martes, 4 de enero de 2022

FIN DEL IMPERIO SOVIÉTICO

        



 LA UNIÓN SOVIÉTICA  AGONIZA

Mientras  la URSS se independizaba, sus antiguos estados satélite en Europa central y en los Balcanes, la Unión Soviética entraba en declive.

El proceso  comenzó en 1985,cuando Gorbachov implementó su programa de reformas estructurales, destinadas a mantener al Partido Comunista en el poder.
El prestigio internacional  de Gorbachov se oponía con el descenso de su poder; hasta 1991  fue la figura más importante  política soviética,  pero ya no controlaba los acontecimientos: la popularidad de Gorbachov  fue indestructible:  se desmoronó  en 1990.
Se lo responsabilizaba de  los problemas que asolaban a la entonces poderosa Unión Soviética: la pérdida de los  estados satélites, el deterioro de vida, las presiones separatistas de las repúblicas periféricas y la caída de  la superpotencia.  La política lo atacaba,  los opositores extremistas lo  consideraban un traidor, responsable de la destrucción del imperio de  soviético.

 Los reformistas tenía prisa; Eentre ellos se destacaba Yeltsin, un hombre impulsivo, autoritario, impredecible, terco pero astuto y eficaz  político. En los años 80, Yeltsin fue  el primer secretario del Partido Comunista de Moscú pero, frustrado por la lentitud de las reformas, en 1987  criticó duramente a Gorbachov y fue  destituido. Nunca perdonó que le hubiera degradado de su cargo.  Dos años más tarde, con apoyo popular, fue elegido diputado lo cual le permitió atacar directamente a Gorbachov. Los excesos alcohólicos de Yeltsin quisieron  desprestigiarlo pero los ataques no  menoscabaron  su popularidad. Para los rusos  él, y no Gorbachov,  ofrecía una esperanza  futura  para  el pueblo  y significaba  mejorar su nivel de vida, accediendo a los bienes   que poseían los occidentales. Un indicio  fue en 1990 la comida rápida  McDonald’s en Moscú, cuando los moscovitas probaron  por primera vez un «Big Mac». Para la mayoría  no rusa, el futuro residía en la independencia de Moscú y se acercaba  a los nacionalistas como objetivo  de la total autonomía de  la Unión Soviética. En  la capital de Georgia, la policía y el ejército atacaron  una manifestación de 100.000 partidarios de su independencia, dejando diecinueve manifestantes muertos.
Moscú envió tropas a Estonia, Letonia y Uzbekistán para impedir manifestaciones, pero la presión  de una mayor autonomía era  incontenible mediante la fuerza. El sentimiento antisoviético crecía con rapidez  en especial  en el Báltico. Los  adultos recordaban  los años de la independencia, antes de 1940, cuando los soviéticos se apoderaron de Estonia, Letonia y Lituania. La llegada de inmigrantes de etnia rusa  generó resentimiento,  mientras el  acceso a los canales de televisión escandinavos permitían a los pueblos vislumbrar la prosperidad occidental. En las elecciones  de 1989, en las repúblicas bálticas, los candidatos  pro  independencia recibieron un fuerte apoyo y obtuvieron plazas  como diputados. En marzo Lituania declaró su independencia. Se implantó la antigua bandera nacional y desapareció la bandera soviética. Moscú la consideró inválida. Dos semanas después envió tanques soviéticos, que retumbaron frente al edificio del Parlamento;  horas  más tarde se retiraron sin  abrir  fuego. Lituania fue sometida a un bloqueo económico y le cortaron el insumo de petróleo. No fue el último intento de impedir su separación. 
La Unión Soviética se enfrentaba también  a problemas alarmantes en otros lugares. Desde los años 20, fue una federación de repúblicas autónomas,  dominada por Rusia, construida en torno al principal grupo étnico de cada región. Las tensiones raciales fueron un síntoma del deterioro  de la federación. En junio estallaron graves disturbios raciales, cuando jóvenes  atacaron a la minoría de lengua turca; murieron noventa y cinco personas, hubo centenares de heridos, se destruyeron propiedades  y miles de personas huyeron. Hubo más brotes de violencia en las repúblicas centroasiáticas, con manifestaciones a favor de la independencia nacional en Georgia.  La debilidad  del gobierno soviético  se  manifestó en julio en las huelgas de mineros, en protesta por las condiciones de vida en Siberia occidental y en Ucrania -se calculó 300.000 hombres-, lo cual llevó al Sóviet Supremo a conceder en octubre el derecho a  la huelga.

Un millón de personas se extendió por Estonia, Letonia y Lituania para protestar contra el pacto nazi-soviético de 1939, que  los  anexó a la Unión Soviética. En  1989, la desintegración se acercó al centro de la URSS, cuando el movimiento que reclamaba la autonomía de Ucrania celebró su congreso inaugural en Kiev.
El despliegue del ejército soviético no pudo impedir que en 1990 prosiguieran las tensiones y la violencia en las repúblicas caucásicas y centroasiáticas. En enero de ese año se redujeron  enfrentamientos étnicos donde  murieron cincuenta personas, entre armenios y otros. Cuando las tropas soviéticas acudieron para sofocar los disturbios, se encontraron con la feroz resistencia de los militantes del Frente Popular de la región; restablecido el orden,  se contaron ciento treinta muertos y varios centenares de heridos.
En el Báltico y hubo una creciente hostilidad hacia la minoría  etnia rusa. En  1990, los Parlamentos de Estonia y Letonia, siguieron el ejemplo de Lituania, que un año antes votó por su independencia. Incluso Ucrania  proclamó su soberanía: La Unión Soviética  sobrevivía  apenas. La lucha por la independencia en las repúblicas bálticas planteaba un problema, porque la URSS  no estaba  dispuesta a admitir la derrota.

