viernes, 5 de abril de 2024

Granny

         

Granny, multimillonaria, sentía debilidad por su hijo único y lo mantuvo las veces que lo necesito, aún cuando era presidente en la Casa Blanca. Era muy dominante, muy generosa, mimaba a sus cuatro nietos y malcriaba a su hijo;  el sueño de su vida era verlo un día como presidente de los EE. UU: era extrovertido, social y carismáticos;  lo adoraban en todas partes; estudió en Harvard, coleccionaba sellos.

 Como no quería que se casara con mi madre se lo llevó de viaje para  persuadirlo, lo cual no  logró.

Eleanor, era lo opuesto; introvertida, tímida, no social. Se fueron a Europa. En Campo bello, -se llegaba a la isla por mar-, Granny compró una nueva casa junto a la de ella.

Eleanor nació el 11 de octubre de 1884; era la mayor de los tres hijos  de Teodoro Roosevelt y Anna Hall, la máxima belleza de Manhattan. Era alta, esbelta y rubia, con una buena educación.

Teodoro era dos años mayor. Eliot tuvo una infancia enfermiza, sufría de asma, ataques de vértigo y dolores atroces de cabeza. A los 16 años fue enviado a Texas y pasó a ser gran jinete y un conocedor del rifle. Amaba el Oeste y el campo abierto.

Eliot se casó con Anna. Teodoro regresaba de la India de una cacería de tigre y elefantes, atravesó el Himalaya hasta el Tíbet; gastó de su herencia 125.000 dólares en ese viaje. Era un asiduo de safaris africanos y  bebía. Eleanor, su hermana, lo adoraba, ella estaba por cumplir doce años cuando murió. 

Su padre tuvo un tumor cerebral a los 31 años;  era alegre, deportista, cazador y jugador de polo. Bebía para aliviar su dolor; era su paliativo. Para  mi madre su padre no fue una figura importante; vivía de sanatorios en sanatorio. 

Su crianza fue  estricta. El único contacto con su madre era, cuando la llamaba para que le diera masajes en la frente. A Eleanor  le encantaba verla vestirse para salir y le gustaba tocar sus alhajas o sus vestidos. Intuía que no la quería por su falta de belleza. Tenía doce, cuando quedó huérfana mi madre. mi abuela la llamaba el patito feo y así se sintió toda la vida.

Entre su abuela y sus frívolas tías bellas no aprendió nada sobre el amor físico.

Mis padres eran primos con el mismo apellido. Franklin vio a Eleanor en Hyde Park, la casa de Granny. Ella era muy tímida,  pero él la sacó de su mutismo. De repente le gustó participar de los bailes; él fue su mejor oyente. Mi padre no tenía experiencia mundana; una mujer así lo habría asustado: hasta el día  del compromiso no se besaron.

Franklin le regaló un reloj de oro colgante con las iniciales grabadas en diamantes. Granny le regaló un collar de perlas.

Toda la familia fue a la boda; doscientas personas entre ellas Teodoro Roosevelt ; después de la ceremonia  hubo  una gran recepción.

Al día siguiente fueron en tren a Hyde Park. Mi padre estaba feliz y tranquilo, igual que mi madre.  Se graduó en Harvard. Fue a la Escuela de Derecho en Columbia.  El hubiera ingresado en la Marina, no en la universidad. Debía asistir por un año académico en Columbia; una semana más tarde la pareja se mudó a un departamento en un hotel y el hermano de ella se mudó con ellos para que no sintiera que  lo abandonaban. Debía ofrecerle un hogar a ese hermano que trataba como a un hijo.

Eleanor  intentó que Granny la quisiera. Fue una difícil relación; le escribía cartas muy cariñosas -no sé si sentidas-. Granny tenía prejuicios; ella se sintió no aceptada en la Sociedad de New York.

Granny la apodaba “la pobre pequeña Eleanor”.

 

Mis padres se casaron sin conocerse, lo cual condujo a la desilusión: compartían una visión romántica del amor. Eleanor no sabía ser mujer ni madre, y tenía normas muy rígidas; su marido fue muy paciente. El sexo era un deber, nunca un placer.

Cuando  finalizó el año en Columbia, se embarcaron hacia Europa en una segunda luna de miel.  Ella le escribía cartas a Granny, intentando ganar su cariño. Ella deseaba acercarse y él era muy atento y muy cuidadoso, pero él no quería  ser idealizado.

Cuando regresaron a Columbia, donde debía quedarse otro año, estaba embarazada.  Granny les alquiló una casa a tres cuadras de la suya. Tenían tres sirvientes.  Quería tener electricidad y gas pero su marido se opuso por creerlo innecesario. Eleanor quedaba bajo la protección total de Granny y su hermano,  que estaba internado, también se mudó de forma permanente.

Granny los ayudaba para mantenerse. Era muy generosa e intuía si su  hijo necesitaba dinero. Los ingresos de él eran de 5.000 dólares (por el testamento del abuelo) pero en un fondo tenía  100.000 dólares  de herencia, manejado por Granny. La herencia  de mi madre era de 7.500 dólares anuales en otro fondo en acciones y bonos de New York,  administrado por el Banco. Granny le enseñó a su hijo a vigilar el centavo y anotar cada gasto, mientras la familia materna  despilfarraba el dinero, aunque logró que su nuera apuntara los gastos.

Mi padre educaba a mi madre  y preparó libros para los gastos de la casa. Granny los aconsejaba. Con los 300 dólares que mi madre aportaba de su herencia de un Fidecomiso debía pagar todas las cuentas, comprarse  vestidos y  la ropa de sus  futuros hijos.

Se sintió mal los tres primeros meses, aunque se sentía feliz de no ser estéril. Deseaba tener hijos tal vez no tan pronto. Era totalmente dependiente de Granny y al principio se sentía aliviada. Daban por la mañana un paseo y por la tarde un paseo en la berlina. Comían juntas una vez al día y a veces también con Franklin, que regresaba de la Facultad de derecho.  Granny  estaba encantada con su tímida y torpe joven nuera. Frank notó una gran diferencia desde  que su madre se ocupaba de los tema domésticos y dirigía la casa; mi madre no sabía elegir una lista de platos o preparar una comida. Estaba ansiosa que llegara el momento del parto, aunque nada sabía cómo cuidarlo o alimentarlo.  Mi abuela contrató a Blanche, una enfermera,  que el 3 mayo  llamó a Granny para que viniera de inmediato. Llegó antes que el Dr. a mediodía nació Anna: pesaba 4 ½  kilos. Se contrató una niñera con cama adentro. Eleanor era consciente de sus limitaciones. Ni siquiera sabía que el niño  debía eructar luego de mamar. Sis, como la apodaron a la niña, tuvo convulsiones.  Llegó otra enfermera con más experiencia. Mi madre fue operada de hemorroides, considerada en ese entonces muy seria. Cada año volvió a estar embarazada y mi padre tenía la misma entrada de dinero más la ayuda de su madre.

