En la mente primitiva, una piedra podía ser sagrada por su forma o su fuerza peculiar, que la oponía a su medio y le otorgaba un valor a través de un ritual. Resistente al tiempo y a la realidad, se transformaba en magia, mediante el símbolo de su origen o porque un sacrificio o un juramento la consagraba.
Los sucesos humanos importantes tenían un valor relacionado con la reiteración del ejemplo mítico: el alimento renovaba a la comunidad; el casamiento y la fiesta colectiva simbolizaban prototipos divinos, la repetición de gestas pasadas.
Para revisar y analizar estos ritos es importante la organización antigua ontológica y se debe tomar en cuenta lo siguiente:
1º Los elementos, cuya realidad se da en la mímesis de un arquetipo celestial.
2º: Las ciudades o templos se transformaban en los “centros del mundo.”
3º Las ceremonias profanas otorgaba un significado y poseía un sentido, al reiterarse a sus orígenes por dioses, héroes o ancestros.
En la Mesopotamia , los ríos Tigris y El Eufrates poseían un modelo en una estrella. Los sumerios veneraban la morada donde se hallaba la divinidad de los rebaños y de los cereales, (principales fuentes de alimentos). Los nomos de Egipto tenían también un lugar idílico, identificado en la Tierra. En la cosmología de Irán se encontraron vestigios platónicos, donde cada fenómeno terrestre correspondía a uno celestial: la creación estaba desdoblada.
No compartieron -con los babilónicos ni con el nomo egipcio- el privilegio de un modelo diferente; fue un modelo mítico de diversa naturaleza. El Monte Sinaí tuvo un modelo en el cielo; Jehová señaló a Moisés la forma del santuario que debía edificar. David le entregó a su hijo Salomón el plano de los edificios del templo, escrito por la mano del Señor. Todas las ciudades de Babilonia tuvieron modelos de constelaciones estelares. En Ceilán encontraron el modelo de una ciudad celeste de muy difícil acceso. Existió también una Jerusalén olímpica, donde Dios creó el Edén y vivieron Adán y Eva.
En suma, todas las ciudades reales fueron edificadas según un plan mítico, donde habitaba el rey del Universo.
Las regiones cultivadas, los ríos navegables, ciudades y santuarios tenían arquetipos terrenales de una forma cósmica superior: el hombre construía en las zonas habitadas, en los ríos navegables y en los campos cultivados, según un ideal.
El mapa de Babilonia mostraba la ciudad en un centro puntual, a orillas de un río. La región desconocida equivalía a un acto de creación y de posesión, dándole forma por medio de un ritual. En la India se tomaba posesión mediante un altar dedicado a un dios.
Cuando se apoderaban de un lugar, de inmediato realizaban ritos simbólicos. Los conquistadores españoles y portugueses tomaban posesión de las islas y el continente, por medio de la Cruz ; los marinos ingleses conquistaban en nombre del Rey; los vikingos y los romanos repetían el rito inicial, transformando lo real en eterno.
Entre los antiguos, se hallaron documentos del centro de la creación. El simbolismo arquitectónico fue el siguiente:
Todo templo o palacio o montaña sacra fueron puntos de encuentro entre el Cielo, la Tierra y el Infierno.
En la India , el monte Maru se erguía y allí brillaba la estrella polar. Los pueblos Urales conocían un monte venerado, en cuya cima estaba también la estrella polar. En Irán, la montaña sagrada se encontraba en medio de la Tierra , unida al Cielo. Los budistas la reconocían en un monte. Los finlandeses y japoneses indicaban un lugar que -según ellos- era el centro de la tierra; a veces se alzaba en una gigantesca roca.
Algunos hablaban de una montaña simbólica de siete pisos, que representaría los siete cielos, siete planetas, siete colores, siete notas musicales, número cabalístico por excelencia.
El monte Thabo, en Palestina, fue la médula del mundo; el monte Geri Siim, fue otro ombligo terrenal., también en esa región. Al construir en Israel esa ciudad, próxima a la cima de la montaña cósmica, no fue afectada por el diluvio, al igual que Sión.
