lunes, 18 de mayo de 2015

HISTORIA DE INGLATERRA


HISTORIA DE INGLATERRA


Los monumentos d´Avebury, el templo de Stonehenge... y otros monumentos, parecen probar la existencia de una población numerosa, habituada a unirse por una acción común, bajo la dirección de una autoridad aceptada, hace unos 2000 años a. C.
¿De dónde provenían estas familias que, luego de la desaparición del hombre paleolítico y al final del período glacial, habrían poblado Inglaterra, trayendo con ellos los bueyes, las cabras y los cerdos?
Los esqueletos muestran dos razas, una con el cráneo alargado y la otra con el cráneo más ancho. Eran dos civilizaciones distintas, una de las cuales fue denominada con el nombre de Ibéricos, probablemente de España.
Los viajeros, que regresan de Malta, se quedan asombrados en Stonehenge, por los trazos comunes que ofrecen los monumentos megalíticos, en dos lugares tan alejados el uno del otro. Sin duda hubo en tiempos prehistóricos en el Mediterráneo, sobre las costas del océano y hasta las islas Británicas, una civilización bastante homogénea, como hubo más tarde en el Medioevo con la  cristiandad. Esta civilización fue transportada a Inglaterra por inmigrantes, que quedaron en contacto con el continente, gracias a los mercaderes que venían a buscar los metales de la Bretaña y llevar a cambio los productos del Levante y el ámbar del Báltico. Poco a poco, los isleños aprendieron el arte de la agricultura, a construir barcos y a fundir el bronce. Es interesante imaginar la lentitud de ese progreso, que ocupó a los hombres durante siglos.
LOS CELTAS

Entre el siglo VI  y el IV a C. llegaron a Inglaterra e Irlanda vagas tribus pastorales y guerreras, echadas de Francia, que tomaron el sitio de los Iberos. Esas tribus pertenecían a un pueblo celta, que  ocupó inmensos territorios en el valle del Danubio, el norte de los Alpes y la Galia. Se desplazaron por la presión de un pueblo más fuerte; fueron tribus que amaron la guerra, aun entre ellos; eran hombres grandes y fuertes, que se alimentaban del cerdo y de la papilla de avena, que bebían cerveza y eran hábiles en  conducir carros. Altos, de cuerpo linfático, piel blanca y por lo general de cabellera rubia. En esa larga y lenta invasión céltica, los historiadores distinguieron dos olas primordiales: la primera, Galesa, que les cedió su lengua- el gálico- a Irlanda y Escocia; la segunda, formada por los Bretones, de donde deriva la lengua galés  y el bretón, en Francia.   Las invasiones germánicas en Inglaterra hicieron desaparecer la lengua celta. Sobrevivieron sólo algunos nombres de raíces célticas.
Los bretones bebían una mezcla de granos fermentados y miel. Doscientos años más tarde una crónica nos describe las minas de estaño y  la manera cómo los lingotes eran transportados sobre las espaldas de un asno o de un caballo, para ser  luego embarcados.
El clan celta no era totémico, aunque sí familiar. Fue en Bretaña, en la época del César, que encontraron a los más célebres druidas. Se reencontraban cada año, en un punto central, quizá en Stonehenge. Los druidas enseñaban que la muerte era un desplazamiento y que la vida continuaba con sus formas y sus bienes en el mundo de los muertos, los cuales formaban una reserva de almas disponibles. Ese capital de almas no estaba limitado a la especie humana; creían también en la metempsicosis, rasgo común con el Oriente.
Las relaciones entre los británicos y los belgas eran estrechas y constantes. En el momento de la invasión romana, los celtas de las islas estaban menos armados que los galos.
Los celtas galos habían abandonado el carro de combate, porque encontraron los caballos. Los bretones no lo conocían; tenían la infantería, en vez de una caballería.
En Bretaña como en Galia, los celtas, inteligentes y ligeros, imitaron la civilización romana. Los profesores, formados por los druidas, dieron a los galos su cultura clásica. Más tarde, en la Edad Media, los monjes irlandeses recordarían la Europa del culto a las letras griegas y latinas, aunque nunca  les atrajo  las artes y los adornos en espirales en sus armas, joyas o vasijas de barro, aún teniendo más fantasía que los prácticos romanos. A la literatura europea le otorgaron un sentido oriental de misterio, que le es propia. Es en Tristán e Iseo o el rey Arturo, que la literatura céltica dejó su impronta europea. Con la formación de Inglaterra, los elementos célticos se conservaron en el Oeste de las islas.
LA CONQUISTA ROMANA

La Galia, habiendo sido conquistada, convertía a Bretaña en el fin de la campaña de los romanos. En esas islas fabulosas esperaban encontrar oro, perlas y esclavos. Hicieron una corta expedición de reconocimiento en el 55 a. C; enviaron un vasallo para elegir el lugar de desembarque favorable, pero fue un error. Los bretones advertidos, los esperaban  en la orilla. El ejército romano era superior al bretón pero, a pesar del éxito parcial, César reconoció que su pequeña armada no estaba del todo segura. Esta expedición sin gloria llegó al Senado de Roma como si hubiera sido una victoria extraordinaria. Pero César era realista. Aprendió a reconocer a los bretones y  la naturaleza del país, con sus puertos y sus tácticas. Sabía que no podía vencer sin una caballería y estaba decidido a regresar al año siguiente. Regresó y encontró a los bretones bajo el manto de un jefe. Los romanos se dirigieron por el río hacia el norte del Támesis. César negoció hábilmente; el jefe fijó el tributo a pagar cada año al pueblo romano. Cicerón se burló en Roma de esta conquista, que sólo aportó algunos esclavos; la vio más como una victoria política interna  que una victoria imperial.
César murió y Bretaña fue olvidada por un siglo. Mientras tanto, el sur y el centro de ella eran parte del Imperio Romano; al norte, la ocupación no progresó.
FIN DE LA INGLATERRA ROMANA

El fin del poder romano en las islas coincidió con una debacle de desórdenes, en extremo peligrosa para el Imperio. Hacia el 384 A.c. se llevaron las tropas de Bretaña a Galia. Los soldados no eran romanos sino bretones. La provincia se encontraba privada de defensores.
S V
La conquista de los sajones fue lenta y la defensa, bravía. En el siglo 429 a. C, el obispo San Germán  dirigió una lucha contra la herejía, lo cual prueba que los bretones tenían  tiempos de placer y  ocio para ocuparse de la teología. Durante ese  período, habiendo visto amenazada la ciudad de San Germán,  organizó una emboscada y -en el preciso momento- lanzó a los cristianos contra los bárbaros, que fueron vencidos al grito de “aleluya.”
Siglo VI

El rey Arturo, soberano mítico que inspiró luego a los poetas, logró  vencer a los invasores. Desde ese momento, los anglos y los sajones fueron amos de la parte más rica del país. Fue asombrosa la desaparición de la civilización celta romana. En Galia, ciudades y monumentos romanos han quedado de pie. En Inglaterra, la lengua guardó pocos rasgos del dominio romano; los encontrados  son de Galia.
En Francia, los monumentos son romanos; en Irlanda y en el país de los galeses, los sacerdotes y los monjes salvaron la cultura romana. Que el vocabulario doméstico sobreviviera, demuestra que se casaron con mujeres indígenas. Muchos hombres fueron masacrados o vendidos como esclavos. Los celtas fueron vencidos por los íberos.
Si Inglaterra moderna es tan profundamente diferente, que Alemania, es porque la conquista Normanda fue una segunda conquista latina y porque en la sangre de los invasores germanos se mezcla, en una proporción bastante importante de  la sangre de las razas que las precedieron.

ANGLOS, YUTES Y SAJONES

Cuerpo grande,  ojos azules, cabello rubio rojizo, estómago voraz; se calentaban con licores fuertes. No tenían ninguna vergüenza de beber día y noche.
Eran de temperamento violento. Su placer favorito era la guerra, pero bajo esa barbarie nativa, tenían una inclinación noble y una seriedad que los alejaba de los sentimientos frívolos. Las mujeres eran castas y las bodas, puras. El hombre era fiel a su jefe. Cruel y feroz con el enemigo, leal para con su grupo, era capaz de respeto y devoción. Habiendo probado el poder terrible de la naturaleza, era religioso. Los cuentos celtas poseen una imagen triste y exaltada.  Se apasionan al conocer la Biblia.
Rápidamente los pequeños pueblos romanos fueron abandonados. Una comunidad de diez a treinta familias era un pueblo célula para la vida de los anglosajones. El reino estaba dividido en “Shire”; los límites corresponden a los condados de hoy en día. El Shire es la unidad judicial; es el lugar del patio de justicia, donde cada ciudad manda sus representantes una vez al año. Pronto el rey será el representado por un sheriff. Cómo esta asamblea se ocupaba de los juicios, no lo sabemos. ¿Por una mayoría, por una discusión? La pena aumentaba con el número de culpables; los ladrones eran un grupo de uno a siete; las bandas eran un grupo de siete a treinta y cinco; más de esta cifra era un ejército. Los crímenes más graves eran los que violaban la paz del rey, en presencia de éste, en su entorno o en el vecindario donde se encontrasen.
Existía la tortura: los empalaban, los cortaban en trozos, los ahogaban con sus puños atados. A falta de un juramento, el acusado era arrojado al agua: si caía a pique era inocente, porque el agua aceptabas recibirlo. También estaba el juicio por el fuego; culpabilidad o inocencia era determinado por el aspecto de la quemazón después de ciertos días. Luego de la Conquista Normanda, en caso de conflicto sobre la propiedad de un terreno, se recurría a la batalla singular; los dos adversarios luchaban hasta que uno pedía gracia. Estos aspectos nos hablan de una sociedad brutal, grosera, llena de honor y de una fuerte vida local.
Los anglosajones conservaron el gusto por los comités, grupos donde trataba de resolver las dificultades de la vida cotidiana, en un debate público. Este gusto se origina en su existencia nacional, donde trataban en el acto y sin burocracia en la plaza central el gran número de cuestiones administrativas y judiciales pendientes.

-LAS INVASIONES DANESAS 

La religión de los anglosajones,  estaba formada por un conjunto de leyendas de la Biblia del Norte; los dioses Odín, Thor y Freya dieron los nombres a las semanas; vivían en el paraíso, donde las vírgenes guerreras los mataban en el campo de batalla.
Sus reyes sabían que en el S XVI Francia e Italia se habían convertido. La iglesia romana tenía un prestigio muy grande. En las pequeñas misiones cristianas fue recibida con tolerancia y sumo respeto. En Irlanda, San Patricio había evangelizado las tribus celtas y fundó los monasterios donde se refugiaban para escaparse de los bárbaros y los sarracenos. De esos pueblos y monasterios partieron santos que convirtieron a los celtas de Escocia.
El Cristianismo había impregnado el alma celta, de naturaleza mística. En los países celtas, Irlanda, Gales y Escocia, se había formado una iglesia nacional, independiente de la iglesia de Roma, que deseaba parecerse a la iglesia primitiva. Los monjes de Irlanda fueron solitarios que vivían en cabañas aisladas. Sólo la necesidad de seguridad le hizo aceptar la autoridad de un abad.
El matrimonio no estaba prohibido en Irlanda ni para los sacerdotes seculares. La iglesia se conservaba sin estatuas y sin un altar; los pastores bautizaban a los adultos al borde de los ríos. La misa, era dicha en lengua popular, no en latín. Los sacerdotes vivían pobremente y distribuían la limosna que recibían.  Pascua no coincidía -entre los celtas- con la Pascua tradicional. El papa Gregorio el Grande, aristócrata romano, supo asegurar al papado la sucesión del Imperio de Occidente; el Cristianismo quería imponer su rito aunque los celtas se negaban. La Pascua de los bretones tenía su origen en San Juan Evangelista y la de los católicos, en sus apóstoles Pedro y Pablo. El rey pensó que si las llaves fueron dadas a San Pedro,  obedecerían en el futuro al Papa.
Los  Siglos VII y VIII fueron siglos de santos y héroes. Estas almas violentas y fuertes eran capaces de grandes sacrificios y crímenes. La mezcla de la moral guerrera nórdica y de la moral cristiana serán los futuros héroes romanos y  caballeros romanos.
En el S XIII, Beowulf fue la epopeya anglosajona, única obra completa sobre un tema nórdico. Fue escrita  de nuevo por un monje inglés, entre los siglos III y X, teniendo en cuenta los prejuicios cristianos. El tema es similar al de Siegfried: la destrucción de un monstruo por un héroe.
Beowulf, príncipe sueco, atraviesa los mares y visita el castillo del rey de los daneses. Allí le hablan del monstruo Grendel que, todas las noches devora a los señores que encuentra: Beowulf mata a Grendel, pero la madre del   monstruo vengativo, es perseguida por regiones atroces,   logrando Siegfried  salvar al mundo de esa raza. Regresa el héroe a Suecia, es coronado rey y sucumbe herido por un diente envenenado del último dragón, que él quiso combatir. Muere noblemente diciendo: “Durante cincuenta inviernos me preocupé de mi pueblo; protegí mi tierra y no fui traidor. Nunca juré en vano. Estoy orgulloso de  obtener este tesoro para mi pueblo. No tengo necesidad de seguir viviendo.”
La tristeza del tono sorprende. Los paisajes son desolados. Son héroes de climas hostiles. En este mundo, el rey y sus guerreros están en primer plano. Con el apoyo de sus compañeros el rey es todopoderoso. El monarca les otorga tierras y tesoros. En la epopeya, todo  hombre es un Señor, que le debe fidelidad al rey, debiendo partir a tierras extrañas. Los traidores son despreciados. Las mujeres respetadas y están presentes en los banquetes. Pero es un amor serio, sin alegría. Ninguna canción de amor se encuentra  en esta epopeya. El amor es una devoción y un compromiso.
Beowulf, que se pelea contra los monstruos  salidos del infierno, es casi un caballero cristiano. Su fin iguala al de Lancelot. La mezcla de las civilizaciones romanas, junto al honor bárbaro y la moral cristiana, darán obras mejores.
La crónica describe por vez primera las invasiones danesas y sus consecuencias: la llegada a Inglaterra de tres barcos con hombres del Norte, que fueron asesinados. Seis años de paz.
Pero desde el 793 hubo otra vez incursiones de paganos. A veces llegaban a diez mil; tribus de la misma raza que habitaban Noruega, Suecia y Dinamarca; eran paganas, aunque no bárbaros. Estos vikingos obedecían a un jefe y peleaban con coraje. Cuando podían, cambiaban la fuerza por la astucia. Eran guerreros, ladrones y comerciante y, si se veían sorprendidos en una playa por un cierto número de persona, les  cambiaban su aceite de ballena y su pescado seco contra miel y esclavos. Tenían un barco a remos, estrechos y largos, con un solo mástil y una sola vela roja, que se izaba muy de vez en cuando. No eran barcos para la navegación en alta mar. En medio día necesitaban dos equipos de remeros. Las armas eran pesadas, lo cual dejaba poco margen para llevar  alimentos. Los barcos eran ligeros, aunque limitados, no para hacer frente a las grandes olas del Océano.
Los suecos iban hacia Rusia y Asia; los noruegos encontraron una ruta hacia Irlanda y también hacia Groenlandia y América, en busca de pieles. Los daneses hallaron una rut
a interior, más cerca de su país, por la costa de Escocia.
EL REY ALFREDO y EL REY CANUTO