A Roosevelt  le aburría su carrera y no obtuvo el título. Comenzó un trabajo en la firma Carta, como mandadero y para investigar en la biblioteca temas legales. Pasó a ser pasante principal en los casos de la corte municipal y luego en la división del Almirantazgo, que disfrutó. En los tres años siguientes se relacionó con individuos socialmente inferiores y mejoró sus perspectivas. Comenzó su educación social con amigos, luego del horario de oficina. Pasaba tiempo con mi tío, de 19 años, pues se llevaban muy bien. Franklin comenzó a jugar los sábados al póker, pese al disgusto que manifestaba su mujer.

En sus ausencias más largas se quejaba de no recibir noticias durante días. Antes del parto anotó lo que debían hacer su marido, la niñera, los llamados telefónicos, las cuentas. Temía tener otra niña para desilusión de su marido y de la abuela, que ansiaban  un varón. Nació el 23 de diciembre de 1907 James, con un peso de más de 4 ½ kilos. Tuvo neumonía.  El hermano de mi madre se mudó pues la casa quedaba  chica.

Granny lo solucionó comprando un terreno e hizo construir dos casas  gemelas  de seis ambientes  intercomunicados por varios sitios, compartiendo  el salón de entrada. Granny y su hijo se ocuparon del croquis y pasaron horas estudiando los planos; a mi madre no le interesaba ni la llamaron para participar. Le molestaba tanta intimidad y se puso a llorar. Mi padre, sorprendido, le preguntó la razón y le respondió:- No es la forma que yo quiero vivir. 

-No seas tan necia, le replicó. Dentro de poco te sentirás mejor. La dejó para que se calmara. Ella sabía que había un parte de verdad en lo dicho. Mi padre llegaba al alba de jugar al póker o del Club o de comer con su madre.

 

1910- Doce meses de calma, una etapa pacífica antes del caos. Francisco José reinaba en Viena, Jorge V, en Inglaterra; Hitler tenía 20 años. Mi padre comenzó su actividad política. Era por supuesto demócrata por herencia; tenía la capacidad de entenderse con todos, en cualquier nivel.

La familia crecía y vivíamos en la isla.  Mi padre tenía poco tiempo para dedicarnos. Su mujer le rogaba que viniera. Nosotros teníamos una niñera inglesa y otra alemana para los niños. Granny no comprendía por qué tanto servicio doméstico en vez de hacer   su nuera  las tareas.

Mi padre fue a New York, pues estaba próximo el parto. La familia se quedó en Hyde Park. Tenían ahora cinco niños.

 Franklin  junior murió de neumonía a los siete meses. El médico habló de  problemas cardíacos. Al alba cesó de latir.  Mi madre quedó desconsolada hasta que al año estuvo embarazada otra vez.

 

Cansada de parir y no conociendo otro método que abstenerse, pues nadie en su familia, siendo huérfana desde los doce, le mencionó ese tema. Tampoco su suegra ni del lado de la familia de su marido. No se hablaba. Resultado; dejaron de tener relaciones.

Franklin se dedicó a la política con entusiasmo, buscando presentarse como senador. Tenía una chance de 5 a 1. Dos semanas después de nacer su último hijo Jimmy, aceptó un puesto en Poughkeepsie. Mi madre no se inmutó; no formaba parte ni se interesaba: simplemente obedecía.

El mes fue agotador para Roosevelt: debía hablar con cada granjero republicano; hicieron 3.299 Km por caminos de tierra a diez discursos por día e invitarlos a tomar una copa a una taberna. Mi padre se cayó de un trolebús en New York y cojeaba; estaba flaco, tenso, nervioso pero su mandíbula señalaba su obstinación y resistencia.

Los republicanos lo subestimaron, sin darle importancia; era un joven rico,  a favor de los granjeros. Su discurso era afectuoso con un toque de humor. Quería representarlos a ellos y no estaba sometido a ninguna autoridad.

En noviembre,  Roosevelt  ganó por 1.140 votos de los 30.000 en las urnas. Además se logró una limpieza demócrata, triunfando en ambas cámaras. Ganaron por la energía paterna y el dinero de mi abuela que gastó 1.500 dólares  además de la casa mucho más grandes cómoda y elegante.  Primero nos mudamos a New York temporalmente en Año Nuevo con tres sirvientes, una niñera inglesa para Sis, mi hermana, y Jimmy y el ama de cría.

El método de Roosevelt era  escuchar a los demás para aprender. El mismo día de la mudanza,  por la tarde invitó a sus seguidores en medio del caos y los refrescos que Eleanor servía. Durante 3 horas los

granjeros y sus familias  deambularon por la casa. Pero mi madre estaba feliz, pues no estaba bajo el dominio de Granny, aunque le  

escribiría  a diario. El deseo de la independencia de su suegra y de su marido creció.

Luis era  el socio político más íntimo y capaz. Débil, desaliñado, faltaba  dinero en su hogar; jugaba al  golf, al tenis, pescaba, hacía ciclismo. Una caída le dejó heridas en la cara y se burlaba diciendo que era uno de los hombres más feos de New York. Fue quien llevó a mi padre a la Casa Blanca.

Se casó con Grace y tuvieron una hija, Mary. Se convirtió en la otra mitad de mi padre. Ganaba poco,  tenía mal talante, se quejaba pero a veces le donaba su sueldo a mi padre para poder pagar sus cuentas.  En política y en todos los asuntos relacionados con Franklin era inagotable; se ocupaba de cualquier tema para ayudarlo en todo sus proyectos, siendo eficaz;  atrasaba las presentaciones,  si no le eran favorables, era jugador póker, sentía desprecio por lo superficial, era cómico y tenía un marcado sentido del humor. Agudo y calculador, quería a mi madre, mientras  Luis lo llamaba Señor presidente y mi padre lo llamaba el almirante.

Louis y Roosevelt  se conocían desde  hacía mucho tiempo;  el primero en denominarlo  “el querido y venerado futuro presidente” en un telegrama. Le auguró a mi madre el espléndido triunfo.  Tenía un magnetismo físico impresionante y emanaba energía  por su aspecto viril.

Wilson fue postulado. Louis, empleado de Osborne,  se unió a Roosevelt para trabajar en la próxima meta necesaria. Hacer que mi padre fuera elegido.

Roosevelt enfermó de fiebre tifoidea, postrado en la cama. Mis padres se lavaron los dientes con agua contaminada de las jarras en los camarotes. A los pocos días se contagió mi madre.

La situación de Louis era económicamente desesperada. Dejó el periódico, pensó que trabajaría con Osborne, pero lo despidió sin pagarle. El contacto más estrecho con mi padre aumentó la antipatía de Eleanor que no lo soportaba. Fumaba  incluso en el cuarto del enfermo. Pasaban horas juntos y ella quedaba excluida. Grace se quejaba del poco tiempo que estaba en la casa.

