miércoles, 7 de noviembre de 2018

MIGUEL ÁNGEL

MIGUEL ANGEL



Era de altura media, enfermizo y endeble; un insólito edificio corpóreo, acompañado por un óvalo de rostro poco agraciado. Poseía una frente cuadrada donde se graba siete arrugas rectas; las pestañas eran ralas y poco menos que invisibles; ojos pequeños de color amarillento sucio; la mirada solía ser sombría y absorta. La nariz -aplastada en una pelea por un puñetazo que le propinó su primer enemigo- le quedó deformada para el resto de su vida, con un extraño bulto en el medio; fue un golpe macabro que estropeó aun más su horrible aspecto físico y lo marcó espiritualmente; el labio superior era fino, mientras el inferior era grueso y prominente. Una cabellera negra y crespa, una barba escasa y bifurcada y una tez pálida acompañaban esta triste descripción. El conjunto de su rostro era irregular, inarmónico, casi deforme, más satánico que angelical. Su aspecto físico causaba pavor. El mismo lo sostenía: “mía faccia ha forma di spavento”. Era una terrible verdad. Los artistas que lo han pintado, por respeto a su genio, han atenuado algunos de sus defectos; notamos un Miguel Ángel sombrío y triste, hosco y de proporciones imperfectas. Hoy podríamos denominarla una belleza atormentada con un tinte demoníaco . Parecía un hombre salido del infierno.
Estoy rasgos fueron una de sus más crueles penas secretas; el golpe en la nariz contribuyó a su complejo de inferioridad frente a las bellas formas; él que amó la belleza como el valor sublime para aproximarse a Dios, tuvo que soportar noventa años esa cara de melena oscura y enmarañada, ese adusto semblante y ese cuerpo de frágiles espaldas y frágiles caderas.
Por el contrario, existía un gran contraste entre su pequeñez física y la potencia de su espíritu. Y en esa oposición abismal entre su cuerpo y su alma germinó esa manía por lo monumental y lo gigantesco. El endeble crea colosos; el enfermizo se solaza en la grandeza.

LOS MAESTROS:
No fueron sensacionales. El primero fue un humanista, ni siquiera famoso; el segundo, Ghirlandaio, fue el dueño de su primer taller, un buen pintor, sin destacarse demasiado; el tercero no era original ni poseía vigor. Del segundo aprendió un poco de pintura; del último, Bertoldo, casi nada de escultura, a pesar de haber sido el legítimo heredero de Donatello. Fue más un medallista y un broncista que un escultor; no son estatuas las que creaba, sino estatuillas; amaba lo pequeño, lo diminuto. Miguel Ángel, en cambio, era lo opuesto, anhelaba lo colosal y cuanto más el maestro le rendía culto al bronce, su discípulo veneraba el mármol.
Bertoldo era elegante; poseía gracia, no la fuerza de expresión que desarrolló su alumno; conocía la técnica sin haber captado el talento.
Mientras tanto, Miguel Ángel volaba hacia las cumbres jamás igualadas, Consideraba a Donatello -sin haberlo conocido personalmente- como su mejor maestro pero, aunque su técnica fuera similar, su arte no lo sería.
El encuentro con la obra de J
acobo della Quercia fue fundamental. En escultura, sólo reconoció a estos dos gigantes.

LORENZO IL MAGNIFICO

Si no tuvo una buena y cálida relación con su padre, a quien le unía simplemente el deber, sí la logró con el Magnífico, que hubiera deseado tenerlo por hijo. Fue la única figura de los Médicis que quiso verdaderamente.
Lorenzo llegó a un acuerdo con Ludovico, padre del artista, para poder adoptarlo. Acogido y protegido en el palacio, formaba parte de la familia; comía y se vestía igual que sus hijos, obteniendo una pensión de cinco florines de oro mensuales. Frecuentó a los ilustres de esa época como Pico della Mirándola y a todo sabio o poeta de paso por Florencia que acudía a la Academia del príncipe mecenas.
Condenado hasta ese instante a cohabitar junto a los mediocres, en un suelo gris y tedioso, pasó de repente a ser considerado un hijo del sol, huésped querido de un príncipe que amaba el genio y la belleza. Era un señor entre los nobles de espíritu. El Magnífico lo quería como si lo hubiera engendrado. Los grandes escultores de la ciudad habían muerto; Ghiberti, Verrochio, Pollaiolo y Sansovino.
Lorenzo tenía seis hijos, tres varones y tres mujeres. Ninguno estuvo a la altura de su padre. Entonces acaparó a este jovencito, otorgándole su paternal protección; le honró como artista, dolido porque ninguno de su progenie pudo serlo; todos fueron mediocres, salvo éste, el adoptivo, que fue poeta en cuatro modos diversos. Solía enseñarle sus colecciones privadas de joyas, medallas y obras adquiridas. Miguel Ángel absorbió a su lado el arte antiguo de los griegos; se alimentó espiritualmente, para luego volar con sus propias alas, impulsado por la energía de su genialidad.

SAVONAROLA

Violento, profeta, fraile de aspecto semi-árabe, nariz aguileña, ojos de mirada tenebrosa que despedían llamaradas; era un nuevo y similar Juan Bautista regresando del desierto y repitiendo una vez más, el mensaje de penitencia, a fin de lograr la salvación y poder entrar en el reino de los Cielos.
Este mensaje encontró eco en Miguel Angel, porque creía en Dios y poseía una fe digna de estrujar su espíritu hasta el ascetismo total.
En ocasiones se confundió esta falta de confort en su “modus vivendi”,con el grave defecto de la avaricia; su progenitor se lo echó en cara , pero para el artista florentino era una forma de vida y así lo confirman sus obras, ya que pintó la muerte de Cristo hasta el fin de sus días; las cuatro Piedades no son más que una confirmación real de lo aquí atestiguado.
Una duda lo desgarró siempre. ¿Debía rendirle culto a la belleza del mundo de los sentidos o buscar la santidad en lo invisible, en el universo platónico de las ideas absolutas? En lo primero, percibía la belleza de las mujeres míticas y griegas, en su gracia y su equilibrio; también la adivinaba en los desnudos antiguos de su héroes masculinos. En lo segundo, entraba de lleno en la majestad del Antiguo Testamento junto a la eterna amenaza de los castigos corporales y la ardua tarea para alcanzar la prometida salvación. Se advertía en él, en su interior, los encantos clásicos y la apocalípticas admoniciones de Savonarola.

SUS PRIMERAS ESCULTURAS


Fue un viejo fauno bajo la custodia de Bertoldo, en el palacio de los Médicis; escogió ésta entre múltiples cabezas de dioses, semidioses, jóvenes atletas o potentes héroes.
¿Por qué eligió ese óvalo cerdoso y arrugado de un semi monstruo de la selva? Se afirma que su fauno reía, aunque debió ser una mueca demoníaca.
A través de su arte, el fauno reaparece a veces como burlón, otras, ceñudo. Amó lo insólito, lo misterioso, lo grotesco hasta el
rechazo físico; le gustaba representar monstruos; los esculpía con sumo cuidado y guardó esta inclinación a lo largo de toda su obra, percibiéndola en la espantosa máscara de la Noche de la tumba medicea o entre los condenados en el Juicio Final y en ciertos dibujos que se encontraron entre sus papeles. Buscó siempre los dos extremos; la perfecta belleza, casi divina y la fealdad que causa horror: Dios y Satán en contraste supremo.
Dante poseía el Infierno y el Paraíso, pero el purgatorio es su acto de medio punto. En la obra del genial artífice carecemos de este último.