Alfredo, hijo más joven del rey danés, fue educado en un tiempo de invasiones y  combates: sus tres  hermanos mayores murieron en manos del   enemigo.
Era enfermizo y muy sensible; lo que más anhelaba era aprender, cosa imposible, porque en esa época los sabios no existían en el reino de Wessex.
Cuando el último de su familia fue asesinado, Alfredo fue elegido rey por los Witans. Los daneses eran amos del Este y del Norte;  Alfredo pudo reinar en paz sobre las tierras del Sur. El Rey creó  escuelas para enseñar latín,  inglés,  equitación y la caza con halcón a los hijos de los nobles ricos u hombres libres. Dio también la orden de comenzar una crónica anglosajona, donde se anotaría cada año los principales eventos; con  sus traducciones escrupulosas el rey  hacía accesible los textos que juzgaba útiles para quienes  no conocían el latín. Tradujo Historias Eclesiásticas, universales y la regla pastoral de Gregorio el Grande, imprimiendo cincuenta ejemplares para los obispos y los monasterios de su reino. Finalmente tradujo su biografía.
Luego de su muerte, sus herederos, formados según su escuela, aumentaron el prestigio de los soberanos anglosajones. Reconquistaron La Mercier y luego Northumbria y  bien pudieron denominarse   reyes  de todas las Bretañas.
Los daneses comenzaron a adoptar el lenguaje, aunque la paz necesitaba un rey fuerte con el fin de  detener toda invasión pirata.
Los hombres del Norte luchaban entre ellos a fin de crear los reinos de Noruega y de Dinamarca. Concluido este período de lucha, recomenzaron los viajes de aventura y conquistas en la segunda mitad del S X. Primero fueron siete u ocho barcos; luego, una verdadera flota y más tarde una real Armada y finalmente La Armada.
Esta nueva invasión coincidió con el  rey Ethelred,  quien, en vez de defenderse, aceptó pagar un tributo de 10.000 libras como un impuesto especial. Los daneses se tornaron más y más exigentes y, al morir el rey, su hijo, junto al Consejo de los Sabios, no vio otra solución que ofrecerles la corona de jefe de la Armada a Canuto, hermano del rey de Dinamarca, un joven de 23 años. La elección fue positiva. Se casó  Emma de Normandía; de inmediato mostró que no haría diferencias entre los daneses y los ingleses; le dio licencia a la Gran Armada, guardando 40 barcos con 3.200 hombres como su guardia personal, grupo de elite que recibía dinero mas no tierras. Canuto les pagaba con el impuesto aceptado por el pueblo. Personaje asombroso, de pirata principesco a rey imparcial y conservador, a los 20 años. Convertido al cristianismo, se mostró tan piadoso, que se negaba a llevar su corona y la suspendía encima de la catedral de Winchester, para mostrar que Dios era el único dios.
Rey de Inglaterra, en el 1016, y de Dinamarca, en el 1018 -al morir su hermano- conquistó Noruega en el 1030; gracias a numerosas concesiones, recibió el título de rey de Escocia. Una vez más Inglaterra estaba unida a la suerte de los pueblos nórdicos. Pero el Imperio anglo escandinavo  era imposible, porque los países  se ignoraban entre sí.
Al morir a los 40 años, su obra no sobrevivió. Luego de algunas luchas entres sus hijos, los ingleses retornaron a la dinastía sajona y eligieron a Eduardo como rey, segundo hijo de Ethelred, el rey que aceptó pagar un tributo.
El Rey Canuto y los Witans  habían destruido los feudos y sus posesiones.
SIGLO XI    -GUILLERMO EL CONQUISTADOR-
Después de la conversión de los normandos, los duques habían adquirido un particular favor del Papa, por su ardor en edificar monasterios e iglesias destruidas por sus ancestros.
Después de la muerte de los mediocres herederos del rey Canuto, Eduardo fue proclamado Rey por los Witans. Éste recibió la visita de Guillermo, (quien deseaba ser rey de los Witans) que  le prometió la sucesión al trono. Eduardo prometía su fortuna a todos sus sobrinos. Quería irse como peregrino a Roma. El Papa lo dispensó a cambio de una Abadía. Hizo construir la abadía de Westminster y trasladó su palacio cerca de ella.  En 1066 muere; fue el último rey anglosajón, antes de la conquista; para los ingleses era el símbolo de la Inglaterra independiente.
Guillermo, Duque de Normandía, era un hijo ilegítimo del duque Roberto y de una aldeana; le hicieron la vida muy dura a su soberano.
Normandía estaba en paz y floreciente. El Duque era tenaz, con una gran voluntad. Se casó con Matilda, hija del Conde de Flandes: el Papa se lo prohibió, pero Guillermo se impuso y -a cambio- prometió construir dos iglesias en Caen. En ese tiempo los Witans ofrecían la corona; Harold fue hecho prisionero, aunque Guillermo lo dejó libre, a condición de que fuera su súbdito. Cuando Eduardo murió, los Witans nombraron a Harold rey. Harold violó  la ley feudal  del juramento solemne hecho  a Guillermo. Era un usurpador. Harold tenía una tropa excelente y peligrosa, pero Guillermo le juró a cada uno de sus vasallos normandos tierras en Inglaterra y dinero.
Guillermo  desembarcó sin luchas ni batallas en Inglaterra. Harold regresó hacia el Sur. Cuando los normandos vieron sus hombres, los atacaron. Fue una masacre donde el propio Harold murió.
La continuación de las operaciones militares y diplomáticas aclara el carácter de Guillermo. En vez de asaltar Londres, la rodeó y esperó su rendición. En vez de coronarse, esperó que  le ofrecieran la corona; quería aparentar ser el rey legal. En Navidad de 1066 se dejó coronar en Westminster. En esa época se edificó La Torre de Londres.
Los normandos encuentran en Inglaterra unos paisanos sajones y daneses con comunidades separadas por bosques y tierras, agrupados junto a una iglesia de madera. Los celtas, galeses y escoceses no formaban parte del reino de Guillermo.
Guillermo I reinó por derecho conquistado. El casamiento de su hijo Enrique I con  Matilda unió la casa de Normandía a la dinastía de los antiguos reyes sajones.
LA CONQUISTA NORMANDA

Ninguna situación fue más ambigua que la de Guillermo en Inglaterra, al día siguiente de su coronación. ¿Tenía derecho a ser soberano legítimo un miembro de la antigua familia real, un continuador que no trataba de introducir cambios? Era un conquistador rodeado de cinco o seis mil caballeros ávidos, a los cuales les prometió tierras quitándoselas a sus antiguos propietarios ingleses. Se podía decir que pertenecía a la misma raza que los anglo-daneses y primos cercanos de los anglo-sajones. Estos normandos, profundamente transformados a lo largo de un siglo y medio, lograron que ningún inglés comprendiera su lengua. La nobleza inglesa se abandonó a la bebida, a la glotonería, al desorden, mientras los franceses vivían con frugalidad. En revancha, los señores ingleses, más generosos, no buscaban para nada enriquecerse, mientras los normandos cambiarían de soberanos, si ganasen dinero con ello. ¿Cómo un puñado de normandos aislados en un país extranjero, en un tiempo de comunicación difícil y lenta, podrían mantenerse y gobernar? La ventaja de los conquistadores era numerosa. Ellos tenían a Guillermo como un verdadero jefe que traía de Normandía una sólida experiencia; encontraron resistencias locales, aunque no una resistencia nacional y sobre todo poseían una temible superioridad bélica. Después de la derrota de Harold, ninguna armada en Inglaterra podía oponerse a la caballería feudal Normanda.  Sabían construir fortalezas impenetrables, en colinas, a campo raso. Primero eran de barro, luego de piedra. Guillermo, rey prudente, no autorizaba a construir estas fortalezas más que a sus hombres de confianza; eran fortalezas reales como la Torre de Londres. A los hombres del interior les prohibía tener castillos fortificados y se sabía muy bien hacer respetar.
Para distribuir a los normandos las tierras prometidas, debía quitárselas a los vencidos. Primero se las quitó a los traidores, que habían combatido para Harold; luego se las quitó a los revoltosos, con el fin de anexar  la corona  a nuevos territorios. Severamente reprimió un sublevamiento del norte, donde quemó todos los pueblos y edificó –a fin de dominarlos- el espléndido castillo de Durham, flanqueado de una catedral digna de elogios.
Todos los puestos importantes estaban ocupados por los normandos. Los compañeros del Conquistador formaban la nueva nobleza inglesa. Dos lenguas se hablaban en el mismo país; el clérigo hablaba francés y latín. En Francia, a partir del S XVIII, las antiguas fórmulas francesas del rey normando se empleaban todavía en Inglaterra. Durante cerca de tres siglos, el inglés fue una lengua sin literatura ni gramática, sólo una lengua popular hablada, aunque se transformaría velozmente. El sajón había sido una lengua germana con declinaciones complicadas,  pero el pueblo inglés lo simplificó rápidamente y alcanzó el tutelaje de la elite, adquiriendo una asombrosa liviandad. Los barones colaboraban con el rey. Desde Roma, el Papa Gregorio pedía el celibato de los sacerdotes, el derecho a nombrar a los Arzobispos y que el Rey les rindiera homenaje. Guillermo el Conquistador fundó una gran monarquía, pese a no ser un soberano absoluto; juró en su coronación mantener las leyes y costumbres anglo sajonas; debía respetar los derechos feudales concedidos a sus compañeros; temía y veneraba la iglesia. Guillermo no podía concebir la monarquía absoluta. La nobleza feudal no lo hubiera permitido. Los normandos, cerebros expertos y claros, introdujeron un orden más rígido, fundado sobre un principio: “Sin tierra, sin Señor”. En la cima de la jerarquía económica y del hombre político, estaba el Rey, coronado como persona sagrada; era el propietario de todas las tierras del reino.  El Rey guardaba parte de esas tierras y daba el resto a sus jefes y a los caballeros, a cambio de servicios militares y otros favores. Por ejemplo, si el rey otorgaba cien casas solariegas, tenía derecho a cincuenta caballos, en tiempos de guerra. El barón se quedaba con cuarenta y el resto era para sus vasallos, en segundo grado, quienes otorgaban el servicio de sesenta caballeros. El barón se aseguraba más  soldados que los prometidos al Rey.
Los ingleses eran sinceramente religiosos y no concebían un estado social diferente. Mientras percibían el peligro invasiones, la clase militar era necesaria. Fue en el S XIII, que el sistema feudal percibió a los militares como una clase inútil, que pesaba. Más tarde esta clase moriría, como también el régimen y el orden.
Guillermo el Conquistador dejó Normandía a Roberto: Inglaterra, a Guillermo  y, cinco mil marcos de oro, a Enrique, Durante veintiún años, Guillermo  reinó en Inglaterra con eficaz dureza, poniéndose la corona solamente en tres ocasiones: en Navidad, en Pentecostés y en Pascua; luchaba contra los numerosos barones, cazaba ciervos y pasaba algún tiempo en Normandía para defenderse contra las trampas del Rey de Francia. Fue mortalmente herido en una de esas campañas.
Su hijo predilecto era Guillermo el Rojo, llamado así por el color de sus cabellos resplandecientes. A él le dejó la corona de Inglaterra; al mayor, Roberto, a quien tenía en mediocre estima, le legó sin ganas Normandía, sabiendo que nada bueno llegaría a ser y a Enrique le dejó los cinco mil marcos de oro.
Guillermo no era tonto, pero no tenía ninguna cultura. Era corpulento, brutal, medio mal hecho, sarcástico y sólo estimaba a los guerreros; tenía horror a los sacerdotes y blasfemaba con un placer salvaje. Su gran goce eran los banquetes que daba en Navidad y en Pascua a sus barones. Para aumentar su magnificencia empleó durante dos años los artesanos de Londres para construir el hall de Westminster que fue tenido en ese entonces por el más magnífico edificio del reino, sitio de la corte de Justicia. Para divertir a centenares de caballeros y mercenarios, llegados de todo el país, aumentaba los impuestos. Había prometido respetar la ley, que no cumplió, cuando se sintió realmente fuerte. El segundo objetivo fue reconquistar Normandía. Cuando Roberto decidió partir para la primera Cruzada, Guillermo el Rojo le dio diez mil marcos,  a cambio del ducado de Normandía. Estando Roberto ausente.
El hijo menor, Enrique,  se hizo apresuradamente proclamar Rey por un puñado de barones amigos y  a falta de un  Arzobispo coronar  por el Obispo de Londres. Todo era irregular, aunque tolerado. El reino de Enrique I fue apacible.
La institución del jurado, prestado por los normando a los francos, era un método muy antiguo para determinar un hecho por los testimonios de los que conocían la verdad. El Rey tomó la costumbre de convocar tales juzgados con el fin de decidir cuestiones criminales. La paz del reino no fue tan serena ni la dinastía tan fuerte, cuando un accidente imprevisto arruinó las esperanzas del heredero al trono. Guillermo naufragó en un barco, cuando regresaba a Normandía. Como no deseaba dejar el reino al hijo de Roberto -su hermano mayor fallecido, potencial heredero del ducado de Normandía- Guillermo designó heredera a Matilde, viuda del Emperador alemán;  el gran Consejo le rindió homenaje. Para proteger las fronteras del ducado, se casó en segundas nupcias con la futura reina de Inglaterra. Este extraño casamiento no gustó a los ingleses. No les gustaba haber jurado fidelidad a una mujer. A la muerte de Enrique I, nacerían los problemas.
Los tres reyes normandos, Guillermo el Conquistador, Guillermo el Rojo y Enrique I habían servido a su patria de adopción; habían reinado en orden y mantenido un equilibrio aceptable, contra los derechos de Inglaterra y los del soberano.
Enrique I, según la crónica, fue un hombre valiente. Nadie dañaba al otro en su época; la paz del reino fue su gran triunfo. La dicha de vivir  19 años, bajo un gobierno fuerte y justo fue benéfica.
Enrique I había designado heredera a su  hija Matilde, pero surgió otro pretendiente, también nieto del Conquistador, Estienne de Blois. El reino se dividió entre los partidarios de Matilde y los partidarios de Estienne.  El futuro Enrique II, conde d´Anjou, a la muerte de su padre, fue adoptado por Estienne y juraron que la unión y la paz reinarían en toda Inglaterra. Estienne, poco después fue proclamado rey de Inglaterra y acogido con gran entusiasmo.

ENRIQUE ll  

El conde d´Anjou fue el futuro Enrique II de Plantagenet; tenía un carácter duro, una fuerza volcánica, una asombrosa cultura y era muy seductor;  cuello de toro y cabellos rojizos cortados al ras; había encantado a la reina de Francia, casada con un anciano muy religioso y mucho mayor que ella. Leonor tenía 27 años y dos hijas con el Rey de Francia. Enrique tenía 19 años.  Eleonora obtuvo el divorcio del tímido y beato rey y dos meses después tomaba por marido a Enrique II, al cual además le aportaba una dote inmensa; la región de Aquitania más otras provincias al Este de Francia: Limousin, Gascogne, Toulouse y  Auvergne.

Enrique II había heredado por parte de su madre Matilde, el ducado de Normandía y por su padre, Le Maine y L’Anjou; eran más poderosos que el rey de Francia. Además era Rey de Inglaterra. De los treinta y cinco años de reinado pasará trece fuera de ese país. Durante  cinco años no se movió de Francia. Era un emperador -a los ojos de los franceses- de la cual Inglaterra no era más que una provincia. Los rebeldes no osaban resistírseles; sin licencias, no podían edificar fuertes.  Numerosos impuestos servían para pagar  las campañas  y  necesitaba  además pagarle a los mercenarios. Los nobles, mientras tanto, perdieron el hábito de la guerra,  reemplazándolo por justas y torneos.
Entre Normandía, Aquitania e Inglaterra, los lazos eran artificiales. Sin duda Enrique II soñaba con ser rey de Francia y de Inglaterra. Si hubiera sucedido, Inglaterra habría pasado a ser una provincia más de Francia, tal vez durante siglos.
CONFLICTO CON THOMAS BECKETT

