Granny,
multimillonaria, sentía debilidad por su hijo único y lo mantuvo las veces que
lo necesito, aún cuando era presidente en la Casa Blanca. Era muy dominante, muy
generosa, mimaba a sus cuatro nietos y malcriaba a su hijo; el sueño de su vida era verlo un día como
presidente de los EE. UU: era extrovertido, social y carismáticos; lo adoraban en todas partes; estudió en
Harvard, coleccionaba sellos.
Como no quería que se casara con mi madre se
lo llevó de viaje para persuadirlo, lo
cual no logró.
Eleanor,
era lo opuesto; introvertida, tímida, no social. Se fueron a Europa. En Campo
bello, -se llegaba a la isla por mar-, Granny compró una nueva casa junto a la
de ella.
Eleanor nació el 11 de octubre de
1884; era la mayor de los tres hijos de Teodoro
Roosevelt y Anna Hall, la máxima belleza de Manhattan. Era alta, esbelta y
rubia, con una buena educación.
Teodoro era dos años mayor. Eliot
tuvo una infancia enfermiza, sufría de asma, ataques de vértigo y dolores
atroces de cabeza. A los 16 años fue enviado a Texas y pasó a ser gran jinete y
un conocedor del rifle. Amaba el Oeste y el campo abierto.
Eliot
se casó con Anna. Teodoro regresaba de la India de una cacería de tigre y elefantes,
atravesó el Himalaya hasta el Tíbet; gastó de su herencia 125.000 dólares en ese
viaje. Era un asiduo de safaris africanos y bebía. Eleanor, su hermana, lo adoraba, ella
estaba por cumplir doce años cuando murió.
Su
padre tuvo un tumor cerebral a los 31 años;
era alegre, deportista, cazador y jugador de polo. Bebía para aliviar su
dolor; era su paliativo. Para mi madre
su padre no fue una figura importante; vivía de sanatorios en sanatorio.
Su
crianza fue estricta. El único contacto
con su madre era, cuando la llamaba para que le diera masajes en la frente. A
Eleanor le encantaba verla vestirse para
salir y le gustaba tocar sus alhajas o sus vestidos. Intuía que no la quería
por su falta de belleza. Tenía doce, cuando quedó huérfana mi madre. mi abuela
la llamaba el patito feo y así se sintió toda la vida.
Entre
su abuela y sus frívolas tías bellas no aprendió nada sobre el amor físico.
Mis
padres eran primos con el mismo apellido. Franklin vio a Eleanor en Hyde Park,
la casa de Granny. Ella era muy tímida, pero él la sacó de su mutismo. De repente le
gustó participar de los bailes; él fue su mejor oyente. Mi padre no tenía
experiencia mundana; una mujer así lo habría asustado: hasta el día del compromiso no se besaron.
Franklin
le regaló un reloj de oro colgante con las iniciales grabadas en diamantes.
Granny le regaló un collar de perlas.
Toda
la familia fue a la boda; doscientas personas entre ellas Teodoro Roosevelt ;
después de la ceremonia hubo una gran recepción.
Al día
siguiente fueron en tren a Hyde Park. Mi padre estaba feliz y tranquilo, igual
que mi madre. Se graduó en Harvard. Fue
a la Escuela de Derecho en Columbia. El
hubiera ingresado en la Marina, no en la universidad. Debía asistir por un año
académico en Columbia; una semana más tarde la pareja se mudó a un departamento
en un hotel y el hermano de ella se mudó con ellos para que no sintiera que lo abandonaban. Debía ofrecerle un hogar a ese
hermano que trataba como a un hijo.
Eleanor intentó que Granny la quisiera. Fue una
difícil relación; le escribía cartas muy cariñosas -no sé si sentidas-. Granny
tenía prejuicios; ella se sintió no aceptada en la Sociedad de New York.
Granny
la apodaba “la pobre pequeña Eleanor”.
Mis
padres se casaron sin conocerse, lo cual condujo a la desilusión: compartían
una visión romántica del amor. Eleanor no sabía ser mujer ni madre, y tenía
normas muy rígidas; su marido fue muy paciente. El sexo era un deber, nunca un placer.
Cuando finalizó el año en Columbia, se embarcaron
hacia Europa en una segunda luna de miel.
Ella le escribía cartas a Granny, intentando ganar su cariño. Ella
deseaba acercarse y él era muy atento y muy cuidadoso, pero él no quería ser idealizado.
Cuando
regresaron a Columbia, donde debía quedarse otro año, estaba embarazada. Granny les alquiló una casa a tres cuadras de
la suya. Tenían tres sirvientes. Quería
tener electricidad y gas pero su marido se opuso por creerlo innecesario.
Eleanor quedaba bajo la protección total de Granny y su hermano, que estaba internado, también se mudó de
forma permanente.
Granny
los ayudaba para mantenerse. Era muy generosa e intuía si su hijo necesitaba dinero. Los ingresos de él
eran de 5.000 dólares (por el testamento del abuelo) pero en un fondo tenía 100.000 dólares de herencia, manejado por Granny. La
herencia de mi madre era de 7.500
dólares anuales en otro fondo en acciones y bonos de New York, administrado por el Banco. Granny le enseñó a
su hijo a vigilar el centavo y anotar cada gasto, mientras la familia
materna despilfarraba el dinero, aunque
logró que su nuera apuntara los gastos.
Mi
padre educaba a mi madre y preparó
libros para los gastos de la casa. Granny los aconsejaba. Con los 300 dólares
que mi madre aportaba de su herencia de un Fidecomiso debía pagar todas las
cuentas, comprarse vestidos y la ropa de sus futuros hijos.
Se
sintió mal los tres primeros meses, aunque se sentía feliz de no ser estéril.
Deseaba tener hijos tal vez no tan pronto. Era totalmente dependiente de Granny
y al principio se sentía aliviada. Daban por la mañana un paseo y por la tarde
un paseo en la berlina. Comían juntas una vez al día y a veces también con Franklin, que regresaba de la Facultad
de derecho. Granny estaba encantada con su tímida y torpe joven
nuera. Frank notó una gran diferencia desde
que su madre se ocupaba de los tema domésticos y dirigía la casa; mi
madre no sabía elegir una lista de platos o preparar una comida. Estaba ansiosa
que llegara el momento del parto, aunque nada sabía cómo cuidarlo o
alimentarlo. Mi abuela contrató a
Blanche, una enfermera, que el 3 mayo llamó a Granny para que viniera de inmediato.
Llegó antes que el Dr. a mediodía nació Anna: pesaba 4 ½ kilos. Se contrató una niñera con cama
adentro. Eleanor era consciente de sus limitaciones. Ni siquiera sabía que el
niño debía eructar luego de mamar. Sis,
como la apodaron a la niña, tuvo convulsiones. Llegó otra enfermera con más experiencia. Mi
madre fue operada de hemorroides, considerada en ese entonces muy seria. Cada
año volvió a estar embarazada y mi padre tenía la misma entrada de dinero más
la ayuda de su madre.