LA MADRE

La perdió cuando contaba escasos seis años de edad; no la recordaba, aún cuando pensó en ella toda la vida y sufrió esa carencia maternal como un dolor agudo, que hizo que cada vez que la representara en sus cuadros, sus tondos o estatuas- bajo la majestuosa figura de la Virgen María- tuviera esa mirada lejana, perdida, sin un gesto terrenal. Tenemos un medallón de mármol, donde la Virgen austera contempla el infinito sin mirar al Niño, despreocupada de su Hijo, quien se apoya en su hombro sonriendo.
Los rostros de sus Vírgenes son suaves, velados de una cierta melancolía; son rostros de madres muertas, cual si estuvieran soñando o hipnotizadas; mujeres que han sufrido y han de morir, como si un presentimiento o el recuerdo constante de la muerte las desligara ya en vida de su existencia.
La Virgen de Brujas sostiene al Niño entre las rodillas con la mirada meditabunda y lejana. La Virgen de Tadei torna su rostro hacia San Juan, no hacia Cristo, el que intenta buscar su protección en su regazo. La Virgen de Pitti contempla tercamente el universo a la lontananza, sin preocuparse de los dos niños. La Virgen de la Escalera amamanta a Jesucristo sin verlo, gesto que reencontramos en la Virgen de la Sacristía Nueva de San Lorenzo e inclusive en la Virgen junto al Cristo Juez del Juicio Final, en la Capilla Sixtina, quien a su vez torna su atención hacia otro sitio.
Si exceptuamos la Virgen de Doni, que observa a su Hijo con ternura, volviendo la mirada hacia el Niño arrodillado -aunque esté nublada por una resignada y honda tristeza- jamás esculpió ni pintó la figura de Jesús sin estar acompañada de su Madre, mas en el único momento en que se permite mirarlo cara a cara, de frente y sin preámbulos es cuanto éste yace finalmente muerto en su regazo, en la célebre Pietá del Vaticano, en San Pedro; encontramos en su rostro florentino y muy juvenil una mirada extremadamente dolorosa, ya que así debió ser el recuerdo de ese huérfano infante, que simbolizó su pena en esa magistral escultura, a los veinticinco años.

NICOLÁS COPERNICO
Fue el futuro autor de las obras que revolucionaron la concepción terrestre del orbe entero. Llegó a Italia, considerado un maestro en todas las ciencias. Es posible que ya instalado en Roma, Miguel Angel haya asistido a las lecciones particulares de este astrólogo genial. Muchos afirman que el artista era un docto en ciencia astronómica, un perito en la materia. Tal vez haya adquirido conocimientos de astronomía, como antes se interesó por la anatomía en directo.
Enamorado de todo movimiento humano, pudo tener una disposición por conocer e investigar los cuerpos celestes y -siendo un gran lector y admirador del Dante- no le hubiera sido factible concebir la estructura dantesca sin ciertas nociones de matemáticas y de astronomía.
Copérnico enseñaba no en la universidad sino en una casa particular. Quizá sus clases fueran en lenguaje vulgar y no en latín, idioma que desconocía el escultor.
¿Cómo habrá sido en encuentro de estos dos jóvenes superdotados, destinado ambos a la gloria del cosmos? Copérnico cambió la faz del universo: Miguel Angel, en la Capilla Sixtina, lo representó.

SU VOCACIÓN

Ludovico, su padre, no apoyó en un principio que su hijo abandonara las letras y se entregara por entero a la pintura y a la escultura, ya que las consideraba un arte mecánico, indigno de él y sólo cambió de opinión cuando comenzó éste a enviarle ducados y florines, como si fuese un rico comerciante. En ciertas ocasiones lo castigó cruelmente de niño por perder su tiempo en estos indignos menesteres.
No amaba el arte, pese a ser un hombre renacentista, tal vez por prejuicios aburguesados. Miguel Angel, espiritualmente, no heredó nada de su padre, salvo la tendencia a fugarse al menor inconveniente, el creerse de origen patricio, pensando que por sus venas corría sangre imperial -falsa ilusión que perduró durante toda su vida- y su inclinación a invertir el dinero en propiedades.

EL NIÑO
De niño, su condición fue enfermiza y débil; tenía un carácter melancólico; era reacio al estudio y no aspiraba a convertirse en un buen mercader. Solamente le quedaba su afición a leer poesía en lenguaje vulgar y el dibujo, su gran pasión. Fue un gran poeta, si bien percibía la distancia que lo separaba del Dante. Su amor al dibujo por fin se impuso para siempre. En el período más fecundo de la civilización de Florencia y del propio Renacimiento, germinó en él su deseo de ser partícipe de una colosal obra creadora a fin de alabar al Creador, su Dios.

EL CRISTO DE MADERA

En el Convento agustino del Espíritu Santo, en Bolonia, existe un Cristo de madera que hizo en agradecimiento al prior, que le permitió estudiar, en vivo, la anatomía humana en los cadáveres. Ni siquiera la piedad hacia la muerte consiguió contener su insaciable voracidad por conocer todas las fibras, músculos o ligamentos, hasta la más diminuta partícula del cuerpo humano.
Corría una leyenda que afirmaba que llegó a asesinar a un hombre, a fin de poder pintar su agonía del natural y dar así un mayor realismo a su Cristo Crucificado. Es imposible creerlo.
Miguel Angel odiaba la violencia: jamás peleó, sino muy por el contrario huía de revueltas o continuaba trabajando indiferente en medio del caos. Florencia es testigo de lo dicho aquí. Es imposible apoyar esta leyenda.
El Cristo de madera puede verse todavía en el coro del Convento. Muchos sostuvieron que no le pertenece; nada indica en los documentos agustinos que sea suyo, pero nadie lo ha quitado de allí en todos estos siglos. Fue la única talla en ese material, realizada a los diecinueve años. Él amaba el mármol o la piedra palustre, como solía denominarla y la que más convenía a su genio creador.
El cuerpo del Cristo está bien modelado, revelando un gran conocimiento anatómico. El rostro del Señor tiene una resignada dulzura que más tarde se sublimizará en el Cristo de la Pietá de San Pedro, en el Vaticano. No es una obra maestra, como tampoco lo es el Cristo de Minerva, aunque ambos ya nos dejan percibir el genio en plena evolución y reflejan chispas del que será denominado por Pontífices y Cardenales “el divino”.

SUS OBRAS

Una de sus primeras obras fue el Rapto de Dayaneira y la lucha de los Centauros y de los Lapidos, tomadas de las fábulas. Después vino el Hércules, representado en plena juventud, sin barba; no es un hombre maduro como en las estatuas griegas; tiene un brazo levantado en además de golpear a alguien, pese a que sus juveniles formas nos hablan más de una figura sin asomo de maldad. No podemos catalogarla como su mejor obra ni está a la altura de la Virgen de la Escalera, realizada más adelante.
Hércules fue su primera obra gigantesca. Es una figura majestuosa y un testimonio de su potencialidad futura.
Luego de cada obra de un neto corte clásico, le seguía un tema cristiano o viceversa. He aquí varios ejemplos; al San Antonio le siguió El Fauno; a la lucha de los Centauros y de los Lápidos, la Virgen de la Escalera; al Baco, la Pietá; al San Juan Niño, un Cupido dormido y un poco más tarde le llegó el turno al segundo Gigante -el David- y el regreso de Roma a Florencia.