El arzobispo de Canterbury se lo recomendó al Rey; fue nombrado canciller. Beckett era un hombre de 38 años, pura sangra Normanda, hijo de un mercader de la ciudad; fue educado como gentilhombre; cuando su familia se arruinó, se hizo clérigo del Arzobispo de Normandía.
El soberano y su servidor, Thomas Beckett, se hicieron inseparables. El rey apreciaba a su joven ministro, buen caballero, capaz de divertirse sabiamente y trabajador eficaz. Gracias a él, el orden se estableció, después de la muerte de Estienne. El éxito hizo del canciller un hombre orgulloso y poderoso. Cuando el Arzobispo murió, Enrique II lo nombró a Beckett. Beckett no era un monje y parecía más un soldado que un pastor, pero cuando aceptó y fue nombrado, se convirtió en un asceta. Dio todo su tiempo a las obras de caridad y a la oración. A su muerte, encontraron que usaba un cilicio sobre su cuerpo, porque “un dolor evita las tentaciones”.El Arzobispo militante hizo del  servidor del Rey, un rebelde y luego un santo; fue un perfecto ministro y más tarde un perfecto hombre de La Iglesia Enrique II le pidió que un clérigo reconocido, culpable por la corte Eclesiástica, que fuera degradado. Siendo laico, podría haberse liberado del brazo secular. Thomas Beckett rechazó el pedido real, aduciendo que un acusado no podía ser culpado dos veces por un solo crimen. El rey furioso convocó a un concilio y -bajo amenaza de muerte- Beckett firmó las Constituciones, que le otorgaban la victoria al Rey.
Beckett no se sentía comprometido por un juramento obligado bajo amenaza. Condenado por una Corte de barones, con la cruz en la mano, vencido -aunque no domado- se fue y, desde su refugio, comenzó a excomulgar a sus enemigos.
Por más poderoso que fuera el Rey, no lo era tanto para exponerse impunemente a ser excomulgado ni a tener problemas con el Pontífice y privar a su pueblo de los sacramentos. Enrique II se reencontró con Beckett, se reconcilió aparentemente con él y le pidió que en adelante respetara las costumbres de su reino.
Apenas Beckett desembarcó en Inglaterra, le llegaron cartas del Papa, destituyendo a los obispos que durante  la querella lo habían traicionado.
El Rey conoció la noticia, festejando la Navidad en Francia. Su furia fue enorme. Reconocía que sus hombres eran cobardes y sin corazón, que permitían que él fuera burlado por el clero, de menor condición que el de la realeza.
Cuatro caballeros partieron; atravesaron La Mancha en el primer barco, llegaron a Canterbury, amenazaron al Arzobispo con las siguientes palabras: “absuelve a los obispos”. Beckett, hombre de Iglesia, se negó con desprecio. Poco después, su cerebro estaba diseminado por las espadas, ensuciando los escalones que llevaban al altar.
Cuando el Rey supo este crimen, estuvo desesperado y se encerró durante cinco semanas. Era lo suficientemente inteligente para saber que esta muerte era una inmensa victoria para Roma. El pueblo tomó partido por el mártir. Durante tres siglos el peregrinaje a Canterbury fue permanente en la vida de los ingleses. Todos los enemigos del rey se sublevaron llenos de coraje. Enrique II prometió renunciar a las Constituciones, devolver las confiscaciones, enviar dinero a los templarios para la defensa de la tumba de Cristo, construir monasterios y combatir a los irlandeses. Pero su mujer y sus hijos se sublevaron contra él. Había hecho coronar rey de Inglaterra a su hijo mayor, sin otorgarle ningún poder , pero éste murió y nunca reinó; también había hecho coronar a su hijo Ricardo III, duque de Aquitania y de Poitou, en Francia, dos regiones florecientes y muy ricas, que le pertenecían, por vía materna. Recomenzaron las disputas familiares, odiosas en la casa d´Anjou. Estos Plantagenet tenían su genio. Enrique II mostró su energía. De Normandía regresó de inmediato a Inglaterra para aplacar la revuelta. Al desembarcar, pasó por Canterbury, descendió del caballo, se desnudó y recibió las disciplinas de los setenta monjes. Luego de este gesto, triunfó en todos lados. La nobleza cedió; sus hijos le rindieron homenaje, las Cortes Eclesiásticas aceptaron,  igual que los monjes, acusados de traición, que fueron juzgados por estas mismas Cortes, más adelante.
Para llegar a este compromiso mal hecho, los dos hombres más destacables de su tiempo habían estropeado dos vidas y una amistad.
ADMINISTRACIÓN, JUSTICIA Y POLÍTICA
Fue un período esencial de la historia inglesa. La obra de los reyes había sido más fácil que la de Francia. Los países de Gales y de Escocia fueron difíciles de asimilar, pues no estaban anexados. La iglesia parecía -hasta el fin de su reinado- sometida al Rey, que controlaba todas las comunicaciones del clero con Roma, vigilaba la elección de los obispos y se esforzaba en reconciliar a los monjes de Canterbury y los obispos del reino, que se disputaban la elección de los Arzobispos.
La Reina Eleonora (Leonor) rebelde a su marido y conspiradora junto a su hijo Ricardo, estaba prisionera en un castillo. El rey tenía muchas amantes y su mujer era ocho años mayor que él. Se habían amado locamente en su juventud. Eleonora tenía  predilección por su hijo  Ricardo;  a él le dejó Aquitania y las otras provincias del Este de Francia. El heredero sería rey de Inglaterra y el tercer hijo, duque de Normandía.
Enrique II se interesaba en los negocios de todas las cortes de Europa y los viajeros eran siempre bien recibidos. Había un orden sólido. En todos lados la justicia real vencía a la privada. Su fin era lograr que en todas las provincias del reino de Francia, la corte de justicia rigiera como la imagen local de la Curia real.
En un edicto sabio: el rey declaró que un hombre que fuese un mal sujeto fuera expulsado del reino, aún si era absuelto.
CLASIFICACIÓN DE LOS CRÍMENES

A principio del S XIII, el Papa prohibió las torturas del agua y del fuego.
Lo peor era traicionar, matar o destronar al Rey. La sentencia era cruel, pues de la salvación del monarca dependía la salvación y la paz del reino. Las traiciones menores eran el crimen de un marido por su mujer o un amo por su servidor. En ese siglo renace la crueldad religiosa. Otros crímenes eran el homicidio, el ataque a mano armada y el robo, castigados con la muerte o la mutilación; pequeños delitos eran castigados poniéndolos en una posición donde era golpeado por el pueblo. Las mujeres -que hablaban mucho o hablaban mal- eran atadas a una silla fija a la punta de una rama y sumergidas en un estanque. La función era mantener el orden y arrestar a los criminales. Enrique II había reestablecido y exigido que para tener armas, todo hombre libre debía jurar consagraras al servicio real.  A veces era una lanza o un casco o una armadura. El dueño de casa era responsable de todo acto de traición  familiar en su hogar. La iglesia tenía derecho a lugares de asilo y la gente, en Westminster, se quejaba;  alrededor de ese lugar vivían montones de criminales intocables, que salían de noche a despojar a la gente honesta.
Roberto y Godofredo, los dos mayores, habían muerto. Godofredo -el segundo- dejó un hijo, Arturo de Bretaña, y Roberto el heredero y el mayor, también había dejado un hijo. Ricardo III complotaba con el delfín de Francia, Felipe Augusto, hijo del piadoso Luis VII; era un joven hábil y frío, que estaba dispuesto a reconquistar su reino sobre los hijos de Enrique II, que apuntaban hacia el trono de Francia. Enrique II, viejo y solitario, sólo amaba a su benjamín, Juan sin Tierra y, puesto que dejaba Inglaterra a Ricardo III y también Normandía, quería dejarle Aquitania a Juan, pero esas tierras se las había otorgado su madre a su hermano Ricardo, y éste, furioso, se negó a entregárselas a su hermano menor. Ricardo III amaba esta región rica y alegre, más que el resto de su herencia. Habiendo muertos sus dos hermanos mayores, éste pasaba a ser el heredero de todo el reino, que era inmenso. Antes de su muerte, Enrique II tuvo que ver la ciudad en llamas, donde había nacido y donde estaba enterrado su padre, cercado por el rey de Francia. Su propio hijo lo perseguía y entre sus traidores estaba su predilecto, Juan Inglaterra poseía en este siglo un rey y un gobierno fuerte.
 La muerte de Enrique II fue trágica; sus hijos lo odiaban; el menor, su favorito,  luego de un acto traidor se cobijaba en la Corte de Francia. A este gran hombre de Estado lo sucedió un caballero errante, Ricardo III, quien tenía algunos rasgos de su padre, toda la violencia de los Plantagenet, un amor sin moderación por las mujeres y un gran coraje. Mientras su padre tuvo fines prácticos y prudentes, Ricardo buscaba la aventura y despreciaba la prudencia; poeta, trovador, amigos de todos los nobles guerreros de la región, deseaba jugar en la vida el rol romántico del caballero. Al principio del régimen feudal, éste no tenía otra obligación que servir, a cambio de tierras y obsequios. Pero la Iglesia y los poetas habían enriquecido este contrato con asociaciones más bellas. Armarse caballero se había vuelto una ceremonia cristiana. Quien sería armado caballero al alba debía tomar un baño simbólico de purificación. Su espada estaba toda la noche  en el altar; debía hacer vigilia durante en la capilla del castillo. La espada tenía dos filos, porque con uno debía pegar al opresor del pobre, y con el otro, al fuerte que oprimía al débil. La Iglesia deseaba -con esfuerzos loables- rendir una imagen de la guerra más humana; una cierta cortesía por las mujeres de la misma clase social y por los caballeros prisioneros y sin armas fue todo lo que pudo conseguir. De esta cortesía artificial y de esta crueldad esencial, Ricardo III, Corazón de León, nos dio un ejemplo cabal. El hecho más caballeresco de este Rey fue la Tercera Cruzada, de la cual tomó parte también el Rey francés, Felipe Augusto. Las dos primeras Cruzadas no habían interesado a Inglaterra; habían partido aventureros, aunque no soberanos. El entusiasmo y lo romántico no eran rasgos de su padre, Enrique II, pero Ricardo tenía la naturaleza de Eleonora de Aquitania, francesa de estirpe. El rey, desde que recibió la herencia paterna vació el tesoro, vendió algunos ducados y se embarcó, junto a Felipe Augusto, rey francés, hacia Jerusalén, como amigos y rivales. Ricardo tuvo la ocasión de mostrar su coraje, aunque no pudo liberar el sepulcro; se hizo odiar por su insolencia y su crueldad. Felipe Augusto regresó a Francia para preparar la guerra contra  Ricardo, a quien Austria hizo prisionero e Inglaterra tuvo que pagar un muy elevado rescate. Fue una vil traición.
Las cruzadas tuvieron un influjo importante en toda la historia europea. El espíritu occidental tomó conciencia de su naturaleza original y fue el principio de un Renacimiento en Europa, pues determinaron por tres siglos el centro comercial y marítimo del mundo: Marsella, Génova y Venecia fueron sus puntos de embarque, transformándose en grandes ciudades.  De Oriente  trajeron tambores, trompetas, telas suntuosas como el damasco, el brocato y vocablos nuevos. El fracaso de estas cruzadas tuvo un influjo sobre el futuro marítimo de Inglaterra, pues la barrera del Islam llevó a los hombres a buscar otros caminos para el comercio con el Oriente.
Ricardo III, temido por los soberanos de Europa como un hombre peligroso, prisionero por el duque de Austria y liberado por Inglaterra, (que pagó 100.000 libras por su rescate). Para lograr esa suma enorme, los ministros repartieron la carga sobre todas las clases sociales. Algunos pagaban con toneladas de lana o con objetos de plata o tesoros de orfebrería. Normandía debía pagar también el mismo impuesto.
El Emperador de Austria aceptó liberar a Ricardo. A su regreso, fue recibido con entusiasmo y esplendor por los ciudadanos de Londres, pero en vez de sentirse agradecido, les impuso nuevos impuestos. La situación era peligrosa. Felipe Augusto, rey de Francia, había invadido Normandía; Aquitania se sublevó y Anjou y Poitou se unieron a Francia contra Ricardo III (provincias heredadas por su madre). Para defender Normandía, el rey construyó una de las más bellas fortificaciones sobre el valle del Sena.
Francia se disputaba Normandía, cuando Ricardo fue herido por una flecha que se le infectó y murió en fin del SXII.
Fue un mal hijo, un mal hermano, un mal marido y un mal rey, aunque debemos tener en cuenta su leyenda, su popularidad y la fidelidad de su pueblo. Tal vez fue un ejemplar que hoy condenaríamos, aunque en ese entonces se lo aceptaba públicamente.
La importancia  de La Gran Carta era el respeto del Rey a ciertas leyes. El texto era el siguiente: “Ningún hombre libre será puesto en prisión o exilado o muerto sin un juicio legal por sus pares y la ley del país.” La Gran Carta marcó el fin del período anglo-normando y de la monarquía sin control. Tomó el concepto feudal de la monarquía limitada. Años  más tarde será nuevamente olvidada por el poder real.
Felipe Augusto intentó sin suerte coronar rey de Inglaterra a su hijo Luis, casado con la sobrina de Juan sin Tierra.
LAS COMUNIDADES,  LAS UNIVERSIDADES

Desde El Siglo XI al Siglo XIII la cristiandad fue considerada en Europa como un imperio espiritual. Las universidades no existían en la Grecia antigua. Los griegos fundaron la escuela de los filósofos y la Academia, pero nunca pensaron en reunir como en Oxford tres mil estudiantes en una ciudad, una de las más importantes del reino donde se encontraban las figuras más famosas del clero inglés.
En Escocia, la primera universidad fue San Andrés, fundada en el S XV; los estudiantes de Oxford no eran en el Medioevo jóvenes nobles; eran los pobres que el clero elegía para la carrera eclesiástica o administrativa. Algunos eran tan pobres que entre tres tenían que compartir la ropa de un estudiante y comían pan y sopa. La vida que llevaban estaba desprovista de santidad. El más ilustre sabio europeo fue Bacon, el príncipe de la Edad Media. Vino a Oxford desde París, donde enseñaba geometría, aritmética y el arte de observar con instrumentos. Le costó una prodigiosa energía escribir su obra magna, casi una verdadera enciclopedia sin ayuda.
Las universidades tuvieron un rol importante en la política. En diferentes universidades se juntaban y aprendían a conocerse. Las clases se mezclaban. El espíritu de Oxford era independiente. Toda pelea política o religiosa estaba sujeta a motines universitarios. Un legado papal, que había ofendido al clero, fue perseguido por los ingleses, irlandeses y galeses, pero sólo pudieron matar a su cocinero con una flecha. El Rey tuvo que enviar a sus soldados a esta ciudad para liberar al prelado romano y calmar los ánimos. Pronto la iglesia se dio cuenta del peligro que representaba la unidad de los fieles en esta multitud de jóvenes, tan fácilmente seducidos por toda doctrina nueva  imponiendo el orden sobre las universidades. Surgieron dos nuevas Órdenes religiosas: los Agustinos y los Carmelitas. Estas no prendieron en Inglaterra, quien recién tomó conciencia de su origen nacional; irritaba más bien a los fieles; el conflicto estalló más tarde, pues el germen ya existía.
A principio del siglo XIII, Muere Juan sin Tierra, el último vástago de Enrique II y de Leonora de Aquitania. El nuevo rey, Enrique III, tenía nueve años  al heredar el trono Durante la regencia, los soldados se ocuparon de la seguridad del país. La pérdida de Normandía los separaba de sus dominios franceses.
Enrique III no tenía ni la crueldad ni el cinismo de su padre. Hizo reconstruir la abadía de Westminster. No estaba hecho para reinar sobre la Inglaterra de ese siglo. Cuando las fuerzas reales quisieron imponer las reglas, se volvió absolutista. En tiempos nacionalistas, no era inglés. Se casó con una joven francesa y estaba rodeado de los tíos de su mujer.  Era muy devoto; su poca popularidad aumentó durante los treinta años de su reinado; llegó al límite,   cuando aceptó del Papa el reino de Sicilia para su segundo hijo. Si hubiera durado la soberanía, se habría transformado en una oligarquía. El Rey juró pero luego le pidió al Pontífice que lo absolviera de su juramento; los barones protestaron. Estuvieron de acuerdo que San Luis, rey de Francia, ejerciera de arbitrio.
Desde principio del S XIII, Juan sin Tierra había aceptado cuatro caballeros por cada Shire.
Juan fue un rey pérfido; Enrique III, un rey débil. La Gran Carta anunció la transformación de los hábitos feudales en ley común, que los reyes debían respetar. El período entre principio del  S XI  hasta ¾ del S XIII- fue en la historia de Bretaña muy fecundo; la colonia Normanda -fundada en tiempos de la Conquista por cinco mil aventureros- se desarrolló de tal modo a través de los siglos siguientes, que cortaría todos los lazos con el Continente.
EDUARDO I.  REFORMAS LEGALES

Entre los patricios y los plebeyos, entre los señores y los paisanos normandos se había elevado desde el S XI una doble barrera del lenguaje y del rencor, pero rápidamente las dos civilizaciones se habían mezclado. Los paisanos normandos habían respetado las costumbres del pueblo inglés. Cuando sube al trono  Eduardo I, la fusión era casi completa y el reino era su símbolo. Pese a que descendía en línea directa del Conquistador, era un rey inglés. Su objetivo principal no era reconquistar Normandía ni reconstruir el imperio perdido sino lograr la unidad de Gran Bretaña, sometiendo los países de Gales y de Escocia Eduardo I hablaba naturalmente inglés y francés. Bajo su reino, la lengua inglesa se afianzó y antes del fin del S XIII no se enseñaba más francés en las escuelas inglesas.
Eduardo I prefigura la Inglaterra moderna y su actitud -pese a su sincera piedad hacia el Papa- era la de un jefe de Estado nacional e insular. Por su temperamento permanece feudal y, por sus gustos, era un verdadero Plantagenet. Hombre soberbio, vigoroso, bien plantado, su placer era la caza y los torneos. Su regreso de la cruzada recuerda a los caballeros errantes en las novelas ataca a una brigada en Borgoña y se bate con el Conde Chalons. Cuando conquista el país de los galos, exige la corona del rey Arturo y organiza un banquete. Con respecto al Rey de Francia, observa el código del perfecto vasallo, ya que Eduardo I le debe obediencia, por su dominio sobre Gascoña, región en Francia.
Desde la revuelta de los barones, comprendió que el despotismo había terminado en las islas y que el solo modo de consolidar la monarquía era apoyándola sobre las clases nuevas que crecían. Iracundo, orgulloso, testarudo, a veces duro, aunque trabajador, honesto, este caballero era un hombre estadista. A fines del S XIII, Eduardo I,  expulsó a todos los judíos de su reino. Muchos años más tarde, cuando regresaron, encontraron que los cristianos eran ahora rivales tolerantes e indulgentes.
La prosperidad de Londres se debió a no haber cobrado más impuestos. Se señaló una única ciudad por donde debían pasar todas las exportaciones del reino. Al principio fue Brujas – en Bélgica- y luego Calais -en Francia-; de este modo, el gran comercio y la industria comenzaron a desarrollarse en la Inglaterra  del Medioevo.
ORIGEN Y CRECIMIENTO DEL PARLAMENTO