A
Roosevelt le aburría su carrera y no
obtuvo el título. Comenzó un trabajo en la firma Carta, como mandadero y para
investigar en la biblioteca temas legales. Pasó a ser pasante principal en los
casos de la corte municipal y luego en la división del Almirantazgo, que
disfrutó. En los tres años siguientes se relacionó con individuos socialmente
inferiores y mejoró sus perspectivas. Comenzó su educación social con amigos,
luego del horario de oficina. Pasaba tiempo con mi tío, de 19 años, pues se
llevaban muy bien. Franklin comenzó a jugar los sábados al póker, pese al
disgusto que manifestaba su mujer.
En sus
ausencias más largas se quejaba de no recibir noticias durante días. Antes del
parto anotó lo que debían hacer su marido, la niñera, los llamados telefónicos,
las cuentas. Temía tener otra niña para desilusión de su marido y de la abuela,
que ansiaban un varón. Nació el 23 de diciembre
de 1907 James, con un peso de más de 4 ½ kilos. Tuvo neumonía. El hermano de mi madre se mudó pues la casa
quedaba chica.
Granny
lo solucionó comprando un terreno e hizo construir dos casas gemelas
de seis ambientes
intercomunicados por varios sitios, compartiendo el salón de entrada. Granny y su hijo se
ocuparon del croquis y pasaron horas estudiando los planos; a mi madre no le
interesaba ni la llamaron para participar. Le molestaba tanta intimidad y se
puso a llorar. Mi padre, sorprendido, le preguntó la razón y le respondió:- No
es la forma que yo quiero vivir.
-No seas tan necia, le replicó.
Dentro de poco te sentirás mejor. La dejó para que se calmara. Ella sabía que
había un parte de verdad en lo dicho. Mi padre llegaba al alba de jugar al
póker o del Club o de comer con su madre.
1910- Doce meses de calma, una
etapa pacífica antes del caos. Francisco José reinaba en Viena, Jorge V, en Inglaterra;
Hitler tenía 20 años. Mi padre comenzó su actividad política. Era por supuesto
demócrata por herencia; tenía la capacidad de entenderse con todos, en
cualquier nivel.
La familia crecía y vivíamos en la
isla. Mi padre tenía poco tiempo para dedicarnos.
Su mujer le rogaba que viniera. Nosotros teníamos una niñera inglesa y otra
alemana para los niños. Granny no comprendía por qué tanto servicio doméstico
en vez de hacer su nuera las tareas.
Mi padre fue a New York, pues
estaba próximo el parto. La familia se quedó en Hyde Park. Tenían ahora cinco
niños.
Franklin junior murió de neumonía a los siete meses. El
médico habló de problemas cardíacos. Al
alba cesó de latir. Mi madre quedó desconsolada
hasta que al año estuvo embarazada otra vez.
Cansada de parir y no conociendo
otro método que abstenerse, pues nadie en su familia, siendo huérfana desde los
doce, le mencionó ese tema. Tampoco su suegra ni del lado de la familia de su
marido. No se hablaba. Resultado; dejaron de tener relaciones.
Franklin se dedicó a la política
con entusiasmo, buscando presentarse como senador. Tenía una chance de 5 a 1.
Dos semanas después de nacer su último hijo Jimmy, aceptó un puesto en
Poughkeepsie. Mi madre no se inmutó; no formaba parte ni se interesaba: simplemente
obedecía.
El mes fue agotador para Roosevelt:
debía hablar con cada granjero republicano; hicieron 3.299 Km por caminos de
tierra a diez discursos por día e invitarlos a tomar una copa a una taberna. Mi
padre se cayó de un trolebús en New York y cojeaba; estaba flaco, tenso,
nervioso pero su mandíbula señalaba su obstinación y resistencia.
Los republicanos lo subestimaron,
sin darle importancia; era un joven rico,
a favor de los granjeros. Su discurso era afectuoso con un toque de
humor. Quería representarlos a ellos y no estaba sometido a ninguna autoridad.
En noviembre, Roosevelt
ganó por 1.140 votos de los 30.000 en las urnas. Además se logró una
limpieza demócrata, triunfando en ambas cámaras. Ganaron por la energía paterna
y el dinero de mi abuela que gastó 1.500 dólares además de la casa mucho más grandes cómoda y
elegante. Primero nos mudamos a New York
temporalmente en Año Nuevo con tres sirvientes, una niñera inglesa para Sis, mi
hermana, y Jimmy y el ama de cría.
El método de Roosevelt era escuchar a los demás para aprender. El mismo
día de la mudanza, por la tarde invitó a
sus seguidores en medio del caos y los refrescos que Eleanor servía. Durante 3
horas los
granjeros y sus familias deambularon por la casa. Pero mi madre estaba
feliz, pues no estaba bajo el dominio de Granny, aunque le –
escribiría a diario. El deseo de la independencia de su
suegra y de su marido creció.
Luis era el socio político más íntimo y capaz. Débil,
desaliñado, faltaba dinero en su hogar;
jugaba al golf, al tenis, pescaba, hacía
ciclismo. Una caída le dejó heridas en la cara y se burlaba diciendo que era
uno de los hombres más feos de New York. Fue quien llevó a mi padre a la Casa
Blanca.
Se casó con Grace y tuvieron una
hija, Mary. Se convirtió en la otra mitad de mi padre. Ganaba poco, tenía mal talante, se quejaba pero a veces le
donaba su sueldo a mi padre para poder pagar sus cuentas. En política y en todos los asuntos
relacionados con Franklin era inagotable; se ocupaba de cualquier tema para
ayudarlo en todo sus proyectos, siendo eficaz; atrasaba las presentaciones, si no le eran favorables, era jugador póker,
sentía desprecio por lo superficial, era cómico y tenía un marcado sentido del
humor. Agudo y calculador, quería a mi madre, mientras Luis lo llamaba Señor presidente y mi padre
lo llamaba el almirante.
Louis y Roosevelt se conocían desde hacía mucho tiempo; el primero en denominarlo “el querido y venerado futuro presidente” en
un telegrama. Le auguró a mi madre el espléndido triunfo. Tenía un magnetismo físico impresionante y
emanaba energía por su aspecto viril.
Wilson fue postulado. Louis,
empleado de Osborne, se unió a Roosevelt
para trabajar en la próxima meta necesaria. Hacer que mi padre fuera elegido.
Roosevelt enfermó de fiebre
tifoidea, postrado en la cama. Mis padres se lavaron los dientes con agua
contaminada de las jarras en los camarotes. A los pocos días se contagió mi
madre.
La situación de Louis era
económicamente desesperada. Dejó el periódico, pensó que trabajaría con Osborne,
pero lo despidió sin pagarle. El contacto más estrecho con mi padre aumentó la
antipatía de Eleanor que no lo soportaba. Fumaba incluso en el cuarto del enfermo. Pasaban
horas juntos y ella quedaba excluida. Grace se quejaba del poco tiempo que
estaba en la casa.