En  1991, las tropas soviéticas  en Vilna y Riga,  -capitales de Lituania y Letonia-;  trataron de derribar a los gobiernos electos y acabar con la independencia, pero en ambos países la fuerza soviética fue recibida con  protestas populares y hubo derramamiento de sangre; catorce civiles lituanos y cuatro letones murieron y centenares  resultaron heridos.

En Moscú hubo serias  protestas contra la violencia y Yeltsin acabó apoyando  públicamente la autonomía  de esos ex países satélites: no pudo detener lo inevitable. El 90% de los lituanos apoyaban la independencia. En Letonia y Estonia tres de cada cuatro votaron  por la independencia. Antes, el poder militar soviético pudo  aplastar  estas manifestaciones, pero en  el 91 no estaba dispuesta a someter a esos países bálticos por la fuerza.
A medida que los rusos perdían el control, rivalizaba por el poder. El cisma entre reformistas y reaccionarios era más profundo que nunca. Gorbachov no era   tan radical para quienes deseaban llegar  más lejos y más deprisa  en el desmantelamiento de la Unión Soviética. Los reformistas no compartían los mismos objetivos  iniciales. Unos querían el mercado capitalista, mientras  los nacionalistas deseaban más poder e independencia para sus repúblicas.  Yeltsin estaba entre ambos grupos, pero  no  clarificó su posición. Los   cambios que impuso  la Unión Soviética, no fueron  lo suficientemente fuerte como para abatirlos. Gorbachov debía actuar con cautela. No podía satisfacer a  los dos bandos. Su deseo era  mantener la integridad de la Unión Soviética  e incluso favorecía  cambios económicos y políticos. Su objetivo era una democracia social de corte occidental y una economía capitalista; su postura no era  clara; siendo el  secretario general,  los reformistas lo abandonaron, incluso cuando las  decisiones políticas  se inclinaban hacia una socialdemocracia. Aún no se había enfrentado  a una reforma fundamental dentro del sistema soviético.

El Congreso  abolió el monopolio político del Partido Comunista y  reconoció  un sistema político multipartidista. A primera vista, su posición se  fortaleció después de ser elegido  como presidente de la Unión Soviética;  habiendo sido el jefe de Estado de facto,  el nuevo cargo le confería nuevos derechos ejecutivos, pues el Congreso  decidió restarle poder al Politburó. No obstante, su posición se  debilitó, , cuando  Yeltsin fue elegido presidente  convirtiéndose  en el líder de ¾   partes del territorio soviético. Yeltsin otorgó a los intereses rusos una clara prioridad con respecto a la Unión Soviéticacon una drástica reducción fiscal que debilitó a Gorbachov. Yeltsin consiguió el apoyo popular de los nacionalistas  y el respaldo de la élite de los economistas, atraídos por el pensamiento neoliberal sobre el libre mercado, con la esperanza de recibir ayuda  de EE:UU. Los nacionalistas rusos consideraban que las otras repúblicas -salvo Bielorrusia y Ucrania- eran entidades periféricas y no eslavas, cuya  independencia fortalecería a Rusia. A medida que la popularidad de Gorbachov caía, debido a la terrible situación económica, la de Yeltsin,  aumentaba.
En los meses siguientes se produjo la desintegración de la Unión Soviética con  un inminente desplome económico.  En 1991 la producción cayó drásticamente y el déficit presupuestario aumentó de una forma  alarmante. Había escasez de bienes de consumo y de combustible; los precios de los alimentos se duplicaron. No es de sorprender que el apoyo popular a un Gorbachov cada vez más desamparado, cuyos planes de recuperar la economía  resultó un lamentable fracaso se desvaneciera. Según un encuesta de opinión,  el 50%  afirmaba que sus vidas  empeoraron:  solo el 8% pensaba que  mejoraron con Gorbachov.
La amenaza  fue  el ascenso de Yeltsin. Mientras Gorbachov parecía un hombre derrotado que presidía una Unión Soviética fracturada, Yeltsin construía una base de apoyo popular: doscientos cincuenta mil ciudadanos moscovitas desafiaron la fuerte presencia de la policía secreta para manifestarse a favor de Yeltsin; se sentían atraídos por una retórica que destilaba confianza en el futuro  y por la imagen de fortaleza que transmitía,  aún no en condiciones de desafiar la supremacía de Gorbachov. En la primavera se dio cuenta de que le convenía colaborar con Gorbachov en la defensa de un nuevo tratado de la Unión y cuyo  objetivo era aumentar los poderes de las repúblicas soviéticas, mediante  una política económica, donde las cuestiones militares seguirían siendo prerrogativas soviéticas. A Yeltsin  le interesaba promover el poder de  Rusia y fortalecer su posición.
Los enemigos conservadores de Gorbachov se movilizaron. En julio doce personajes importantes  más dos generales firmaron una carta publicada en la cual denunciaban la revés sin precedentes  del  país, sumido en la oscuridad y el olvido. EE.UU le  advirtió  a G sobre una conspiración contra él.  Subestimando el riesgo, Gorbachov puso a Yeltsin a cargo  de Moscú y en agosto abandonó la capital para disfrutar de unas vacaciones en Crimea.
El golpe fue el 18 de agosto. Gorbachov descubrió que  cortaron las comunicaciones telefónicas en la dacha donde pasaba las vacaciones. Tres de los conspiradores acudieron para aconsejarle que entregase  el poder a su vice;  Gorbachov se negó. En Moscú, los líderes del golpe  formaron un Comité  que gobernaría el país.  No bloquearon la red telefónica, ni interrumpieron la transmisión de la televisión por satélite ni detuvieron a Yeltsin ni a otros que seguían siendo leales a Gorbachov.  El Comité de Estado no se rindió y ordenó a los tanques que acudieran. El pueblo desempeñó un papel importante. Multitud de jóvenes moscovitas se  manifestaciones en contra;  murieron tres
manifestantes. A la mañana siguiente Gorbachov regresó de Crimea. Se  mantuvo firme durante la crisis, pero, el golpe lo  debilitó seriamente: se  agotaba su poder. El héroe del momento  era  Yeltsin.
Ese fatídico año Yeltsin suspendió el Partido Comunista Soviético  y en noviembre lo prohibió totalmente.  Anunció un nuevo gobierno,  él como primer ministro, con un programa de reformas económicas radicales, basadas en  la economía de mercado liberal.