RIVALIDAD CONTRA LEONARDO

Pedro Solderini encargó a Leonardo una de las paredes largas de la sala en Santa María Novella en 1504 y a Miguel Angel, una estancia en el hospital de tintoreros de San Onofre. Fue una de las más geniales competiciones de la historia: dos gigantes frente a frente, combatiendo con los pinceles, siendo el dibujo el combate. Leonardo contaba cincuenta y dos años; el escultor florentino tenía sólo veintinueve años. Ambos recibirían por el trabajo en cartones un salario mensual.
Las diferencias entre ambos artistas eran siderales. Miguel Angel sentía por Leonardo una mezcla de repugnancia casi física. Leonardo era una exquisito en su vestir, en su conversación, en sus gustos y modales. En el trabajo parecía hasta un poco afeminado, tan viril era el otro por temperamento y carácter. Leonardo encontraba su equilibrio entre el diletante y el esteta; era un señor que se dignaba en sus ratos de ocio a pintar, pero con cierto gesto indiferente, aristocrático y lejano. Miguel Angel esculpía y pintaba con sus entrañas y siempre con la misma pasión; su ser íntegro se hallaba comprometido en su obra; era un orfebre frente al noble gentilhombre delicado y fino por naturaleza. Además se dedicaba a diversos trabajos que dispersaban su alma, mientras el escultor tomaba su trabajo a pecho, olvidándose en ocasiones de comer o de dormir, si era necesario.
Cuando pintó la cúpula de la Capilla Sixtina no se le podía hablar y vivió incomunicado de todos los hombres a fin de poder terminarla. Era imposible que le atrajese la personalidad de Da Vinci, que era su antítesis en todo, siendo un espíritu práctico anti platónico, positivista y realista en exceso. Buonarroti, en cambio, para Da Vinci debía ser un artesano con un alma de idealista.

JULIO II O LA TRAGEDIA DEL SEPULCRO

Nada tenía de Papa y poco de cristiano. Era un hombre de temperamento guerrero, nacido para conquistar. Francisco I, rey de Francia, decía que mejor hubiera sido emperador que Papa Romano. Era un verdadero príncipe Renacentista, hambriento de grandeza e inmortalidad. Obligó al mejor escultor de su época a ser, por mero capricho suyo, el mejor pintor de la historia, pese a las quejas del artista, que no podía dedicarse a su arte, el de la piedra dura.
Cuando Julio II lo conoció quería fervientemente su bóveda, un sepulcro ideado con cuarenta estatuas y el Moisés, en el centro; Miguel Ángel finalizó solamente cuatro estatuas esculpidas por él. El conflicto del sepulcro duró cuarenta años, desde los treinta a los setenta.
Al huir de Florencia y luego de la reconciliación con el Papa, el Pontífice lo exiló a Bolonia y lo obligó a fundir una estatua en bronce -metal que no amaba- que le llevó dieciocho meses y más tarde lo obligó a regresar a Roma, ya no como escultor sino como pintor; le encomendó los frescos de la cúpula de la Capilla Sixtina, sin interesarse más por el proyecto de su bóveda inconclusa; quedaba el Moisés, dos esclavos y cuatro esbozos, un genio victorioso y las figuras de Lía y de Raquel, de todo ese gran proyecto ostentoso.
Cuatro meses después de finalizada la pintura de la Capilla Sixtina, el Papa murió.
Entre el Pontífice y el escultor hubo siempre una afinidad secreta y profunda; ambos soñaban con un regreso a la espiritualidad cristiana pero, mientras el artista deseaba esculpir, el Vicario de Cristo lo obligó a pintar. Aunque no pudo finalizar su ambicioso sepulcro, quedan obras majestuosas, imposibles de igualar. Entre ellas las tumbas de los Médicis y el fresco del Juicio Final -ya anciano- y la obra de San Pedro, que no pudo ver terminada.

LA CAPILLA SIXTINA

La enemistad con el Bramante -gran arquitecto de su época- y la rivalidad con Rafael fueron el origen de esta empresa gigantesca. Quien hoy contempla el techo inmenso de la bóveda se siente impotente; no se puede comprender cómo lo logró.
Julio II apresuraba al artista a finalizar la bóveda, pero el pintor invariablemente le respondía que “lo haría cuando pudiera”; no deseaba apuros entre él y el Ser Supremo. El Pontífice llegó a darle unos bastonazos, aunque después le envió quinientos ducados como signo de reconciliación. Sin embargo, al día siguiente quitó los andamios y descubrió por fin su obra. Fue el último día de octubre y por la prisa papal no pudo poner oro a las figuras, aludiendo que “los que se encontraban allí pintados habían sido pobres”. En 1511 tuvo lugar la ceremonia de apertura de la primera parte de esta colosal obra. La victoria fue apoteótica. Bramante y Rafael fueron derrotados; el arte mundial obtuvo un milagro no superado hasta la actualidad.
Comenzó la obra en 1508; tres años le bastaron para pintar la mitad del encargo a este hombrecito de endeble figura ascética; cerrando la puerta quedó enclaustrado como un prisionero frente a Dios, el universo y su progenie. Le confiaron la más difícil y grandiosa obra pictórica Renacentista; fue una trampa de los artistas antes mencionados, pero aceptó el desafío y nada temió y a ambos venció. Su arte austero y heroico estaba a millas de distancia de la delicadez y refinamiento de los otros; Miguel Angel era un cíclope rústico con un cierto halo pétreo adherido a su ser. Cara a cara con sus desnudos, tendido boca arriba sobre los andamios, entre profetas y sibilas, creaba por segunda vez al hombre y a la mujer, evocando la salida del Edén y la promesa de salvación.
Rafael y Miguel Angel se repartieron el universo, pintando el primero las Gracias, con rostros serenos, y el segundo, la dolorosa oblación al Dios del diluvio y de la Cruz.

LO DESNUDO Y LO PAGANO

Tenemos referencias de la Leda, mujer sensual a punto de ser penetrada por el dios Júpiter, disfrazado de cisne para esta ocasión.
¿Cómo pudo pintar esta figura sensual, denominada vulgarmente la Venus Desnuda, después de haber dedicado gran parte de su vida a evocar la tremenda figura del Dios Irae? Ella recibe los besos con una típica expresión de languidez y voluptuosidad, cual si fueran ambos amantes.
Esta alternancia no es la primera vez que la notamos entre sus obras, aún en las desaparecidas. A una visión cristiana le seguía generalmente una nostalgia pagana, pintadas esas mórbidas desnudeces con la misma pasión que ponía para sus obras religiosas.

LAS TUMBAS MEDICEAS

El Papa Clemente VII deseaba que el artista esculpiera dos tumbas para los Médicis. Vasari, discípulo imperfecto del escultor, las describe de este modo: “el pensativo duque Lorenzo, con semblante de sabiduría , medita cruzadas las piernas de modo admirables; el duque Guliano alza la cabeza en fiera actitud, los ojos y el perfil perfectos.”
El florentino lo representa vestido con una túnica militar ajustada al modo romano más un bastón de general en las rodillas robustas, en una postura similar al Moisés pero con la cabeza ligeramente inclinada, que le otorga una expresión de dulzura propia.
Debajo de cada retrato yacen los sarcófagos con tapas curvas, en donde se apoyan las estatuas alegóricas como el Día, la Noche, el Alba y el Ocaso, a fin de darnos una idea del transcurrir del tiempo.
Las figuras esculpidas por el escultor están tan impregnadas de vida propia que, en oposición, quien las contempla queda petrificado de estupor. La Noche, con la cara a medio esculpir, da la impresión de dormir. Strozzi dijo lo siguiente: “En esta piedra duerme la vida; tócala, si lo dudas, y te responderá”. El Día, en cambio, la otra estatua sobre el sarcófago de Julián Médicis, levanta la cabeza medio desvastada sobre uno de sus hombros como el halo del sol, cuyo contorno su mirada no distingue.
Clemente VII quiso glorificar a su familia y en honor y agradecimiento a la hospitalidad recibida en su juventud, el escultor los esculpió en esta magnífica obra de arte.