Louis sabía que Franklin no era un
buen orador: no era su talento, pero su mano derecha era un político, tal vez
el mejor de los Estados Unidos.
Roosevelt tenía 15.599 votos. Su opositor tenía 2.628; era una victoria
inesperada. Desde ese instante ambos fueron dos mitades en un mismo ser político.
A ambos les gustaba la acción; Franklin estaba señalado por la política y un
estudioso de la Marina; su subsecretaría era una ambición. Renunció a su escaño
en Albany. Louis se encargó de todo lo que estaba pendiente. Mi madre retrasaba su ida a Hyde Park quedándose en
New York y Franklin se trasladó de Washington a P. feliz. El salario era de
2000 dólares anuales y de inmediato le aumentó mil a Louis como secretario
privado.
A mi madre le estremecía irse a
vivir a Washington. La vida social no le causaba alegría; visitar, invitar,
homenajear no era su deseo. Visitó a su tía Bye que le dio sabios consejos.
Aparentar una vida con un salario no alto, le causaría más problemas: 5000
dólares anuales cada dos semanas. Grannie se haría cargo de pagar el seguro de
su hijo y una póliza sobre su vida.
Franklin compró un auto de segunda
mano. Solía tomar un tranvía con la
bolsa de golf o una valija. Sus zapatos eran de su época de
Harvard; las chaquetas raídas las
guardaba para sus hijos; no tiraba los zapatos inglesas, una de sus
debilidades. Pagar más de dos dólares por una camisa era un escándalo. Era un
adicto a los libros y a las colecciones de modelos para barcos de la Marina
americana. Aficionado a las tiendas viejas y amante de los remates, adicto a la
lectura y a las estampillas. Era muy
sociable, le encantaba conocer gente;
las tarjetas de visitas eran de rigor. Había carruajes, tranvías y los
autos ya no asombraban.La nueva casa en New York se alquiló
mientras vivieron en Washington.
Cuando mi padre iba a Campo bello
se unía a nosotros para recorrer el barco. Hacíamos excursiones juntos dos o
tres días y nos divertíamos muchísimo.
En Washington hacía de diez a
treinta visitas de cinco minutos hasta
la hora del té, donde se dedicaba a estar con sus hijos.
Ser subsecretario de Marina le incomodaba por su timidez. Su vida se centraba
en el círculo familiar, ayudado por una niñera y una gobernanta.
Paea mi madre la vida social, la casa y los niños era
demasiado. Necesitaba ayuda y la encontró en Lucy Page Mercer, tres mañanas por
semana. Era una joven de veintitrés años, graciosa, inquieta, sonriente;
seleccionaba las cartas y las tarjetas. Vivía con su madre y ganaba treinta dólares
por semana.
Eleanor casi siempre nos llevaba en
verano a Campobello, donde daría a luz. Mi madre estaba en la casa de al lado;
mi padre se quedó con dos sirvientes, el chofer
y Lucy.
Nació Franklin (el segundo con el
nombre de mi padre, el primero murió a los pocos meses).
En Agosto, Roosevelt afirmó que se presentaría como
senador de los EE.UU. Se loo
comunicó a Louis y a la familia. El
opositor lo superaba por tres votos. Mis
padres regresaron a Hyde Park. Nosotros debíamos convivir con otros
niños, pese a odiar las clases de valses, los guantes blancos y las chaquetas y
zapatillas de charol negro, elegidos por
mi madre.
Franklin se aproximó a los
británicos, mientras la guerra se extendía hacia el exterior. Wilson se negaba
a ayudar a los aliados contra Alemania. Nosotros deseábamos que nuestro padre
tuviera más tiempo para jugar con nosotros. Solía llegar antes de la hora de dormir. En el invierno arrastraba los nuevos
trineos con el auto para remolcarnos por las calles nevadas vacías para
lanzarnos hacia abajo.
Mezclaba su amor paternal con su vida agotadora. Le
encantaba jugar al jockey o al béisbol. Mi madre no participaba. No se hacía
ilusiones sobre su futuro con su marido. Se pasó diez años teniendo un bebé
tras otro. Sus actividades estaban restringidas, pues no conducía. Louis tenía
un auto con chofer y la llevaba con sus amigas a hacer compras.
Entre la conducta posesiva de
Granny con su hijo y Louis Junto Franklin
en la política, los Roosevelt tenían
poco tiempo para verse o tener una vida plena. Quedó claro que era su último
hijo.
Roosevelt tuvo peritonitis; fue internado
en el Hospital Naval en Washington para
operarse. Eleanor viajó para estar junto a él, pues era muy delicada la cirugía. Llegó un día antes; dos semanas después se restablecía en casa durante un mes. Antes
del parto tuvo una angina. Grace lo
acompañó para recuperarse, aunque regresó justo antes del nacimiento.
Lucy era su complemento físico además
de ser una mujer coqueta, siempre arreglada. Mi padre se sentía atraído hacia
ella y su mujer se arrepintió de dejarlo solo en verano.
.-.-.-.-.-.-.
La epidemia de poliomielitis ese
verano devastó el país. Mi padre le
advirtió a mi madre que fumigara Hyde Park, -donde permanecíamos en cuarentena hasta
que mermó la epidemia- y no regresara con los chicos. A fin de septiembre
pusieron el buque a disposición de la
familia.
Llegamos a principio de octubre. En
ese momento Wilson declaró que los EE.UU entraría en la guerra. Mi madre se
puso a tejer calcetines, bufandas y jersey para los soldados. Nuestra casa era
una especie de almacén donde se entregaba lana gratuita, obtenida por la Liga
Naval. Recogían las prendas terminadas por las tejedoras. Eleanor también se
alistó en la cantina de la Cruz Roja. Se levantaba a las 5 am para repartir
tarjetas postales, dulces, cigarrillos para las tropas que pasaban por allí.
A mi padre no le agradaba tener una
relación clandestina; mi abuelo le inculcó el “noblesse oblige”. Las personas de alta
posición deben comportarse noblemente con los demás. Roosevelt estaba fascinado
con Lucy y no mantenía en secreto su
admiración por ella.
Mi padre ignoraba la política de
New York. Se alistó como oficial de marina. Lucy se alistó como suboficial de
Marina y fue destinada al departamento
de Marina para estar cerca de él. A las 9 am estaba en su despacho del departamento
de la marina y no regresaba pasada la Medianoche. Los fines de semana combinaban
los negocios navales con momentos de descanso.
Lucy seguía trabajando junto al
jefe. En verano nuevamente estuvo con
anginas en Washington y pasó cuatro días en el hospital.
El matrimonio tuvo una discusión fuerte. Ella
debía quedarse para proteger a su familia. Su deber hacia nosotros era
quedarse.
Llegó el ultimátum. Si en dos
semanas no llegaba a Campobello amenazó con dejarlo y su marido no estaba
preparado para llegar a esta situación.