Bajo este rey aparece por vez primera el Parlamento, compuesto por dos Cámaras. A las dificultades imprevistas, el sentido común de los reyes, la fuerza de los barones, la resistencia de los burgueses opusieron expedientes exitosos. El Parlamento nace de estos encuentros, convocados por el rey, como instrumento de gobierno, que se tornó lentamente en un instrumento de control, para los barones y para la nación.
S XIV
Muy al inicio del siglo,  el Consejo tenía setenta miembros: 5 condes, 17 barones y los demás eran funcionarios eclesiásticos o reales.  Eduardo I convocó a los que tenían necesidad de consultar. La costumbre de convocar a los  militares, a la iglesia y la plebe, con el fin de pedir su consentimiento en los impuestos, no era lógico en ese siglo ni en esas islas. Era una idea europea, aunque la estructura original de la sociedad inglesa hacía que el Parlamento se tornara de inmediato muy diferente de los estratos generales franceses.
En Inglaterra, la nobleza era de servicio más que de nacimiento; todavía hoy se inclinan hacia las funciones públicas. No se podía pronosticar el poder futuro del Parlamento. Era necesario que obtuviera el voto a los impuestos, el control sobre ellos, el derecho a promulgar leyes,  que era un derecho real; los Comunes sólo podían presentar peticiones; el derecho de dirigir la política general del país era monárquico, el rey era responsable así  como su figura era inviolable; no se lo podía acusar, ya que un conflicto entre el Parlamento y el Rey podía bien llegar a la anarquía.
EDUARDO I
Del mismo modo que Eduardo I era el primer Plantagenet  fue también el primero que intentó terminar con la conquista de las islas Británicas. Para esa misión fue preparado, desde la adolescencia. Su padre, en 1252, le había otorgado Irlanda, el condado de Cheste, el país de Gales, las islas anglo normandas y Gascoña, en Francia.
Desde que los celtas fueron rechazados por los sajones, se  refugiaron en las colinas de Gales y de Escocia y  conservaron su independencia, pese a las continuas luchas intestinas. Conservaron su lenguaje y sus hábitos. Los galeses -durante la ocupación extranjera- habían desarrollado un sentimiento nacional. En vano, antes de ser rey, Eduardo I  intentó imponer a los galeses las costumbres inglesas, aunque no lo logró. En esa guerra, el joven futuro rey se había arruinado, pero aprendió a conocer sus métodos de combate, el valor de sus arqueros armados con un largo arco y la imposibilidad de emplear contra ellos la caballería feudal, a causa de sus flechas desconcertadas, que los desbandaba. Todas estas lecciones fueron asimiladas.
Toda empresa de vencer a Irlanda fue en vano. Irlanda, cuna de santos, había sido en parte conquistada por los daneses, que habían ocupado solamente el Este; las tribus celtas continuaron su rebelión en el interior de la isla.  
Durante el período que esta isla no perteneció a la Inglaterra Romana, se volvió extranjera a la historia europea; había vivido al margen del mundo. Los barones normandos con castillos en  Irlanda adoptaron su lenguaje y hábitos; por derecho, reconocían la soberanía del Rey de Inglaterra;  mantenía un régimen de anarquía feudal. Inglaterra era todavía débil para conquistarla.
Cuando Eduardo I fue coronado rey, preparó una expedición a Gales, que condujo él mismo. Intentó una política pacífica, generosa y honorable. Se preocupó por administrar el país de Gales rechazando las costumbres bárbaras. Mantuvo sus leyes, pero igualmente logró una revuelta. El Rey, esta vez, los combatió a muerte. Los enemigos fueron colgados.  Recién iniciado el S XIV- el Rey le cedió a su hijo, nacido en Gales y educado por una nurse galesa, el título de Príncipe de Gales, que continuó siendo el título de todos los hijos primogénitos de los reyes.
Vencedor de los celtas de Gales, fracasó con los celtas de Escocia. Allí, habían formado una monarquía feudal. Cuando el rey de Escocia murió, sin dejar un heredero - había una niñita que vivía en Noruega, pero murió en la travesía por mar. El Rey de Inglaterra le había propuesto muy sabiamente casarla con su hijo para unificar los dos reinos; al morir, los barones escoceses se pelearon por la corona. Uno de ellos fue elegido y coronado, aunque el monarca inglés exigió el reconocimiento de su soberanía. Los escoceses creyeron que era una soberanía nominal. El barón escocés se alió al rey de Francia, enemigo del rey inglés,  negándose a obedecer. Eduardo I entró en Escocia, hizo prisionero al barón, coronado como rey, quitó la piedra sagrada de Scone y la insertó en el trono de los ingleses.
Eduardo I comenzó siendo misericordioso. Como en Gales, impuso las leyes inglesas que él admiraba, pero obtuvo una resistencia imprevista del pueblo, no así de los barones (sólo uno se sublevó). En Escocia, los romanos reconocían que una victoria en esa región era el preludio de un fracaso. Las líneas de comunicación eran más largas, el clima, muy duro y el país, muy pobre. En 1305,  Eduardo se creyó dueño de la región, pero otro barón se sublevó y se hizo coronar en Scone.
Eduardo I estaba ya viejo y débil; sin embargo, juró aplastar la revuelta y –si salía vencedor- nunca más tomaría las armas contra los cristianos e iría a morir a Tierra Santa. Esta última campaña terminó con él. Muy enfermo, se despidió de sus hijos y pidió que su corazón fuera enviado a Jerusalén con cien caballeros y que su cuerpo fuera sepultado en Escocia.
Eduardo II, hijo del rey muerto, se casó con Isabel, la única hija  de Felipe el Bello, rey de Francia. Eduardo II tuvo un heredero y luego desatendió sus deberes conyugales para continuar la conquista de la región. Era un hombre extraño; muy bello, afeminado,  homosexual, tenía favoritos y a quien no le interesaban las mujeres ni los problemas del reino. Su mujer, Isabel, junto a su amante, Mortimer, lo hicieron prisionero, lo obligaron a que abdicara a favor de su hijo y luego lo mataron con torturándolo. Cuando Eduardo III subió al tono, lo primero que hizo fue asesinar a Mortimer, el asesino de su padre, y gobernar como su abuelo, esforzándose en ser un rey enérgico.

LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS

Entre Francia e Inglaterra una guerra decisiva era inevitable. El Rey inglés ocupaba parte del suelo francés; legalmente había regiones que estaban en poder de los ingleses; el rey de Francia, Felipe IV, el Bello, las deseaba para poseer todo el país entero. Apoyaba al rey de Escocia contra el rey de Inglaterra, que necesitaba conquistar el norte de esa isla a fin de lograr la seguridad del reino. La situación no podía durar.
El conflicto era la pretensión de Eduardo III al trono francés, siendo nieto de Felipe IV; tenía derechos legítimos, aunque existía otro nieto del rey de Francia: Carlos, hijo de Felipe el Largo- y Juana de Navarra. Aplicando la ley sálica, dejaron de lado a ambos nietos y eligieron a Felipe de Valois, hijo de un hermano de Felipe IV. Eduardo III, le rindió primero homenaje al nuevo rey de Francia.
Sin embargo, la guerra estalló; fue una guerra feudal, nacional e imperialista; fue popular en Inglaterra, porque al ser Francia un país rico, los guerreros ingleses se enriquecían si vencían en las batallas y traían un botín importante a sus hogares.
Inglaterra necesitaba el dominio del mar para continuar su comercio; enviaban tropas al continente,  estando ligada a esas tropas. 
Desde los primeros días, la marina inglesa fue vencedora en cinco puertos importantes. Mientras esta superioridad se mantuviera, ella sería vencedora. Eduardo III no le prestó mucha atención; fue negligente con su flota y los franceses; mientras tanto, los franceses se unieron a los españoles, quedando así la flota inglesa en inferioridad. Eduardo III intentó unirse a los flamencos y al Emperador español, otorgándole oro, plata y joyas a los nobles; su plan de campaña era destruir el Norte de Francia y retirarse por Flandes, pero encontró todos los puentes destruidos y no pudo atravesarlos. Felipe IV lo esperaba con un ejército; los ingleses se creyeron perdidos. La batalla de Crecy- en 1346- y la toma de Calais, les había otorgado a Inglaterra la dominación de la Mancha, que conservaron durante dos siglos, luego de expulsar a los habitantes galos y reemplazarlos por ciudadanos ingleses. Los soldados anglosajones -en estas primeras campañas- fueron constantemente vencedores. Diez años más tarde ganaron la batalla de Poitiers; el éxito del régimen feudal había sido el triunfo de la caballería.
El feudalismo fue arruinado por la artillería.  A fines del S XIII  los arqueros británicos adquirieron un lugar importante en la armada de su país. El arco corto era débil y no tenía la penetración para detener una carga de Caballería. La ballesta, introducida en ambos países por los mercenarios extranjeros, pareció un arma peligrosa; el defecto que tenía era que su recarga era demasiado larga, mientras que el arco largo -que Eduardo III descubrió en Gales- tiraba rápidamente un proyectil a 160 metros y se clavaba en el muslo del caballero o en su montura. Los hombres estaban vestidos con una cota de malla. Eduardo I había impuesto en su reinado el uso del arco largo a todos los pequeños propietarios ingleses, so pena de multas. Era el único pasatiempo legal de sus súbditos. Todos los padres con una renta posible debían poseer un arco y flechas para enseñarles a utilizarlas a sus descendientes.
La victoria de Eduardo III fue gracias a la superioridad de sus armas. Ningún rey era más feudal que él; amaba la representación de los caballeros; era cortés, suspiraba por las damas, juraba haber recreado la Tabla Redonda, construyó la torre circular de Windsor y fundó la Orden de la Jarretera, compuesta por dos grupos de doce caballeros, enviados uno por el rey y otro por su hijo, el Príncipe Negro. Era un rey realista que tomó como divisa: “es como es”-. Era buen administrador y heredó una monarquía bien organizada. Los impuestos entraban a las arcas con facilidad, sobre todo porque era una guerra popular atacar al vecino país del continente. El pueblo británico odiaba a los franceses desde que la  conquistaron y la dominaron. Francia, en cambio, odió a los ingleses durantes esta  guerra.
El rey de Francia no pudo, al principio, contar con su pueblo contra el invasor. Muchos estados provinciales eran diferentes y rebeldes a pagar impuestos. A falta de dinero, el rey francés no podía juntar soldados; debía contentarse con la caballería feudal, que despreciaba a la infantería. Luego de la victoria inglesa de Crecy, los nobles de Francia no admitieron la derrota. Pero en la batalla de Poitiers, Eduardo III,  diez años después de la anterior, comprendió la lección. Desde ese momento, la armada francesa se rehusó combatir; se encerró en los fuertes; era un adversario no armado ni apto para la guerra sitiada. En la campiña, los paisanos estaban cansados de la invasión. La armada inglesa se movía sin poder combatir. Las tropas se quejaban de esta larga espera. Por fin, en 1361, Eduardo III firma la paz, contentándose con Aquitania, Poitiers y Calais, regiones muy ricas. Era una mala paz, pues no resolvía el conflicto grave de la soberanía de los ingleses sobre las provincias, que no deseaban ser  inglesas.  Murmuraron que el rey de Francia no tenía derecho a  ceder sus vasallos al rey de Inglaterra; los nobles pensaron que no se iban a someter jamás. Esta resistencia fue el germen de guerras futuras y acabaría con la liberación final del norte de Francia al sometimiento inglés.