Las otras repúblicas del Este y centro   se  opusieron y aprovecharon la  debilidad  soviética para insistir en sus reclamos de independencia. Los estados bálticos encabezaron la lista. Yeltsin reconoció su independencia a los pocos días de asumir.

Ucrania, Bielorrusia  y Moldavia Azerbaiyán, Uzbekistán y Kirguizistán proclamaron su independencia también y otras repúblicas se sumaron en septiembre. La Unión Soviética quedó reducida a Rusia y Kazajistán. En diciembre,  el 90% de los ucranianos respaldó  la declaración de independencia. Una semana después, Rusia, Ucrania y Bielorrusia acordaron disolver la Unión Soviética y formar la Comunidad de Estados Independientes, donde la apariencia de unidad se limitaba a las cuestiones económicas y militares.  Ese mes se le unieron otras ocho repúblicas. Los tres estados bálticos y Georgia,  al igual que Lituania  proclamaron su independencia:  El 24 de agosto, Gorbachov   dimitió como secretario general del Partido Comunista soviético, puesto clave y fuente del poder; transfirió  sus poderes a Yeltsin, como presidente; dos días después entró en el Kremlin
En su último discurso televisado, Gorbachov defendió sus logros: lass reformas  necesarias estaban justificadas; le permitió avanzar hacia la transformación democrática y las libertades liberales. Al poner fin a la guerra fría,  eliminó la amenaza de otra guerra mundial.

Este mensaje fue bien recibido en occidente,  no entre  los soviéticos. La opinión sobre  su gestión estaba  dividida: para muchos Gorbachov  empeoró el nivel de  vida;  puso fin a la guerra fría, capitulando ante Occidente y reduciendo una poderosa superpotencia a una  posición humillante. «Cuando tomó posesión en el Kremlin, teníamos un imperio; seis años más tarde lo perdimos . Nos vendió a Occidente.  Gorbachov sentió un enorme pesar por el derrumbe de la Unión Soviética: su intención fue reformarlo, no destruirlo, declaró.  

El 31 de diciembre de 1991, sesenta y nueve años luego de su fundación y setenta y cuatro años luego de la revolución , la Unión Soviética se extinguió. Fue el experimento político más extraordinario de los tiempos modernos. La Unión Soviética había sido crucial durante la época de la II Guerra Mundial. a un costo de millones de vidas humanas; quedó devastada  por la guerra contra los alemanes; Rusia dominó la mitad oriental de Europa, fue una superpotencia, dejando su huella en la política europea y en todo el mundo.

A partir de Lenin durante la revolución  de 1917 más  la guerra civil  prometió una utopía, basada en la igualdad y la justicia, que solo hubiera funcionado  -a un costo humano  inimaginable- en un vasto país subdesarrollado.

 

FIN DEL IMPERIO SOVIÉTICO

Algunos izquierdistas lamentaron el final de la Unión Soviética; les apenaba el fracaso de lo que  pareció una imagen optimista del futuro, una alternativa a las desigualdades del capitalismo. El sentimiento de pérdida no se limitaba a  la pérdida del imperio y el declive de una gran potencia. El gran historiador  marxista no fue el único intelectual de izquierda en reconocer los defectos del sistema soviético y en confesar que no le habría gustado vivir bajo su égida, pero lamentaba su fracaso. Admiraba a las lamentaciones en Occidente no fueron  más allá de una  pequeña minoría, incluso entre los comunistas occidentales, que se  aferraron hasta el final a la creencia de la superioridad soviética.
Liberales y socialdemócratas no derramaron ni una lágrima, y los conservadores de derecha en Europa occidental y en Estados Unidos se felicitaron por haber ganado la guerra fría. Aplaudieron la postura intransigente de Reagan (respaldada por la «dama de hierro» Margaret Thatcher) hacia el comunismo. la «Guerra de las Galaxias» y  los niveles de gasto militar  demostraron la superioridad económica de Occidente y  pusieron en evidencia la debilidad soviética. No ocultaron su sensación de triunfo por la victoria del capitalismo liberal sobre el socialismo estatal y la libertad sobre la servidumbre. Sintieron un alivio por haber abandonado la guerra fría y por haber eliminado el peligro de un conflicto nuclear.  Mostraron la satisfacción por el derrumbe de un sistema basado en  la opresión y la falta de libertad:   estaban convencidos de que los valores occidentales  triunfaron.  

Este alivio tenía una cara diferente en Europa central y del este.  La población sentía sobre todo alivio de que hubieran acabado al fin los largos años de sometimiento bajo la mano  férrea del dominio comunista. Podían proyectar sus propias identidades nacionales y  albergar esperanzas de beneficiarse de la prosperidad del disfrute de Europa occidental.
El regocijo no duró mucho tiempo. Los antiguos satélites soviéticos  estaban expuestos a los difíciles  ajustes necesarios para incorporarse al nuevo mundo. La euforia pasajera se  aplacó por nuevas adversidades.  Para  Europa occidental, la caída de la Unión Soviética se prolongó demasiado tiempo para que la caída  de la ideologia provocara un estallido de alegría.

Otros problemas en Europa occidental  ocupaban su atención,  entre ellos la guerra en el golfo Pérsico de 1990-1991, que siguió a la crisis desencadenada por la invasión iraquí  a Kuwait.