Finalmente ganó mi madre. Lucy dejó
de trabajar con su jefe, pero él la
mantuvo a escondidas de su mujer hasta que consiguió un nuevo empleo. A su vez,
mi padre quería ir al extranjero, desesperado por abandonar Washington.
Quería regresar a la política. Wilson le
envió decir que el mejor servicio de guerra era permanecer dónde estaba.
El joven padre de cinco hijos, con
trece años de matrimonio puso punto final a sus temores domésticos. Recuperó su
casa de New York nos dedicó más tiempo, hicimos cruceros a bordo de su barco
Sylph. En verano de 1918 obtuvo permiso para embarcarse a Europa. Cruzó el
Atlántico en el Dyer. El rey Jorge V lo invitó al palacio y le dijo: “nunca vi
un caballero alemán”. En una comida conoció a Winston Churchill, pero
preocupado por otros temas, pronto lo olvidó. Pasó un week end en Astor. Desde Europa buscaba la independencia de su madre.
El divorcio hubiera sido el
suicidio de su carrera. Si lo hacía, Granny dejaría de pasarle dinero en castigo
y él no tendía oportunidad de mantener dos hogares. Mi padre había heredado
1.338.000 dólares, una fortuna en activos de su progenitor, que administraba
Granny, para que “pudiera vivir como un
caballero”.
Lucy, al estar en el extranjero pudo escribirle. Mi padre guardó
las cartas, que mi madre descubrió y pensaba usarlas en el juicio de divorcio-
en el único estado que lo reconocía- pero no se realizó.
Ya de regreso mi padre tuvo
pulmonía bilateral.
Mi padre renunció a Lucy en un
acuerdo con Granny, quien seguiría dándole dinero hasta su llegada a la Casa Blanca
(siguió haciéndolo).
Nosotros no fuimos el tema decisivo
para no disolver el matrimonio. A todos les convenía fingir. Mamá discutió las
reglas con su marido. Las relaciones sexuales nunca se reanudarían. Sería
socios, pero no marido y mujer.
Todos nos reunimos en Washington.
Mi madre seguía con su labor en la Cruz Roja. Ser oficial en la guerra no se
cumplió y la epidemia quedó atrás, aunque el futuro de mi padre tuvo un cambio
abrupto.
1920
En Navidad la familia se reunía
siempre en Hyde Park, donde Granny dominaba y mi madre se sentía una invitada
no siempre querida. Nosotros nos levantábamos temprano y nos dirigíamos al
cuarto de mi padre a las 7.30 am. Teníamos prohibirlo ir antes de esa hora. Nos
abrazamos y nos besamos deseándonos Feliz Navidad y respondiendo “que Dios nos
bendiga”.
Luego corríamos en busca de los
calcetines con dulces y sorpresas. Mi madre al escuchar los ruidos aparecía en
bata. Dormía en un cuarto pequeño sin baño privado.
Se sentía el perfume del pino, que
alcanzaba los cuatro metros, llenos de adornos y cirios. Los sirvientes se
reunían la tarde anterior y recibían cheques de bonificación y nosotros
debíamos ahorrar unos centavos semanales para comprar un regalo a los niños de los domésticos, No podíamos
gastar mucho. Luego nos encontrábamos en la biblioteca, donde esta la chimenea
prendida y el árbol navideño brillaba.
Rompíamos el papel de los regalos
que se esparcía por el piso. Llegaban parientes y amigos para compartir ese
momento.
Poníamos todo en orden antes de
partir a las 11 pm para la iglesia en trineo. Granny se arropaba en pieles. Los
sermones aburrían at su hijo que siempre tenía una excusa para no acudir,
escribir cartas, un partido de golf. Le gustaba más los himnos que el sermón.
De regreso bajábamos corriendo. Se
prendía las velas del árbol y venía el festín; la mesa se ampliaba para doce personas sentadas
cómodamente. Algunos de la familia de mi madre también llegaban y Louis la pasó con nosotros
ese año en Washington.
El mayordomo con lazo blanco, muy
elegante tocó dos o tres golpes en el gong chino anunciando la comida
servida. Granny se sentaba en una
cabecera y mi padre en el extremo opuesto. Mi madre en un lugar lateral. La
sopa, el pavo cortado en tajadas finas y el budín inglés ardiendo en coñac,
mientras los adultos bebían champagne.
Luego nos reuníamos en la
biblioteca donde Franklin, siempre tomaba el libro gastado de Dickens para
leernos un cuento de Navidad en su sillón, cómodamente, con voz clara y
tranquila. Era un ritual heredado. La reunión seguía hasta que abandonaban
nuestro hogar. Fue la última Navidad donde corrimos con mi padre sano.
Desde que se fue Lucy había tensión
en el ambiente. Habían discutido agriamente: él no aceptaba el ascetismo
impuesto por ella con la intención de no quedarse más embarazada.
Pese a las revueltas raciales en
Washington, entre blancos y negros que retornaban de la guerra, pasamos unas
lindas vacaciones.
A fin de ese año nuestros padres
pensaron regresar a New York.
Mamá se enteró de que Lucy se había
casado con un viudo aristocrático muy buen mozo que tenía seis hijos. El tenía 57 años y Lucy era muchos años menor.
El era deportista, criador de foxterrieres, conocido por mi familia. Tenía cuatrocientos
Has de bosques, arroyos y tierras de cultivo en New Jersey. Lucy logró
seguridad, un marido católico y una hija llamada Bárbara. Tenían una casa en New
York y otra en Washington. Aunque Franklin no podía olvidarla, ella sintió un
alivio enorme.
Fue un año difícil. Nosotros estuvimos
todos enfermos, Jimmy pasó por una cirugía y mi padre debió recurrir a Granny
para llegar a fin de mes. En secreto, mantuvo a Lucy hasta que consiguió un
nuevo trabajo; su jefe se convirtió en su marido.
Nuestra abuela estaba feliz con el
triunfo de su hijo en San Francisco.
Finalizó la cita con un discurso excepcional
en Brooklyn. Había pronunciado
ochocientas charlas de 10,20,30 o 45
minutos, cada una con ciertas variaciones y se encontraba feliz de sus progresos en público.
Mi madre también aprendió a hablar
en público; al principio su voz le temblaba y el tono era de falsete, pero la
idea de llevar a su mujer consigo sería para la publicidad. Si timidez era
tremenda de vencer y no le agradaban los
actos públicos. Partió de Hyde Park a Washington y de allí a una cacería de
patos en Luisiana.
Roosevelt y Louis suponía que los republicanos
gobernarían los próximos períodos. En dos años obtuvo un escaño; se convirtió
en senador pues toda la nación lo conocía ya.
Necesitó una nueva secretaria en New York.
Mi madre se abría camino independiente;
ya no le costaba manejar una casa con cinco hijos, Estudió mecanografía y
taquigrafía, se inscribió en la Liga de Electores y recibía la organización de
las sufragistas, ahora que el voto de las mujeres era aceptado. Decidió distanciarse de su suegra y comenzó
sus primeros pasos hacia su libertad.