LA PESTE NEGRA

El comienzo de la guerra de los Cien años fue para Inglaterra de una aparente prosperidad. El pillaje de esa región enriqueció a los soldados y a sus familias. Sin embargo, las epidemias cubrían diferentes enfermedades como la cólera, la peste bubónica o la gripe infecciosa. La higiene era nula y el contagio era veloz e inmediato.
Se la denominó la peste negra, porque el cuerpo se cubría de placas oscuras. Su origen provenía
de Asia y atacó la isla de Chipre hacia el 1347; un año después atacó Avignon y   llegó a las islas Británicas. La mortalidad fue inmensa. Como no quedaban vivos para enterrar a los muertos, los moribundos cavaban su propia fosa. Los trabajos del campo fueron abandonados y las ovejas sin pastores erraban por los campos. Un cuarto de la populación murió, o sea 25 millones en Europa. En Inglaterra duró mucho tiempo. Estacionaria en 1349, reapareció al año siguiente y redujo la populación de 4 millones a 2, 5 millones de habitantes.
Las consecuencias económicas fueron devastadoras. Había escasa mano de obra y los jornaleros se hicieron exigentes y rebeldes. Los nobles no podía encontrar obreros para trabajar sus dominios; entonces, alquilaron sus tierras. El número de campesinos independientes aumentó y se tornaron poderosos. Algunos barones llegaban a un acuerdo con sus campesinos, por miedo a perderlos. Otros vendieron a un vil precio las tierras a sus paisanos, que pasaron a ser propietarios. Muchos renunciaron a la agricultura y se volcaron a la crianza de las ovejas. Este detalle parece minúsculo, aunque fue la primera causa del nacimiento del imperio Británico, ya que el desarrollo de la lana y la necesidad de conservar el dominio de los mares lograron una lenta transformación de una política insular a una naval e imperial.
La peste arruinó a la nobleza y enriqueció a los campesinos, que  pudieron adquirir tierras a buen precio; la mano de obra era muy cara. En los mercados vendieron el trigo y las legumbres a un precio más alto. El jornalero estaba feliz; si intentaban imponerlo un estatuto, los trabajadores se escapaban al bosque e intentaban encontrar otro condado, donde nadie les pedía explicaciones, ya que la demanda era un lujo; el paisano era un auxiliar indispensable, un asociado con el cual se debía contar. El pastor que ahora poseía vacas, pedía aumento por su trabajo. Antes, los jornaleros no comían pan de trigo; comían granos menos costosos y zanahorias y bebían agua; la leche y el queso les era vedado. En esa época, el sistema feudal estaba minado y tambaleaba. El microbio de la peste negra en pocos años  determinó la emancipación que en el S XIII no habría podido concebirse. La nobleza feudal, todavía durante un siglo,  se encarnó en grandes figuras. El Príncipe Negro, hijo de Eduardo III, se casó con la hija del conde de Kent; todos los grandes señores feudales mantenían soldados mercenarios -ya no vasallos- que alquilaban  para sus guerras al Rey de Francia.
PRIMEROS CAPITALISTAS INGLESES. 
En este siglo, la lana, principal producto inglés, fue exportado hacia Flandes, que la transformaba en paños, sábanas, etc. Inglaterra había fabricado géneros para su uso personal, aunque los finos secretos del oficio quedaban en manos de los tejedores de Brujas y Gand, -hoy Bélgica-. Por problemas políticos, muchos flamencos fueron exilados y desembarcaron en Bretaña, donde Eduardo III los protegió al igual que a su industria.  Prohibió la importación de mantas extranjeras y la exportación de lana: fue la ruina de Flandes. Aunque el rey no pudo mantener el embargo, imponiendo una tarifa protectora y del 2%,  la lana subió el 33%. La fabricación de paños fue la primera industria inglesa.  En la Edad Media era precisa una corporación y para obtener un pedido se necesitaba el acuerdo a las 15 corporaciones. En este siglo XIV existían dos manufacturas que pagaban el impuesto de mil piezas anuales. Para tener una idea, bajo el reinado de este rey, un comerciante empleaba 600 obreros en un solo lugar. El precio de compra y venta estaba controlado. Los grandes mercaderes llevaban una vida fabulosa, que asombraba la fantasía pueblerina.
EL CLERO
Luego de las invasiones, la iglesia romana había civilizado a Inglaterra; les había enseñado un poco de moderación, a los fuertes y un poco de caridad, a los ricos. A fin del S XIV, donde todos se creían grandes, terminó descomponiéndose: la iglesia parecía el miembro más enfermo del cuerpo social.
Hubo una revuelta de los campesinos. Inglaterra era ahora un país humillado y descontento. Su rey, Eduardo III, quien comenzó su reino con éxitos marítimos y militares se había convertido, junto a su hijo, el Príncipe Negro, en héroe nacional, pero quince años más tarde, el rey, viejo y baboso, regalaba las joyas de la corona a las jovencitas pueblerinas sin título ni rango.
El Príncipe Negro abandonó Aquitania, única región en el continente de Francia bajo el dominio inglés, porque se estaba muriendo. El tercer hijo del rey, Juan el Grande, duque de Lancaster, se unió a la amante  actual del rey, quien gobernaba el país, apoyada por una banda de pervertidos. Francia tenía una gran rey, Carlos V y dos generales que comprendieron el secreto de la victoria guerrera, lo que significaba no guerrear, salvo estar seguro de vencer.
Cuando Eduardo III murió en Inglaterra, toda la obra del Parlamento estaba destruida. Nadie lo lloró; su lamentable estado de vejez y perversión hizo olvidar sus hazañas juveniles. Habiendo muerto el Príncipe Negro también, lo heredó un niño bello, inteligente, que no podría reinar hasta su mayoría de edad. Sus peligrosos tíos serían sus consejeros, aunque Ricardo II tuvo la ocasión de mostrar su coraje y una presencia de espíritu sorprendente, en una sublevación que pudo bien transformarse en una gran revuelta o revolución. El problema era el siguiente: existía una agitación latente en la campiña. Los salarios habían subido, mientras los precios bajaban y los hombres dejaron de creer en el sistema de los siervos. Se avergonzaban de su difunto rey anciano, de los descalabros en Francia, de sus barones, pero allí estaba el joven rey, a quien los jefes de la revuelta le eran favorable y lo protegían contra sus tíos. Marchaban por grupos -en ciudades y pueblos- con bastones, espadas sin filo, hachas,  arcos antiguos y flechas en mal estado. Ricardo II y sus fieles se habían refugiado en la torre de Londres. Las escenas eran dantescas. Robaban, incendiaban, mataban. Solamente el rey fue respetado. Era el ídolo  e iba -de esa popularidad- obtener un gran beneficio. En primer lugar tuvo una entrevista con los rebeldes, en un campo vecino a Londres y simuló acordarles todo lo requerido. Treinta clérigos redactaban cartas y las sellaban con el sello real. Los campesinos, a medida que el grupo recibía la carta, se iban triunfantes y regresaban a Londres, llevando esas promesas reales distribuidas. Pero la realeza jamás pensó cumplirlas; solamente intentaba ganar tiempo, aunque  nuevo crímenes los obligaron a detener la ofensiva. Mientras el rey estaba fuera de la torre, los rebeldes habían penetrado allí; las cabezas del Arzobispo de Canterbury y la del Tesorero estaban sobre unas lanzas en la entrada del puente de Londres. Había que alejar esa muchedumbre sanguinaria y fuera de sus cabales.
Muchos grupos de campesinos, satisfechos con sus cartas firmadas con el Sello real se habían alejado de la ciudad.
Quedaban miles, los más peligrosos, que deseaban seguir con el pillaje. Por todos lados llegaban reesfuerzos aliados al rey. Al día siguiente hubo otro encuentro entre los rebeldes y el alcalde: frente a la insolencia de uno de ellos, el alcalde lo mató con un golpe en la cabeza. Los realistas lo rodearon se prepararon para una batalla con los arcos tendidos.
El joven Rey hizo un gesto heroico que le salió bien. Dejó a su gente y avanzó solo, diciéndoles:”Ustedes no tienen otro capitán que yo mismo. Les concedo la paz.” A la vista de este bello joven real que se aproximaba con tal tranquilidad y confianza desarmó a los insurgentes que no tenían ni jefe ni plan. Ricardo II se puso al frente y los condujo fuera de la ciudad. Muchos de ellos fueron valientes que defendía una causa justa; muchos eran asesinos y ladrones que no merecían piedad alguna. Todos siguieron confiados el cortejo del joven rey, que los llevaba al suplicio, pues la represión sería tan cruel como antes lo fue la insurrección; centenares fueron ahorcados. Muchos inocentes fueron decapitados. Llegaron a prohibir a sus hijos la entrada a las universidades. Los caballeros y los burgueses liberales perdieron toda autoridad en el Parlamento, aunque el espíritu de independencia del pueblo inglés finalizó por no triunfar. El Status de los trabajadores cayó en desuso a fines del siglo y los jueces de Paz fueron encomendados a cortar la cuestión de los salarios. Finalmente, bajo los Tudor, los siervos fueron liberados y -bajo el reino de Jacobo I- muchos años después, fueron declarados libres.
SIGLO XV
Después de una larga tregua, Enrique V de Inglaterra recomenzó la guerra contra Francia; su verdadero fin era ocupar los espíritus turbulentos de sus súbditos. La agitación religiosa amenazaba con una guerra civil; se necesitaba una distracción y hasta los obispos la pedían. El Rey mismo tenía grandes ambiciones. Soñaba con una Cruzada. Encontró a Francia destruida por los Orleans y los Borgoña y gobernada por un rey loco. Enrique V ambicionaba cínicamente las pretensiones de ambos reinos, aunque no tenía ningún derecho. Hizo el primer intento diplomático y luego pidió la mano la hija de Carlos VI, con una dote completamente absurda, exigida por el rey inglés. La guerra era inevitable.
La segunda parte de la guerra de los Cien Años se asemejaba a la primera. Una obsesión ridícula impulsó a Enrique V a imitar la conquista de su bisabuelo.  Desembarcó en Normandía Con 2.500 hombres armados y 8.000 arqueros, en total  30.000 hombres. Tomó el gran arsenal del oeste francés, pese a su bravía defensa y envió un desafío al delfín; luego, decidió marchar hasta Crecy, empresa atrevida; la nobleza estaba dividida. Sin duda, pasarían  ocho días,  necesarios para llegar a Calais. Lo esencial era no sublevar a los pueblos en la ruta. El Rey de Inglaterra ordenó la prohibición de robar, violar y de gritar; obedecer siempre a su capitán, dormir en los sitios indicados bajo pena de perder su caballo, etcétera. Finalmente  se encontró con la nobleza francesa, en el punto convenido. Los ingleses vencieron ampliamente; 10.000 franceses murieron en la batalla, una de las más sangrientas en La Edad Media -1415-.
Luego de la batalla y gracias a una traición, les abrieron las puertas de París. Enrique V fue amo del norte de Francia. Se casó con Catarina, hija del rey, y firmó un tratado donde sería reconocido como el heredero al trono de Francia, a la muerte de Carlos VI y regente durante la vida del mismo rey. Debía gobernar con un Consejo francés y preservar todas las viejas costumbres. Sin título, mientras viviera el Rey, sería Enrique V, Rey de Bretaña y heredero de trono francés. Pero unos años más tarde murió, dejando un hijo de un año.
Enrique V fue para los franceses un gran rey; había conducido al país a nuevas victorias y sus virtudes eran reales; era generoso, cortés, sinceramente religioso, casto, leal. Hablaba poco y respondía brevemente. Su moderación remarcable -en una época tan dura- no le impidió actuar cruelmente cuando el país así lo exigía. El pueblo lo apreciaba, aunque hubiera sido mejor renunciar a la tentación de esa conquista, que terminó siendo un  desastre. Entre la primera y la segunda parte de la Guerra de los Cien  Años y luego de la batalla de Crecy, se deshizo la rutina feudal y Francia produjo un soldado realista. Cuando el pequeño Enrique VI se encontraba en la cuna, el éxito para el rey de Francia parecía perdido. Carlos VI murió dos meses después que su enemigo. Los tíos del pequeño heredero al trono, ansiaban hacerlos coronar en Reims, cuando tuviera la edad suficiente para pronunciar las fórmulas sagradas. No existía nadie que pudiera impedírselos. Durante siete años “el pequeño delfín” sin reino, sin capital,  sin dinero y sin soldados, erraba entre las provincias. Se lo llamaba el rey de los Burgos. Era el Delfín, el amo del Norte de Francia y había comenzado la conquista del centro de Orleans.
Carlos VII en Francia pensaba retirarse a sus provincias. Todo parecía perdido. Sin embargo, la comunicación inglesa era frágil y artificial, lograda por la fuerza y basada en la división de los propios franceses. La historia de Juana de Arco fue a la vez el milagro más asombroso y una consecuencia de actos políticos racionales. Las órdenes de las voces que escuchaba Juana eran simples y geniales:” dad al delfín confianza en sí mismo, liberad a Orleans y haz consagrar en Reims al rey como Carlos VII”.Juana- en su breve vida de 19 años- tenía solamente el tiempo de cumplir estos tres actos que fueron suficientes. Luego de la consagración de Carlos VII, jamás podría Enrique VI, niño aún, ser rey de Francia. La emoción que provoca Juana en las victorias y el horror de su proceso y de su martirio -murió quemada en la hoguera- despertaron en Francia el odio al invasor. En vano los ingleses hicieron coronar a Enrique VI en la Catedral de París. En vano quemaron a Juana, quien ayudó a los soldados franceses a recuperar parte de su país mediante la fe y el sentido común.  Hubo varias batallas y en todas,  bajo el mando de Juana, los franceses fueron vencedores. París  echó finalmente a los ingleses de Normandía: Habían vencido y rescatado esa región.
Carlos VII, débil y cobarde, se desentendió completamente del juicio, que  le hicieron a  Juana de Arco, dejándola librada al azar, cumpliéndose la profecía que una doncella de San Remy vencería a los ingleses, en Normandía. Inglaterra, a su vez, entró en una guerra civil,-la guerra de los Rosas- durante siete años; la rosa colorada y la blanca eran el símbolo de cada contrincante, pues  provenían de las familias nobles York y Lancaster. Luego de esta guerra, la nobleza quedó reducida a ciertas familias.
INGLATERRA, A FINES DE LA EDAD MEDIA
Aunque la guerra de los Cien Años finalizó con un rotundo fracaso para los ingleses, su recuerdo les parecía glorioso. El pueblo inglés se juzgaba invulnerable en su isla y despreciaba a las otras naciones. Eran orgullosos y este orgullo estaba fortificado por la riqueza del país, mayor que la de los demás países del continente. Un exiliado en Francia dijo estar sorprendido por la miseria de los campesinos franceses: “beben agua, se alimentan con papas y pan; no comen carne, salvo muy de vez en cuando y sólo entrañas y cabezas. Todo esto sucedía en Francia, fruto del poder Absoluto.
Inglaterra no podía cobrar impuestos no consentidos. Desde la época de Eduardo III no osaba aumentarlos sin aceptación del Parlamento. En cambio, en Francia, Carlos VII obtenía los impuestos directamente, sin necesidad de ningún Parlamento.
En Inglaterra  la libertad del pueblo debilitaba al rey. Cada hombre era en las islas su propio soldado y su propio policía. EL rey no poseía tropas.
Carlos VII, en Francia, tenía un pequeño ejército de hombres armados, una caballería ligera más un fuerte de artillería, aunque no existía la milicia en los pueblos. Era necesario finalizar con la violencia y la ilegalidad. El pueblo que, en la época de la guerra civil, sufrió la anarquía, estaba dispuesto a un relativo despotismo, aunque siempre el rey debía respetar las formas. La idea de la monarquía estaba limitada aunque sólidamente anclada en el espíritu sajón inglés, que fue siempre brutal y violento, pese a la educación subyacente.  El gran escritor del medioevo, Chaucer, nos habla de  del campesino y de su personalidad: de cabellos rojizos, vigoroso, rústico, de grandes espaldas y con la espada siempre a su lado, la violencia media fue atemperada  a medias por la cortesía caballeresca y la caridad cristiana religiosa.
Pero en el S. XV los hombres leían novelas y a la vez pegaban a sus mujeres y destrozaban al débil. Los modales familiares eran duros y el casamiento visto como un negocio. El padre vendía a su hija, que no osaba protestar. Luego de la boda, Chaucer nos aclara cómo las mujeres trataban a sus maridos.
A veces administraban los negocios de sus maridos, siendo muy prudentes
Ser viuda era una ventaja. Las mujeres tenían libertad en el comercio y hasta podían convertirse en sheriffs, viajar solas y también peregrinar.
CABALLEROS Y COMERCIANTES
Desde este siglo en adelante caballeros y comerciantes deseaban tener casas en el campo. Los dueños y los sirvientes ya no comían en el mismo lugar; las casas eran  más amplias; tenían un living o “lugar para conversar”, que permitía recibir a las visitas fuera de la alcoba. Tenían un jardín  con flores y hierbas medicinales, como alimento o por su aroma. Los jardines ingleses son  los más bellos del mundo, aún en la actualidad. Tenían bancos y un césped espeso y delicado como el terciopelo, donde las damas se paseaban. Las costumbres se volvían lujosas, mientras las casas de los pobres y de la clase media seguían siendo primitivas.
El país se cubrió de iglesias y de estatuas. Hacia fines del siglo, aparecieron los primeros libros impresos. Hubo un acceso a la cultura; los nuevos lectores deseaban libros piadosos, de gramática, crónicas rimadas y traducciones de grandes escritores latinos. La prensa reemplazaba a los copistas de los monasterios, donde la lengua inglesa rivalizaba con la latina,
El comercio y los artesanos  estaban en pleno  desarrollo.
El rey Enrique VI no estaba hecho para tiempos duros. No era tonto sino un santo, un poco infantil; dulce y débil, aunque respetable. En las grandes guerras de su reinado fue un mero espectador, dejando actuar a sus tíos y solamente subía a escena en un cortejo o un rito sacro. Casado con Margarita d´Anjou, era paciente y afectuoso. Oía misa, estudiaba historia y teología; vivía como un burgués y tenía horror a la pompa. Llevaba zapatos con puntas redondas, como sus paisanos. Cuando vestía ropas reales se ponía en su cuerpo un cilicio. Antes de tomar  alimentarse rezaba  frente  a un retrato de Cristo. Dejó monumentos destacables y muy bellos. A mitad de siglo, hizo construir la abadía de Westminster y fue el fundador del colegio Eton, y de Cambridge, donde  construyó la admirable capilla, pero estas construcciones  terminaron arruinándolo. En una época donde la nobleza se enriquecía, el rey estaba cubierto de deudas. Tuvo que pedir dinero para celebrar la Navidad, aunque ya no le otorgaban más crédito. Estos soberanos inocentes eran presas fáciles para los nobles sin escrúpulos; el rey terminó mostrando signos de locura y  perdiendo  la razón. El dulce rey fue encerrado en la Torre de Londres y su primo se hizo coronar en la Abadía, bajo el nombre de Eduardo IV. Una pelea con sus consejeros puso nuevamente al rey sin juicio en la corte. Eduardo IV, indignado, hizo matar al dulce rey y al principito. Luego del doble crimen reinó sin oposición hasta e fines del S. XV. Fue un rey renacentista, brillante y cínico. Vivía al día. El triunfo de la casa de York fue un golpe al prestigio del Parlamento. El York pretendía reinar por el solo derecho de herencia. La cámara dejó de representar a la comunidad inglesa.
Eduardo IV dejó dos hijos, que fueron asesinados mientras dormían, asfixiados con una almohada por su tío, Ricardo de Gloucester, hermano del rey. Muchos años después fueron encontrados amurados a la pared. Cuando el pueblo supo del asesinato de los dos principitos de 5 y 7 años de edad hubo un sentimiento de furia, aunque fatigados por las guerras civiles y las usurpaciones del trono, no hicieron nada. Fue una oportunidad de reconciliar a la nobleza: el York y los Lancaster. Quedaba un Lancaster, Enrique Tudor, duque de Richmond, adolescente enfermizo; prudentemente se había refugiado en Bretaña. Si se casaba con Elizabeth de York, hija del rey Eduardo IV, las dos casas enemistadas durante años quedarían unidas. Ricardo III comprendió el peligro y él mismo quiso casarse, pero Enrique Tudor se le adelantó y ganó la batalla. Ricardo murió en la pelea y Enrique fue coronado como Enrique VII. La guerra entre los nobles terminó e Inglaterra dejó de mutilarse. La boda se efectuó al año siguiente.
La Inglaterra de mitad del S XV estaba lista para la felicidad, luego de una época de transición y una sociedad de varios siglos en declive.
Una nueva sociedad se levantó; la riqueza de los campesinos y artesanos asombraba.
Sólo  faltaba un gobierno fuerte. Y este sería el joven Enrique Tudor, futuro Enrique VIII, segundo hijo del soberano,   descendiente de Eduardo III, por la casa de los Lancaster. Al casarse con Elizabeth de York fue el único heredero posible.
Durante quince años surgieron pretendientes, sin poner nunca en peligro el trono real; reinaba una estabilidad sorprendente, pues el rey no era guerrero. Era un ser distante y misterioso; algunos lo tenían por avaro y desconfiado, dueño de una inmensa fortuna. Dejó millones de libras. Llevaba un registro de sus cuentas como un buen burgués. El dinero era poder.
En el S XVI un rey pobre era débil, sometido a los nobles y al Parlamento. Enrique VII y sus hijos no dependían de ellos. Con una armada de 150 guardias eran soberanos venerados. La guerra civil había disminuido en gran parte a la nobleza. Los Tudor se apoyaron en las tres clases nuevas: los Gentry, los Yermen y los comerciantes. Los gentries vivían en el campo; de allí provienen la palabra gentleman, propietarios de tierras heredadas.
SIGLO XVI
En el Siglo XVI un propietario podía convertirse en un juez de paz. A la pequeña aristocracia de nacimiento le sucedía una aristocracia de riqueza, como la rural francesa. Los herederos de los Pares entraban en la Cámara de los Comunes y estaban en igualdad de condiciones con los Gentry.
Los Yermen eran los artesanos y los arqueros de la Guerra de los Cien años. No tenían miedo de trabajar con las manos o hacer la guerra. Eran un elemento económico, político y social. Los comerciantes ingleses no tenían aún la importancia que adquirirían más tarde.
Los isleños sabían que el futuro del pueblo estaba en el futuro de los mares. EL rey le dio fuerza y brío a la navegación; él mismo construyó dos grandes barcos de guerra, que alquiló a unos comerciantes. Las galeras eran los barcos de guerra, mientras los veleros eran del comercio; en el Océano, los veleros no  eran tan seguros como las galeras y, siendo un pueblo práctico, quería disponer en tiempos de paz de toda una flota. El Rey Enrique VII fue el primero en colocar cañones a sus embarcaciones. Apoyado por las tres clases sociales antes nombradas, pudo aplastar a los barones. Estaba prohibido que los nobles tuvieron valet con uniformes, porque podía transformarse en soldados. Los castillos pululaban. Durante su reinado, el Parlamento fue convocado siete veces. La guerra civil le dio todo el poder a la corona. Los nuevos consejeros eran hijos de burgueses, educados en universidades.
INSTITUCIONES EN TIEMPOS DE LOS TUDOR
En el S XIII, los curas les hacían pagar a los fieles las reparaciones de las iglesias, la compra de los libros, elevando el décimo exigido. Al principio la limosna fue libre, a discreción de cada uno; luego, los que se rehusaban a pagar, podían ser condenados. A medida que la pobreza aumentó hubo un impuesto obligatorio. Cada parroquia era responsable de sus pobres. No podían ir los hombres de ciudad en ciudad si no tenían  recursos. Darle limosna a un vagabundo era un delito; solían darles latigazos o marcarlos a fuego con la “V” para reconocerlos. Los vagabundos peligrosos eran marcados con una “R” -si sabían leer y reclamaban el beneficio del clero-. En cualquier caso se les hacía una marca en el pulgar y los enviaban a su parroquia natal en un tiempo determinado. Una parroquia no aceptaba familias indigentes a su cargo. De este modo, la ciudad de cada hombre se convertía en una prisión.
A fin del S XVI, recién se reconoció el deber de las necesidades de los enfermos, tullidos, deformes, ancianos, ciegos y  locos. Se construyeron hospicios y los niños  pobres estaban más protegidos. Colocados como aprendices, la iglesia les pagaba un shilling por semana. Si una parroquia tenía  pobres, los vecinos debían ayudarla. El gobierno central no participaba en estos socorros. Había un agente de policía -no oficial- que por año debía hacer respetar la paz del rey; se ocupaba de castigar a los vagabundos, de impedir  peleas, etc. Era el responsable de la tranquilidad de la parroquia. Si había algo mal hecho o negligencia, debía pagar una multa. Si arrestaba a un malhechor debía tenerlo en su casa, porque no había prisiones y de allí  llevarlo a la Corte del Condado. Todos tenían obligación de vigilar a los vagabundos, en su  regreso a su parroquia natal. Era un modo de mantener el orden por sus propios medios. El juez de paz era el lazo entre la parroquia y el condado, donde se lo respetaba como el personaje más importante del pueblo. La Reforma inglesa tiene su origen en la alemana, tomando a Lutero como jefe y guía. El Renacimiento provenía de Italia. Llegó a Inglaterra con un carácter nacional y bien definido.
Los papas humanistas chocaban a los jóvenes ingleses. Platón importaba más que Aristóteles en esos tiempos. El griego les interesaba para comentar los Evangelios.  Italia inspiró a Chaucer en sus cuentos costumbristas medievales. Lutero seducía a los universitarios; los primeros reformadores de Oxford deseaban corregir los errores de la iglesia romana, a la cual pertenecían. Thomas More murió por defender la Iglesia católica.
Reformar la iglesia no por la violencia o la persecución sino por la razón y la ciencia para que fuera universal, era el objetivo de Thomas More y de Erasmo, holandés que escribía en latín y fue traducido a todas las lenguas. Su prestigio fue reconocido por los tres soberanos: Carlos V, en España, Francisco I, en Francia y Enrique VIII, en Inglaterra, todos reyes renacentistas de gran poder.
Había dos justicias, dos sistemas, dos impostores; se vendieron 23 millones de libros de Erasmo, en una Europa instruida. Escribió el ELOGIO DE LA LOCURA y preparó el Nuevo Testamento, según ediciones en latín y en griego. 
Inglaterra no era antirreligiosa sino anticlerical. El reino de Enrique VII fue favorable a la evolución de los estudios y a las meditaciones de los reformistas. Fue un reinado pacífico y durante veinticuatro años hubo pocos hechos importantes.
ENRIQUE VIII. S XVI (1509-1547)
Un rey  caballeresco, cortés, cultivado y piadoso; un gran príncipe del Renacimiento, humanista libertino, magnífico, deportista, en ocasiones cruel. Enrique era todo esto, a la inglesa, lo cual significaba que su libertinaje era conyugal, su cultura teológica erudita, su magnificencia de buen tono y su crueldad, legalmente impecable.
Cuando muere su padre al en 1509, heredó el trono a los 18 años. Era bello, atleta, orgulloso de su físico, excelente arquero, campeón en tenis; cuando cabalgaba extenuaba diez caballos en un día de caza. Le gustaban las letras, teniendo conocimiento de la literatura romanesca; componía poemas; les ponía música a sus propios himnos y tocaba divinamente el luth. Erasmo quedó pasmado de su precoz inteligencia, siendo un niño; los nuevos humanistas lo tenían por amigo; hizo de Thomas More un cortesano, a pesar suyo, y le rogó a Erasmo un encuentro en Cambridge. Era un gran devoto; tenía gran respeto por la religión católica y una conciencia medieval. Enrique se casó con Catarina de Aragón, viuda de su hermano mayor muerto. Al morir Arturo, lo casaron con la cuñada consanguínea con el  fin de no devolver la dote -que debió haber sido exorbitante- y para continuar los lazos de amistad entre España e Inglaterra. Fue un matrimonio político, una alianza que le daba honor y una garantía. Cuando el Consejo le pidió a su rey que se casara con ella, éste no vaciló ni un instante. Pero existía una prohibición levítica que prohibía la unión entre cuñados y se necesitaba una bula papal. Catarina no había consumado su primer matrimonio y el día de su boda llevaba sus cabellos sueltos, en prueba de su virginidad. Estos hechos tuvieron su importancia más tarde, cuando el rey la repudió. Al principio de su reinado, Enrique VIII dejó toda la autoridad  al Cardenal Wolsey.
A mitad del siglo, cuando aparecieron las proposiciones de Lutero, el Rey escribió una refutación que le valió el título de defensor de la fe, por el mismo Papa.
Francisco I, en Francia y Carlos V, en España, se disputaban la alianza con el Rey de Inglaterra.
Sería una injusticia hacia el rey explicar su divorcio y su ruptura con
Roma por los bellos ojos de Ana Bolena. Para evitar al país una nueva guerra civil, era indispensable que el matrimonio real tuviera un hijo. En veinte años y luego de varios abortos naturales, llegó una hija, María Tudor, nacida en 1516, pero ya Catarina no estaba en  edad  que le permitiera esperar otro hijo. ¿Era posible considerar a María como heredera? Las mujeres podían heredar el trono y el mismo rey lo había heredado de su propia madre, pero la sola reina reinante fue Matilda, un ejemplo poco edificante. El interés de la dinastía y del país exigía un hijo varón. Enrique VIII lo deseaba ardientemente y comenzó a preguntarse si su unión con su ex cuñada consanguínea no estaría maldita. Muy supersticioso, comenzó a dudar, aunque no se decidía a divorciarse, pues Catarina era tía del Emperador de España. Cuando el Emperador tomó por esposa a la Infanta Isabel de Portugal, el Rey perdió las esperanzas de casar a su hija con éste y se sintió libre y a la vez enamorado de Ana Bolena. El Rey deseaba tener un hijo legítimo y buscaba el modo de desembarazarse de su mujer. El divorcio civil no existía y además era inútil para un rey piadoso; era necesario pedir a Roma la anulación: ella había sido la mujer de su hermano: ¿habría sido la  boda consumida? Carlos V no permitiría el sacrificio de su tía y de su prima María. Catarina apeló también al Papa y obtuvo permiso para que el caso fuera discutido en su propia Corte. Cromwell, -que no tenía ni escrúpulos ni religión- en su encuentro con el rey, le aconsejó seguir el ejemplo de los príncipes alemanes, que habían roto con Roma. Inglaterra no debía tener dos amos -el rey y el Pontífice-, que no aceptaban  repudiar a Catarina ni  tampoco el casamiento de los sacerdotes: había que renegar de la fe católica. Thomas More y el Arzobispo rehusaron esta orden y ambos fueron decapitados; la comedia del divorcio se tornó en una monstruosa tragedia. Los monjes fueron ahorcados y destripados. Roma  excomulgó al rey; el Pontífice pidió ayuda a Francisco I  y a Carlos V, pero ambos rehusaron ayudarlo, porque no deseaban enojarse con el Rey de Inglaterra. Enrique se convirtió en defensor de la fe y en jefe de la iglesia católica, en su país, hecho contradictorio. Se necesitó un sismo para romper el casamiento del Rey y un hacha fue suficiente para cortar la cabeza de su segunda mujer, Ana. Ella había cometido dos faltas: en vez de un heredero tuvo una hija y luego un hijo muerto, antes de nacer. Si engañó al Rey fue porque no creyó que el Rey fuera capaz de darle un hijo sano y para no desilusionarlo. Por estos crímenes le cortaron la cabeza. Algunos días más tarde, Enrique VIII, vestido de blanco, se casaba con Jane Seymour. Cromwell había anulado sus anteriores casamientos y María e Isabel se convirtieron en bastardas. Jane le dio el hijo tan esperado, que le costó la vida a los pocos días, por consecuencia del parto.
Cromwell, siempre ansioso de aproximar al rey a los luteranos, sugirió a Ana Cleve como nueva reina, pero ésta no complació a su soberano y pagó con su vida esta triste experiencia. La quinta mujer fue Catarina Howard, acusada más tarde de adulterio, por lo cual  fue también decapitada y la sexta, Catarina Par, sobrevivió al  Rey. Enrique VIII fue finalmente asesinado por los jueces protestantes, los católicos y la condesa de Salisbury. El nuevo Arzobispo de Cramer permaneció a su lado, se arrodilló cerca del lecho de muerte -en el último instante- y el rey le apretó la mano y entregó su alma. Es difícil, cuando se estudia el reino de este renacentista, defenderse de un sentimiento de horror. En vano se aprende que reorganizó la flora, construyó arsenales, fundó una escuela de pilotos, anexó el país de Gales, tranquilizó a Irlanda; ningún éxito pudo justificar los prisioneros en la Torre de Londres ni los verdugos cortando cabezas: tanta crueldad no era necesaria. La separación de un estado insular y una Inglaterra universal era inevitable. Desde el S XVI hubo una ausencia de movimiento clerical en las islas. La Iglesia luchó, aunque ningún partido político osara llamarse hostil al cristianismo.
EDUARDO VI
Era hijo del rey y de su tercera mujer, Jane Seymour, quien murió a los pocos días del parto. Era un niñito serio y precoz, que leía diariamente la Biblia. Reinó desde los nueve a los catorce años. María Tudor, hija de Catalina de Aragón, media hermana de Eduardo, tenía treinta y dos años y comenzaba a envejecer. Su rostro redondo era de una palidez  enfermiza.  Estaba más orgullosa de descender de los reyes españoles que  de ser hija del Rey de Inglaterra; era una ferviente católica, rodeada de sacerdotes y se pasaba horas en la capilla.
Elizabeth, hija de Ana Bolena, era amante de la cultura clásica, tradicional  en los Tudor. Escribía en latín tan bien como en inglés; hablaba italiano, francés y leía el griego. Siendo su medio hermano protestante como ella, se entendían perfectamente, formando ambos un muro contra María, acérrima católica. Eduardo VI intentó prohibirle a María escuchar misa, pero ésta se rebeló y le recordó que era prima de Carlos V y éste no insistió.
Eduardo Seymour, su tío, actuaba como regente y fue el responsable de los desórdenes agrarios. Fue decapitado en la Torre de Londres. Las persecuciones contra los católicos continuaban.
Pero el joven rey enfermó a los catorce años y ya su muerte estaba próxima. 
MARÍA TUDOR
Hubo un movimiento para destronar a María, pero ésta, ardiente y decidida, era luchadora. Española  al fin, tenía el coraje de un soldado y una devoción fanática por el catolicismo. El extraordinario prestigio de su padre la protegía y los católicos la acogieron, cuando ella prometió ser imparcial, pero desde el primer Parlamento reestableció la misa en latín y expulsó a todos los sacerdotes casados. Su hermana Elizabeth, la suprema esperanza de los protestantes, se aproximó llorando a la Reina, para que la iniciara en la verdadera religión, conversión que satisfizo a María Tudor. Fue una táctil maniobra para conservar su cabeza y su futuro trono.
El Parlamento, temiendo el influjo de un rey extranjero,  pidió a la Reina que se casara con un inglés. Respondió con violencia que no se casaría. Pero pronto, el embajador de España vino con un proyecto de Carlos V, quien le ofrecía la mano de su hijo, el futuro Felipe II. María le respondió que estaba dispuesta a obedecerlo y una medianoche, en su oratorio, juró desposarse con Felipe.
Los ministros se inquietaron. ¿Qué sucedería con Inglaterra, frente a la ortodoxa y todopoderosa España? Sin embargo Felipe II debería respetar las leyes inglesas; si María muriera, no tendría derecho a la corona; si naciera un hijo, heredaría el trono de Inglaterra,  Borgoña y los Países Bajos. Finalmente Felipe se comprometía a no llevar a Inglaterra a una guerra contra Francia. El pueblo, muy hostil a los extranjeros y en particular a los españoles, estaba muy descontento. Felipe II hizo lo imposible por caerles bien y lo logró; al menos pensaron que no venía a robarles; sobre un solo aspecto Felipe fue intratable: la reconciliación con Roma. Al poco tiempo, María Tudor creyó estar embarazada, aunque fue un embarazo nervioso y una dolorosa decepción. Su estado mental se volvió inquietante. Felipe había regresado a España, o bien porque el Parlamento inglés no lo dejaba participar del poder, o bien irritado por esa falsa alarma.
La Reina que comenzó reinando llena de coraje,  -desde que estaba enamorada- se mostraba  débil vulnerable. La crueldad de sus persecuciones contra los protestantes rayaba en la locura. Fue apodada la “reina sanguinaria". En 1555 Carlos V abdicó a favor de su hijo Felipe II y el 20 de enero del mismo año, la ley contra la herejía fue establecida; el 3 de febrero, el primer pastor fue quemado y trescientos mártires perecieron bajo las llamas. El suplicio fue atroz. EL odio de María Tudor contra los protestantes aumentaba. Felipe, que le había prometido no enfrentar Inglaterra contra Francia, pero no cumplió su promesa y le costó a Inglaterra la pérdida de Calais, en Francia. Era la última y la única posesión que tenía hacía más de doscientos años. El Pontífice había tomado partido contra ella y España. Una vez más se creyó embarazada, aunque fue falso, sólo era un estado de hidropesía. A mitad del siglo -1558- murió. Estaba totalmente sola; su marido no la visitó más que en dos ocasiones muy breves y toda la Corte se agrupaba en torno a su media hermana.
ELIZABETH Y EL COMPROMISO ANGLICANO