Louis sabía que Franklin no era un buen orador: no era su talento, pero su mano derecha era un político, tal vez el mejor de los Estados Unidos.  Roosevelt tenía 15.599 votos. Su opositor tenía 2.628; era una victoria inesperada. Desde ese instante ambos fueron dos mitades en un mismo ser político. A ambos les gustaba la acción; Franklin estaba señalado por la política y un estudioso de la Marina; su subsecretaría era una ambición. Renunció a su escaño en Albany. Louis se encargó de todo lo que estaba pendiente. Mi madre  retrasaba su ida a Hyde Park quedándose en New York y Franklin se trasladó de Washington a P. feliz. El salario era de 2000 dólares anuales y de inmediato le aumentó mil a Louis como secretario privado.

A mi madre le estremecía irse a vivir a Washington. La vida social no le causaba alegría; visitar, invitar, homenajear no era su deseo. Visitó a su tía Bye que le dio sabios consejos. Aparentar una vida con un salario no alto, le causaría más problemas: 5000 dólares anuales cada dos semanas. Grannie se haría cargo de pagar el seguro de su hijo y una póliza sobre su vida.

Franklin compró un auto de segunda mano. Solía tomar un tranvía  con la bolsa de golf o una valija. Sus zapatos eran de su época de

Harvard; las chaquetas raídas las guardaba para sus hijos; no tiraba los zapatos inglesas, una de sus debilidades. Pagar más de dos dólares por una camisa era un escándalo. Era un adicto a los libros y a las colecciones de modelos para barcos de la Marina americana. Aficionado a las tiendas viejas y amante de los remates, adicto a la lectura y a las estampillas.  Era muy sociable, le encantaba conocer gente;  las tarjetas de visitas eran de rigor. Había carruajes, tranvías y los autos ya no asombraban.La nueva casa en New York se  alquiló  mientras vivieron en Washington.

Cuando mi padre iba a Campo bello se unía a nosotros para recorrer el barco. Hacíamos excursiones juntos dos o tres días  y nos divertíamos  muchísimo.

En Washington hacía de diez a treinta visitas de cinco minutos  hasta la hora del té, donde se dedicaba a estar con sus hijos.

Ser subsecretario de Marina le  incomodaba por su timidez. Su vida se centraba en el círculo familiar, ayudado por una niñera y una gobernanta.

Paea mi madre  la vida social, la casa y los niños era demasiado. Necesitaba ayuda y la encontró en Lucy Page Mercer, tres mañanas por semana. Era una joven de veintitrés años, graciosa, inquieta, sonriente; seleccionaba las cartas y las tarjetas. Vivía con su madre y ganaba treinta dólares por semana.

Eleanor casi siempre nos llevaba en verano a Campobello, donde daría a luz. Mi madre estaba en la casa de al lado; mi padre se quedó con dos sirvientes, el chofer  y Lucy.

Nació Franklin (el segundo con el nombre de mi padre, el primero murió a los pocos meses).

En Agosto,  Roosevelt afirmó que se presentaría como senador de los EE.UU.  Se loo comunicó  a Louis y a la familia. El opositor lo superaba por tres votos. Mis  padres regresaron a Hyde Park. Nosotros debíamos convivir con otros niños, pese a odiar las clases de valses, los guantes blancos y las chaquetas y zapatillas de charol  negro, elegidos por mi madre.

Franklin se aproximó a los británicos, mientras la guerra se extendía hacia el exterior. Wilson se negaba a ayudar a los aliados contra Alemania. Nosotros deseábamos que nuestro padre tuviera más tiempo para jugar con nosotros. Solía  llegar antes de la hora de  dormir. En el invierno arrastraba los nuevos trineos con el auto para remolcarnos por las calles nevadas vacías para lanzarnos hacia abajo.

Mezclaba  su amor paternal con su vida agotadora. Le encantaba jugar al jockey o al béisbol. Mi madre no participaba. No se hacía ilusiones sobre su futuro con su marido. Se pasó diez años teniendo un bebé tras otro. Sus actividades estaban restringidas, pues no conducía. Louis tenía un auto con chofer y la llevaba con sus amigas a hacer compras.

Entre la conducta posesiva de Granny con su hijo y Louis Junto  Franklin  en la política, los Roosevelt tenían poco tiempo para verse o tener una vida plena. Quedó claro que era su último hijo.

Roosevelt tuvo peritonitis; fue internado en el Hospital Naval  en Washington para operarse. Eleanor viajó para estar junto a él, pues era muy delicada  la cirugía.  Llegó un día antes; dos semanas después  se restablecía en casa durante un mes. Antes del parto  tuvo una angina. Grace lo acompañó para recuperarse, aunque regresó justo antes del nacimiento.

Lucy era su complemento físico además de ser una mujer coqueta, siempre arreglada. Mi padre se sentía atraído hacia ella y su mujer se arrepintió de dejarlo solo en verano.

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La epidemia de poliomielitis ese verano  devastó el país. Mi padre le advirtió a mi madre que fumigara Hyde Park, -donde permanecíamos en cuarentena hasta que mermó la epidemia- y no regresara con los chicos. A fin de septiembre pusieron el buque  a disposición de la familia.

Llegamos a principio de octubre. En ese momento Wilson declaró que los EE.UU entraría en la guerra. Mi madre se puso a tejer calcetines, bufandas y jersey para los soldados. Nuestra casa era una especie de almacén donde se entregaba lana gratuita, obtenida por la Liga Naval. Recogían las prendas terminadas por las tejedoras. Eleanor también se alistó en la cantina de la Cruz Roja. Se levantaba a las 5 am para repartir tarjetas postales, dulces, cigarrillos para las tropas que pasaban por allí.

A mi padre no le agradaba tener una relación clandestina; mi abuelo le inculcó el  “noblesse oblige”. Las personas de alta posición deben comportarse noblemente con los demás. Roosevelt estaba fascinado con Lucy y no  mantenía en secreto su admiración por ella.

Mi padre ignoraba la política de New York. Se alistó como oficial de marina. Lucy se alistó como suboficial de Marina y fue destinada al departamento  de Marina para estar cerca de él. A las 9 am estaba en su despacho del departamento de la marina y no regresaba pasada la Medianoche. Los fines de semana combinaban los negocios navales con momentos de descanso.

Lucy seguía trabajando junto al jefe. En verano nuevamente  estuvo con anginas en Washington y pasó cuatro días en el hospital.

 El matrimonio tuvo una discusión fuerte. Ella debía quedarse para proteger a su familia. Su deber hacia nosotros era quedarse.

Llegó el ultimátum. Si en dos semanas no llegaba a Campobello amenazó con dejarlo y su marido no estaba preparado para llegar a esta situación.