Louis renunció a su trabajo para
unirse a su socio, el futuro presidente;
Louis y su mujer e hija pasarían el verano en Campo bello para idear las
futuras conquistas .Granny reanudó sus viajes a Europa y o encontraba en
los veranos allí. Nosotros esperábamos
la llegada de nuestro progenitor para dar los paseos por lo acantilados, la
playa o practicar navegación a vela o las excursiones. La última foto en
pie de F R fue en julio de ese verano
11
Agosto
Mi padre pensó llevarnos a los más grandes en una excursión de tres días por el río Santa Cruz. Se sintió mal a la noche. Pensó que tenía un
ataque de lumbago pues antes lo sufrió. Tenía dormida la pierna izquierda
aunque logró caminar al baño para afeitarse. Creyó que era muscular y que moviéndose se le pasaría. Pero la pierna
se negó a moverse y la otra también.
Llegó Sis con el desayuno; él le hizo una broma y le regaló su espléndida
sonrisa. La temperatura le subió a 38 grados y los dolores se intensificaron.
Llamaron al Dr. Bennett.
Hasta hoy la poliomielitis sigue
siendo difícil de diagnosticar. Existe hoy la vacuna que Sabin y Salk descubrieron,. aunque sigue siendo incurable.
El Dr. Bennett era un médico rural: no pensó que era polio.
Es una enfermedad de niños, provocada por un microbio desconocido.
La polio tiene los mismos síntomas
de una docena de enfermedades: dolor de cabeza, fiebre, dolor de garganta.
Bennett pronosticó un resfriado y se fue. Mi madre y Louis se quedaron
tranquilos. Para mantener a todos tranquilos, la excursión de efectuó igual.
Nosotros habíamos tenido los días anteriores los mismos síntomas;
nos goteaban las narices, temperatura no más alta de 39 grados y una rara rigidez en el cuello.
Los síntomas se fueron.
El viernes no pudo levantarse. El dolor de espalda se
transformó en rigidez. La parálisis empezó del pecho hacia las piernas con gran debilidad en la parte superior, tanto
que que ni siquiera podía levantar un lápiz.
Regresó el Dr. Bennett y no pudo explicar el caso. La fiebre subió
hasta 39 grados con vómitos, diarreas , dolor de cabeza y de garganta e
infección de amígdalas, goteo de nariz y de los ojos, tos, dolores de piernas y
de los pies y sensibilidad en la espina dorsal.
Louis se ofreció viajar 160 Km para
buscar un anciano cirujano de Filadelfia, el Dr. Keen, donde pasaba sus
vacaciones. Aceptó ir a pasar la noche a la isla. El Dr. Keen lo vio esa tarde y a la mañana
siguiente. En esos momentos tenía paralizado hasta la cara. Habló de una congestión de la sangre,
que armó un coágulo situado en la espina dorsal inferior, produciendo una
pérdida de movimiento temporal, que mejoraría con el tiempo. Podría regresar en
septiembre. Era esencial un masajista. Debía masajearlo a intervalos durante
todo el día.
Mamá informó a parte de la familia
y fue un tío nuestro a buscar
a Granny al puerto, pues llegaba
de Europa. La fiebre continuaba.
El Dr. Keen estaba de acuerdo en guardar silencio; pensaba que mi padre
tenía una lesión espinal y que debía seguir los masajes. Mi padre me dijo que
“sentía que Dios lo había abandonado.”
Fue un gran golpe. Fue atacado por
una enfermedad cuando estaba pese a la fatiga de la segunda campaña, en el
mejor estado físico. Fue humillante contraerla -el 75% de niños son víctimas, no los adultos. Estaba contento de que sus hijos no la contrajeron.
Cada hora mi madre o Louis
masajeaban sus piernas contorsionadas, un tratamiento que lo martirizaba. Es la única vez que lo noté depresivo.
Cuando nos permitieron verlo, desde
la puerta, hacía muecas o intentaba dos o más palabras respondiendo a nuestras
lágrimas.
Para mi madre fue difícil masajear un cuerpo que
sólo era un recuerdo. Debía ser lavado y masajearlo para evitar llagarse. Louis
la ayudaba para darlo vuelta: sus funciones físicas estaban
paralizados. Su estado empeoró; se puso
fin a los masajes, que lo hacían gritar. Louis fue a Boston para consultar los mejores especialistas.
El Dr. Levine diagnosticó polio.
Detuvieron los masajes; el mal ataca el sistema nervioso. Había que darle
tiempo para que mejorara. Que descansara lo máximo posible durante cuatro a
ocho semanas.
El Dr. Keene era cirujano; no
conocía los síntomas; para verificar, se
necesitaba extraer líquido raquídeo. Tratarlo con el mayor cuidado y consideración.
Era una enfermedad grave. La función
espinal era una prueba más. Se
desconocía que era un virus que ataca la
parte del cerebro que dirige la médula
espinal, que dirige los músculos. La intensidad es de acuerdo a la cantidad de
las zonas afectadas por el virus. El mejor remedio era inyectar una dosis de
suero sanguíneo de alguien contagiado. Mi
padre se sentía un héroe cuando le pedían ese favor. Se puso fin a los masajes que dañaron el tejido
muscular. La recuperación fue más difícil.
Mi madre llamó al Dr. Lovett que
confirmó lo dicho por Levine. Describió el alivio de baños calientes para
frenar los latidos de las piernas.
Levine informó que el paciente
tenía una complicación facial, no respiratoria, y debilidad en los brazos. Sin embargo, era optimista. Habló de un caso
moderado para una recuperación posible. Nadie lo podía afirmar, pero no debía
temer quedar inválido.
El Dr. Keene no sentía culpa alguna
por su errado diagnóstico. Le escribió una larga carta confusa a mi madre de
cuatro hojas, donde terminaba pidiendole mil dólares a pagar según su conveniencia.
Mi madre tuvo pánico. Se la
consideraba una enfermedad infecciosa. La cuarentena era severa para los que se
ocupaban de la víctima; debían ser aislados. El Dr. Levine los calmó. Una enfermera calificada
tomó el lugar de Louis. Contener el peso inerte de mi padre y traer
el agua caliente para el baño era una
tarea agobiante.
Estaba de acuerdo con mamá de
mantener oculto el estado actual y
sostenía que estaría de regreso a mitad de mes.
La nueva secretaria, Missy, que
trabajaba desde hacía medio año, mantenía una relación nada convencional; se
hacían bromas y se divertían. Al
regresar de sus vacaciones le pidió un aumento por carta. Ganaba treinta
dólares por semana y mi madre le ofreció treinta y cinco explicando que mi
padre se encontraba enfermo, resfriado y congestionado. No lo
sabía y le escribía cartas alegres a mi padre, que no podía abrir ni siquiera
el sobre.
Mi madre le escribió a Granny que Franklin había estado muy enfermo, pero
tío Fred le contó la verdad y al día siguiente estaba a su lado. El enfermo estaba paralizado del pecho a los
pies; no se animaron a contarle que era polio. Louis decía que mejoraría.