Los cristianos vieron en el Gólgota el Centro, porque en la cima de esa montaña, Dios creó a Adán; en el Apocalipsis de los judíos se afirma que en el Gólgota se derramó la sangre de Cristo para rescatarlo -según el folklore. En Babilonia, por la puerta celestial descendían los dioses a la tierra. En China, el gnomon no debía -en el verano, al mediodía, el día del solsticio- reflejar su sombra.
Para la tradición mesopotámica, el mundo fue creado en el Paraíso Terrenal; en la tradición Siria, se encontraba en la montaña más alta; en el libro sirio hablaban de la Caverna de los Tesoros.
Mitos de la historia
Imitaban o repetían un modelo ejemplar; la realidad se lograba con la participación de los hombres, que se inclinaban hacia paradigmas de culturas tradicionales, reconociéndola como una representación de actos ajenos. La ontología primitiva poseía una estructura platónica: Platón le daría luego una forma dialéctica. La misma teoría se encuentra en los arquetipos
Todos los sacrificios cumplían el instante ideal del inicio; a través del rito, el tiempo profano estaba desprovisto de significado. Los ritos podían ser de cereales, caza, pesca, guerra u otros.
Los textos de Brahma muestran la heterogeneidad de lo sagrado y lo humano. Mientras los dioses estaban ligados a la inmortalidad, el hombre estaba subordinado a la muerte. Repitiendo el arquetipo, se apartaban de lo terrenal, alcanzando el mundo divino: de este modo se sintieron inmortales. Necesitaban de ciertos rituales a fin de regresar al tiempo prehistórico.
El pueblo recordaba en sus poemas épicos un personaje real, basado en documentos; en ocasiones, un titán o una serpiente tricéfala o un monstruo marino. Los soberanos también eran imitaciones de un ídolo original: a Darío se lo admiró como un semidios mítico, igual que a Alejandro Magno, quien adoleció de un valor superlativo, como documento histórico.
Los reyes paganos fueron una invención de una minoría hebrea, que soportaron la realidad, refugiándose en el consuelo de la tradición. Para tolerar las derrotas o el sometimiento político, los hebreos interpretaron hechos actuales, a través de una antigua cosmogonía; (San Jorge salió victorioso de su lucha contra el dragón).
En la poesía épica Yugoslava del siglo XIV, Marko existió, insertado en la memoria popular y se transformó en un personaje titán, luchando contra el dragón tricéfalo. En Grecia, los griegos eran hijos de una ninfa. El mito de maorí hablaba de un hada que, descendiendo del Cielo, lo abandonó en cuanto nació su hijo. A Rómulo y Remo, amamantados por una loba, la rivalidad los llevó a un crimen entre hermanos. Las hadas curaban a los ídolos heridos; podían resucitarlos o anunciarles su futuro. Las pruebas sobrehumanas, (cómo clavar una flecha en una manzana sobre la cabeza de un hijo o reconocer a un hombre, en medio de un grupo) fueron personajes cantados en las epopeyas: se parte siempre de un hecho real; dos ejemplos: a) en La Ilíada es la guerra de Troya o b) en la Eneida , la fundación de Roma.
La literatura está plagada de aventuras homéricas, donde los personajes reales, mutados en fabulosos, se confunden. El trovador inventaba esa poesía legendaria, difundida oralmente y apoyada siempre en un acontecimiento real. Dos o tres siglos más tarde pasaron de la individualidad a lo ejemplar; se recreaba un arquetipo, reproduciendo acciones virtuosas, donde la historia real se glorificaba de acuerdo a la fantasía de los aedos. Los pueblos se negaban a conservar la memoria real intacta, creando de un dios personal uno transpersonal. Para Grecia, los muertos perdían su individualidad humana, volviéndose impersonales.
La recreación del tiempo
Año Nuevo significaba levantar la cosecha, y ésta era el alimento para toda la comunidad; en ciertas regiones se cultivaban varios cereales y frutas, que maduraban en diferentes estaciones.
Esta fiesta tuvo su origen en Egipto. Las otras culturas aceptaron un ciclo lunar de trescientos sesenta días, con doce meses de treinta días, más cinco días. Los Indios denominaron los meses “escalones del año”, y al año, “pasaje del tiempo”.