Finalmente ganó mi madre. Lucy dejó de trabajar  con su jefe, pero él la mantuvo a escondidas de su mujer hasta que consiguió un nuevo empleo. A su vez, mi padre quería ir al extranjero, desesperado por abandonar Washington. Quería  regresar a la política. Wilson le envió decir que el mejor servicio de guerra era permanecer dónde estaba.

El joven padre de cinco hijos, con trece años de matrimonio puso punto final a sus temores domésticos. Recuperó su casa de New York nos dedicó más tiempo, hicimos cruceros a bordo de su barco Sylph. En verano de 1918 obtuvo permiso para embarcarse a Europa. Cruzó el Atlántico en el Dyer. El rey Jorge V lo invitó al palacio y le dijo: “nunca vi un caballero alemán”. En una comida conoció a Winston Churchill, pero preocupado por otros temas, pronto lo olvidó. Pasó un week end en Astor. Desde  Europa buscaba la  independencia de su madre.

El divorcio hubiera sido el suicidio de su carrera. Si lo hacía, Granny dejaría de pasarle dinero en castigo y él no tendía oportunidad de mantener dos hogares. Mi padre había heredado 1.338.000 dólares, una fortuna en activos de su progenitor, que administraba Granny, para que  “pudiera vivir como un caballero”.

 

Lucy, al estar en el  extranjero pudo escribirle. Mi padre guardó las cartas, que mi madre descubrió y pensaba usarlas en el juicio de divorcio- en el único estado que lo reconocía- pero no se realizó.

Ya de regreso mi padre tuvo pulmonía bilateral.

Mi padre renunció a Lucy en un acuerdo con Granny, quien seguiría dándole dinero hasta su llegada a la Casa Blanca (siguió haciéndolo).

Nosotros no fuimos el tema decisivo para no disolver el matrimonio. A todos les convenía fingir. Mamá discutió las reglas con su marido. Las relaciones sexuales nunca se reanudarían. Sería socios, pero no marido y mujer.

Todos nos reunimos en Washington. Mi madre seguía con su labor en la Cruz Roja. Ser oficial en la guerra no se cumplió y la epidemia quedó atrás, aunque el futuro de mi padre tuvo un cambio abrupto.

 

 

1920

 

En Navidad la familia se reunía siempre en Hyde Park, donde Granny dominaba y mi madre se sentía una invitada no siempre querida. Nosotros nos levantábamos temprano y nos dirigíamos al cuarto de mi padre a las 7.30 am. Teníamos prohibirlo ir antes de esa hora. Nos abrazamos y nos besamos deseándonos Feliz Navidad y respondiendo “que Dios nos bendiga”.

Luego corríamos en busca de los calcetines con dulces y sorpresas. Mi madre al escuchar los ruidos aparecía en bata. Dormía en un cuarto pequeño sin baño privado.

Se sentía el perfume del pino, que alcanzaba los cuatro metros, llenos de adornos y cirios. Los sirvientes se reunían la tarde anterior y recibían cheques de bonificación y nosotros debíamos ahorrar unos centavos semanales para comprar un regalo  a los niños de los domésticos, No podíamos gastar mucho. Luego nos encontrábamos en la biblioteca, donde esta la chimenea prendida y el árbol navideño brillaba.

Rompíamos el papel de los regalos que se esparcía por el piso. Llegaban parientes y amigos para compartir ese momento.

Poníamos todo en orden antes de partir a las 11 pm para la iglesia en trineo. Granny se arropaba en pieles. Los sermones aburrían at su hijo que siempre tenía una excusa para no acudir, escribir cartas, un partido de golf. Le gustaba más los himnos  que el sermón.

De regreso bajábamos corriendo. Se prendía las velas del árbol y venía el festín; la mesa  se ampliaba para doce personas  sentadas  cómodamente. Algunos de la familia de mi madre  también llegaban y Louis la pasó con nosotros ese año en Washington.

El mayordomo con lazo blanco, muy elegante tocó dos o tres golpes en el gong chino anunciando la comida servida.  Granny se sentaba en una cabecera y mi padre en el extremo opuesto. Mi madre en un lugar lateral. La sopa, el pavo cortado en tajadas finas y el budín inglés ardiendo en coñac, mientras los adultos bebían champagne.

Luego nos reuníamos en la biblioteca donde Franklin, siempre tomaba el libro gastado de Dickens para leernos un cuento de Navidad en su sillón, cómodamente, con voz clara y tranquila. Era un ritual heredado. La reunión seguía hasta que abandonaban nuestro hogar. Fue la última Navidad donde corrimos con mi padre sano.

Desde que se fue Lucy había tensión en el ambiente. Habían discutido agriamente: él no aceptaba el ascetismo impuesto por ella con la intención de no quedarse más embarazada.

Pese a las revueltas raciales en Washington, entre blancos y negros que retornaban de la guerra, pasamos unas lindas vacaciones.

A fin de ese año nuestros padres pensaron regresar a New York.

Mamá se enteró de que Lucy se había casado con un viudo aristocrático muy buen mozo que tenía seis hijos.  El tenía 57 años y Lucy era muchos años menor. El era deportista, criador de foxterrieres, conocido por mi familia. Tenía cuatrocientos Has de bosques, arroyos y tierras de cultivo en New Jersey. Lucy logró seguridad, un marido católico y una hija llamada Bárbara. Tenían una casa en New York y otra en Washington. Aunque Franklin no podía olvidarla, ella sintió un alivio enorme.

Fue un año difícil. Nosotros estuvimos todos enfermos, Jimmy pasó por una cirugía y mi padre debió recurrir a Granny para llegar a fin de mes. En secreto, mantuvo a Lucy hasta que consiguió un nuevo trabajo;   su jefe  se convirtió en su marido.

Nuestra abuela estaba feliz con el triunfo de su hijo en San Francisco.

 Finalizó la cita con un discurso excepcional en Brooklyn.  Había pronunciado ochocientas charlas de 10,20,30 o 45  minutos, cada una con ciertas variaciones  y se encontraba feliz de sus  progresos en público.

Mi madre también aprendió a hablar en público; al principio su voz le temblaba y el tono era de falsete, pero la idea de llevar a su mujer consigo sería para la publicidad. Si timidez era tremenda de vencer y  no le agradaban los actos públicos. Partió de Hyde Park a Washington y de allí a una cacería de patos en Luisiana.

Roosevelt y Louis suponía que los republicanos gobernarían los próximos períodos. En dos años obtuvo un escaño; se convirtió en senador pues toda la nación lo conocía ya.  Necesitó una nueva secretaria en New York.

Mi madre se abría camino independiente; ya no le costaba manejar una casa con cinco hijos, Estudió mecanografía y taquigrafía, se inscribió en la Liga de Electores y recibía la organización de las sufragistas, ahora que el voto de las mujeres era aceptado.  Decidió distanciarse de su suegra y comenzó sus primeros pasos hacia  su libertad.