ADIÓS A LA PATRIA

Fue el menosprecio del duque Alejandro de Médicis hacia su persona lo que le hizo temer por su vida, y un 20 de Septiembre de 1534 sale de Florencia por última vez. Tenían en ese entonces sesenta años. Tres días más tarde llegó a Roma y durante treinta años vivirá allí como un exiliado más.
Durante cuarenta años sirvió por fuerza o por puro placer a la familia medicea y ahora estaba a punto de ser eliminado a causa de uno de sus miembros. Pero al duque Alejandro le sigue en el poder Cosme I, quien reclama a su lado al artista. Miguel Angel optó por declinar su oferta y su invitación. Su amadísimo hermano había dejado de existir así como su padre; tampoco dejaba en Florencia amigos cercanos -salvo un sobrino al cual no amaba- y ciertas obras de potencial genialidad: David, el Gigante descollante, como un centinela níveo y vigoroso frente al palacio de la Señoría , las célebres tumbas de los Médicis en San Lorenzo, y en su casa las estatuas esbozadas para la tumba inconclusa de Julio II, no finalizadas, las cuales nunca fueron incorporadas en el Mausoleo actual, pese a los pleitos y reclamos de sus herederos.
Florencia significaba demasiado para él. No era ni libre ni una República. Desde niño la había idolatrado. En el jardín de San Marcos trabajó con el cincel por primera vez; en el palacio de Vía Larga encontró a su primer mecenas, quien hizo de padre adoptivo y lo guió con mano diestra y segura, impartiéndole consejos y mostrándole sus obras de arte grecorromanas que hicieron mella en esta alma sensible y poderosa. Más tarde, en la mayor plaza de la ciudad se irguió El David, su más perfecta obra juvenil. Allí, en ese sitio, oyó hablar a Savonarola, meditó la Divina Comedia del Dante y soñó con la libertad de su ciudad natal, defendiéndola desde su taller con el martillo y el cincel, y luchando a su modo. En la torre de San Miniato fue alcanzado por el fuego de los enemigos. En Florencia fue acariciado por su madre y a Florencia regresa después de su muerte, porque el viejo cíclope quiere ser enterrado en la iglesia de la Santa Croce, donde nadie le rendirá homenaje de acuerdo a su valor. Todos callaron y el silencio, en cierta forma, fue su aliado.
Partió rumbo a Roma, la venerada y odiada al mismo tiempo, pero en la que más a gusto se sentía ,exceptuando Florencia. Salvo viajes esporádicos en busca de mármoles a Vasilla, Carrara, Ferrara, Pizza y Arezzo, no se movió de Roma durante el resto de su existencia, salvo ya muerto, que vuelve a la ciudad más amada.

EL JUICIO FINAL EN LA CAPILLA SIXTINA
Fue coronado vicario de Cristo Paulo III en 1534. Apenas pudo encaminar la Reforma, envió por el escultor; era un príncipe enamorado del fausto y del arte, un reformador en potencia y el florentino era el artista que necesitaba a su lado para aumentar su gloria. Quería que pintara el Juicio Final, como la más sublime manifestación mural de la Reforma católica; amaba la magnificencia y deseaba purificar la religión.
El fresco fue una orden; Miguel Ángel se quedó, sin ganas, a cumplir una vez más el mandato divino del Ser Supremo, que guiaba sin cesar su obra colosal.
Comenzó los cartones para la obra y la poderosa belleza de estos dibujos encendió el anhelo papal, que arremetió contra el anciano para que satisficiera su ambición . El escultor fue nombrado supremo arquitecto, escultor y pintor del Vaticano, cuyos honores heredarían sus familiares. Se le asignó una renta vitalicia de 1.200 ducados de oro anuales; el trabajo se debía haber iniciado en el verano de 1535.
Si la comparamos a otras obras de arte humana, notamos que ésta es la más portentosa composición pictórica; con el Cristo en lo alto juzgando a los muertos que recuperan su osamenta física tenemos 314 figuras. Las principales son el Cristo como juez, su Santísima Madre, Adán y San Pedro, ciertos apóstoles y santos y algunas figuras humanas que vivían en ese momento: su criado Urbino, Julio II, Clemente VII, Paulo II, el maestro de ceremonias como el cruel Mino y Lutero, con el rostro encapuchado. En los pliegues de la piel colgante de San Bartolomé puso el más trágico de sus autorretratos. Su apasionada fantasía los ubicó según el amor o el daño que le hicieron.
Dante lo acompañó toda su existencia; Savonarola fue el fanático de su juventud, monje en contra del arte pagano; Vittoria, su única relación amistosa femenina y Tommaso, el modelo inspirador de su bellísimo Cristo en el fresco de la Capilla Sixtina. Rondaba los 65 años; una caída que pudo ser funesta retrasó el trabajo, aunque logró finalizar su obra irrepetible en toda la historia del arte.

LA CÚPULA DE SAN PEDRO

La cúpula de San Pedro no fue concebida como los planes del Bramante y de Miguel Ángel, sobre la forma de la cruz griega. Bramante proyectó una cúpula de 85 metros y pilares de 29 metros. El Maestro la llevó a 104 metros. Pero muere el escultor sin ver finalizado su plan.
Al morir, la cruz fue reemplazada por la latina, perdiendo el equilibrio arquitectónico. No pudo verlo el artista, ni tampoco la fachada torpemente traicionada; de las 4 cúpulas menores sólo quedaron dos; las otras fueron sustituidas por esos incongruentes campanarios del barroco de Bernini. La actual cúpula inmensa fue finalizada en 1590,sufriendo en el ínterin cambios sustanciales en su estructura inicial; la elevaron 8 metros más. La Basílica conserva solamente la impronta soñada por Miguel Angel, como una ascética síntesis geométrica, un milagro de armonías sencillas, despojada de artificios; paulatinamente la fueron transformando en ese colosal monumento enjoyado con todas las alhajas del Barroco. No es la combinación perfecta entre el cuadrado y la esfera y tampoco invita al recogimiento; es más rica y fastuosa que clara y solemne; más una curia imperial que el mausoleo de un mártir; es el amalgamiento de ambiciones mediocres con una fachada pesada. Sus continuadores no pudieron interpretar su ideal sobrehumano en esa simbólica presencia entre el cielo y la tierra. El florentino murió sin ver esta otra malograda derrota personal.

EL ASCETA

Miguel Angel consagró su vida al arte y a su estudio. Vivió como un místico en una vivienda sin lujo alguno -si exceptuamos las estatuas que se hallaban entre sus cuatro paredes y que ponían un toque mágico a su vivienda. Comía lo indispensable; dormía en un catre duro y trabajaba sin cesar. Fue un buen católico, practicante de sus ritos. Escuchaba los comentarios de las Epístolas de San Pablo y hablaba con gran elocuencia del Ser Supremo. Toda su creación, desde el Cristo de madera crucificado en el Convento del Santo Spirito hasta el Cristo de Minerva o la Pietá, que se encuentra en la Basílica de San Pedro, incluyendo las otras Piedades, toda su obra fue glorificar al Maestro y en particular al Cristo muerto.
Algunos afirmaban que fue un terciario franciscano, un laico que seguía las reglas de la orden fuera del convento; otros afirmaban que estaba adscripto en Roma a la Compañía de San Juan. Frecuentaba a cura y a frailes; fue amado y admirado por obispos, cardenales y papas. Por las obras que efectuó en San Pedro como arquitecto nunca cobró nada, ya que deseaba trabajar en provecho de su salvación.
De edad avanzada, quiso formar parte de la peregrinación a la Virgen de Loreto. A veces, se sentía con ganas de renegar incluso del arte, su único consuelo, aunque no pudo abandonarlo jamás.
Dos días antes de su muerte todavía su mano cansada tenía el cincel esculpiendo el Cristo muerto de su última Pietá, pero aquel cuerpo en derrumbe que había contenido a un Dios y toda la esperanza de los hombres, ahora era un delgado despojo humano, ya no inerte sobre el regazo de María sino en caída hacia la tierra; más que un Cristo que gime es la extrema humillación divina en la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo, el más lamentable y lagrimoso testimonio del inmenso amor del escultor a la víctima celestial, en holocausto a la especie humana.