El inicio del año era diferente de un país a otro, reformando el calendario para acordar el sentido ritual de las fiestas y las estaciones correspondientes. Podía ser marzo, abril o el 19 de julio -entre los egipcios- aunque la duración sólo importaba como fin de un período y principio de otro. El año tenía 360 noches y 360 días, dividido en cinco estaciones.
En África lo fraccionan en la estación seca y la estación lluviosa; la semana, regida por el calendario lunar, tenía cinco días, en vez de ocho; el año tenía trece meses; el mes se dividía en ciclos de diez días o nueve días y medio, aunque lo esencial era el principio y el fin. Las ceremonias podían clasificarse, según Frazer, en:
1) La expulsión de los demonios, enfermedades y pecados, mediante el ayuno, las purificaciones, la confesión o apagar el fuego y reanimarlo, como parte del ceremonial.
2) la expulsión de los demonios era con ruidos, gritos y golpes, en forma de despedida de un animal u hombre, como chivo expiatorio. En Perú, por ejemplo, se aglutinaba todas las lacras de la comunidad en un solo ser. Podía ser expulsado al desierto –al igual que los hebreos, en tiempos de Moisés, o ajusticiado, al final del ritual. En ocasiones, había un combate entre dos grupos u orgías colectivas dionisíacas: hombres con máscaras representaban espíritus de antepasados o dioses. Las almas de los muertos se aproximaban por unos días a los vivos, que los colmaban de homenajes y luego los echaban.
En Japón y los pueblos indoeuropeos se celebraban ceremonias de iniciación en los adolescentes. Todas estas manifestaciones coincidían con la fiesta del Año Nuevo. En todas éstas se manifestaba el término de un pasado y el inicio de otro ciclo, en una tentativa de aproximarse al tiempo mítico, conmemorando la celebración una y mil veces. En Babilonia se celebraba en la primavera o el otoño: la ceremonia duraba doce días.
El combate con el monstruo marino se desarrollaba desde illud tempore, poniendo fin al Caos con el triunfo de la divinidad. Los hititas y los egipcios luchaban entre el dios, el huracán y la serpiente, en la misma fecha.
Eran temporadas de ayuno -para toda la comunidad- y de humillación -para el rey- era un vasto sistema carnavalesco. Se expulsaban los pecados y males por medio de un chivo expiatorio, a veces representado por el rey, con un ritual colectivo: momentos dramáticos con intención de abolir el tiempo, repitiendo ese acto original, similar a la regresión a un tiempo mítico.
El diluvio se repitió con diferentes ritos en pueblos y ciudades. Existió una similitud entre los semitas y orientales en el diluvio, las fiestas, la muerte y resurrección de una divinidad. El diluvio terminó con la humanidad pecadora y nació así una nueva generación con Noé y su familia (para los judíos y los cristianos).
Los pueblos semitas tuvieron testimonios que formaron parte de la tradición cristiana. En los doce días que separan la Nochebuena de la Epifanía quedó abierta una esperanza: los muertos regresarían. Ya no existirían necesidades humanas y el alma sería inmortal.
Períodos de la Creación
En el Talmud se encontraron huellas del diluvio; el mito del eterno retorno se encontró asimismo en Irak e Irán. En la agricultura se aplicaba el símbolo del renacimiento periódicamente.
El Año Nuevo se celebraba con fuego, luces y libaciones, con el fin de asegurar las lluvias necesarias en los futuros meses. Cada uno sembraba una jarra con siete granos diferentes, según su crecimiento; lo mismo hacían los babilónicos, mientras los campesinos europeos determinaban el mes y su cantidad de lluvia a través de los signos meteorológicos de los doce días; los tártaros de Persia sembraban granos en primavera. Los hindúes de la época védica fijaban los doce días de la mitad del invierno, sin festejar el Año Nuevo.