Louis renunció a su trabajo para unirse  a su socio, el futuro presidente; Louis y su mujer e hija pasarían el verano en Campo bello para idear  las  futuras conquistas .Granny reanudó sus viajes a Europa y o encontraba en los veranos allí.  Nosotros esperábamos la llegada de nuestro progenitor para dar los paseos por lo acantilados, la playa o practicar navegación a vela o las excursiones. La última foto en pie  de F R fue en julio de ese verano


11 Agosto

 

Mi padre pensó  llevarnos a los  más grandes en una excursión de tres días  por el río Santa Cruz.  Se sintió mal a la noche. Pensó que tenía un ataque de lumbago pues antes lo sufrió. Tenía dormida la pierna izquierda aunque logró caminar al baño para afeitarse. Creyó  que era muscular y  que moviéndose se le pasaría. Pero la pierna

se negó a moverse y la otra también. Llegó Sis con el desayuno; él le hizo una broma y le regaló su espléndida sonrisa. La temperatura le subió a 38 grados y los dolores se intensificaron. Llamaron al Dr. Bennett.

Hasta hoy la poliomielitis sigue siendo difícil de diagnosticar. Existe hoy la vacuna que Sabin y Salk  descubrieron,. aunque sigue siendo incurable.

El Dr. Bennett  era un médico rural: no pensó que era polio. Es una enfermedad de niños, provocada por un microbio desconocido.

La polio tiene los mismos síntomas de una docena de enfermedades: dolor de cabeza, fiebre, dolor de garganta. Bennett pronosticó un resfriado y se fue. Mi madre y Louis se quedaron tranquilos. Para mantener a todos tranquilos, la excursión de efectuó igual. Nosotros  habíamos  tenido los días anteriores los mismos síntomas; nos goteaban las narices,  temperatura  no más alta  de 39 grados y una rara rigidez en el cuello. Los síntomas se fueron.

El viernes  no pudo levantarse. El dolor de espalda se transformó en rigidez. La parálisis empezó del pecho hacia las piernas  con gran debilidad en la parte superior, tanto que que ni siquiera podía levantar un lápiz.

Regresó el Dr. Bennett  y no pudo explicar el caso. La fiebre subió hasta 39 grados con vómitos, diarreas , dolor de cabeza y de garganta e infección de amígdalas, goteo de nariz y de los ojos, tos, dolores de piernas y de los pies y sensibilidad en la espina dorsal.

Louis se ofreció viajar 160 Km para buscar un anciano cirujano de Filadelfia, el Dr. Keen, donde pasaba sus vacaciones. Aceptó ir a pasar la noche a la isla.  El Dr. Keen lo vio esa tarde y a la mañana siguiente. En esos momentos tenía paralizado  hasta la cara. Habló de una congestión de la sangre, que armó un coágulo situado en la espina dorsal inferior, produciendo una pérdida de movimiento temporal, que mejoraría con el tiempo. Podría regresar en septiembre. Era esencial un masajista. Debía masajearlo a intervalos durante todo el día.

Mamá informó a parte de la familia y fue un tío nuestro   a buscar  a  Granny al puerto, pues llegaba de Europa. La fiebre continuaba.

El Dr. Keen estaba de acuerdo  en guardar silencio; pensaba que mi padre tenía una lesión espinal y que debía seguir los masajes. Mi padre me dijo que “sentía que Dios lo había abandonado.”

Fue un gran golpe. Fue atacado por una enfermedad cuando estaba pese a la fatiga de la segunda campaña, en el mejor estado físico. Fue humillante contraerla -el 75%  de niños son víctimas, no  los adultos. Estaba  contento de que sus hijos no la contrajeron.

Cada hora mi madre o Louis masajeaban sus piernas contorsionadas, un tratamiento que lo martirizaba.  Es la única vez que lo noté depresivo.

Cuando nos permitieron verlo, desde la puerta, hacía muecas o intentaba dos o más palabras respondiendo a nuestras lágrimas.

Para  mi madre fue difícil masajear un cuerpo que sólo era un recuerdo. Debía ser lavado y masajearlo  para evitar llagarse. Louis

la ayudaba para darlo vuelta:  sus funciones físicas estaban paralizados.  Su estado empeoró; se puso fin a los masajes, que lo hacían gritar. Louis fue a Boston para consultar  los mejores especialistas.

El Dr. Levine diagnosticó polio. Detuvieron los masajes; el mal ataca el sistema nervioso. Había que darle tiempo para que mejorara. Que descansara lo máximo posible durante cuatro a ocho semanas.

El Dr. Keene era cirujano; no conocía los síntomas; para verificar,  se necesitaba extraer líquido raquídeo. Tratarlo con el mayor cuidado y consideración. Era una enfermedad  grave. La función espinal  era una prueba más. Se desconocía que era un virus  que ataca la parte del cerebro que dirige  la médula espinal, que dirige los músculos. La intensidad es de acuerdo a la cantidad de las zonas afectadas por el virus. El mejor remedio era inyectar una dosis de suero sanguíneo de alguien contagiado.  Mi padre se sentía un héroe cuando le pedían ese favor. Se puso  fin a los masajes que dañaron el tejido muscular. La recuperación fue más difícil.

Mi madre llamó al Dr. Lovett que confirmó lo dicho por Levine. Describió el alivio de baños calientes para frenar los latidos de las piernas.

Levine informó que el paciente tenía una complicación facial, no respiratoria, y debilidad en los brazos.  Sin embargo, era optimista. Habló de un caso moderado para una recuperación posible. Nadie lo podía afirmar, pero no debía temer  quedar inválido.

El Dr. Keene no sentía culpa alguna por su errado diagnóstico. Le escribió una larga carta confusa a mi madre de cuatro hojas, donde terminaba pidiendole  mil dólares a pagar según su conveniencia.

Mi madre tuvo pánico. Se la consideraba una enfermedad infecciosa. La cuarentena era severa para los que se ocupaban de la víctima; debían ser aislados. El Dr. Levine  los calmó. Una enfermera calificada

tomó el lugar de Louis.  Contener el peso inerte de mi padre y traer el agua  caliente para el baño era una tarea agobiante.

Estaba de acuerdo con mamá de mantener oculto el estado actual  y sostenía que estaría de regreso a mitad de mes.

La nueva secretaria, Missy, que trabajaba desde hacía medio año, mantenía una relación nada convencional; se hacían bromas y se divertían.  Al regresar de sus vacaciones le pidió un aumento por carta. Ganaba treinta dólares por semana y mi madre le ofreció treinta y cinco explicando que mi padre se encontraba enfermo, resfriado y congestionado.  No  lo sabía y le escribía cartas alegres a mi padre, que no podía abrir ni siquiera el sobre.