El Dr. Bennett, en sus visitas hablaba de un restablecimiento total. Mi padre tenía una fe ciega en esos
pronósticos. Louis mantenía su carrera activa en la política y en los negocios.
Desde su cama aceptó formar parte del Comité Ejecutivo de los Demócratas en New
York; dictó una carta para su socio legal: espero poder hacerlo con la ayuda de
Louis Howe y se burló de él mismo escribiendo:
la parálisis infantil es gracioso en un hombre con el pelo gris.
Se prepararon para regresar a New
York. Se esmeraba en ejercitar los músculos del dedo gordo. Corría el riesgo de
atrofiarse si no hacía movimientos. Todavía no levantaba ni la cabeza; lo
subieron al barco en una camilla y contrataron tres ayudantes para cargarlo;
alguien le encendió un cigarrillo. No mostraba su debilidad a los extraños o
ajenos.
Los periodistas lo esperaban. Lo acomodaron en un carro de ruedas de acero
para el equipaje y avanzaron hacia el tren. El viaje finalizó en el Hospital Presbiteriano.
Yo me detenía dos veces por día, camino al colegio. El Dr. era compañero del Dr.
Lovett y el Dr. Drapper a quien mi
familia conocía. Presentaba signos de postración.
Roosevelt, enfermo de
poliomielitis, publicó en el Times de
N.Y.
La respuesta dictada llegó al
diario, bromeando con el director. Mi estado de ánimo es excelente y me
permitieron continuar con parte de mis tareas. Si él se engañaba, Louis no lo
hacía.
En 1924 compró un barco de varios
camarotes; era parte de su programa: nadar
y pescar.
Costó 3.700 dólares. La economía
hogareña se alteró por los gastos extras del enfermo. Se debió mantener dos casas y los honorarios
médicos más nuestra educación.
Lo pagó a medias con un banquero de
Boston, que también sufría de parálisis en las piernas. Cuando uno lo utilizaba
se hacía cargo de los gastos, incluido el mantenimiento y los salarios: 100
dólares el capitán, 75 dólares su mujer
que cocinaba en el fogón y dos marineros
completaban la tripulación. Era un barco bajo para poder tirarse al agua y
subir arrastrándose: quería ejercitar músculo por músculo para mantenerse de
pie sin aparatos ortopédicos que pesaban
tres kilos en cada pierna y mi
padre odiaba.
Prefería pedirnos ayuda para ir al
baño y esperar para sostenerlo. Sus piernas deterioradas podían soportar parte
de su peso.
El capitán vivía en alta tensión
por las falsas indicaciones que le daba el dueño. Los mosquitos eran una plaga.
Los ronquidos de los demás también molestaban. Pero al amanecer cien especies
de aves surcaban el agua. Algunos invitados se bañaban. Uno de ellos estuvo
tres meses en el primer crucero de invierno.
Louis se ocupaba de su carrera y lo
mantenía informado con el mundo exterior, concentrado en lo esencial. Mi padre
disfrutaba lejos del hogar y de sus
trabajos. Quería volver a caminar sin los odiosos aparatos ya sea con muletas o
brazos que lo ayudaran. Se preparaba para
volver a la política como figura secundaria, no como estrella. No era un
año para los demócratas en minoría. La industria estaba en su auge. Se
construían rutas, autos, radios y lavadoras. Ayudaba al partido opositor. Al
Smith quería llegar a presidente. El
gobernador Cox tanteó a Roosevelt y ver si estaba disponible para dirigir la
campaña de Al Smith.
Missy pasaba la mayor parte del tiempo con mi padre.
El ingenio más el buen humor era
importante entre los hombres y la
calidez e y la belleza facial y física entre las mujeres. El traje de baño era
permitido hasta la hora del coctel; los
hombres entonces vestían un pantalón y una camisa y las mujeres vestidos
veraniegos.
Quien no quería pescar podía
pintar. A la noche, luego de la comida, se jugaba al bridge o al póker y
apostaban centavos o hacían torneos de Marajaní, que Missy ganaba por lo general.
Una vez pescamos un mero enorme de
dos metros de largo por uno y medio de ancho; la mandíbula podía abrirse 45 cm.
Pesaba 235 kilos.
La mujer del capitán le servía en
el camarote el desayuno y planeábamos qué hacer las siguientes horas.
Hablábamos sobre los acontecimientos en
el país y en el exterior, según los diarios que recogíamos, cuando atracábamos
para agasajar a alguien en especial. Mi padre tomaba uno o dos cocteles para
aplacar las punzadas y calentar sus piernas. Cuando se enfriaban nos permitía
un masaje suave.
Cada mañana con su traje de baño
negro hacía ejercicios en el agua, salvo que estuviera demasiado fría. Prefería
aguas poco profundas y junto a la playa; podía permanecer parado y hasta
caminar en el agua unos pasos sin apoyo, lo cual lo hacía muy feliz a dos años
de declararse la polio.
Cuando en New York el médico firmó
“sin mejoría,” el Dr. Drapper temió una infección de la vejiga -que no sucedió-
y cómo tomaría mi padre la noticia al enfrentarse con la realidad. Su buen
humor y sus esperanzas en mejorar nunca lo abandonaron.
En nuestros hogares colgaba una soga y un aro fijo en el techo
sobre su cabeza y con sus vigorosos brazos
podía alzarse en la cama. En dos días pudo balancearse hasta sentarse la
silla.
El factor psicológico lo ayudaba.
Jamás se rindió: tenía tal valor, tal ambición que nada lo abrumaba y todo lo
enfrentaba. Granny y mi madre pensaban
en él como un inválido permanente, pero debieron resignarse. Sólo Louis y él
creían en ese sueño.
Debía ir a New York a fin de continuar en el ruedo de la
política. Fue llevado en ambulancia y luego en silla de ruedas.
Mi padre ignoraba los gastos;
pagaba con retraso las cuentas. La falta de dinero desesperaba a mi madre.
Pagando todo, le quedaban 150 dólares. En un momento la situación económica se
volvió crítica y mi padre tuvo que disminuir algunos gastos extras (compras de impresos navales y modelos de
barcos en casa de remates para tener 4.537 dólares extras. Se oponía a pedirle
plata a Granny, que estaría feliz pues era su modo de dominarlo. La abuela
sufría de artritis y usaba muletas o
bastón.
1925
Mi madre como un favor subió al
barco para acompañar a un cliente especial de cadenas de tiendas. No le gustaba,
pero fue una necesidad para apoyar a su marido
Su marido bajó del barco a pescar y
ella se quedó leyendo o tejiendo. A la noche cantamos o jugamos al bridge: mi
padre se retiró porque estaba a punto de perder.
Murió el padre de Missy, debió ausentarse para el funeral.
Louis vino a vivir con
nosotros, lo que afectó a mi abuela, que no lo soportaba.