En el calendario de Darío, los persas tenían dos días diferentes, el Año Nuevo y la Fiesta de Mitras, celebrada en medio del verano, cuando los animales cesaban su etapa de celo. Los romanos y védicos reanimaban el fuego en el solsticio de invierno, pues esos doce días equivalían a doce meses. Los muertos visitaban a su familia; aparecían con un caballo, animal que conducía el carro hacia la muerte. Los alemanes y los japoneses -en ceremonias secretas- apagaban y encendían el fuego, seguido de los ritos de iniciación, persecución de doncellas vírgenes u otras orgías. Para el hombre primitivo y moderno la vida sagrada era una realidad absoluta.
El conjunto de estas ceremonias eran representadas desde la prehistoria, junto a las ceremonias del Año Nuevo por los sumerios, acadios, egipcios, hebreos, pueblos del Cercano Oriente, los indoeuropeos y en los japoneses.
Regeneración del tiempo
En un análisis sobre la purificación- enfermedad, pecado, expulsión del demonio, ritos y ceremonias de principio y fin del Año Nuevo, existían matices diversos, estudiados entre los babilonios, egipcios, hebreos e iraníes, como una necesidad de regenerarse periódicamente, concientes de su importancia. Registraban la caída del hombre en el pecado, por medio de la absolución mágica, o a través de la palabra en la confesión, como necesidad de liberarse del recuerdo o de la secuencia de uno o varios hechos negativos. El nacimiento, el bautismo, la confirmación, el casamiento, La Pascua , el inicio de la cosecha, la vendimia y otros quizá fueron fechas significativas en el cristianismo primitivo, que se conservaron hasta la actualidad; restauraban -mediante la mímesis- el momento del inicio con la plenitud de un presente. La iniciación era un fin y un comienzo: una muerte y una resurrección ritual.
Hogarth, antropólogo inglés, estudió las comparaciones entre varios grupos. Para los escandinavos, la posesión de un territorio era igual a una repetición del acto creativo. Para los indígenas de las islas Fidji, la creación era entronizar un nuevo jefe, luego de una cosecha mala.
Cuando la vida se transformaba en una amenaza, necesitaban un retorno al principio, como recreación primordial, no sólo como un acto de reparación; ejemplo: el agua acumulada el mismo día, la magia o la medicina popular: (un remedio era eficaz, si se conocía su origen). Un nuevo rey era una restauración de la historia de ese pueblo similar al nacimiento o un casamiento: vivían el presente, repitiendo las acciones del pasado.
En el S -III -con el helenismo expandiéndose entre los romanos y los bizantinos- surgió la doctrina caldea del Año Magno.
Cuando siete planetas se reunían en el signo de Cáncer, en invierno, se produciría un diluvio. Cuando se encontraban en Capricornio, en verano, serían consumidos por el fuego, doctrina compartida por Heráclito, Zenón y los estoicos. Los griegos intentaban así satisfacer su sed metafísica.
El mito de la destrucción por el fuego se difundió entre el S -I y el III d C, en el Imperio Romano y el Imperio Bizantino, teniendo su origen en Grecia, Irán, India e Israel, influyendo a su vez en Babilonia y más tarde en la astrología de los mayas y los aztecas.
Sin embargo, ninguna transformación fue definitiva. Todo recomienza a cada instante. “No nos bañaremos dos veces en las mismas aguas” afirmó Heráclito. Hegel también confirmó este regreso “ad infinitum”, aunque dejó su dialéctica abierta; la historia para él era siempre nueva y no se repetía.
El hombre arcaico intentó oponerse a esa serie de acontecimientos imprevisibles; era imposible defenderse contra los desastres climáticos; la inundación, sequía, tempestad, huracán, incendio, - esclavitud, despotismo o injusticias sociales- . Cómo soportaban esas calamidades, entre la mala suerte y los padecimientos individuales o colectivos, era una incógnita. Vivían de acuerdo a los ritmos universales, integrándose a los ciclos lunares, los solsticios, los eclipses y respetaban la ley y sus normas, según una divinidad. El sufrimiento tenía un sentido y su valor no era discutido. El cristianismo también incorporó el dolor como una experiencia espiritual positiva, otorgándole un valor y encontrando en él un medio de salvación. Nada era azar ni arbitrario; uno estaba sometido a influjos demoníacos; el brujo era el encargado -mediante la magia- y más tarde el sacerdote -intentando conseguir la protección de los dioses favorables-. En caso de obtener resultados negativos, recurrían al Ser Supremo, en última instancia, con el ruego de que lloviera o cesara una sequía o no muriera un hijo pequeño, aceptando la culpa de una falta personal y la ira divina como infracción a un tabú o la pura maldad hacia el prójimo.