La subida al trono fue acogida por el pueblo entero. Era un alivio amar esta reina de 25 años, lejos de los españoles extranjeros. Desde la Conquista, nadie tenía una sangre tan puramente inglesa. Por su padre descendía de los reyes tradicionales y por su madre,  de un gentilhombre inglés. Durante todo su reinado fue un coqueteo con su pueblo. Se escribió que la monarquía de los Tudor era tan absoluta como la de Luis XIV o el Imperio de los Césares. Era fuerte, porque era amada. Cuando se vio amenazada por una invasión española, llamó a su Lord Alcalde de Londres, no al jefe del ejército, y le pidió 15 vasallos y 5.000 hombres. El respondió que la ciudad estaría orgullosa de ofrecerle  30 vasallos y 10.000 hombres. El reino íntegro le era leal. Las ocasionales revueltas fueron dominadas y tenidas por crímenes. En un tiempo que casi todos los reinos eran desgarrados por peleas religiosas o dominados por el terror, la reina mostraba su orgullo por la fidelidad de sus súbditos. Cuando salía de paseo, una multitud gritaba: “que Dios guarde a su Majestad” a lo cual ella respondía:”que Dios guarde a mi pueblo”.
En Londres o en sus viajes anuales, alerta, espiritual, erudita, seductora, excelente bailarina, culta y música –tocaba el arpa-
elogiando a un alcalde por su latín o a las matronas por sus cocinas; su réplica era aguda. Entre los placeres o los fracasos, su alma se movía con una vivacidad y una presencia de espíritu, que hacían de ella un espectáculo fascinante. Llevaba una economía digna de su padre. La avaricia -que es un vicio en los príncipes- es una virtud en los reyes. Al pueblo le exigía poca plata. Su entrada anual era de 500.000 libras. Por no ser demasiado rica y mujer sin ninguna crueldad, no amaba la guerra. A veces peleó con éxito, aunque jamás lo buscó. Para evadirla, estaba lista a mentir, a jurar a las embajadas, que ignoraba la situación, -excepto al embajador español, que la consideraba digna hija del diablo-.
La Reina era una gran mujer, en un universo violento, maníaco, entre dos fuerzas adversas de gran intensidad – Francia y España- y dos religiones rivales, entre Roma y Calvino. Durante años pareció inevitable que sería destrozada por una u otra nación o por sus amenazas; a todo ello, ella oponía su astucia o el arte de la falsedad. Tanto en una expedición como en una conquista, prefería -si había que derramar sangre- dejar la responsabilidad a los demás y, en las duda, abstenerse. Solamente en un tema se resistió obstinadamente a su pueblo: en casarse. Era importante asegurar la sucesión; mientras no hubiera un heredero, la vida y la religión del país estaba en peligro. Era suficiente asesinarla y poner en su lugar a su prima, la Reina María Estuardo de Escocia, bisnieta de Enrique VII y católica, viuda  del rey de Francia, muerto en plena juventud.
Elizabeth hizo languidecer a Felipe II, al príncipe de Suecia, al Archiduque de Austria, al duque d´Alençon, sin contar los partidos de su propio país; Leicester, Essex, Sir Walter Raleigh, más cortesanos que soldados, y también a poetas, a quienes les permitía cierto coqueteo.
En su juventud, los más informados dicen que nunca tuvo un amante y que sentía una aversión física hacia el matrimonio y, la certeza de no poder ser madre, la llevaba a esa irrevocable decisión. Una boda sin herederos la hubiera puesto inútilmente en poder de un marido y habría perdido su prestigio de ser la virgen pública.
Si algún bello adolescente lograba emocionarla, su espíritu quedaba separado de sus sentidos. Sus consejeros eran elegidos por su inteligencia; pedía cualidades administrativas y sentimientos nuevos: patriotismo y sentido de la razón de Estado.
Su principal consejero, Cecil, era hijo de un yerman, enriquecido por bienes monacales de una familia entremezclada con el gobierno. Cecil era criticado por ocuparse del Estado y de su familia. Cuando se trataba del Estado hacía pruebas de coraje; se resistía a la Reina y en cierta medida le imponía su punto de vista. Al principio Cecil tuvo desconfianza de una mujer en el gobierno; sin embargo terminó por formar un equipo maravillosamente unido. La Reina era protestante. Algunos la creían escéptica; otros, pagana. Educada protestante, para salvar su vida, jugó la comedia de la conversión, cuando su media hermana María fue reina. Era  una filósofa religiosa, a la manera de Erasmo. Rogó a Dios de gobernar sin derramar sangre e hizo lo imposible por cumplirlo. Se sentía orgullosa de la fidelidad de sus súbditos católicos. En religión como en política buscaba el medio punto.  A mitad del siglo, por segunda vez el Parlamento votó por abolir el poder papal y adoptar los 39 artículos, que serían el credo anglicano. El protestantismo moderado correspondía a los votos de la nación. Los pastores querían conservar la ceremonia católica, suprimiendo el latín y rehusándose a obedecer a Roma. Elizabeth no quería ni Inquisición ni tortura, salvo una aparente sumisión. Los ministros más sectarios  fueron a la prisión, pero durante los diez primeros años de su reinado no hubo condenas a muerte.
Tres hechos permitieron a Cecil mostrarse más severo y forzar la mano de la Reina: a) la batalla de Saint Barthelemy, en Francia; b) la bula de excomuniones lanzada contra la reina inoportunamente por el papa Pío V y c) la creación extranjera de seminarios destinados a preparar la reconquista en Inglaterra, gracias al catolicismo.