LA MUERTE

Pero ésta se iba aproximando y la esperaba sin temor; la presentía sin temerla. De joven había estudiado cadáveres; más tarde pintó lo que había visto. Una vez le escribió a Vasari: “Conviví con la muerte siempre. La memoria y el cerebro se han ido a esperarme a otro sitio”.
Ningún artista plasmó una muerte más pavorosa que la del Juicio Final, cuya boca se abre de estupor o en forma burlona; la propia muerte se horroriza de sí misma, porque para él era no únicamente el pago de los pecados cometidos, sino también la condena natural de cada individuo, condena aparente, desde el momento que es el inicio de una vida nueva, luego del paso de la resurrección.
No fueron los años y los males de la vejez los que quebrantaron su espíritu, sino los últimos golpes de sus enemigos.
Fue, en los primeros días de febrero de 1564 que empezó a sentirse mal, encontrándose que no podía descansar en sitio alguno. Este antiguo domador de piedras no quiso ser domado por la debilidad ni el paso del tiempo; hubiera preferido cabalgar de noche, como era su costumbre, cuando hacía buen tiempo, en vez de rendirse en el lecho de su ascética morada. El mal lo consumió en cinco días; dos levantado junto al fogón y tres en la cama, expirando un viernes por la noche.
El último rostro humano que vio fue el de Tommaso Cavaliere, al que admiró tanto por su belleza, que le recordaba el ideal platónico. Ahora se enfrentaba con su propia muerte, no con esa belleza de antaño.
Tres fueron sus funerales: el primero en Roma, el segundo en Florencia y el tercero, el más lujoso de todos, también en esa ciudad, pero en la Basílica de San Lorenzo.
Tuvieron la macabra idea de abrir el cajón para mostrárselo a los
Jóvenes artistas que no lo habían conocido en vida y lo hallaron, veintidós días después de su muerte, intacto: parecía dormir un apacible sueño. Dos siglos más tarde sucedió algo similar; el cadáver seguía intacto. Con su traje verde, como si reposara en un calmo sueño.
Dios quiso mantener ese cuerpo incorruptible por el que más hizo venerando su figura y su creación.
CONCLUSION:
Después de espiar paso a paso la vida de este cíclope entre enanos, conociendo sus debilidades, sus arrebatos de ira -muchas veces justificados- sus períodos de grandeza y sus etapas de tribulaciones: ¿Qué más se puede añadir a su historia?
Hubo varias tragedias en su artística vida: la tragedia del altar, la de la fachada, la de la sepultura, la de la Basílica, todas a causa de envidias y celos. Hambriento de amor, pocos lo valoraron y entre ellos no estaban sus predilectos; encontró hielo o tibias aguas a su lado. Fue admirado, venerado mas no querido ni amado. Aspirando al incendio del Paraíso, apenas encontró cenizas en el interior de sí mismo, en el humo de la fama o de la amistad.
Miguel Angel amó la belleza sensual del ser humano; lo que más le atraía era la luz de un rostro bello, ya que la naturaleza le negó al suyo todo rastro de ella, al límite que ni la luminosidad del genio logró transfigurarlo.
Florencia y Roma fueron sus refugios; nunca pasó más allá de Venecia, a lo sumo; soñó con peregrinaciones a Santiago de Compostela o al misterioso Oriente, mas sujeto a su arte por órdenes impuestas que lo mantenía pintando durante años, no pudo lograrlo.
Era un enamorado de la libertad personal y de la patriótica; muchas de sus figuras fueron liberadores y, entre ellas, el David, la más perfecta.
Vivió, padeció y trabajó arrebatado por la cólera o la inspiración.
Se trataba como un igual con los Vicarios de Cristo, siendo desde un humilde cantero hasta un pintor de última línea. Sin embargo, Miguel Angel, como artista, nos sigue conmoviendo hasta la veneración y, si su humanidad nos despierta piedad y afecto, como pintor o escultor fue el último y el único en ser considerado “el dios del mármol“… in vita aeternam, Amen.


Bibliografía:
Papini, Giovanni. VIDA DE MIGUEL ANGEL.
STONE, Irving. LA AGONÍA Y EL ÉXTASIS
CONDIVI ( única biografía que el artista autorizó).
Vasari. Epístola
de Holanda, Francisco :Vida de Miguel Angel