Mi madre le escribió a Granny  que Franklin había estado muy enfermo, pero tío Fred le contó la verdad y al día siguiente estaba a su lado.  El enfermo estaba paralizado del pecho a los pies;  no se animaron  a contarle que era polio. Louis decía que mejoraría. El Dr. Bennett, en sus visitas hablaba de un restablecimiento total.  Mi padre tenía una fe ciega en esos pronósticos. Louis mantenía su carrera activa en la política y en los negocios. Desde su cama aceptó formar parte del Comité Ejecutivo de los Demócratas en New York; dictó una carta para su socio legal: espero poder hacerlo con la ayuda de Louis Howe y se burló de él  mismo escribiendo: la parálisis infantil es gracioso en un hombre con el pelo gris.

Se prepararon para regresar a New York. Se esmeraba en ejercitar los músculos del dedo gordo. Corría el riesgo de atrofiarse si no hacía movimientos. Todavía no levantaba ni la cabeza; lo subieron al barco en una camilla y contrataron tres ayudantes para cargarlo; alguien le encendió un cigarrillo. No mostraba su debilidad a los extraños o ajenos.

Los periodistas lo esperaban.  Lo acomodaron en un carro de ruedas de acero para el equipaje y avanzaron hacia el tren. El viaje finalizó en el Hospital Presbiteriano. Yo me detenía dos veces por día, camino al colegio. El Dr. era compañero del Dr. Lovett y el Dr. Drapper a quien  mi familia conocía. Presentaba signos de postración.

Roosevelt, enfermo de poliomielitis, publicó en  el Times de N.Y.

La respuesta dictada llegó al diario, bromeando con el director. Mi estado de ánimo es excelente y me permitieron continuar con parte de mis tareas. Si él se engañaba, Louis no lo hacía.

En 1924 compró un barco de varios camarotes; era parte de su programa:  nadar y  pescar.

Costó 3.700 dólares. La economía hogareña se alteró por los gastos extras del enfermo.  Se debió mantener dos casas y los honorarios médicos más nuestra educación.

Lo pagó a medias con un banquero de Boston, que también sufría de parálisis en las piernas. Cuando uno lo utilizaba se hacía cargo de los gastos, incluido el mantenimiento y los salarios: 100 dólares el capitán, 75 dólares  su mujer que cocinaba  en el fogón y dos marineros completaban la tripulación. Era un barco bajo para poder tirarse al agua y subir arrastrándose: quería ejercitar músculo por músculo para mantenerse de pie sin aparatos ortopédicos que pesaban  tres  kilos en cada pierna y mi padre odiaba.

Prefería pedirnos ayuda para ir al baño y esperar para sostenerlo. Sus piernas deterioradas podían soportar parte de su peso.

El capitán vivía en alta tensión por las falsas indicaciones que le daba el dueño. Los mosquitos eran una plaga. Los ronquidos de los demás también molestaban. Pero al amanecer cien especies de aves surcaban el agua. Algunos invitados se bañaban. Uno de ellos estuvo tres meses en el primer crucero de invierno.

 

Louis se ocupaba de su carrera y lo mantenía informado con el mundo exterior, concentrado en lo esencial. Mi padre disfrutaba  lejos del hogar y de sus trabajos. Quería volver a caminar sin los odiosos aparatos ya sea con muletas o brazos que lo ayudaran. Se preparaba para  volver a la política como figura secundaria, no como estrella. No era un año para los demócratas en minoría. La industria estaba en su auge. Se construían rutas, autos, radios y lavadoras. Ayudaba al partido opositor. Al Smith quería llegar a presidente.  El gobernador Cox tanteó a Roosevelt y ver si estaba disponible para dirigir la campaña de Al Smith.

Missy  pasaba la mayor parte del tiempo con mi padre.  El ingenio más el buen humor era importante  entre los hombres y la calidez e y la belleza facial y física entre las mujeres. El traje de baño era permitido hasta la hora del coctel;  los hombres entonces vestían un pantalón y una camisa y las mujeres vestidos veraniegos.

Quien no quería pescar podía pintar. A la noche, luego de la comida, se jugaba al bridge o al póker y apostaban centavos o hacían torneos de Marajaní, que Missy  ganaba por lo general.

Una vez pescamos un mero enorme de dos metros de largo por uno y medio de ancho; la mandíbula podía abrirse 45 cm. Pesaba 235 kilos.

La mujer del capitán le servía en el camarote el desayuno y planeábamos qué hacer las siguientes horas. Hablábamos  sobre los acontecimientos en el país y en el exterior, según los diarios que recogíamos, cuando atracábamos para agasajar a alguien en especial. Mi padre tomaba uno o dos cocteles para aplacar las punzadas y calentar sus piernas. Cuando se enfriaban nos permitía un masaje suave.

Cada mañana con su traje de baño negro hacía ejercicios en el agua, salvo que estuviera demasiado fría. Prefería aguas poco profundas y junto a la playa; podía permanecer parado y hasta caminar en el agua unos pasos sin apoyo, lo cual lo hacía muy feliz a dos años de declararse la polio. 

Cuando en New York el médico firmó “sin mejoría,” el Dr. Drapper temió una infección de la vejiga -que no sucedió- y cómo tomaría mi padre la noticia al enfrentarse con la realidad. Su buen humor y sus esperanzas en mejorar nunca lo abandonaron.

En nuestros hogares  colgaba una soga y un aro fijo en el techo sobre su cabeza y con sus vigorosos brazos  podía alzarse en la cama. En dos días pudo balancearse hasta sentarse la silla.

El factor psicológico lo ayudaba. Jamás se rindió: tenía tal valor, tal ambición que nada lo abrumaba y todo lo enfrentaba. Granny y mi madre  pensaban en él como un inválido permanente, pero debieron resignarse. Sólo Louis y él creían en ese sueño.

Debía ir a New York  a fin de continuar en el ruedo de la política. Fue llevado en ambulancia y luego en silla de ruedas.

Mi padre ignoraba los gastos; pagaba con retraso las cuentas. La falta de dinero desesperaba a mi madre. Pagando todo, le quedaban 150 dólares. En un momento la situación económica se volvió crítica y mi padre tuvo que disminuir algunos gastos extras  (compras de impresos navales y modelos de barcos en casa de remates para tener 4.537 dólares extras. Se oponía a pedirle plata a Granny, que estaría feliz pues era su modo de dominarlo. La abuela sufría de artritis y usaba muletas  o bastón.

 1925

 

Mi madre como un favor subió al barco para acompañar a un cliente especial de cadenas de tiendas. No le gustaba, pero fue una necesidad para apoyar a su marido

Su marido bajó del barco a pescar y ella se quedó leyendo o tejiendo. A la noche cantamos o jugamos al bridge: mi padre se retiró porque estaba a punto de perder. 

Murió el padre de Missy, debió  ausentarse  para el funeral.

Louis vino a vivir con nosotros,  lo que  afectó a mi abuela, que no lo soportaba.