Los sacerdotes católicos fueron ejecutados por alta traición; muchos eran inocentes o santos. Aunque la Reina se inclinaba hacia la clemencia, el número de víctimas del fanatismo fue tan numeroso finalmente como en la época de su hermana María Tudor. Se ejecutaron 147 sacerdotes, 47 gentilhombres, una gran cantidad de paisanos e incluso mujeres. Ese puritanismo fanático inquietó a la Reina, a los obispos y a los fieles más razonables, pero el puritanismo moderado ganaba adhesiones. En vano el Parlamento a fines del siglo XVI propuso medidas rigurosas. La ley no fue votada. Los denominados hombres de Dios, verdaderos profetas no pudieron contra la Reina por su prestigio, pero su piadosa demagogia se convertiría en un peligro mayor para sus sucesores.
ELIZABETH Y MARÍA ESTUARDO
Desde la derrota de Eduardo I, Escocia había quedado independiente de los reyes ingleses. Brutal, indisciplinada, la nobleza escocesa quedó feudal. La dinastía se apoyaba sobre la iglesia católica y sobre la alianza con Francia.
Los Stuart era tan cultivados como los Tudor: curiosos en teología, en poesía, en arquitectura y en farmacia no ocultaba a sus primos ingleses esta faz brillante. A Jacobo IV Stuart, Enrique VII le había dado a su hija Margarita, quien tuvo a Jacobo V, que se casó con Francisca María de Guise, quien tuvo a María Estuardo, casada desde muy niña con el delfín de Francia, Francisco II, quien murió siendo un adolescente, al poco tiempo de reinar. María prefirió regresar Escocia, luego de perder a su marido. (Francisco había sido tuberculoso toda su vida).
Durante un tiempo fue Reina de Francia y de Escocia al mismo tiempo. Por sangre era Tudor, la heredera más próxima a Elizabeth. Podemos imaginar la importancia de todos sus actos y de sus sentimientos, que tenía esta mujer joven soberana de dos reinos y un tercero en vista. El de Francia lo perdió con su viudez; el de Inglaterra, puesto que Elizabeth era considerada bastarda y protestante, María tenía a favor ser heredera legítima y católica.
Entre María y Elizabeth la relación era compleja. Había celos de mujeres. La Reina no admitía que María se llamara Reina de Escocia y de Inglaterra, aunque no hiciera valer sus derechos. Esta sola pretensión hubiera minado peligrosamente la lealtad de los católicos, que vivían en el Norte de la frontera. Si María se casaba con un católico español podía convertirse en una nueva María Tudor. Si se casaba con un protestante, su hijo sería el heredero directo de Elizabeth. María se casó con Darnley, pero escogió mal; no tuvo en cuenta al bello hombre enviado por su prima. Darnley era Tudor, tenía un esbelto cuerpo pero un alma era baja, tenía un corazón cobarde y ataques de furor de los cuales ella pronto se cansó. Entonces se enamoró de un músico italiano, a quien su marido mató mientras comían juntos. Tuvo un hijo, el futuro Jacobo VI de Escocia y Jacobo I de Inglaterra. Algunos insinuaban que era hijo ilegítimo del italiano. Odiaba a su marido y amaba locamente a un Conde que la conquistó y que toda Escocia despreciaba. Este hombre preparó la muerte de Darnley, el rey consorte .María lo alojó enfermo en una casa de campo, lo visitó durante la tarde y a la noche explotó la casa; su marido fue encontrado en el jardín. Nadie dudaba de la culpabilidad del Conde. Tres meses más tarde, María se casó con el asesino sospechoso de la muerte de su segundo marido. El Papa, Francia y España la abandonaron. Los escoceses tuvieron una revuelta; el conde escapó y María fue hecha prisionera y llevada a la capital, mientras el pueblo gritaba que la quemaran. Fue depuesta a favor de su hijo.
Después de diez meses de cárcel se fugó a caballo -tenía 25 años- y llegó a Inglaterra, pidiendo la protección de la su prima. ¿Podía la Reina soportar una presencia tan peligrosa? María pidió una investigación sobre los actos rebeldes de sus súbditos. Elizabeth aceptó, aunque amplió la investigación sobre el asesinato de Darnley, el segundo marido asesinado de María, para lavarla de toda sospecha, según le escribió. Llegaron las pruebas: María las negó y Elizabeth la mantuvo prisionera en un castillo. En realidad no se la puede acusar, porque María era capaz de cualquier conspiración. Logró, incluso en prisión que el Norte se sublevara, que muriera por ella el duque de Norfolk; mantuvo correspondencia con el duque d’ Alençon, en Francia, y con Juan de Austria, en España. Conspiraba con la Reina inglesa y con el Papa por intermedio de los banqueros florentinos. Elizabeth tenía veinte sólidas razones para ejecutarla. No quiso. Se negaba. Durante veinte años la mantuvo prisionera; durante ese tiempo la bella amazona de cutis pálido era ya una mujer madura y enferma, de cabellos grises que seguía bordando y complotando. Elizabeth también envejecía. Ya no había posibilidad alguna de tener un hijo y la cuestión era grave. Luego de un cautiverio tan largo, el Papa olvidó que había sido adúltera y cómplice de la muerte de su segundo marido; el Pontífice ponía una vez más la esperanza en ella.
Su hijo no olvidaba que la muerte de su madre le aseguraba el trono de Inglaterra. Elizabeth dudaba todavía. Por fin, firmó la orden de la ejecución.
El verdugo necesitó tres golpes de hacha a fin de decapitarla. Las tragedias de su juventud fueron olvidadas y para los ojos de los católicos se convirtió en una santa.
La Reina vivió hasta los setenta años y durante cuarenta y cinco años fue Reina; casi hasta el último día brilló, bailó, flirteó, pero sabía su fin próximo. En enero de 1603 se sintió mal, no quiso ver a su médico, nombró como sucesor al hijo de María Estuardo, James I y poco después murió.
EL TIEMPO DE ELIZABETH I
Porque la reina amaba el lujo e Inglaterra se enriquecía, la moda fue exigente y caprichosa; por toda la campiña creaban mansiones nuevas donde la arquitectura italiana se mezclaba al gótico tradicional.
Se leía sobre todo a Marlowe y los sonetos de Shakespeare, pero fue bajo el reino de Elizabeth que el teatro de inglés tuvo un lugar en la vida de Londres.
Desde Enrique VIII, su padre, hubo grupos de comediantes, aunque no teatros permanentes. Bajo el reinado de Isabel, se construyeron varios teatros siendo el más célebre el Globo, donde Shakespeare poseía un décimo. Los constructores de los primeros teatros intentaron reproducir el patio de la posada con sus galerías exteriores a lo largo de las alcobas. Esta galería era cómoda para representar tanto en los balcones de los cuartos o en la cima de la torre. Los espectadores pagaban un penique para entrar y desde seis peniques a un shilling para obtener un sitio mejor o bien en la escena misma o bien en la galería que estaba dividida como hoy lo están los palcos. Las trompetas anunciaban las representaciones. El público compuesto por aprendices, estudiantes de abogacía, soldados o gentilhombres inteligentes responsables. Amaban el melodrama bien sanguinario, aunque también podían comprender las piezas más poéticas de Marlowe y de Shakespeare.
¿Cómo nombrarlo al último en pocas líneas? Fue superior a todos los demás dramáticos de su época; ninguno atravesó la gama de tonos, géneros y sujetos tan vastos; ninguno supo mezclar tan felizmente la poesía con la construcción más sólida; ninguno expresó mejor la naturaleza, las pasiones de los hombres, sus pensamientos más profundos en una lengua tan certera y firme. Su superioridad fue reconocida en su tiempo hasta la actualidad. Este autor-actor excitaba los celos de los demás, pero el público amaba sus piezas. La reina se divertía mucho y reía a carcajadas: amaba el teatro. Shakespeare fue excelente en su género, uno de los más ardientes en pintar la tristeza de las perplejidades del amor. Si las musas pudieran hablar inglés dijo un autor- lo haría en el bello lenguaje de este autor. Sabía describir tan bien las pasiones de la ambición y los tormentos del poder. La sabiduría de una pueblo está hecha de verdades comunes a las cuales los grandes escritores le dieron formas singulares. La sabiduría del pueblo inglés, instintivamente poética y a veces inconstante le debe a este autor las más grandes tragedias de la literatura, si exceptuamos las griegas.
Inglaterra en esa época era bulliciosa, llena de canciones y poemas, pero la vida era dura para las masas tanto o más que hoy. Los comerciantes tenían cada vez más poder y las persecuciones religiosas eran discutibles para los liberales independientes.
Los propietarios practicaban la hospitalidad y la cortesía. Sus mansiones se abastecían a sí mismas. Una mujer hacía desde los dulces hasta las velas. Las fiestas en el campo eran simpáticas, con su vieja tradición pagana como la del mes de mayo, adornada de flores y ramitas verdes que anunciaban el renacimiento de la primavera o las pascuas primitivas.
Se representaban comedias como el “Sueño de una noche de verano” del gran autor varias veces ya nombrado y los extranjeros se daban cuenta que el pueblo inglés era el más musical del mundo. En todas las casas había un luth, una viola y libros de música. Todos los visitantes y muchos servidores eran capaces de descifrar una canción y de ocupar un sitio en un coro de tres o cuatro voces. Ese gusto por la poesía y por la música suponía una educación de avanzada.
Después de la fundación de Winchester y de Eton se construyeron nuevas escuelas públicas. Al principio eran gratuitas, siendo el fundador quien pagaba los salarios de los maestros y los alimentos para los niños. Sólo pagaban una pensión los extranjeros y los hijos de ricos burgueses o de grandes señores. Paulatinamente estos ocuparon la mayoría y para ellos se conservaban estas escuelas, teniendo cuarenta alumnos becados.
La educación elemental se daba en pequeños colegios a menudo por damas que enseñaban el alfabeto. Luego el niño pasaba al Colegio de Gramática que pertenecía a eruditos de gran cultura; estaban ubicados fuera de la ciudad. Uno podía llegar a ser licenciado en letras- (un Master en Arte)- pero también podía leer latín para su propio placer. Los historiadores literarios se asombraban de los conocimientos de Shakespeare, un actor de condición modesta. Eran los conocimientos del público en particular de Londres. A menudo encontramos libros de ese tiempo con los márgenes cubiertos de notas en latín, destacables por su solidez y el vigor de su pensamiento, reconociendo que si los métodos científicos son hoy más eficaces, en tiempos de Elizabeth, la inteligencia y el gusto eran superiores que hoy en día, si tomamos por ejemplos, seres de la misma condición.
ELIZABETH Y EL MAR