En Occidente, la euforia por el desplome del comunismo había llegado  en 1989, cuando cayó el Muro de Berlín.

El declive de la Unión Soviética dejó una cesura histórica, un trascendental punto de inflexión: el 27 de diciembre de 1991 Gorbachov anunció por televisión su dimisión como dirigente de la Unión Soviética.  Los dos enormes conflictos que caracterizaron esa época fue el capitalismo y el comunismo finalizó. El “bolchevismo -como Winston Churchill  pronosticó en 1918:  “se había suicidado”.»
Desde 1991, Europa era un continente diferente; no estaba dividida por el Telón de Acero, pero el fin de la escisión del continente que duro decenios no significaba la unidad.  Europa pasó a estar dividida en cuatro grupos distintos.  Ya no existía una división ideológica fundamental, pero las diferencias entre los grupos no eran insignificantes. El primer grupo estaba compuesto por los países de la Comunidad de Estados Independientes (Rusia, Ucrania, Bielorrusia y otras ocho ex repúblicas soviéticas). Carecían de la base tradicional democrática pluralista, de  autonomía legal,  de  estructuras eclesiásticas, de sindicatos y de una prensa libre que diera  lugar a  una libertad civil, ajena al control del estado. En medio de la confusión frente a la desintegración del régimen que durante casi setenta años dominó Europa oriental, las ex repúblicas soviéticas recurrieran a  presidentes fuertes como Yeltsin en Rusia y otro más dictatorial  en Bielorrusia.

La historia y  la geografía separaban  a Europa en dos mitades que  avanzaban por  caminos distintos.
Al otro extremo estaban los países de Europa occidental; la partida  de la Unión Soviética -tras la unificación alemana- significaba que de repente se  abriera la posibilidad de una unidad europea, más allá de las fronteras tradicionales occidentales y de los pocos países que  conformaban la Comunidad Europea.

Era necesario replantear la integración europea para garantizar una Alemania  unida a occidente,  para que  -en un futuro- los países liberados del control soviético se  incorporaran a la  integración europea, extendiendo la alianza militar del oeste hasta  los países del Este.  La OTAN   que ya no tenía razón de ser, sin  el Telón de Acero y el pacto de Varsovia, dejó de existir.
El tercer grupo eran los países  agrupados como «Europa Oriental.» Polonia, Checoslovaquia y Hungría  poseían un fuerte sentimiento de identidad nacional; jamás se  consideraron parte de la «Europa del Este»; siempre se  mostraron como el núcleo de Europa central, con fuertes lazos culturales con Austria y Alemania, vínculos que se extendían hacia el oeste, en lugar de hacia Moscú. Estos países tuvieron la oportunidad de reconstruir sus identidades, sus tradiciones democráticas y su vitalidad cultural. También sentían la fuerte atracción de la prosperidad europea, su economía y cultura: aspiraban a reincorporarse a la Europa occidental de la cual durante tres décadas  quedaron aislados.
Los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) formaban parte de Europa oriental, pero también compartían con los países de Europa central antiguas tradiciones de independencia nacional, pese a la brevedad de sus frágiles democracias de entreguerras. Albergaban un resentimiento profundo por la anexión soviética de 1940 y  lucharon con vehemencia para restablecer su independencia; miraban hacia  la OTAN y  la Comunidad Europea,  para protegerse contra cualquier futura intrusión. Rusia recelaba de cualquier ampliación  de la OTAN.
En el sureste de Europa, el mundo postsoviético dejó otra constelación. En Bulgaria y Rumania, el régimen comunista fue sustituido por  una pseudo democracia.  Hubo demasiada corrupción, la pobreza estaba radicada y las estructuras  de la sociedad civil  permitió una transición a una democracia liberal, que se desempeñara correctamente: el poder seguía en manos de los antiguos regímenes. Estos países  envidiaban la prosperidad de la Comunidad Europea,  aunque formar parte de ella era un anhelo a largo plazo, sobre todo para Albania, donde el régimen comunista se  mantuvo hasta 1992: la corrupción, la delincuencia y el legado de decenas de años de autoritarismo  hicieron que fuera el país más pobre de los ex estados comunistas europeos.  Difícil albergar esperanzas de integrarse a la Comunidad Europea.

Yugoslavia nunca  perteneció al bloque soviético.  las tensiones aumentaron desde la muerte de Tito en 1980,  con progresivos problemas económicos,  que agravaron el inicio del conflicto étnico,  en 1989, cuando Yugoslavia se desintegró y los problemas empeoraron con consecuencias aterradoras.

El fin de la Unión Soviética y de la guerra fría cambió la política mundial.  Gorbachov se  aseguró en los últimos años  que la URSS colaborase con Estados Unidos para solucionar viejos conflictos en África con Etiopía, Mozambique, Angola y Namibia. Convenció al Congreso de Sudáfrica para que negociara con el régimen del apartheid  tan combatido. El último jefe de Estado de la Sudáfrica del apartheid, fue el presidente F. W. de Clark, que aceptó negociar, sin contar con la ayuda soviética, al disiparse la amenaza del comunismo en África meridional. La liberación en 1990 de Nelson Mandela, encarcelado por veintisiete años y aplaudido internacionalmente como el símbolo de la oposición del apartheid sudafricano.