sábado, 15 de septiembre de 2018

ALBERT EINSTEIN

ALBERT EINSTEIN



Su exquisita sensibilidad, el amor a la belleza y el mundo poético, que bullía en cada partícula de su ser, se exteriorizó de diversas formas, aunque fue la música en cuyo sortilegio quedó finalmente atrapado. La magia de los sonidos le arrancaba lágrimas y le producía raptos de honda ternura; en ocasiones, una alegría infinita.
Extraerá del filósofo Kant la idea de que las matemáticas las llevamos dentro de nuestro intelecto; estaba firmemente convencido que, si algo podemos comprender, también es posible explicarlo con claridad.
No amaba el dinero: ¿Se concibe a un soñador convertido en un robusto burgués, amante de fortunas y comodidades? Vestía zapatos sin lustrar, siempre los mismos, pantalones de entrecasa y un pullóver gastado, con algunos puntos corridos. Era su modo de rebelarse frente al mundo; quería borrar todo apego a lo superfluo, en el comer, en el vestir y en la forma de conducirse en sociedad.
Einstein había sobrepasado las pasiones humanas; si las advertía, no se inmutaba y sabía apartarse, con sutil diplomacia. El desprendimiento era natural en él, ya que no sentía apego por nada material y se rebelaba, no como algo preconcebido de antemano, sino de modo espontáneo y con la simple generosidad de quien rechaza el dinero, con aversión instintiva. Prefería alternar con gente sencilla, desprovista de todo protocolo, y para quien la cultura no era un mero refinamiento sino una inquietud profunda del alma. No necesitaba de riquezas ni de frivolidades.
Había dominado el exceso de puritanismo sobre el "qué dirán". Rehuía de ciertos cánones, impuestos por la tradición. Lo hacía por la pureza de su espíritu, por la simplicidad de su alma. Afirmaba que "la vida se vuelve complicada, porque alguien se encarga de crearle obstáculos".
Le interesaba saber qué era el sol, las galaxias; dónde empezaba y terminaba el cosmos, cuál era el indescifrable destino del hombre. Podríamos repetir las palabras de Mozart al escuchar a Beethoven: "Contempladle atentamente; algún día, dará qué hablar".
Superó escollos, sin herir sentimientos ajenos. Conservó una línea de conducta que no alteró. Jamás dijo si el silencio que se hizo en torno a su obra, lo rozó. Si alguna vez se sintió herido, tuvo el coraje de llevarse el secreto a la tumba.
No le gustaba improvisar juicios ni emitir ideas sin fundamentos. Sus trabajos fueron una síntesis perfecta. Cuesta comprender cómo, en tan pocas líneas, pudo un hombre decir cosas tan importantes. Su lema era: "Hacer poco ruido, mas decir mucho".
Le gustaba pasear por los bosques y se extasiaba en la naturaleza, teniendo un gran amor por la quietud y la soledad, pero este goce se esfumó, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Su primera mujer sufría de melancolía, la cual fue empeorando con agudas crisis. Se había vuelto callada, introvertida y se sentía frustrada. Había sido su antigua compañera de matemáticas y -ahora- estaba convertida en dueña de casa. El hecho de que a su lado rondara el éxito, le dejó un sordo resentimiento, que fue minándola y convirtiéndola en un ser terriblemente extraño,  causando una pésima impresión. Einstein terminó por divorciarse, pero su hijo sufría de un mal similar. Fue internado, víctima de un desequilibrio mental. El oído del padre no percibía ninguna voz. Así de absorto estaba y tan grande era su sufrimiento. Quien haya sido capaz de soportar esta tortura paternal -sin entrar en agonía- es un santo o un héroe. Einstein logró superarlo.
Conoció a Elsa, su segunda mujer, y conoció junto a ella momentos de gran felicidad. Posteriormente, la muerte de su mujer fue el inicio de la soledad. Se aproximaban años difíciles. El vacío a su alrededor lo envolvía; se hacía denso, penetrante. No se quejó; se sometió a su ley. La vejez lo alcanzó inadvertidamente, sin el más mínimo ruido, cuando sus sueños se habían agotado. No le importó: "Del átomo vienes y al átomo regresas".
Teoría de la relatividad
Anticipó que la luz de las estrellas, al pasar próximas al sol, se desviaba de su línea recta en forma pequeña, aunque perceptible, mediante instrumentos especiales. Se debía aprovechar un eclipse solar, para fotografiar la luz de estas estrellas.
Luego de escribir acerca de esta teoría, estuvo enfermo una semana, postrado en cama, a causa de la fatiga de la creación.
La guerra
Agosto de 1933. Hitler sube al poder, aprovechando la confusión reinante. El 28 de septiembre de 1939, cae Varsovia en poder de los alemanes. Le sigue Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Grecia y Francia. Inglaterra, mientras tanto, no se deja intimidar. El 7 de diciembre de 1941, fue la tragedia de Pearl Harbor: los EE.UU. entran por fin en guerra. El mundo convulsionado no saldrá del caos "sin sangre, sudor y lágrimas", al decir de Churchill.
La bomba atómica
Einstein estableció que al fragmentarse el núcleo atómico, la energía liberada sería igual a la masa perdida, multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz. Según cálculos matemáticos, en un gramo de materia existiría una fuerza equivalente a unos 90 x 10 a la potencia vigésima ergios, que sería capaz de levantar 10 millones de toneladas de peso, a la altura de 100 metros. Esto podía conducir a una bomba extremadamente poderosa que, transportada en un barco, destruiría todo el territorio circundante.
Fin de la guerra: Hiroshima
El 6 de agosto de 1944, a las 8.15 A.m. cayó la primera bomba atómica sobre esta isla, ya que Japón no se rendía aún. Fue transportada por un avión B 29, a 600 metros de altura, en un ataque sorpresivo.
Un relámpago enceguecedor, una fuerte ráfaga de aire, el derrumbe de edificios, una nube de polvo y los incendios estallan por doquier. A lo lejos, el hongo atómico.
70.000 muertos en forma instantánea y otros 70,000 heridos a causa de las terribles quemaduras, tras una larga y peno
sa agonía, por el efecto radioactivo. Se originó en forma de luz, de calor, radiación y presión, desde los rayos X hasta los ultravioletas y los infrarrojos, con la velocidad del sonido. Los gases, extremadamente calientes, formaron aquel hongo inicial, que se expandió hacia arriba y hacia fuera, a una velocidad menor. Duró -quizá- una fracción de segundo. No obstante, la radiación alcanzó a producir quemaduras de tercer grado a 1,600 metros de distancia. 
Tres días después, la guerra terminaba, con la explosión de una segunda bomba, sobre otra isla: Nagasaki.
La era atómica
Einstein jamás se recuperó de que su teoría fuera utilizada no en pro del progreso y de la ciencia, sino como símbolo de una guerra atroz. Creía  en el poder de la palabra, no en la violencia. Pacifista a ultranza, no tuvo -ni le dejaron los acontecimientos históricos- opción alguna. Tuvo que cambiar el rumbo de sus valores.
Tagore afirmaba que el mundo es relativo, porque la realidad depende de nuestra conciencia. Einstein, en cambio, admitía la verdad, fuera de toda existencia del individuo. 
La comedia humana crea ataduras, aunque es algo idealista desprenderse de ellas y vivir de acuerdo a dictámenes más hondos y auténticos. Ambos representaron Oriente y Occidente unidos,  con el fin de edificar un mundo mejor,con amor y entusiasmo. 
El siglo XX jamás deberá olvidar que, gracias a este genial físico y sus descubrimientos, algunos hombres encontraron el espíritu de la paz y algunos pudieron volver a mirarse como hermanos. La vida seguía siendo digna y respetable, aunque un nuevo período acababa de nacer: la temible era atómica, con toda su cruel magnitud y consecuencias.


EL BOMBARDEO EN LONDRES



El Bombardeo en Londres



La II Guerra Mundial comenzó el 3 de septiembre de 1939 y cayó sobre los europeos “como un relámpago: fue una catástrofe impensable”.
Los tiempos habían  cambiado; no sólo fueron las muertes, heridos  sino un cierto hastío y desolación cósmica se apoderó de los países europeos occidentales.
En 1914 se perdió la esperanza de ser civilizados; en 1939 nos convertimos en salvajes con armas minuciosamente construidas para asesinar mayor cantidad de personas en la menor cantidad de tiempo: Hiroshima, por ejemplo.
Entre 1917 fue la revolución rusa  con la caída del último zar y de  toda su familia, incluido unos pocos sirvientes. 
Los soviets torturaban o enviaban a Siberia a los disidentes o simples críticos del régimen nuevo impuesto, fueran de derecha o de izquierda, científicos o intelectuales.
En Italia, con Mussolini como dictador  nacionalista -lo opuesto al comunismo ruso, según él, aunque  empleando  los mismos métodos de crueldad-.
En Alemania crecía los mismos ideales con un Hitler nazi, aunque con un sistema gigantesco en sus métodos de muerte, gasificando entre  cinco o seis millones de seres humanos, judíos, gitanos, polacos,  comunistas,  o simplemente  no adheridos al  partido, previamente confiscados sus bienes. Su barbarie fue similar a la de Stalin.
Hitler fue el primero en instruir a sus colaboradores  en el secreto de la eutanasia y -al percibir el malestar en Alemania- llevó su método al campo de concentración de Polonia (Danzig). Europa yacía bajo las manos de un psicópata sádico. Las palabras que se escuchaban por radio, salpicadas de ira  espoleaba a los nazis partidarios, contagiados por su locura: el Holocausto fue posible por la obediencia de sus subordinados: aceptar y cumplir sus órdenes  fue también de psicópatas.
Inglaterra y Francia  no reaccionaron con la invasión a Austria de Hitler y su  frágil  excusa.  Le siguió Checoslovaquia y Hungría. Según la explicación los gobiernos de Gran Bretaña y Francia deseaba unir al pueblo germano en las regiones donde había mayoría de germanos. Las potencias no se decidían a enfrentarlo, conociendo su debilidad militar frente a un enemigo equipado y disciplinado con excelencia .
No se comentaron en los diarios las torturas ni el exterminio de 160.000 austríacos judíos, eliminando a todo el que no fuera totalmente de sangre aria pura. Era una guerra entre la civilización en oposición al nacionalismo nazi.
Pero paulatinamente se adquirió conciencia del salvajismo nazi y se reconoció que la guerra era inevitable. Quien pudo llegar a Alemania, para intentar salvar a un amigo, se enteraba del desesperado estado de las víctimas y la brutalidad germánica.
 Las potencias debían decidirse; los que  escapaban juraban  morir antes que caer en las garras del enemigo.
 Esta ofensiva fue de una crueldad  inimaginable;  un genocidio a sangre fría, con millones de seres humanos asesinados en las cámaras mortíferas de gas , dirigidas por obedientes subordinados. Entre ellos hubo médicos, que llevaban a cabo experimentos repulsivos sobre  víctimas jóvenes elegidas. 
Si no morían en las cámaras morían de hambre, consumidos, semi desnudos en el frío glacial y llenos de piojos; gasificaron día y noche entre los años 1942-44 cuando ya sabían que no podían vencer.  A los cadáveres, antes de tirarlos en un pozo común, le quitaban los dientes de oro y cortaban sus cabellos para venderlos. La falta de  sentido de aquellos asesinos fueron estigmas inolvidables.  La civilización dio marcha atrás y consideró a sus súbditos como peones de ajedrez, títeres, objetos para satisfacer su odio. Hubiera sido imposible asesinarlos en  masa, si se los hubiera considerado humanos.
Los europeos de occidente miraban con desesperación el mundo de Stalin, Mussolini y Hitler y entraron finalmente en la guerra con una mezcla de resignación.
Chamberlain traicionó a Checoslovaquia; fue un hombre frío e incompetente. Los pasos no dados fueron vergonzosos, moral y políticamente equivocados. En el Tratado de München se abandonó el país en manos de Hitler con el fin solamente de aplazar la guerra; fue un error. Al entrar en guerra, olvidaron que los checos  hubieran ayudados a favor de los aliados.   Con la invasión de Polonia  llegó la decisión del ultimátum.

