Federico II, emperador de Alemania y de Sicilia, una de los tres grandes emperadores germanos que vino cuatro siglos
después de Carlomagno y tres siglos antes que Carlos V. Ni Carlomagno era
totalmente franco mientras Federico II era semi- normando y Carlos V un semi-
español.
Nació en el Mediterráneo y sus abuelos fueron el germano Barbarroja
y el normando Roger II. Su padre que pertenecía a la dinastía de Hohenstaufen
se casó con la hija de Roger y unieron de ese modo la herencia de Italia del
Sur hasta Sicilia con la de su padre que
abarcaba desde Dinamarca hasta los reinos del Norte de Alemania; su padre tenía
grandes proyectos que una muerte prematura truncó. La madre regresó a Sicilia
con el heredero pero, a dos años
después, Federico, de cuatro años, quedó huérfano y su educación estuvo
sorpresivamente en manos del Papa Inocencio, quien deseaba restringir el poder de su pupilo solamente a la herencia
de Sicilia e instalar otro soberano en los Estados alemanes pues Roma, se sentía cercada por el norte y por el Sur.
Federico fue admirado de niño por sus dotes, no olvidando el
recuerdo de la revuelta de Sicilia, siendo
a su vez víctima de los normandos o de los alemanes, cualquiera fuese el
partido que estuviera en el poder. Los
germanos deseaban enriquecerse en el Sur italiano y para ello necesitaban del
heredero. Los sicilianos aborrecían a los alemanes, aunque ellos mismo eran
también mezcla de normandos y sarracenos.
En alguna moneda antigua vemos representada su imagen de rasgos
enérgicos, meridionales, con una cabellera rubia rojiza y mirada de miope.
Casado con una princesa de Aragón a los quince años, fue padres a los diez y seis
y a los diez y ocho partió disfrazado con el fin de conquistar Alemania en
poder de un rival del Norte. Pasó a ser el Señor de toda Alemania a los
veintiséis años; sin ejército y sin ayuda del Pontífice fue Emperador romano y
su hijo, menor de edad fue proclamado Rey de Alemania.
Muere Inocencio, lo cual favorece su posición. Federico prometió
una cruzada al nuevo Papa, antes de su coronación, si le cedía el reino de
Jerusalén. Como no cumplió su promesa en el tiempo indicado, fue excomulgado.
Federico era culto, hablaba siete idiomas entre ellos el árabe;
tenía una fuerte voluntad junto a la fatalidad islámica, pueblo al cual
admiraba. Tenía gran pasión por la caza con halcones –escribió incluso un libro
sobre el tema con detalles casi aristotélicos e incluso un capítulo de cómo
dormían esas aves; meditaba cada acción y su gran sentido del humor era
valorado. Maestro en el arte de vivir, se anticipó dos siglos al Renacimiento.
Era tolerante; implantó varias leyes que defendían a la mujer y a los niños. El
marido no podía asesinar a su mujer por causa de infidelidad y protegía a su
vez a las mujeres de la calle.
Con un pequeño ejército fue a Jerusalén y en una hora llegó a un
acuerdo con el sultán de tolerancia entre ambas religiones. Se hizo
Hacer una corona y se coronó él mismo frente a los pacíficos
musulmanes; miles de hombres lo aplaudieron, mientras el Papa perdía
partidarios. Regresó y desembarcó en Brindis; el Papa se apresuró a devolverle
en el acto tierras que le había usurpado en su ausencia y anuló la excomunión.
Federico II lo recibió con una gran fiesta.
No querido como extranjero normando, mientras en Italia se
rebelaba por su descendencia de los Hohenstaufen, luchó hasta el momento de su
muerte.
Fue fundando el primer Estado moderno. Tenía dos consejeros
totalmente opuestos durante años; uno era flexible, el otro no. Se ocupó de
alojar a los estudiantes en las Universidades, que se enseñara en las Matemática
y Ciencias naturales, ambas de origen árabe.
Medicina se estudiaba en cinco años y luego se la debía ejercer,
siendo ayudante de un médico capacitado. Debían atender a los pobres de forma
gratis y visitar a los enfermos graves dos veces por día.
Se podía disecar cadáveres cada cinco años (hasta el momento
prohibido por la iglesia). Les cedió a los científicos un barco propio. Arrojó
un vaso de oro al fondo del océano para que un buzo dijera lo que veía en el
fondo. El sultán de Damasco le envió un sistema planetario en oro y afirmó que
nada –salvo su hijo- le había dado más placer. Se mantenía en contacto con un
judío sabio de Toledo, a quien lo alentó para crear una enciclopedia árabe.
Hizo traducir un libro al latín y otro, al hebreo. Fundó una escuela de poetas
que escribían en italiano, Le gustaba experimentar. Invitó a cenar opíparamente a dos hombres y a uno lo envió a
cazar y al otro a dormir para llegar a la conclusión que el reposo era mejor
para la digestión.
Le encantaban los animales, en especial las aves. Además de la
cetrería, construyó castillos. Cerca de Lucerna creó una colonia y una mezquita
para 40.000 sarracenos. Le gustaba vivir en el castillo de Apulia. No fue a
Oriente para quitarles sus riquezas sino trajo astrólogos y alquimistas, poetas
y trovadores de Arabia. Sin embargo creía en la inmortalidad. Lo excomulgó más por un problema político que religioso. El
Papa apoyaba un rival en Alemania pues temía
tanto poder junto a quien consideraba el anticristo. Federico lo supo en
un viaje por Italia y por primera vez perdió la calma. Propuso entonces a los príncipes confiscar las
propiedades eclesiásticas, lo cual fue muy bien aceptado pero no pudo llevarse
a cabo porque no vivió lo suficiente. Fue la peor crisis de su vida.
En su diario se encontraron decretos contra la destrucción de
los bosques, la vestimenta y el salario para el halconero o los domadores de
leopardos, el modo de adiestrar a los esclavos negros para hacer música, una
plantación de dátiles para los judíos que vivían en Palermo, un palomar para su
palacio en esa ciudad y hasta los condimentos que se usaban en sus platos
favoritos. Similar a Da Vinci dejó varias obras sin terminar. Su época no
estaba preparada. Reinó durante cuarenta años, aunque su imperio no quedó
asegurado. Sus hijos legítimos y naturales murieron poco a poco y las batallas
pusieron fin a la dinastía de los
Hohenstaufen; su último hijo legítimo terminó asesinado en Nápoles.
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