Los nómadas de Tierra del Fuego se quejaban de no ser culpables. Una tribu de pigmeos se arañaba las pantorrillas con un cuchillo de bambú y esparcía las gotas de sangre, gritando: -“pago mi culpa”.
El padecimiento no era absurdo; tenía un sentido, aunque permaneciera en la ignorancia; perturbaba a un individuo, una tribu, una ciudad o un país; debía tener una explicación, un sentido primordial, aunque yaciera oculto.
Según los pueblos o una civilización, los motivos eran diferentes, aunque la justificación, en relación a la norma, era la misma.
El karma, en cambio, se ocupa de la transmigración de las almas y de ese modo hallan un sentido a sus padecimientos. Cuanto más sufrimiento se paga en una vida, menos karma tendrán que pagar en otra reencarnación; es una ley de causa y efecto: sólo se salva quien sufre.
Según la religión hindú, el hombre viene de una existencia anterior y con una deuda a pagar; sin embargo, en la nueva reencarnación puede contraer otras nuevas. Era (y es) una serie de pagos y préstamos, una ecuación sin explicación, que Oriente acepta sin cuestionarse. El budismo acepta la idea del dolor, con excepción de dos escuelas, que rechazan esta teoría del sufrimiento. En India, los mahometanos en cambio, le otorgan al sufrimiento cósmico, psicológico e histórico un sentido y una función determinada, según una fuerza demoníaca o divina.
El budismo acepta la idea del dolor, con excepción de dos escuelas que rechazan esta teoría del sufrimiento. En la zona del Mediterráneo, el padecer y el antiguo mito de la muerte y resurrección tenía un paralelo paleolítico oriental, conservando sus huellas en la post cristiandad, donde un Dios, justo e inocente sufrió sin ser culpable. Lo humillaron, lo golpearon, lo mataron; pasó tres días en el infierno y resucitó. Pensar que un dios sufriera padecimientos intensos y sobreviviera era un consuelo.
Teofanía
Los hebreos veían en las calamidades un castigo impuesto por Yahvé, enojado porque el pueblo elegido veneró otros dioses, mientras Moisés regresaba de la montaña con La Ley.
El Mesías fue la representación de la divinidad en la tierra y su misión era salvar a los seres humanos del fuego eterno. En esta interpretación mesiánica nueva de los israelitas, los acontecimientos históricos son soportados, porque Yahvé así lo desea y porque es necesario para la salvación del pueblo elegido. Cuando llegue el Mesías, el mundo se salvará y la historia desaparecerá. Ya no será un ciclo que se repita ad infinitum, como en los pueblos primitivos: será la voluntad divina. Sin embargo, los pueblos agrarios preferían la concepción antigua con sus retornos anuales -no mesiánicos- que los mantenía vitales y los ayudaba a soportar las penas. Los profetas israelíes -en su aterrador diálogo con su Dios- los amedrentaba. Soportar los tormentos para reconciliarse con Yahvé y poder salvarse exigía una tensión espiritual agotadora; se negaron a subordinarse a esa Ley judaica, porque consolaba más un acto de brujería o un ritual reparador por medio de un sacrificio.
Matar al primogénito regeneraba al dios, periódicamente. Dios le exigió a Abraham que matara a su hijo y ese desesperado acto era una conducta común, por suerte abolida. Finalmente un ángel salvó a Isaac, hijo de Abraham.
Judíos y cristianos viven bajo la constante amenaza del Juicio Final. El gran cambio está en ese Dios personal y único, que habla con su pueblo.
LOS CICLOS CÓSMICOS Y LA HISTORIA
Todas las culturas primitivas son eternas; la cultura moderna se desarrolla dentro de un tiempo finito, unida al mito de las edades periódicas. En ambas, la edad de oro es recuperable y repetible.