Con el derrumbe de la Unión Soviética, varios estados africanos (y Cuba en América Latina) perdieron un protector y la  ayuda económica. Les esperaba  desde ahora una mayor exposición a las exigencias de una economía globalizada que se propagaba velozmente.
 La caída de la Unión soviética después de la II Guerra hizo que EE:UU pasará a ser  la única potencia  mundial.
China desafiaría este dominio,  así como  Rusia. Estados Unidos fue el vencedor en la crucial guerra fría y  la paz americana otorgaba seguridad a gran parte de los países del mundo.  Sin embargo, la guerra  regresó en ese mismo continente europeo.
El final de la guerra fría generó grandes expectativas; era un tiempo de nuevos comienzos en Europa. Esto era más evidente en los antiguos países comunistas, donde comenzaban a tomar forma sistemas económicos liberales y gobiernos democráticos; pero también Europa occidental experimentó importantes novedades con la creación de la Unión Europea y las iniciativas para crear una moneda común. Mientras tanto, la disolución en el 91 de la estructura militar del pacto de Varsovia alentó la esperanza de una paz duradera y  los dirigentes políticos se centraron en fortalecer la integración, una posibilidad de una Europa unida por un interés común, la paz, basada en gobiernos democráticos y una prosperidad compartida parecía estar al alcance de la mano. En ningún lugar eran mayores las esperanzas que entre los pueblos de Europa central y oriental de que, tras la caída del comunismo, no tardarían en disfrutar de la prosperidad ya generalizada en la mitad occidental del continente.
Sin embargo, los años de transición de la primera mitad de la década de los noventa resultaron más difíciles de lo que, en plena euforia inicial, nadie había previsto. Solo mediada la década la situación empezaría a ser alentadora. Cuando a principios de los años noventa muchos se atrevieron a soñar con la llegada inminente de un mundo mejor, una gran sombra se volvió a cernir sobre el continente. A principios de la década, la guerra regresó a Europa.





ALEMANIA UNIDA

 En Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania la transición democrática fue  una cuestión de satisfacer las necesidades de sus ciudadanos, aflojando los lazos con la Unión Soviética. El camino  estaba sembrado de obstáculos.  Se desarrolló dentro de las fronteras nacionales establecidas; excepto en  Checoslovaquia,  que permaneció inalterable, tras el posterior «divorcio de terciopelo» en 1993, cuando Checoslovaquia se dividió en  dos estados: La República Checa y Eslovaquia; las fronteras  continuaron siendo las mismas. 

La transformación de un régimen comunista en una democracia liberal creó problemas;  exigieron la intervención de potencias internacionales, que aprobaron  esa alteración de la geopolítica europea.  No hubo conflictos territoriales entre alemanes y polacos o entre húngaros y rumanos.  Las fronteras se consolidaron en Europa central desde 1945.
En el caso de la RDA  fue diferente. La unión de las dos Alemanias -impuestas por los aliados  victoriosos, al final de la segunda guerra mundial, tenía  consecuencias internacionales.
Tras la caída del Muro, la ciudad seguía  dividida y controlada por los aliados, pero en la práctica el fin de la división de Berlín se percibía, aunque se desmantelaron los controles fronterizos recién en julio de 1990.

El Muro se destruyó.  Luego de veinticinco años se podía pasar de oeste al este y viceversa:  una multitud atravesó la Puerta, bajo una lluvia intensa  que avanzó  hasta el centro de Berlín Oriental. En la parte occidental aparecieron decenas de vendedores ambulantes. Sin embargo, en Berlín Oriental  la celebración del primer paseo bajo la Puerta de Brandeburgo  fue sobria.

El desequilibrio económico entre las dos partes del mismo país fue un factor decisivo; ya existía antes del  Muro, cuando  el   éxodo   de trabajadores  pasaba a Alemania Occidental; con el  muro pudieron poner fin en parte al éxodo.

Al acceder a los programas de  televisión  del oeste, promocionando  el consumo, comenzaron a gritar «Patria alemana unida,» indicando que la mayoría no consideraban a RDA  un país extranjero; se sentían identificados con los alemanes del oeste, como un país único. El 70%   deseaban la unión pues eran  pobres en comparación. Pero mientras no cambiara el valor de la moneda de Alemania Oriental, sería imposible mejorar su nivel de vida. Cualquier alteración dependía de la relación  entre ambas partes; se debía tomar decisiones.

Estados Unidos y la Unión Soviética eran críticos en esta  ecuación tan compleja. Las iniciativas llegaron del canciller  H. Kohl. Nadie preveía una unificación veloz, ni siquiera después de  la apertura del Muro.  

H. Kohl presentó un «plan de diez puntos» para avanzar con  la unificación. Mencionó estrecha colaboración, cualquier transformación  debía ajustarse en  conjunto». Alemania  era ahora un estado único. Kohl insinuaba que la federación tardaría años en madurar.

La unificación suscitó consternación  en Europa occidental y también en Moscú.  George Bush, que  en el 89 sucedió a Reagan, vio con  satisfacción la posibilidad de una  reunificación, siempre  que –unificada- permaneciera en la OTAN. Esta idea alarmaba a Moscú y  provocó un rechazo a cualquier posibilidad de unirse.
En diciembre de ese año Bush y Gorbachov celebraron una cumbre en Malta.  Llegaron a un acuerdo para fomentar  la cooperación entre las dos superpotencias. La reunión de ambos líderes fue trascendental pues  marcó el fin  de la guerra fría.  En sus conferencias de prensa Gorbachov declaró que cualquier incremento artificial entorpecería los cambios en Europa del Este, refiriéndose a los expulsados de las antiguas provincias de Alemania Oriental, que posteriormente  formaron parte de Polonia: la petición de los soviéticos era  la frontera oriental de Alemania. Mitterrand, el  primer ministro de Italia  Thatcher  y el ministro holandés expresaron su oposición. Ese año,  en una reunión,  Thatcher y Mitterrand  alegaron que, tras la unificación, solo una Unión Europea con una moneda común podría contener el poder de una Alemania unida. Sin embargo Gran Bretaña   rechazó la moneda única.