La hostilidad aérea en Londres comenzó en agosto de 1940 con un tremendo estruendo a la hora del almuerzo, lanzando balas  contra la gente y edificios durante treinta y seis horas sin interrupción.
Uno puede habituarse a esta visión de balas cayendo, aunque la primera vez produce  un extraño impacto. Llama la atención los escombros de cristales en todos  lados. Durante el ataque de aviones en masa sobre la capital era siniestro el ruido del zumbido: seguía un silencio y el regreso de los aviones. Churchill exhortaba a los civiles: “no puedo ofrecerles sino sangre, sudor y lágrimas.” Se vivía con un sentimiento de irrealidad para encontrarse con una realidad inimaginable.

Durante la invasión de Holanda,  y la rendición de Bélgica un quieto fatalismo de lo inevitable se apoderó de los ingleses. Algunos pensaban en la derrota de Francia y en la invasión a Inglaterra en pocos días. Cayó Francia e Inglaterra se retiró a Dunkerque; se encontraba al filo del desastre. Alemania tomó París.
Los refugios antiaéreos era un amontonamiento de miradas de pánico y el olor desagradable de seres humanos aglomerados. Mucha gente huyó de la capital por unos  días . Cuando tomaron el tren de  regreso, encontraron media ciudad destruida, con  las calles irreconocibles, humeantes, con montones de cascotes en ruinas. Sus casas o negocios completamente destruidos durante esas interminables treinta y seis horas de bombardeo. Tal vez encontraban una silla intacta o un retrato familiar entre la pared de la casa vecina. Las ventanas sin vidrios, el tejado semi caído y puertas sostenidas por un gozne. Los cuartos imposible de habitar, los libros esparcidos cubiertos de yeso y polvo, todo envuelto en una confusión macabra; los tubos de desagüe maltrechos y quizá a punto de explotar en cualquier momento.
Lo peor, lo más siniestro fue el silencio.


Leonard Woolf  La muerte de Virginia, capítulo 1 de Journey not the Arrival Matters (an autobiography of the years 1939 to 1969) traducido por Marta Pesarrodona, gracias a Esther Tusquets. (adaptación de Cristina Bosch solamente el bombardeo de Londres)

ARTE POÉTICA

ARTE POÉTICA



Si a un pintor se le ocurriese unir una cabeza humana a un cuello de caballo y, juntando miembros de toda clase de animales, los cubriera de variadas plumas  de modo que, siendo una mujer bella en la parte superior, rematase monstruosamente en un disforme pez: ¿podrías contener la risa?

Sería lo mismo si un libro fuera de propósito de ideas vanas, confusas, cual los delirios de un enfermo, de suerte que ni el principio ni el fin tuvieran la unidad del conjunto: LA LIBERTAD NO ES PARA PONER LO FIERO CON LO MANSO NI PARA UNIR PALOMAS CON VÍBORAS NI TIGRES CON CORDEROS.

A veces a un comienzo grave que promete maravillas se zurce uno que otro remiendo de grana muy brillante: Si empezaste a hacer un ánfora ¿por qué, dando movimiento a la rueda te sale una taza? TODA OBRA DE ARTE HA DE TENER POR FUNDAMENTO LA SIMPLICIDAD Y LA UNIDAD.

El arte de unir las palabras tiene también sus secretos. La libertad no es licencia y has de proceder con tiento.
Cada  escrito tiene su carácter, y cada tema, su colorido: ¿Por qué, si no puedes ni sabes guardar el debido estilo, se te va a llamar poeta?  
Un asunto cómico no puede ser tratado en verso trágico ni se deben tratar temas serios en versos familiares, apenas dignos del estilo cómico. GUARDEN LOS LÍMITES Y EL ESTILO ADECUADO, QUE EL BUEN GUSTO LES TRACE.
No basta que los poemas tengan belleza y estilo; es necesario también que sean patéticos y que lleven tras sí el corazón del oyente.
Si quieres que llore, llora tú primero, entonces harán mella en mí tus desgracias, porque si no, me darán risa. 
SI LAS PALABRAS NO CORRESPONDEN AL ESTADO DE ÁNIMO, SE REIRÁN O SE ABURRIRÁN O LO PERO AÚN: LES  DARÁN GANAS DE DORMIR.

No hagáis hablar a un esclavo como  un héroe, a un anciano como un joven fogoso, en la flor de su edad. Sigue la tradición, tocante a lo caracteres de los personajes, o sé consecuente, cuando inventes.

Un asunto común, tratado ya por otros, lo puedes tratar tú también y será como cosa tuya, si lo hicieras sin trivialidad, sin andar a rastras del autor y sin que pusieres tu empeño, como un servil copista en seguirlo palabra por palabra.
Los montes que están de parto:¿qué paren? Un ratoncillo que da risa.
Observa con cuidado las diversas costumbres de cada edad. El genio cambio con los años y has de fijarte bien que las inclinaciones cambian con la edad.

Una acción se representa en la escena como presente o se cuenta como sucedida.
- Empezar sin énfasis, modestamente.
- No servirse groseramente de frases demasiado crudas.
- Tanto cuesta el orden como la unidad.
- El verso demasiado cargado acusa la precipitación del escritor y su negligencia; serán versos sin enjundia, llenos de sonoros gongorismos. Vuelve al yunque esas palabras mal forjadas.
-Sé breve, para que el entendimiento los perciba pronto y retenga fielmente tus palabras. Todo lo superfluo se va y rebosa de la memoria.
-El principio y la fuente para escribir  tendrás guardada nueve años. Podrás así corregirla a tu gusto.
El amigo sincero  y docto no hallará excusas para los conceptos lánguidos; no tendrá piedad para las palabras mal sonantes; tachará de un plumazo lo mal desaliñado y sin gracia; cercenará los adornos altisonantes; tal frase oscura deseará que se aclare, tal vocablo equívoco, intentará que desaparezca; no dejará pasar nada que a su juicio no sea lo correcto: será inflexible.

Bibliografía; Horacio, ARTE POÉTICA, Editorial Porrúa. S A Méjico, año 1977, segunda edición, (adaptación de C B).