La tradición hindú es la más audaz y fue conservada por los germánicos -según la estructura indo-aria del mito, con sus variantes del arquetipo original, que se sucedían en cuatro edades: ( oro, plata, acero y mezcla de hierro), con una duración diferente, entre auroras y crepúsculos. Los persas hablan de la historia mítica, dividiéndola en siete milenios: oro, plata, bronce, cobre, estaño, acero y una mezcla de hierro. Los ciclos cósmicos –sostenían- finalizarán por medio del fuego. Los hebreos limitaban lo temporal, aunque los rabinos no aceptaban ese orden matemático; mencionaban ciertas calamidades cósmicas como el hambre, la sequía, las guerras, o el Anticristo, antes de la llegada del Mesías, donde triunfaría el Bien sobre Mal: los muertos resucitarían y serán felices por siempre.
En la concepción babilónica existe un período crepuscular -en el cual las tinieblas se espesan- seguidas de un inicio paradisíaco. Creación, destrucción, un nuevo mundo sin principio ni fin; el budismo y el jainismo aceptan esta doctrina post hindú del tiempo cíclico y la comparan a una rueda de doce radios, mencionada en los textos védicos. El budismo cree en un ciclo cósmico, aunque ilimitado; el único medio de salir de ese círculo infinito sería lograr alcanzar el Nirvana. Comenzar miles de veces el mismo ciclo y soportar los sufrimientos, una vez más, suena aterrador e invita a trascender la existencia: el Nirvana es el único medio.
Los primitivos rechazan la historia a fin de abolir los períodos de la creación, reviviéndola sin cesar en un instante atemporal; el espíritu hindú rechaza esta reactualización en el tiempo; se diferencia de la concepción tradicional arquetípica, antropológica, en una posición existencialista. El karma, ley de la causalidad universal, puede ser un consuelo hindú, anterior al budismo, una especie de esclavitud del hombre. Toda la metafísica y la técnica post hindú busca la aniquilación del karma. La concepción del yoga aporta un elemento nuevo justificando: la catástrofe de la decadencia progresiva, biológica y espiritual de los seres humanos.
El tiempo agrava la condición humana, que deberá finalizar en un siniestro Juicio Final, como si el destino de los hombres fuera sufrir por edades anteriores. La teoría hindú de las cuatro edades, consoladora y vigorizante, frente al ser atemorizado por la historia, lo ayuda a comprender la precariedad de la condición del individuo y lo facilita a la sumisión. La teoría justificada de los sufrimientos humanos lo resigna a soportarlos. ¿Cuál sería el sentido de la historia, provocada por las fatalidades geográficas, sociales o políticas?
En la civilización greco-oriental, apartada de la espiritualidad arcaica, muchos aún vivían bajo los arquetipos. Conservaron también como ejemplo la sociedad agrícola, en tiempo de Alejando Magno, que finaliza con la caída de Roma. Esta minoría tiene su inicio en los presocráticos, siglo –V, consolando a cientos de miles de individuos, como el neo-pitagorismo y neo-estoicismo, en el mundo romano. Aquella doctrina griega o greco oriental -basada en el mito de los ciclos cósmicos- interesó por el éxito que tuvo en las especulaciones presocráticas, con Anaximandro. Empédocles explicaría la supremacía de los valores, opuestos como eternas creaciones y destrucciones del Cosmos, similares a la doctrina budista, también aceptada por Heráclito. El eterno retorno pertenecía a uno de los escasos dogmas del pitagorismo primitivo. Ciertos elementos del sistema platónico son de origen iraní y babilónico. En el mito del Topos Urano se percibe el retorno cíclico, evocado por Platón, dominando la cultura grecorromana; será la doctrina favorita del neopitagorismo, compartida por el estoicismo y los romanos (SII y I a.C). Es conocido en las creencias hindúes y conocido por los hebreos y asimismo en las tradiciones iraníes y grecolatinas, principalmente por los estoicos, que retornaron a los ciclos en la repetición del cataclismo. A través de Heráclito y del saber de la gnosis oriental, el exotismo vulgariza estas ideas, relacionadas con el Año Magno y con el fuego cósmico, poniendo fin al universo con el fin de renovarlo periódicamente. La devoción al mito y de su constante repetición en el mundo helénico y a través de Alejandro Magno son dos posiciones filosóficas, en una actitud de defensa, anulando la irreversibilidad del tiempo; en la perspectiva de lo infinito, cada acontecimiento se estanca en su sitio, como el mismo arquetipo. Los hechos históricos se mudan en categorías y retornan a ser ontológicos, conservando el mismo idealismo antiguo y sus formas; es una variante platónica del mito arcaico, la última concepción y la más elaborada que estuvo en pleno apogeo en esta filosofía de Grecia.
