindú del tiempo cíclico y la comparan a una rueda de  doce radios,  mencionada en los textos védicos.  El budismo cree en un ciclo cósmico, aunque ilimitado; el único medio de salir de ese círculo infinito sería lograr alcanzar el Nirvana. Comenzar miles de veces el  mismo ciclo y soportar los sufrimientos, una vez más, suena aterrador e invita a trascender la existencia: el Nirvana es el único medio.
Los primitivos rechazan la historia a fin de abolir los períodos de la creación, reviviéndola sin cesar en un instante atemporal; el espíritu hindú rechaza esta reactualización en el tiempo; se diferencia de la concepción tradicional arquetípica, antropológica, en una posición existencialista. El karma, ley de la causalidad universal, puede ser un consuelo hindú, anterior al  budismo, una especie de esclavitud del hombre. Toda la metafísica y la técnica post hindú busca la aniquilación del karma. La concepción del yoga aporta un elemento nuevo justificando: la catástrofe de la decadencia progresiva,  biológica y  espiritual  de los seres humanos.
El tiempo agrava la condición humana, que deberá finalizar en un siniestro  Juicio Final, como si el destino de los hombres fuera sufrir por  edades anteriores. La teoría hindú de las cuatro edades,  consoladora  y vigorizante, frente al ser atemorizado por la historia,  lo ayuda a comprender la precariedad de la condición del  individuo y lo facilita a la sumisión. La teoría justificada de los sufrimientos humanos lo resigna a soportarlos.  ¿Cuál sería el sentido de la historia, provocada por las fatalidades geográficas, sociales o políticas?  
En la civilización greco-oriental, apartada de la espiritualidad arcaica, muchos aún vivían  bajo los arquetipos.  Conservaron también como ejemplo la sociedad agrícola, en tiempo de Alejando Magno, que finaliza con la caída de Roma. Esta minoría tiene su inicio en los presocráticos, siglo –V, consolando a cientos de miles de individuos, como  el neo-pitagorismo y neo-estoicismo, en el mundo romano. Aquella doctrina griega o greco oriental -basada en el mito de los ciclos cósmicos-  interesó por el éxito que tuvo en las especulaciones presocráticas, con Anaximandro. Empédocles explicaría la supremacía de los valores, opuestos como eternas creaciones y destrucciones del Cosmos, similares a la doctrina budista, también aceptada por Heráclito. El eterno  retorno pertenecía a uno de los escasos dogmas del pitagorismo primitivo. Ciertos elementos del sistema platónico son de origen iraní y babilónico. En el mito  del Topos Urano se percibe el retorno cíclico, evocado por  Platón, dominando la cultura grecorromana; será la doctrina  favorita del neopitagorismo, compartida por  el estoicismo y los romanos (SII y I a.C).  Es conocido en las creencias   hindúes y  conocido por los hebreos y asimismo  en las tradiciones  iraníes  y grecolatinas, principalmente por los estoicos, que retornaron a los ciclos  en la  repetición del cataclismo. A través de Heráclito y del saber de la gnosis oriental, el exotismo vulgariza estas ideas, relacionadas con el Año Magno y con el fuego cósmico,  poniendo fin  al universo con el fin de  renovarlo periódicamente. La devoción al mito y de su constante repetición en el mundo helénico y a través de Alejandro Magno son dos posiciones filosóficas, en una actitud de  defensa, anulando la irreversibilidad del tiempo; en la perspectiva de lo infinito, cada acontecimiento se estanca en su sitio, como el mismo arquetipo. Los hechos históricos se mudan en categorías y retornan a ser ontológicos, conservando el mismo  idealismo antiguo y sus formas; es una variante platónica del mito arcaico,  la última concepción y la más elaborada que estuvo en pleno apogeo en esta filosofía de Grecia.
El fin del mundo por la destrucción del fuego  se esparció por Occidente.La Biblia, en el Nuevo Testamento. Habla del Apocalipsis, (Evangelio de San Juan), interpretado como restaurando un mundo nuevo, donde los seres humanos adquirirían la inmortalidad. Resucitarán los justos y serán aniquilados los pecadores. (persas, judíos y cristianos). Adquirió mayor popularidad  desde el Siglo I a. C, y su plenitud, en el Medioevo hasta la actualidad.
El año litúrgico cristiano repite cada año los ciclos de la Navidad, hasta  La Cuaresma y La Pascua, -desde el nacimiento hasta la muerte de Jesucristo- para  conmemorar  su paso por la tierra una y otra vez.Conclusión
¿Cómo  soporta el hombre esta fábula contemporánea? Un rasgo en común relaciona los sistemas cíclicos del helenismo y de Oriente; es tolerada  porque tiene un sentido y  porque es  inevitable.
Platón y los cristianos fueron agnóstico sobre el fatalismo de la Astrología, que dominó en el Imperio Romano. San Agustín no aceptó el Sino de las teorías cíclicas ni el proceso cósmico, que demandó siempre una desintegración final,  subordinados o no a una voluntad divina. Los imperios (Creta, Egipto, Grecia y Roma) fueron espléndidos en  su apogeo y finalizaron un día. Las guerras atentaron  con la injusticia social, donde se pierden los hábitos humanos: matar se torna un deber, “el Vaticano bendiciendo ejércitos” (Borges, Cristo en la cruzLos Conjurados, Alianza editorial S A, año 1985, páginas 15-16)
Los romanos siempre  temieron el fin de Roma, proclamado desde  su fundación; dos mitos rodearon  a su pueblo: su duración se limitaba a  cierto número de años, número místico, revelado en las doce águilas percibidas por Rómulo. El Año Magno pondría fin a la ciudad  mediante  el fuego universal. La historia desmintió esos miedos ancestrales; las doce aves no eran ciento veinte años, desde su fundación, pues al comenzar al segundo siglo tuvieron la certeza que no correspondía a un Año Magno ni a la edad del eterno retorno, proclamada por La Sibila e interpretada, según los filósofos, mediante las teorías de los ciclos universales hasta la Edad Media: jamás se cumplieron.
César lo intuyó; Horacio temía a los estoicos y a los astrólogos, que lo  pronosticaban.   El siglo I, con Augusto,  instauró un tiempo de paz que parecía eterna. Cuando Roma fue invadida, creyeron una vez más  en el triunfo de las doce águilas de Rómulo: entrar en el Siglo XII    -pronosticaban-  sería el último de su existencia.
El paso de la edad de hierro a la edad de oro fue sin cataclismos. Virgilio  cambió el siglo del Sol por el siglo de Apolo, sin mencionar el fuego y la destrucción.  En la Eneida, Júpiter aseguró a los romanos un imperio sin fin y una ciudad eterna.  Roma, creyéndose eterna, -según Virgilio- liberada de los ciclos universales y de los  mitos arcaicos, puso  término  a las catástrofes mundiales habituales y a las guerras. Destrucción y sufrimiento no  eran ya precursores  de una edad cósmica. San Agustín sostenía que nadie conoce los tiempos de Dios. Los rabinos dudaron en precisar el tiempo final divino, mientras el cristianismo deja comprender que el illud tempore es  accesible en cualquier momento, subrayando la Fe en La Resurrección, después del Juicio Final,  como un nuevo atributo  en su religión.

Bibliografía: Mircea, Eliade. EL MITO DEL ETERNO RETORNO,
Editorial Emecé; Ensayo. Bs As 2006.