La II Guerra Mundial  peleó para destruir el poder alemán y la unión amenazaba revivirlo. Otros  líderes europeos eran más abiertos, siempre que se garantizaran las fronteras y los acuerdos de seguridad vigentes. El momento decisivo llegó  con el  acuerdo entre Francia y Alemania Occidental. Kohl calmó la situación,  confirmando que  Alemania se uniría a la integración europea.

Mitterrand y Kohl   llegaron a un acuerdo sobre el ambicioso plan  que finalizaría en  la  Comunidad Europea. El presidente francés  estaba impaciente por vincular Alemania con una Europa occidental integrada. Kohl, discípulo de Adenauer, era consciente de las ventajas para los alemanes de continuar vinculada a Occidente,  a fin de  desactivar la tensión internacional;  estaba dispuesto a sacrificar el marco alemán, símbolo de la prosperidad económica  alemana de posguerra.
Kohl  declaró que su  objetivo era la unión de la nación. En diciembre,

se eliminó de la Constitución la cláusula, que preservaba el liderazgo del partido comunista en la zona oriental.

Las elecciones para un nuevo Parlamento pluralista se realizaron en 1991. Entre la destrucción del Muro y fines del 89 emigraron  unos 120.000  alemanes de la parte oriental.

 Gorbachov  cambio de opinión sobre la unificación alemana, pues se enfrentaba  con  múltiples dificultades en su  país: la unión alemana requería un acto de valentía política. Gorbachov reconoció el derecho de los alemanes a unirse en un único estado. El dirigente  oriental le comunicó a Gorbachov que la mayoría de la población   apoyaba la idea: “La presión a favor es tan fuerte, que  el proceso se volverá incontrolable: no seremos capaces de cambiar  el curso de los acontecimientos”. Alemania unida podía pertenecer a la OTAN. La Unión Soviética y Gorbachov rechazaron esa idea.

Los alemanes  orientales proponían la neutralidad militar de ambas partes, mientras  avanzaban hacia la federación; Gorbachov  no aceptaba ni siquiera esta solución.  Busch  y el canciller Kohl  afirmaron que  la OTAN debía ampliarse para garantizar la seguridad de toda Alemania, lo cual provocó malestar en Rusia y en la UE. Gorbachov no esperaba que el pacto de Varsovia se desmoronara  tan velozmente; terminó  aceptando  que  Alemania unida eligiera  si  deseaba adherirse a la OTAN;  mostraba  el debilitamiento de la Unión Soviética: su economía  necesitaba  urgentemente ayuda financiera. Alemania estaba dispuesta a ofrecer créditos financieros.

Kohl visitó Moscú. La Unión Soviética recibió las siguientes garantías: Alemania renunciaría para siempre a poseer armamento nuclear -químico o bacteriológico- y  no conservaría más de 370.000 soldados.

Kohl accedió a  pagar los costos del retiro de las tropas soviéticas y su re-ubicación en la URSS: en total eran  doce mil millones de marcos más tres mil millones  en créditos. 

A Gorbachov le sirvió  para construir las buenas relaciones cruciales a largo plazo del futuro de Europa. Los soviéticos consideraban la unión de Alemania una traición imperdonable para los intereses de la Unión Soviética.
Quedaba pendiente un punto: La República Federal nunca  abandonó su objetivo de regresar a las fronteras de 1937, que incluían zonas occidentales de la Polonia de posguerra. El tema se abordó  en  marzo, cuando el Parlamento  alemán Occidental renunció a cualquier  reclamo de las antiguas provincias orientales y confirmó  la frontera  oriental en la línea Óder-Neisse, lo cual se ratificó en el tratado entre Polonia y  Alemania en  1991.

 Un año antes, la República Federal dejaría de proporcionar ayuda económica  y, sin esa ayuda, la  moribunda economía de Alemania Oriental estaba condenada.  Kohl convenció a su gobierno para que  el marco  occidental se convirtiera en la moneda  nacional, aún con sus grandes desventajas económicas.  Rescatarían  -a un costo  enorme- una economía en bancarrota,  con drásticas pérdidas económicas y sociales. Muchos,  recién llegados de la zona oriental perderían sus empleos, al  cerrar las industrias estatales rusas: la producción industrial cayó el primer año el 51% . Los socialdemócratas y los sindicatos querían   evitar  una economía  oriental competitiva, con  una pesada carga financiera para la zona occidental. El canciller percibió las ventajas a acordar; se oyeron quejas. Se agravó la situación con el despido masivo de maestros, investigadores, científicos, profesores universitarios y profesionales, vinculados con el régimen de la parte  Oriental;  cuando se nombró a alemanes occidentales para  reestructurar  la política  y  la economía, muchos alemanes   se sintieron ciudadanos de segunda clase en su país.
La RDA  buscó una vía rápida de unificación. Los alemanes orientales votaron por la abolición de su propio estado. El atractivo del marco alemán fue el factor decisivo. Los dirigentes desempeñaron papeles cruciales en la campaña electoral:  Kohl fue  reelegido y  obtuvo la victoria del marco alemán occidental; triunfó con un 48% de los votos; una tercera vía  quedaba  enterrada.

El socialismo no  cumplió con lo  prometido; fue el veredicto de una multitud resentida: el futuro  no estaba en el sistema fallido del socialismo marxista-leninista. El imán era la prosperidad con sus libertades y su economía pujante. Desde las elecciones de marzo hasta la unión, el camino fue breve y bastante directo. El paso decisivo fue el único marco   legal en ambas partes de Alemania. El tipo de cambio acordado fue  de ocho a uno  (el antiguo tipo de cambio en el mercado negro), que  se aplicó a los ciudadanos de la RDA con empleo, pensiones o ahorros de cuatro mil o seis mil marcos para los mayores de sesenta años. Los ahorros más elevados y deudas empresariales se cambiaban a un tipo de 2 a 1. A corto plazo, quienes poseían ahorros podían disfrutar de viajes al extranjero o comprar objetos  fuera de su  alcance; se convirtió en  una novedad para muchos; el modo de vida protegida  que les  proporcionaba el sistema comunista se acabó; el comunismo garantizaba el empleo, por  poco productivo que  fuere. Los trabajadores y sus familias  pasaron a estar expuestos al mercado. 