Mi padre se tiraba en el suelo, al estilo indio, con todos sus hijos. ¿Creéis que pueden vencerme?  Siempre nos ganaba.

Cambió su cama de lugar para verme por la ventana andar en patines de ruedas, cuando daba la vuelta en la esquina.

A veces se arrastraba llevando un libro entre los dientes. Para ser independiente mostraba que  era fácil hacerlo. Tenía unas tenazas pesadas para recoger libros de la  alfombra  con un pincha papeles, como usan los guardianes en los parques .

Mi padre no discutía sobre sexo. Quedaba en manos de mi madre, que nos mostraba las aves o abejas. Nos incitaba a ver los caballos, perros o conejos a punto de parir en Hyde Park. Sis y yo sabíamos como copulaban los animales y era un experto en la reproducción del pez dorado pero la educación sexual se detuvo allí.

Louis y mi padre no querían que lo viesen inválido. Los tendones de su pierna derecha se distendieron. El Doctor cubrió las piernas con vendas y por dos semanas le metían cuñas cada vez más profunda en ambas piernas. Ningún dolor  fue comparable a éste. En febrero pudo colocarse los aparatos ortopédicos. Caminaba bamboleando cada pierna  desde la cadera porque no tenía fuerza en sus miembros inferiores. Repitió el proceso hasta que quedaron tiesas y ahí se inclinaba hacia adelante para tomar su maleta con peligro de caer.

Puso en pie un proyecto de reorganizar a los veteranos de guerra tal que se ofrecieron como voluntarios como jefes de tropa de Boys Scout y de veinte mil crecieron a ser cien mil jóvenes en la ciudad de New York.   Se hicieron rampas para adecuar la escalera principal. Mi  padre la subía arrastrándose y llegaba con el sudor en su cara pero feliz de haberlo logrado.

Louis divertía a mi padre. El trabajo exigía todo su tiempo y toda la energía de su patético cuerpo. Una casa en New York era imposible.  Louis fue el ser más fiel. Hacía realidad sus sueños. Casado con Grace  regresó a Fall River, esperando las visitas de su marido los fines de semana.

Renovó el interés de Roosevelt  para la producción de pedales y de cascos de barcos. En retribución, mi padre le regaló una bella edición de la Biblia.

Un acto de independencia de mi madre fue querer aprender a manejar. Chocamos contra un arce. En uno de sus accidentes perdió todos los dientes superiores, pero le quedaron mejor y parecía más bonita. No era coqueta, no le interesaba arreglarse para la conquista;

 

En el crucero de 1924, Roosevelt se mantuvo en pie sin ayuda en el agua que le llegaba al pecho.  Confiaba en que un día el agua lo restablecería totalmente.

Missy era aceptada por los amigos de mi padre, como algo natural.  Una vez los vimos abrazados juntos en una silla de mimbre en el camarote. Sis y Jimmy también lo vieron y lo comentamos con asombro -sin impresionarnos- pero nos impactó que nuestra madre lo sabía y  lo aceptaba. 

 

Warm  Spring  -1928- a 110 Km de Atlanta

 

Era una casa de campo con la pintura en mal estado y grietas . por doquier. Missy y él vivían solos, salvo las personas domésticas que venían y se iban en el día. Roosevelt arregló su casa con un ex barbero.

Fue un lugar importante por sus aguas curativas, donde tomaban baños. Lo único que quedaba era un hotel derruido y una sala de teatro desierta. Todo estaba cerrado y en estado calamitoso.

En su búsqueda de la salud no le interesaba la comodidad básica y Missy lo acompañaba.

El agua del manantial en una pileta natural de 6.800 litros por minuto de agua tibia a 31 centígrados. Sus sales minerales dejaban que los bañistas pudieran quedarse hasta dos horas en sus aguas  tan milagrosas.  Mi padre se interesó de inmediato para todos los afectados por la polio. Lo puso en práctica apenas pudo, en lugar de masajes con esencias. En agua fría podían quedarse unos minutos.

En el pasado, los indios nativos, antes de la llegada de los blancos, les atribuían poderes mágicos. En las guerras de tribus, Warm Spring  era sagrada: no se invadía. Los guerreros curaban sus heridas en esas aguas siempre en movimiento. Los gitanos y los vagabundos  buscaban magias gratuitas. A mi madre Warm Spring no le gustaba y  dejó el lugar bajo el poder de Missy. Iban juntos al pueblo muy pequeño para hacer compras.

 

Política

 

Mi madre apoyaba a Al Smith, mientras mi padre atraía las simpatías protestantes y el voto rural. Si Al Smith perdía, Roosevelt tendría más chances. Louis fue el hacedor del triunfo para habitar la Casa Blanca.

El día del discurso de nominación del 26 de Junio/ julio, mi padre estaba decidido a caminar solo hasta la tribuna. Del brazo de Jimmy, mi hermano marchó por el pasillo con una muleta bajo del brazo. Llegó con la cabeza empapada en sudor. Dejó el brazo de Jimmy,  se tomó de su segunda muleta y  se balanceó hasta  agarrarse a los bordes de la tribuna. Su discurso fue un triunfo personal, diáfano, confiado. Su voz  profunda levantó las esperanzas de los EE.UU en un período difícil. Recordó una frase de Lincoln. El posible candidato

atacaba ferozmente el error y la maldad y a su vez  transmitía sinceridad y honradez.

Sonaron cornetas entre los autos;  todos gritaban entre los pasillos, pero  ninguno de los tres  obtuvo los votos necesarios.

Las votaciones seguían; los días pasaban y Louis intentó mantener unido al equipo. Al Smith obtuvo la gobernación. Mi padre dudaba que los demócratas vencieran en esa profunda etapa de desempleo. Mi padre y de Louis quedaron extenuados y se fueron a la casa de este  último para descansar y analizar las consecuencias de la victoria del partido. Salvo el repartidor de leche o de provisiones, nadie  pasaba por allí.
La casa quedaba a 2 ½ metros  de la playa. Roosevelt  se arrastraba  desde la galería hasta la orilla. Vivían sin confort: dos criados de color los ayudaban.

En Hyde Park no podía nadar y tomar sol. Missy lo visitó  una vez.

Cuando la tasa de desempleo subió,  mi padre y Luis estuvieron atentos. Los bancos cerraban:  lo peor fue el Banco de Estados Unidos donde 250 ciudadanos de New York tenían cuentas; se mantuvo hasta el fin de la campaña. Las oportunidades estaban a la vista. Mi padre debía presentarse por segunda vez  como gobernador  a la vez de emerger como el único candidato posible para la Casa Blanca dos años antes por lo menos.

 

Hoover reconoció la crisis sin enfrentarla y lo benefició a mi padre que en los discursos advertía que era importante

continuar con las obras públicas para crear puestos de trabajo.  Los empresarios estuvieron de acuerdo y miles de personas  lo aplaudieron.