Mi padre se tiraba en el suelo, al
estilo indio, con todos sus hijos. ¿Creéis que pueden vencerme? Siempre nos ganaba.
Cambió su cama de lugar para verme
por la ventana andar en patines de ruedas, cuando daba la vuelta en la esquina.
A veces se arrastraba llevando un
libro entre los dientes. Para ser independiente mostraba que era fácil hacerlo. Tenía unas tenazas pesadas
para recoger libros de la alfombra con un pincha papeles, como usan los
guardianes en los parques .
Mi padre no discutía sobre sexo.
Quedaba en manos de mi madre, que nos mostraba las aves o abejas. Nos incitaba
a ver los caballos, perros o conejos a punto de parir en Hyde Park. Sis y yo
sabíamos como copulaban los animales y era un experto en la reproducción del
pez dorado pero la educación sexual se detuvo allí.
Louis y mi padre no querían que lo
viesen inválido. Los tendones de su pierna derecha se distendieron. El Doctor
cubrió las piernas con vendas y por dos semanas le metían cuñas cada vez más profunda
en ambas piernas. Ningún dolor fue comparable
a éste. En febrero pudo colocarse los aparatos ortopédicos. Caminaba
bamboleando cada pierna desde la cadera
porque no tenía fuerza en sus miembros inferiores. Repitió el proceso hasta que
quedaron tiesas y ahí se inclinaba hacia adelante para tomar su maleta con
peligro de caer.
Puso en pie un proyecto de
reorganizar a los veteranos de guerra tal que se ofrecieron como voluntarios
como jefes de tropa de Boys Scout y de veinte mil crecieron a ser cien mil
jóvenes en la ciudad de New York. Se
hicieron rampas para adecuar la escalera principal. Mi padre la subía arrastrándose y llegaba con el
sudor en su cara pero feliz de haberlo logrado.
Louis divertía a mi padre. El
trabajo exigía todo su tiempo y toda la energía de su patético cuerpo. Una casa
en New York era imposible. Louis fue el
ser más fiel. Hacía realidad sus sueños. Casado con Grace regresó a Fall River, esperando las visitas de
su marido los fines de semana.
Renovó el interés de Roosevelt para la producción de pedales y de cascos de
barcos. En retribución, mi padre le regaló una bella edición de la Biblia.
Un acto de independencia de mi
madre fue querer aprender a manejar. Chocamos contra un arce. En uno de sus
accidentes perdió todos los dientes superiores, pero le quedaron mejor y
parecía más bonita. No era coqueta, no le interesaba arreglarse para la
conquista;
En el crucero de 1924, Roosevelt se
mantuvo en pie sin ayuda en el agua que le llegaba al pecho. Confiaba en que un día el agua lo
restablecería totalmente.
Missy era aceptada por los amigos
de mi padre, como algo natural. Una vez
los vimos abrazados juntos en una silla de mimbre en el camarote. Sis y Jimmy
también lo vieron y lo comentamos con asombro -sin impresionarnos- pero nos
impactó que nuestra madre lo sabía y lo
aceptaba.
Warm Spring -1928-
a 110 Km de Atlanta
Era una casa de campo con la
pintura en mal estado y grietas . por doquier. Missy y él vivían solos, salvo
las personas domésticas que venían y se iban en el día. Roosevelt arregló su
casa con un ex barbero.
Fue un lugar importante por sus
aguas curativas, donde tomaban baños. Lo único que quedaba era un hotel
derruido y una sala de teatro desierta. Todo estaba cerrado y en estado
calamitoso.
En su búsqueda de la salud no le
interesaba la comodidad básica y Missy lo acompañaba.
El agua del manantial en una pileta
natural de 6.800 litros por minuto de agua tibia a 31 centígrados. Sus sales
minerales dejaban que los bañistas pudieran quedarse hasta dos horas en sus
aguas tan milagrosas. Mi padre se interesó de inmediato para todos
los afectados por la polio. Lo puso en práctica apenas pudo, en lugar de
masajes con esencias. En agua fría podían quedarse unos minutos.
En el pasado, los indios nativos,
antes de la llegada de los blancos, les atribuían poderes mágicos. En las
guerras de tribus, Warm Spring era
sagrada: no se invadía. Los guerreros curaban sus heridas en esas aguas siempre
en movimiento. Los gitanos y los vagabundos
buscaban magias gratuitas. A mi madre Warm Spring no le gustaba y dejó el lugar bajo el poder de Missy. Iban
juntos al pueblo muy pequeño para hacer compras.
Política
Mi madre apoyaba a Al Smith,
mientras mi padre atraía las simpatías protestantes y el voto rural. Si Al
Smith perdía, Roosevelt tendría más chances. Louis fue el hacedor del triunfo
para habitar la Casa Blanca.
El día del discurso de nominación
del 26 de Junio/ julio, mi padre estaba decidido a caminar solo hasta la
tribuna. Del brazo de Jimmy, mi hermano marchó por el pasillo con una muleta
bajo del brazo. Llegó con la cabeza empapada en sudor. Dejó el brazo de Jimmy, se tomó de su segunda muleta y se balanceó hasta agarrarse a los bordes de la tribuna. Su discurso
fue un triunfo personal, diáfano, confiado. Su voz profunda levantó las esperanzas de los EE.UU
en un período difícil. Recordó una frase de Lincoln. El posible candidato
atacaba ferozmente el error y la
maldad y a su vez transmitía sinceridad
y honradez.
Sonaron cornetas entre los autos; todos gritaban entre los pasillos, pero ninguno de los tres obtuvo los votos necesarios.
Las votaciones seguían; los días
pasaban y Louis intentó mantener unido al equipo. Al Smith obtuvo la
gobernación. Mi padre dudaba que los demócratas vencieran en esa profunda etapa
de desempleo. Mi padre y de Louis quedaron extenuados y se fueron a la casa de
este último para descansar y analizar
las consecuencias de la victoria del partido. Salvo el repartidor de leche o de
provisiones, nadie pasaba por allí.
La casa quedaba a 2 ½ metros de la
playa. Roosevelt se arrastraba desde la galería hasta la orilla. Vivían sin
confort: dos criados de color los ayudaban.
En Hyde Park no podía nadar y tomar
sol. Missy lo visitó una vez.
Cuando la tasa de desempleo subió, mi padre y Luis estuvieron atentos. Los
bancos cerraban: lo peor fue el Banco de
Estados Unidos donde 250 ciudadanos de New York tenían cuentas; se mantuvo
hasta el fin de la campaña. Las oportunidades estaban a la vista. Mi padre
debía presentarse por segunda vez como
gobernador a la vez de emerger como el
único candidato posible para la Casa Blanca dos años antes por lo menos.
Hoover reconoció la crisis sin
enfrentarla y lo benefició a mi padre que en los discursos advertía que era
importante
continuar con las obras públicas
para crear puestos de trabajo. Los
empresarios estuvieron de acuerdo y miles de personas lo aplaudieron.