El fin del mundo por la destrucción del fuego se esparció por Occidente.La Biblia, en el Nuevo Testamento. Habla del Apocalipsis, (Evangelio de San Juan), interpretado como restaurando un mundo nuevo, donde los seres humanos adquirirían la inmortalidad. Resucitarán los justos y serán aniquilados los pecadores. (persas, judíos y cristianos). Adquirió mayor popularidad desde el Siglo I a. C, y su plenitud, en el Medioevo hasta la actualidad.
El año litúrgico cristiano repite cada año los ciclos de la Navidad , hasta La Cuaresma y La Pascua , -desde el nacimiento hasta la muerte de Jesucristo- para conmemorar su paso por la tierra una y otra vez.Conclusión
¿Cómo soporta el hombre esta fábula contemporánea? Un rasgo en común relaciona los sistemas cíclicos del helenismo y de Oriente; es tolerada porque tiene un sentido y porque es inevitable.
Platón y los cristianos fueron agnóstico sobre el fatalismo de la Astrología , que dominó en el Imperio Romano. San Agustín no aceptó el Sino de las teorías cíclicas ni el proceso cósmico, que demandó siempre una desintegración final, subordinados o no a una voluntad divina. Los imperios (Creta, Egipto, Grecia y Roma) fueron espléndidos en su apogeo y finalizaron un día. Las guerras atentaron con la injusticia social, donde se pierden los hábitos humanos: matar se torna un deber, “el Vaticano bendiciendo ejércitos” (Borges, Cristo en la cruz, Los Conjurados, Alianza editorial S A, año 1985, páginas 15-16)
Los romanos siempre temieron el fin de Roma, proclamado desde su fundación; dos mitos rodearon a su pueblo: su duración se limitaba a cierto número de años, número místico, revelado en las doce águilas percibidas por Rómulo. El Año Magno pondría fin a la ciudad mediante el fuego universal. La historia desmintió esos miedos ancestrales; las doce aves no eran ciento veinte años, desde su fundación, pues al comenzar al segundo siglo tuvieron la certeza que no correspondía a un Año Magno ni a la edad del eterno retorno, proclamada por La Sibila e interpretada, según los filósofos, mediante las teorías de los ciclos universales hasta la Edad Media : jamás se cumplieron.
César lo intuyó; Horacio temía a los estoicos y a los astrólogos, que lo pronosticaban. El siglo I, con Augusto, instauró un tiempo de paz que parecía eterna. Cuando Roma fue invadida, creyeron una vez más en el triunfo de las doce águilas de Rómulo: entrar en el Siglo XII -pronosticaban- sería el último de su existencia.
El paso de la edad de hierro a la edad de oro fue sin cataclismos. Virgilio cambió el siglo del Sol por el siglo de Apolo, sin mencionar el fuego y la destrucción. En la Eneida , Júpiter aseguró a los romanos un imperio sin fin y una ciudad eterna. Roma, creyéndose eterna, -según Virgilio- liberada de los ciclos universales y de los mitos arcaicos, puso término a las catástrofes mundiales habituales y a las guerras. Destrucción y sufrimiento no eran ya precursores de una edad cósmica. San Agustín sostenía que nadie conoce los tiempos de Dios. Los rabinos dudaron en precisar el tiempo final divino, mientras el cristianismo deja comprender que el illud tempore es accesible en cualquier momento, subrayando la Fe en La Resurrección , después del Juicio Final, como un nuevo atributo en su religión.
Bibliografía: Mircea, Eliade. EL MITO DEL ETERNO RETORNO,
Editorial Emecé; Ensayo. Bs As 2006.