Cuando descubrieron la ruta que llegaba a América para alcanzar las especies, los perfumes y las joyas de Oriente, pocas naciones estaban en estado de participar de esas conquistas: Italia debía defender el Mediterráneo contra los turcos; Francia estaba destruida por las guerras religiosas; Inglaterra tenía necesidad de sus barcos para defender sus costas y Portugal se disputaba junto a España los nuevos continentes. Estas dos potencias católicas aceptaban como arbitrio al papa Alejandro VI. ¿Cuál podía ser entre tierras desconocidas la justa frontera? El Papa trazó simplemente una línea sobre el mapa del mundo de polo a polo. Todas las tierras descubiertas al Oeste serían españolas y las descubiertas al Este, serían portuguesas. Por lo cual Portugal se guardaba África y la India y España toda América del Sur, excepto Brasil. Los imperios aztecas y peruanos habían acumulado tesoros de una riqueza fabulosa para España.
María Tudor, reina inglesa y mujer de Felipe II tuvo que respetar las posesiones de su marido quien, por las provincias italianas era el amo del Mediterráneo y, por las provincias flamencas, del comercio; poseía en las colonias americanas minas de oro, plata que era las más ricas del mundo. Su poderío financiero parecía invencible y los comerciantes ingleses sólo podían husmear a distancia este prodigioso festín del rey español, que no les dejaba ninguna esperanza: puesto que España había descubierto un pasaje Norte-Oeste, tal vez existía uno Sur-Este. Durante mucho tiempo los navegantes de este país lo buscaron afanosamente, pero solamente descubrieron el camino de Moscú y fueron detenidos por el Polo.
La piratería inglesa era célebre desde el S XV. En el S XVI tenía proporciones patrióticas. Entre el comercio y la piratería, el límite estaba mal definido. Ciertas formas de piratería eran legales; los marinos ingleses, propietarios de un barco armado con cañones abordaban navíos portugueses que regresaban de la India. Otros organizaban el pillaje de los barcos que venía de las colonias españolas y se encontraban con los corsarios franceses, que en estas empresas tenía una gran experiencia.
España, sin duda, hubiera conservado el dominio del mar, si un inglés llamado Francis Drake no los hubiera desafiado. Elizabeth I llegó a la conclusión que las posesiones españolas debían ser respetadas y quien violara los tratados lo hacían a tu riesgo y peligro.
Drake era un marino temerario, adorado por su equipaje e ídolo inglés. Con sus barcos y cincuenta hombres capturó un tesoro lleno de oro. La reina estaba encantada y Drake, muy satisfecho. Salió por segunda vez con la idea de dar la vuelta al mundo por el Estrecho de Magallanes hasta las Indias. La pequeña flota con los cañones y los centenares de hombres que llevaban a fin de atacar las islas y los puertos donde España tenía una fortaleza. Su llegada sorprendió a los gobernadores españoles. Los ingleses exigían su parte o les quemaban las ciudades. Pero el marino deseaba encontrar la flota que anualmente traía cargas de oro y plata. Entre Lima y Paraná un indio
En España estaban furiosos; el embajador protestó y la reina dijo no conocer el negocio. La guerra era inevitable entre ambos países. La Inquisición juzgó heréticos a los marinos ingleses que habían tomado prisioneros. Pero Drake continuó con sus piraterías, afirmando el derecho de los marinos ingleses y la libertad de los mares. Entonces Felipe II dio la orden de construir una gran armada en Cádiz para atacar la isla. Drake logró penetrar en ese puerto fortificado y destruir con sus cañones las más bellas galeras de combate. Felipe rehizo la armada que estuvo lista en 1588. El plan español era grandioso e ingenuo; pensaban desembarcar 30.000 hombres en la isla. El almirante español era un gran señor, un duque y un soldado que desconocía todo del mar. Howard dirigía a los ingleses y tenía bajo sus órdenes a Drake Tenía treinta y cuatro barcos de guerra, fuertemente armados, siendo más bajos y alargados y ciento cincuenta, barcos prestados por los puestos a la reina. La Gran Armada llegó a Plymouth. El duque y almirante español pensaba transformar el combate naval en un combate de infantería; estaban listos para el abordaje, cuando vieron la flota inglesa formarse de un modo inesperado, en fila india a una distancia donde no podían ser alcanzados. Allí comenzó la tragedia española. Los ingleses abrieron el fuego, mientras los navíos españoles no podían responder Eran tan altos que la artillería pasaba por encima de los pequeños barcos veloces que los atacaban. Se acercaron a los Países Bajos, sin pérdidas graves; a los ingleses les faltaban municiones. Una invasión a Inglaterra por los españoles, todavía era posible. Pero cuando vieron la flota francesa en Calais, los atacaron con sus cañones. Para huir de este peligro, cortaron los cables y partieron hacia el mar del Norte. Los cañones enemigos hacían estragos en la Armada. Una tempestad se entremetió y el duque eligió Irlanda para el desembarque, esperando llegar al Norte de Escocia, pero no eran marinos y no comprendieron que era imposible lograr ese periplo; no tenían agua potable. El desorden se volvió un desastre. Dispersados por el viento y la tormenta, la flota, que ocho días antes era la espléndida e invencible Armada, estaba a merced de las olas y de las rocas. De quinientos cincuenta vasallos, cincuenta regresaron a España y sobre 30.000 soldados, 10.000 habían perecido en los naufragios, sin contar los muertos por enfermedades o por los cañones.
 España había perdido  el dominio de los mares.


Tomo II
Después de Elizabeth comienza la dinastía de los Estuardo que no aportó nada a Inglaterra.
JAMES I
El hijo de María Estuardo, rey de Escocia, protestante, que hablaba en su lengua, no la inglesa y fue un rey que pasó sin pena y sin gloria.
Le siguió su hijo Carlos I  superficial, amante de placeres y mujeres, quería gobernar con un Parlamento a su voluntad. Lo decapitaron. La familia huyó a Francia.
Guerra civil y sube Cromwell al poder, un puritano. Quiso que su hijo le sucediera. Muere, su hijo intenta pero los ingleses quieren al hijo de su rey muerto.
Sube Carlos II,  hijo del decapitado Carlos I, se educó en Francia, en; era alegre, superficial y seductor. Luego de veinte años del más exacerbado puritanismo impuesto por Cromwell, los  ingleses lo aceptaron con simpatía. El rey  era tolerante y carecía de ambiciones.ferviente admirador de las mujeres, tan liviano y superficial como su padre. Se creo en París y conocía el gusto exquisito de Francia. Inglaterra poseía un equilibrio entre el poder de la corona y el Parlamento. Carlos II deseaba gobernar sobre un pueblo libre,  según las leyes, pero sin acatar  frenos de ninguna clase. Muere sin hijos.
Sube James II, hermano de Carlos I; vivía en París. Luis XIV intentaba una alianza para sus planes expansivos de conquista por Europa. Lo incitó a regresar a la iglesia católica a cambio de una suma considerable de dinero. Le compró el puerto de Dunkerque por dinero pero los ingleses estaban furiosos porque era la única y última posesión en el continente.
Tuvo problemas internos hasta que hartos los ingleses le pidieron a Guillermo de Orange que acudiera en ayuda de Inglaterra. Guillermo III, casado con María, hija del James II; Sus dos hijas habían sido creadas en la religión protestante y siguieron practicándola.
Guillermo invadió Inglaterra  y sin derramar una gota de sangre logró destronar al  rey, (su suegro). Su casamiento con María fue la desilusión más grande que sufrió el Rey Sol, no por amor sino por %). María era la sucesora de su padre en exilio.
 Guillermo  esperó que  le ofrecieran la corona, lo cual sucedió. En realidad su mujer era reina de Inglaterra y a él poco le % ese país. Su única ambición fue finalizar con las conquistas del Rey Sol en los Países Bajos para siempre.
Era holandés, no lo comprendían, el clima de Londres para su asma era mortal, se instaló en Hampton Curt; era difícil para los ministros llegar consultarlo. Cuando las aguas se calmaron dejó el poder en manos de tres Lores ingleses de su confianza y regresó a Las Provincias Unidas que abarcaban  Holanda y Flandes septentrional.
Muere Guillermo luego de vencido a Luis XIV con los aliados  un Tratado donde el rey de Francia se comprometía  a no luchar contra él ni intentar destronarlo.A su muerte a los 53 años sube María, heredera legítima de su padre, en exilio,  encantadora mujer. No tenían  hijos.
Sube su hermana, la Reina Ana; fue un buen reinado. Siempre las mujeres son menos adictas a las conquistas y a las guerras y tienen más sentido común y son mejores ecónomos.  Fin de la dinastía Estuardo.
Los Hannover. (tampoco tienen importancia.

Jorge I, Rey de Gran Bretaña e Irlanda (1660-1727).
Rey de Gran Bretaña e Irlanda; nació en 1660 cerca de Hannover, hijo  de Sofía, nieta de James I e hija de Federico  del Palatinado.  el primer monarca inglés  de Hannover.
Jorge se casó con su prima Sofía Dorotea   pero las muchas infidelidades del rey l llevaron  a pedir el divorcio pero fue confinada por  el rey y murió treinta y dos años más tarde. En 1698, Jorge sucedió a su padre como elector de Hannover. En  (1701), los derechos de sucesión al trono inglés fueron transferidos a la casa de Hannover, era protestante, en oposición a los Estuardo católicos.  Lo colocó a Jorge en tercer lugar en la línea  al trono inglés, tras la reina Ana y su madre Sofía.
Antes de ceñir la corona inglesa, Jorge tuvo un papel importante en los asuntos militares europeos. Entre  1707 y 1709 fue  comandante supremo del ejército imperial en el Rin, durante la Guerra de Sucesión española. Aunque estaba al margen de la política inglesa hasta ser rey,  tuvo estrechos lazos con el partido liberal whig,  favoreciéndolos  contra  los tory, que apoyaban a los Estuardo. Cuando su madre murió en 1714,  se convirtió en el heredero directo al trono inglés, dos meses después, de la muerte de la reina  Ana, Jorge fue coronado rey.
Jorge I confió su gobierno al partido whig, los tories apoyaban al pretendiente católico de los Estuardo,  Hubo una revuelta en 1715, en el norte de Escocia,  por el partido tories que los apoyaba y en e 1719, suprimir ese partido quedando un gobierno totalmente liberal y adecuado a sus intereses, que no le dio problemas hasta su muerte.
Aliado  con la familia  Orleans,  tomó parte  en la política continental  en España;  la Triple Alianza (1717) + Austria (1718). Gracias a ella, España tuvo que devolver lo conquistado,. Jorge I  mantuvo sus derechos al trono inglés frente al pretendiente Estuardo.  Visitó seis veces sus posesiones en Hannover,  pues consideraba  Inglaterra como una  fuente de rentas.  Tuvo una política interior acertada Una vez que los problemas entre Jorge I y su hijo  Jorge II, fueron resueltos, se solucionó el escándalo financiero por la quiebra de la South Sea Company, en la que estuvo implicado el  monarca y varios  ministros-, el reino comenzó a consolidar el futuro  colonial y  la industrial  que colocó a fines de siglo a Gran Bretaña como primera potencia mundial.
Jorge I mantuvo siempre sus preferencias alemanas, sin hacer  el menor esfuerzo por integrarse en la cultura y costumbres de su nuevo reino; ni siquiera hablaba el idioma  no asistía a las reuniones de sus ministros,  dejando al  primer ministro de turno, las decisiones con lo cual se convertiría en el órgano supremo del poder, suplantando al consejo privado del pasado. Esta nueva forma de gobernar fortaleció las instituciones parlamentarias y liberales.
Jorge II
 Rey de Gran Bretaña e Irlanda (1727-1760) y elector de Hannover. Hijo del príncipe alemán Jorge I y monarca inglés  y Sofía. Su reinado se caracterizó por su desinterés hacia la política, que dejó en manos de sus ministros y a veces de su mujer, la reina, Carolina.  Uno de su primer ministro,  lo convenció para intervenir en la guerra de Sucesión austriaca (1740-1748). Los ingleses lo   acusaron de gobernar a favor de  in Alemania. En noviembre el Parlamento le obligó a aceptar la  renuncia del 1er ministro a quien sustituyó  Pitt, en la oposición. Alejado de la política,  tenía una fuerte pasión por lo militar; fue el último rey inglés  presente en el campo de batalla; amaba  la música, fue mecenas de G. Haendel, compositor alemán.
Jorge III
Rey de Gran Bretaña e Irlanda y de Hannover (Londres, 1738 - Windsor, 1820). En 1760 sucedió a su abuelo, Jorge II como rey de Gran Bretaña e Irlanda y como elector del Estado  de Hannover. Joven e inexperto  orientó su política  a favor de la Corona, aprovechando las divisiones  del partido Whig  empleando la corrupción el fraude electoral para hacerse con un grupo de partidarios que controlaran el Parlamento y gobernar personalmente. Pitt  debió renunciar. la oposición criticó los errores y abusos del monarca; fue popular en las provincias donde gustaba su sencillez y sus … por la agricultura  mientras que era despreciado por la alta sociedad de Londres y odiado por las clases  burguesa.
su política exterior firmó demasiado rápido la paz con Francia en la Guerra de los Siete Años (1756-63), sin contar con su aliada Prusia; la oposición lo acusó en de no haber sacado  más beneficios por  la victoria.  Tuvo que enfrentarse con el descontento de los colonos norteamericanos,  donde aumentó  la presión fiscal  en contra de la libertad tradicional de las Trece Colonias. Su error lo llevó a la Declaración  Independencia de los colones norteamericano justificada por la tiranía del rey (1776) 13 años antes que la Rev Fr.  Reconoció la independencia de los Estados Unidos de América por el Tratado de Versalles .
Este  tropiezo puso fin al gobierno autocrático, que  dejó los asuntos en manos de P el Joven PITT  que  dirigió la política  durante la las guerras contra la Francia de la Revolución y de Napoleón. En 1801 recuperó parcialmente el  poder, obligó a renunciar a Pitt cuando se empeñó en la emancipación legal de los católicos.
 Un desequilibrio mental  lo mantuvo alejado en dos ocasiones   quedó loco  en 1810. Desde 1811 hasta su muerte vivió retirado en el castillo de Windsor, mientras su hijo Jorge IV lo sustituía como regente.
Durante las guerras contra Napoleón perdió sus estados alemanes, que recuperó   en 1814,   con el título de rey de Hannover (no sólo elector)
Jorge IV
Rey de Gran Bretaña, Irlanda y Hannover, muere en 1830. Desde su juventud su  conducta  lo llevó a  cuantiosas deudas. Fue primero regente- su padre enloqueció.
 Se casó en secreto con  una dama católica, pero la Royal Act Marriage  lo acusó  ante el parlamento. Pitt convenció al parlamento de otorgarle un crédito para pagar   sus deudas  así  se reconciliaba con su padre, pero  duró poco tiempo; su padre  mostraba síntomas de locura. Las deudas llegaron a tal punto que debió huir  de Londres y de sus acreedores.
 Anuló su  matrimonio ilegal y se casó con su prima alemana la princesa Carolina la cual aportaba una considerable dote que saldó las cuentas de su esposo durante algún tiempo.
En 1811 Jorge III fue declarado loco, incapaz de gobernar,  se  otorgó la regencia a su hijo, Jorge IV. El ministro   fue asesinado en el parlamento en 1812, cuando se debatía la posible independencia de los católicos.  las deudas  se dispararon de nuevo y la relación con la reina era  intolerable. En 1820 subió al tono, anunció su deseo de divorciarse pero no fue  necesario, pues  falleció la reina al año siguiente.
Emprendió un viaje a través de Irlanda, Escocia y Hannover; a su regreso formó un nuevo gobierno con   algunas reformas económicas, así como una importante exterior, victoria en la India contra los Birman en 1825 y la destrucción de la escuadra turco-egipcia. En política interior destaca la emancipación de los católicos.
Debido a su extrema obesidad  se refugió en el castillo de Windsor con su amante, no mostrándose en público.
CARECÍA DE HEREDERO.  LE SUCEDIÓ SU HERMANO 
Guillermo IV, 1837 Rey de Gran Bretaña e Irlanda y de Hannover. Tercer hijo de Jorge III. Ayudó a aprobar la primera gran reforma electoral inglesa (1832). Muerto sin herederos legítimos, le sucesión su sobrina Victoria en Inglaterra y su hermano Ernesto en Hannover.
De carácter excéntrico e indeciso,  en su juventud sirvió en la marina de guerra de apasionado admirador de Nelson. Estuvo a punto de ser capturado en Nueva York,  por montar un servicio de espionaje contra George Washington.
En 1790 abandonó la Armada y se dedicó a una vida de derroche que lo hizo impopular y tuvo serios enfrentamientos con su padre, Jorge III.
Durante  veinte años vivió con una célebre actriz con quien tuvo  diez hijos naturales, además de mantener  romances con damas de la corte.  En  1811,  debió dejarla y casarse con la princesa Adelaida; nacieron dos hijas que murieron infantes.  Wellington era el Almirante jefe supremo de la marina inglesa)
Jorge IV murió sin descendencia, le sigue su hermano, hijo del rey Jorge III el loco, Guillermo IV subió al trono;  los movimientos revolucionarios que sacudieron Europa ese año  con la caída de Carlos X de Francia la subida de Felipe de Orleáns, la independencia de Bélgica, 1830, las revoluciones en Irlanda hicieron que el  rey aturdido por los acontecimientos y con un profundo desapego por el parlamento reformado oscilase entre  los Whig y  los Tories hasta que se decidió, para que se votara la reforma electoral del año 1832.
A su muerte en 1837, la corona pasó a su sobrina, la princesa Victoria, hija del duque de Kent, cuarto hijo de Jorge III, el loco. 
la corona de Hannover la recibió su  hermano,  el duque Ernesto Augusto,
Victoria fue educada en Inglaterra, hablaba su idioma perfectamente y se consideró inglesa. 
 Se divide el reino entre
 La Reina Victoria en Inglaterra, hija del duque de Kent y sobrina del rey muerto  y   el Ernesto  otro hijo de Jorge III reinará ahora en Hannover no como electo sino como rey  de Hannover.
Muere Victoria Emperatriz de la India y Reina. Su hijo mayor no muy normal muere, por suerte.
Sube Eduardo VII un diletante, amante de los placeres. El pueblo feliz de ver la Corte una vez más alegre luego de los años de viuda, encerrada en Windsor y sin mostrarse Victoria.
La I Guerra Mundial comienza mientras él reina. Es tío del káiser Guillermo II, en Alemania.
Muere y sube Jorge V . Tiene dos hijos. El príncipe de Gales y duque de Windsor. 
 El duque se hace coronar como rey y Emperador de las Indias y a los pocos meses abdica para casarse con la dos veces divorciada  Wallis Simson. El Parlamento no aceptaba el matrionio entre divorciados.
Sube su hermano como  Jorge VI, padre de la actual reina Eliz II.


La dinastía real de Hannover comenzó a llamarse  Windsor, luego de la II Guerra Mundial para desligarla del nazismo y de Alemania.





















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