La economía  oriental no era  competitiva: una tercera parte de su industria podía quedar sin subsidios. Durante los cuatro años siguientes fueron privatizadas miles de empresas estatales de la zona oriental,  absorbiendo más de trece mil empresas con cuatro millones de empleados. La mayoría pasó a ser subsidiaria con  poco valor. Los precios de venta eran bajos y lograr hacerlos  rentables fue  lento: perdiendo más de 250.000 millones de marcos. La inversión privada  era  insuficiente,  pues soportó  gran parte de la carga financiera de esa unión bilateral, necesitando un colosal programa de inversiones. Las carreteras en mal estado, el ferrocarril,  los puentes,  el  arruinado sistema telefónico precisaban una renovación urgente, al igual que  los enormes gastos sociales por el desempleo y los servicios sociales. Durante los tres años antes a la unificación, el gobierno  de la RDA gastó   350.000 millones de marcos, lo cual condujo a un sideral aumento de la deuda pública  más los costos de financiación.
Similar a  Polonia,  la transición llevó a un fuerte choque económico, asegurado por las condiciones de la unidad monetaria  y velocidad de las privatizaciones. Como consecuencia de la unificación, la economía  estuvo expuesta a una liberalización más radical. Los alemanes orientales podían contar con los enormes subsidios de  la parte occidental.

Desde 1991, los sueldos de los alemanes ayudaba a financiar la transición en Alemania Oriental, contribuyendo  a los gastos de la primera guerra del Golfo, llegando  a unos 15.000 millones de euros anuales, con gran  desencanto de gran parte de la población-; los gastos económicos y sociales eran abrumadores. Pese a los recelos de París y de Londres, ni  Alemania ni  el extranjero   retrocederían.

El 31 de agosto de 1990 las dos Alemania firmaron un tratado para resolver los problemas técnicos. Fue un momento de  trascendencia única para este país y  también para Europa   por sus repercusiones.

 Marcó el fin simbólico de una época, donde el estado nación   infligió un sufrimiento y una destrucción inimaginables en Europa y muchos otros países. Dividida durante cuarenta años,  contribuyó a la construcción de los pilares de una nueva Europa, basada en la paz, la prosperidad y la estabilidad.

 

 

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GUERRAS ÉTNICAS

 

La serie de guerras en Yugoslavia entre 1991-95 fue un golpe atroz para el resto de Europa. La limpieza con  expulsiones  y  matanzas para transformarla en más homogénea, hizo estremecer a los países europeos occidentales y los intentos por resolver un problema tan complejo no detuvieron el  conflicto.  Las Naciones Unidas enviaron fuerzas en vano: Europa demostró  su incapacidad para  lograr un acuerdo de posguerra duradera sin depender de EE:UU.
La guerra en Yugoslavia venía de conflictos ancestrales, con antecedentes históricos cruciales: Tito reprimió  sus exigencias durante su  gobierno con fuerte autoridad a fin de mantener  un equilibrio entre católicos, ortodoxos y musulmanes.  El comunismo no pudo con  las dificultades sociales y económicas de los países satélites. 

Las divisiones  de Yugoslavia fueron donde se desarrolló la tragedia serbia. Eran seis repúblicas: Eslovenia, Croacia, Bosnia- Herzegovina, Serbia, Macedonia y Montenegro.  Los serbios,  con ocho millones de habitantes, superaban a los croatas, segundo grupo étnico con menos de cinco millones. Montenegro  tenía 600.000 mil habitantes.

Las fronteras de las repúblicas  de Yugoslavia eran confusas, existiendo una mezcla racial  con diferentes tradiciones culturales, lenguas y religiones. Los  serbios, croatas y otros grupos  no estaban separados por fronteras delimitadas. Muchos habitantes de Serbia eran croatas; en Croacia había serbios y en Bosnia -Herzegovina vivían tanto  serbios como croatas en relación con dos millones de musulmanes,  que convivieron de forma pacífica durante siglos.

Montenegrinos, macedonios y albaneses eran las demás piezas del mosaico  yugoslavo,  más otras minorías. Tito  atenuó   las tensiones características hasta su muerte.
A partir de la recesión económica de los ‘70, el creciente descontento  se manifestó en las diferentes culturas e identidades, que cobraron fuerza cuando, a mitad de los 80, Yugoslavia se sumió en una crisis económica con una deuda externa  imposible de pagar,  un  nivel de vida inferior, una inflación galopante y un desempleo masivo, que amplió la brecha entre las repúblicas  prósperas y las pobres. Las repúblicas  ricas consideraban a las  pobres parásitas, mientras   los  pobres acusaban a las más ricas de beneficiarse de un sistema federal, organizado para servir  sus intereses.
Eslovenia, que en los años 80 era la  más occidental,  culturalmente tolerante  y avanzada económicamente, en el ‘89 era la zona próspera de una Yugoslavia con problemas económicos: le seguía  Croacia. En el polo opuesto se hallaba Bosnia -Herzegovina siendo Kosovo la más  necesitada de todas  . Las   diferencias sociales y económicas   alimentaron  los prejuicios  y las enemistades. Los eslovenos y los croatas, estaban resentidos porque parte de su prosperidad se destinaba a beneficiar  las zonas menos productivas del país. Los serbios, por su parte, miraban con envidia los niveles de vida mejores de los croatas y los eslovenos.