Estar en desacuerdo con la ley de prohibiciones le generó 181.000 votos. La radio fue de gran ayuda pues, desde allí,  hablaba sobre sus logros como gobernador y los proyectos que tenía para el futuro.  No le interesaba la radio más que como un arma para beneficiarse. No era adicto. Prefería leer el diario, libros, revistas; como Oscar Wilde apenas las hojeaba recordaba todo. Corregía sus apuntes o se sentaba delante del micrófono para comunicar sus ideas. Alguno lo ayudaba a llegar a su estudio en Hyde Park y desde allí  hablaba con facilidad . Semanas antes de las elecciones mi padre tenía una fe absoluta.  Pasó de 600.000 a 725.000 votos, el doble de los obtenidos por Al Smith; sin ninguna duda sería nominado para la Casa BLanca.

El tema era si Luis, viviría para verlo.

Gus enfermó en París de neumonía, dejando de lado todas sus tareas. Luis se quedó en New York, donde abrió un despacho

de publicidad llamada “amigos de Roosevelt”.  Mi padre  se embarcó conmigo rumbo a París. Fue el hombre más galante de toda la travesía. En  París consolamos a Gus  y compramos libros en los negocios que  bordean  el Sena; visitamos galerías y tiendas de arte.  Me enamoré de una pequeña escultura en bronce de una yegua con su potrillo. Mi padre se lamentó, pero para mis veinte años fue su regalo.  Anteponía la lealtad como principio;  si descubría una falta de fidelidad se apartaba. Era peor si tenía la idea que lo usaban. De todos los seres que lo conocían en profundidad colocaba a Louis y Missy en primer lugar . Eran el triángulo de su círculo íntimo, luego venía la familia y algunos amigos íntimos. Se tomaba  tiempo para hacerse de amigos duraderos: tía Polly estaba entre ellos. Solía pasar tardes en su mansión, en la fresca terraza que daba al Hudson.

Gracias a la ayuda de Daisy y Polly, Lucy siguió viéndose con mi padre y el día de su primer mandato en 1933 le envió un auto: mi madre no lo supo pero no es  posible que Missy sí lo supiera.

Lo veían como el salvador en esa crisis  del caos. Volamos hacia Chicago para la convención y desafiar a Hoover a fin de terminar con doce años del poder republicano, pese a no gustarle volar. Era un hombre musculoso  no el semi inválido,  como afirmaban sus adversario. Fumaba  un cigarrillo tras otro, revisando el discurso una y otra vez .

Louis ya estaba instalado en un Hotel de Chicago que serían los cuarteles; el pobre estaba enfermo, con tos y fiebre y no pudo estar ese gran día.

El deseo de mi padre era aplastar a AL Smith, que lo había humillado en 1928 al vencerlo. Smith pensaba que luego de la primera votación  Roosevelt  se debilataría.


A la mañana del cuarto día, se terminó la suma de los votantes de la tercera votación. Mi padre logró 682 votos. Smith perdió solo 10 y Jack ganó 11. Roosevelt necesitaba 100 votos urgente o perdería. Ese viernes deambulábamos por la casa sin finalizar nada y el futuro presidente durmió una hora  y luego estuvo atento al teléfono y a la llamada de Luis. Mi padre se había mostrado contrario a entrar en la Sociedad de las Naciones. Hearst sentía un odio especial por Smith y entre él o Franklin apoyaría al último. si Garner podía influir desde California habría una oportunidad. El estado apoyó a mi padre,  quien estallaba de alegría.

Volamos a Chicago llegando dos horas después. Una multitud nos rodeó y el peligro de que él se cayera estaba muy cerca.  Bajó del avión con un brazo apoyado en mi hombro y el otro agarrado a Gus . Lo protegimos a través del camino y solo perdió el sombrero mientras  las gafas se cayeron sin romperse. En el bullicio  se perdieron sus palabras. Dijo algo parecido: “devolver el país al pueblo”.

Los aplausos atronaron cuando apareció el candidato frente a un atril, con las  dos manos apoyadas  firmes .  Dijo lo siguiente: ”Os comprometo y me comprometo con un nuevo trato para el pueblo americano. (…) Ayudadme no sólo a ganar votos sino a ganar esta cruzada para devolver los Estados Unidos a su pueblo”.

La elección era segura; Hoover no tenía chance. Mi madre recorrió miles de Km en tren para llegar el día de las elecciones. Missy los recorrió junto a mi padre y Luis organizaba la operación por correo directo, desde su puesto de mando.

La víspera de ese gran día fuimos a Hyde Park, donde mi padre habló por radio al pueblo. Se quedó sentado en la biblioteca -junto  al fuego preguntándose si tendría la fuerza necesaria para la labor que lo esperaba y pidiendo a Dios que fuera lo suficientemente capaz de   ser leal  a sus ideas.

A la mañana nos dirigimos a la casa del Este. Después de comer fue a Biltmore, donde veinte telefonistas esperaban para  darnos los votos que iban llegando. Luis se sentó aparte, solo, hosco, lleno de  miedo de  haberse equivocado en algo.

Roosevelt  sacó 22.800.000 votos y Hoover 15.750.000. Mi padre tomó el micrófono y dijo: “Hay dos personas que hicieron posible este triunfo: uno es el almirante Luis Howe y el otro Jim Farley”. el grado fue una cortesía para Luis; jamás hubiera pasado una revisión médica para entrar en el ejército. Ambos se reían, cuando mi padre lo presentaba con ese grado.

A la madrugada del 9 de noviembre regresamos a casa. Granny esperaba en la puerta llorando de orgullo: “Esta es la noche más grande de mi vida” murmuró mi padre, mientras se abrazaban.

Luis estaba inquieto, su tarea de veinte años finalizaba  pero no había de temer; mi padre lo nombró secretario del presidente y continuó siendo el principal mediador; celoso de todos los que rodeaban al presidentel, nos acompañó a la  Casa Blanca y se instaló frente al corredor que comunicaba con el gabinete del presidente.  Todo visitante pasaban antes por el despacho de Luis.

Missy también nos acompañó a la Casa Blanca. Mi madre le eligió un gabinete, el dormitorio y  su cuarto de baño, que comunicaba en forma privada  con el despacho Oval en la Planta Baja. Recibía como sueldo 3,100 dólares al año; en 1938 pasó a cobrar 5000; sólo tenía dos deseos: comprarse una casa en Cape Cod y que le sirvieran su desayuno, café solo y jugo de naranja con los dos diarios matutinos:  Washington y New York.  Estaba las horas diarias necesarias a disposición del presidente. 

Missy tenía 35 años , era coqueta, usaba tacos y vestidos elegantes de color azul o gris, los tonos preferidos de mi padre. Todas las mañanas mi padre entraba en su despacho y conversaba un rato con ella, antes de dirigirse al Salón Oval. Luego organizaba, juntos  el día de trabajo.

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