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Gibraltar

MARTES, 10 DE OCTUBRE DE 2017

Gibraltar

 

Un peñón, una roca de arcilla de un gris claro en capas paralelas con innumerables cavernas a trescientos cincuenta metros sobre el nivel del mar con una profundidad de cien metros. En la caverna Victoria se halla diminutas estatuas de piedra de enorme belleza. El peñón tiene cuatrocientos sesenta y cinco metros de alto y su ancho está entre mil doscientos  y mil seiscientos metros. En la cima están las fortificaciones y en diferentes lugares se puede ver la luz y el cielo por ambos lados.
Es el guardián del Mediterráneo, el punto clave  más angosto en occidente, un lugar estratégico  en tiempos pasados. Pertenece a Gran Bretaña, así como también los Dardanelos, que es el estrecho oriental.
Huesos de astas y animales africanos, hallados en Francia, prueban que estuvo unida a los dos continentes. (¿Cuántos miles de años pasaron cuando se produjo el quiebre?) Las astas estaban a once millas, en la zona angosta. Desde África, desde sus colinas se percibe esta  peña meridional de importancia capital.
La ciudad está tierra adentro, como una guarida de contrabandistas.   Existe una aldea de pescadores a dónde se  llega por el túnel del Peñón.
En verano parece consumido por el fuego. El gobernador tiene acceso a los célebres jardines ingleses. Como ritual, durante cada comida, éste recibe  las enormes llaves de hierro con moho, sobre un almohadón de terciopelo púrpura, costumbre que se repite a diario hace dos siglos.
Fuera de la roca hay palomas, perdices y hasta monos en libertad, llevados allí para protegerse de los felinos y sobrevivir en un lugar más meridional. Un guerrero  árabe fue quien reconoció el lugar y treinta años  más tarde se construyó una fortaleza con una gran torre, que aún existe.
Entre 1300 y 1800, durante cinco siglos hubo quince asedios contra el Peñón. Moros españoles, piratas, reyes y duques lo atacaron sin éxito.
En el S XVII, en una de las tantas guerras contra Luis XIV, Inglaterra consiguió instalar una base,  y en tres días, pasó a manos de los ingleses. Comprendieron su enorme valor estratégico  pues penetrar por el Estrecho  durante siglos fue imposible. Un Almirante que representaba a un Archiduque Habsburgo, aliado a Gran Bretaña, debía haber izado la bandera del noble pero, reconociendo la enorme importancia de su conquista, izó la inglesa y tomó posesión oficialmente en nombre de la reina Ana, como uno de los más trascendentales objetivos de la política inglesa.
España y Francia comprendieron el golpe de gracia británico.  Intentaron quitársela y asediaron el Peñón; durante veinte años hubo ataques  sorpresivos y negociaciones, a las cuales siguieron más enfrentamientos, pero todo fue inútil.
En 1780,  por cuatro años, Inglaterra se encontró debilitada a causa de EE. UU. Los españoles la asediaron por el hambre con ataques, pero solamente pudieron reconquistar la isla Menorca, que aún conservan. Finalmente levantaron el sitio y ambos comandantes se encontraron en el Peñón.
Desde el S XVIII Gibraltar se mantuvo calma. Inglaterra barrió a Francia del Océano, aunque aparecieron otros enemigos como Austria, potencia en el Mediterráneo, gracias a sus conquistas en Italia. Saboya se apoderó por un tiempo de Cerdeña y Sicilia; el Zar Pedro I el Grande  intentó poseerlo inútilmente. Francia la sitió durante dos años  sin lograr su cometido: su flota  nunca estuvo a la altura de la  inglesa.
En épocas de guerra, Gibraltar cortó todo contacto entre Brest y Toulon. Su poder es similar al canal de Panamá, que divide el Atlántico del Pacífico.
Entonces, se pensó de nuevo en el canal de Suez, antiguo plan desde la época de Luis XIV, para que Francia pudiera establecer su comercio entre Suez y Alejandría. Se distrajo al Rey Sol de sus conquistas en el Rin, proponiéndole tomar posesión de Egipto, pues Francia y Turquía estaban enemistados: el proyecto debió esperar ciento treinta años.
Curiosamente, mientras Inglaterra capturó el Estrecho de Gibraltar, a Francia no se le ocurrió ocupar el canal de Suez,  la  entrada oriental  más importante  del Mediterráneo.

   



EL HOMBRE LIGHT

EL HOMBRE LIGHT



Las dos notas peculiares son el hedonismo y el consumismo que deslizan al hombre hacia una decadencia moral. El primero es la ley del placer por encima de todo. El segundo es gastar, comprar y tener; se lo vive como una nueva experiencia de libertad. Lo importante es lo que opina la mayoría.
La permisividad es no prohibirse nada, atreverse a todo, alcanzar la muerte de los ideales. 
El hombre vive rebajado a nivel de objeto, dirigido por la publicidad, tiranizado frente a los estímulos deslumbrantes y artificiales: no poseer algo lo hace infeliz. Vive en una neutralidad sin compromiso, con una tolerancia hacia sí mismo ilimitada. No le preocupa la justicia ni los temas existenciales sobre la vida o la muerte; cada vez más vulnerable, se hunde en el vacío.
Es necesario cambiar el rumbo, saber que lo material no colma las aspiraciones ni llena el espíritu. Es una sociedad desorientada, desengañada, escéptica, utilitaria, que va a la deriva y a un  galope que lo deshumaniza.
A fin del S XX y a principio del XXI hubo una gran confusión, un cierto desconcierto y desorden, una inversión de valores que trae graves consecuencias. 
La información predomina sobre la cultura y los valores. El hombre Light tiene una curiosidad insaciable, aunque mal dirigida; quiere saber sobre todo pero meramente superficial. Siente un placer sin alegría, un cinismo práctico, atrincherado en su propio individualismo; todo es negociable y todo fin justifica los medios.
Lo permisivo significa que no existe impedimento alguno, todo rodeado de una indiferencia, una insensibilidad gélida y desapasionada, sin puntos de apoyo, como una brújula que  perdió el rumbo. El nihilismo predomina, dejando un ser pesimista que nada profundiza, con una cierta melancolía que no apunta a ninguna dirección, como no sea el consumismo y el liberalismo. El confort es la única meta.
El  hombre Light abunda en los niveles socio-económicos altos de Occidente, con una ausencia total de cultura, si exceptuamos la información. Los temas profundos se omiten. El tema predominante ser rico  como carta de presentación.
Busca una pareja sin compromiso: la gran preocupación es el físico, el peso, estar en forma y  recurre a múltiples cirugías estéticas sin necesitarlo. Tiene como primera diversión el zapping, los jueguitos, el celular  y todos los otros artefactos electrónicos para comunicarse sin decir nada: la curiosidad saciada en revistas con muchas fotos sensacionalistas y escaso texto, un exceso de actividades con una pérdida de sentido a  un ritmo vertiginoso, que roza el agotamiento en un equilibrio inestable; gesta un individuo desconcertado, abrumado por tanta noticia negativa, incapaz de llegar a una síntesis.
No hay lugar para las  pasiones fuertes  y sí una gran incapacidad para un amor comprometido.
Se debe regresar a los intereses perdidos; disfrutar de ciertos valores herrumbrados y desconectarse de la realidad. El saber lo consideran  para una elite pasada de moda. El hombre necesita regresar a su equilibrio.
 Este hombre moderno no tiene tiempo ni perseverancia. 
Madurar es sentirse íntegro, sólido, con un criterio amplio. Sin una respuesta a tantos interrogantes, se vive en una constante perplejidad. La vida se programa.
 La felicidad es un conjunto de pequeñas ilusiones hechas realidad; el amor, el trabajo  la cultura y los valores salvarían al individuo de su decadencia pues ser Light es una fuga  de sí mismo.

Bibl. Rojas, Enrique, EL HOMBRE LIGHT ; editorial Planeta, año 1992.

¿QUÉ ES EL TAOÍSMO?

El Tao traducción y versión

 traducción del Tao  al ruso.
ALEA, JACTA ES 9: EL TAO -TE- CHING:

Lao Tzu - Tao Te Ching Traducción chino-inglés: Gia Fu-Feng y Jane English, 1972 Versión del inglés al castellano:  Cristina Bosch

SÁBADO, 11 DE OCTUBRE DE 2014


¿QUÉ ES EL TAOÍSMO?


Sus orígenes 




Y en este universo sumido en la angustia y la ansiedad, atenazado por los miedos, el pesimismo y la desconfianza, el Tao nos devuelve la fe en el orden universal y nos anima a la gran aventura espiritual para que la existencia sea digna de ser transitada. La sonrisa del sabio nos reconforta y junto a ella recuperamos la visión cósmica.