Estar en desacuerdo con la ley de
prohibiciones le generó 181.000 votos. La radio fue de gran ayuda pues, desde
allí, hablaba sobre sus logros como
gobernador y los proyectos que tenía para el futuro. No le interesaba la radio más que como un
arma para beneficiarse. No era adicto. Prefería leer el diario, libros,
revistas; como Oscar Wilde apenas las hojeaba recordaba todo. Corregía sus
apuntes o se sentaba delante del micrófono para comunicar sus ideas. Alguno lo
ayudaba a llegar a su estudio en Hyde Park y desde allí hablaba con facilidad . Semanas antes de las
elecciones mi padre tenía una fe absoluta.
Pasó de 600.000 a 725.000 votos, el doble de los obtenidos por Al Smith;
sin ninguna duda sería nominado para la Casa BLanca.
El
tema era si Luis, viviría para verlo.
Gus enfermó en París de neumonía, dejando
de lado todas sus tareas. Luis se quedó en New York, donde abrió un despacho
de publicidad llamada “amigos de
Roosevelt”. Mi padre se embarcó conmigo rumbo a París. Fue el hombre
más galante de toda la travesía. En París consolamos a Gus y compramos libros en los negocios que bordean
el Sena; visitamos galerías y tiendas de arte. Me enamoré de una pequeña escultura en bronce
de una yegua con su potrillo. Mi padre se lamentó, pero para mis veinte años
fue su regalo. Anteponía la lealtad como
principio; si descubría una falta de
fidelidad se apartaba. Era peor si tenía la idea que lo usaban. De todos los
seres que lo conocían en profundidad colocaba a Louis y Missy en primer lugar .
Eran el triángulo de su círculo íntimo, luego venía la familia y algunos amigos
íntimos. Se tomaba tiempo para hacerse
de amigos duraderos: tía Polly estaba entre ellos. Solía pasar tardes en su
mansión, en la fresca terraza que daba al Hudson.
Gracias a la ayuda de Daisy y
Polly, Lucy siguió viéndose con mi padre y el día de su primer mandato en 1933
le envió un auto: mi madre no lo supo pero no es posible que Missy sí lo supiera.
Lo veían como el salvador en esa
crisis del caos. Volamos hacia Chicago
para la convención y desafiar a Hoover a fin de terminar con doce años del
poder republicano, pese a no gustarle volar. Era un hombre musculoso no el semi inválido, como afirmaban sus adversario. Fumaba un cigarrillo tras otro, revisando el discurso
una y otra vez .
Louis ya estaba instalado en un
Hotel de Chicago que serían los cuarteles; el pobre estaba enfermo, con tos y
fiebre y no pudo estar ese gran día.
El deseo de mi padre era aplastar a
AL Smith, que lo había humillado en 1928 al vencerlo. Smith pensaba que luego
de la primera votación Roosevelt se debilataría.
A la mañana del cuarto día, se
terminó la suma de los votantes de la tercera votación. Mi padre logró 682
votos. Smith perdió solo 10 y Jack ganó 11. Roosevelt necesitaba 100 votos
urgente o perdería. Ese viernes deambulábamos por la casa sin finalizar nada y
el futuro presidente durmió una hora y
luego estuvo atento al teléfono y a la llamada de Luis. Mi padre se había
mostrado contrario a entrar en la Sociedad de las Naciones. Hearst sentía un
odio especial por Smith y entre él o Franklin apoyaría al último. si Garner
podía influir desde California habría una oportunidad. El estado apoyó a mi
padre, quien estallaba de alegría.
Volamos a Chicago llegando dos
horas después. Una multitud nos rodeó y el peligro de que él se cayera estaba
muy cerca. Bajó del avión con un brazo
apoyado en mi hombro y el otro agarrado a Gus . Lo protegimos a través del
camino y solo perdió el sombrero mientras las gafas se cayeron sin romperse. En el
bullicio se perdieron sus palabras. Dijo
algo parecido: “devolver el país al pueblo”.
Los
aplausos atronaron cuando apareció el candidato frente a un atril, con las dos manos apoyadas firmes .
Dijo lo siguiente: ”Os comprometo y me comprometo con un nuevo trato
para el pueblo americano. (…) Ayudadme no sólo a ganar votos sino a ganar esta
cruzada para devolver los Estados Unidos a su pueblo”.
La
elección era segura; Hoover no tenía chance. Mi madre recorrió miles de Km en
tren para llegar el día de las elecciones. Missy los recorrió junto a mi padre
y Luis organizaba la operación por correo directo, desde su puesto de mando.
La víspera de ese gran día fuimos a
Hyde Park, donde mi padre habló por radio al pueblo. Se quedó sentado en la
biblioteca -junto al fuego preguntándose
si tendría la fuerza necesaria para la labor que lo esperaba y pidiendo a Dios
que fuera lo suficientemente capaz de ser leal
a sus ideas.
A la mañana nos dirigimos a la casa
del Este. Después de comer fue a Biltmore, donde veinte telefonistas esperaban
para darnos los votos que iban llegando.
Luis se sentó aparte, solo, hosco, lleno de
miedo de haberse equivocado en
algo.
Roosevelt sacó 22.800.000 votos y Hoover 15.750.000. Mi
padre tomó el micrófono y dijo: “Hay dos personas que hicieron posible este
triunfo: uno es el almirante Luis Howe y el otro Jim Farley”. el grado fue una
cortesía para Luis; jamás hubiera pasado una revisión médica para entrar en el
ejército. Ambos se reían, cuando mi padre lo presentaba con ese grado.
A la madrugada del 9 de noviembre
regresamos a casa. Granny esperaba en la puerta llorando de orgullo: “Esta es
la noche más grande de mi vida” murmuró mi padre, mientras se abrazaban.
Luis estaba inquieto, su tarea de veinte
años finalizaba pero no había de temer;
mi padre lo nombró secretario del presidente y continuó siendo el principal
mediador; celoso de todos los que rodeaban al presidentel, nos acompañó a
la Casa Blanca y se instaló frente al
corredor que comunicaba con el gabinete del presidente. Todo visitante pasaban antes por el despacho
de Luis.
Missy también nos acompañó a la Casa
Blanca. Mi madre le eligió un gabinete, el dormitorio y su cuarto de baño, que comunicaba en forma
privada con el despacho Oval en la Planta
Baja. Recibía como sueldo 3,100 dólares al año; en 1938 pasó a cobrar 5000; sólo
tenía dos deseos: comprarse una casa en Cape Cod y que le sirvieran su
desayuno, café solo y jugo de naranja con los dos diarios matutinos: Washington y New York. Estaba las horas diarias necesarias a
disposición del presidente.
Missy tenía 35 años , era coqueta,
usaba tacos y vestidos elegantes de color azul o gris, los tonos preferidos de
mi padre. Todas las mañanas mi padre entraba en su despacho y conversaba un
rato con ella, antes de dirigirse al Salón Oval. Luego organizaba, juntos el día de trabajo.