Los de Kosovo recurrieron a los serbios en busca de protección contra la discriminación que sufrían  en manos de los albaneses. Los nacionalistas, expatriados en el extranjero, aumentaron  su resentimiento. Los yugoslavos eran  conscientes de los traumas que el bloque soviético sufría  y deseaban generar cambios.  Se acercaba una crisis política,  pues el  sistema comunista, incapaz de ayudarlos,  perdía legitimidad.

En 1986,  una gran mayoría de  eslovenos y  croatas  no querían afiliarse al Partido Comunista;  en Serbia, una minoría  del 40% se negaba también. El decreciente influjo de la ideología comunista llevó a un renacer de las creencias religiosas  en los serbios ortodoxos, los croatas católicos y los bosnios musulmanes, que   equiparaba la religión como un signo de identidad.
El nacionalismo reemplazaba  otras ideologías. En 1985, los  jóvenes anteponía su identidad yugoslava , que era  menor entre los croatas y los eslovenos. Había  un deterioro en ciertos elementos de la cultura popular: el  softball  se convirtió en partidos de rivalidad  agresiva, ondeando banderas y coreando  canciones nacionalistas serbias;  los croatas hacían el saludo fascista de los ustachas, responsables de incontables crímenes de guerra. Cuando el equipo de Zagreb jugó contra Belgrado, en 1990, mil quinientos croatas y serbios se  pelearon en una batalla campal.

En 1985 un clima más progresista permitió la discusión pública  en la literatura, el cine y los medios de comunicación, que eran tabú: la  guerra se convirtió en  un tema de debate. Ni siquiera Tito se libró de las críticas: héroe nacional intocable  del pasado, pasó a ser un autócrata decadente, cuyo lujoso  estilo de vida   se oponía a los principios socialistas. Su papel en la guerra fue analizado y   se cambiaron los nombres de las calles y plazas que lo homenajeaban,  cerrando incluso su mausoleo.
Los ustachas  asesinaron  brutalmente a centenares de miles de serbios, en especial judíos y  gitanos.  Serbia exageraba la cifra de víctimas;  Croacia, la minimizaba.

El nuevo presidente croata redujo  las matanzas; la persecución de los serbios a los judíos  afirmaba que los muertos en el Holocausto era exagerado, mientras  los croatas recalcaban sus  terribles sufrimientos-  en manos de los  serbios, cuando Croacia capituló al final de la guerra.

La memoria colectiva serbia -sobre las atrocidades de los ustachas-reforzó la idea  de únicamente en un estado serbio, sus habitantes estarían a salvo de ver repetida la amenaza.

Ninguna figura unificadora sucedió a Tito, el héroe y símbolo de la unidad nacional, capaz de trascender las tensiones. La  Constitución , elaborada para  establecer un equilibrio  en  Yugoslavia, mediante la descentralización,  acentuó los problemas políticos del país. Tito enfermo, compartía el poder con ocho miembros ( 6 repúblicas y  2 provincias  serbias: Voivodina y Kosovo). Uno de ellos rotaba cada año como jefe del Estado y comandante en jefe del ejército.

Yugoslavia tenía un Parlamento federal más seis  de las repúblicas, dos para las provincias -  y diez partidos comunistas (incluido uno para Yugoslavia y otro para el ejército). En este complejo equilibrio, los partidos y los gobiernos regionales se volvieran más fuertes. Las excepciones fueron el ejército y la seguridad, bajo el control federal.
 NINGÚN INDICIO DE UNA EXPLOSIÓN INMINENTE

El  líder  comunista serbio intuyó que  explotar el nacionalismo racial, en vez de  promover el comunismo, aumentaría su  poder y el de Serbia. Encendió  el conflicto étnico  con su discurso  violento en Kosovo, en  1987, la ciudad especial en la mitología serbia. Kosovo era considerada la cuna de  Serbia, pues  en 1389 la aristocracia serbia fue derrotada en la batalla  contra los turcos y prefirió la muerte a  capitular.

A fines del siglo XX,  los de Kosovo y los serbios eran una minoría resentida,  perseguida  por Albania. El líder serbio    viajó a Kosovo  como comunista y regresó transformado en nacionalista. Como respuesta a una multitud enfurecida de serbios, que acusó a la policía albano-kosovar de agredirlos, dijo un discurso televisado: «Esta es vuestra tierra» y «nadie debería atreverse a golpearos», desencadenando de inmediato una noche de violencia contra los albaneses. Slobodan M. arrojó gasolina al fuego del nacionalismo serbio,  no solo en Kosovo: acabó convirtiéndose en su presidente , que marcó el inicio de la larga agonía  yugoslava.
 Tres años después de  su funesto discurso, la situación empeoró,  la  economía declinaba y el estado federal  no lograba  controlar la situación.  En Europa central (Polonia,  Hungría Checoslovaquia,) y  Europa del Este (Eslovenia, Bulgaria, Rumania y Yugoslavia),  la presión aumentó a favor de la democracia y la autonomía  yugoslava. En  el 90, el régimen comunista  tocó a su fin, pero en las elecciones de ese  año los partidos nacionalistas vencieron en todas partes, excepto en Serbia y Montenegro,  donde los  comunistas se  convirtieron al nacionalismo.

El estado federal de Yugoslavia luchaba  por su supervivencia. Tudjman, en 1989,  fundó el partido nacionalista  la Unión Democrática Croata y -tras las elecciones del próximo año - se  convirtió su presidente, apelando a la unidad étnica de los croatas,  dentro y fuera de sus fronteras.

Definió a Bosnia como  el «Estado nacional de la nación croata», en  donde a los musulmanes se los consideraba meros croatas islamizados. Su partido hablaba de defender Croacia en el río Drino, la frontera entre Bosnia y Serbia. Durante su presidencia, insistió en la independencia de Croacia, aunque al principio defendió  una federación yugoslava flexible. La autoafirmación nacional croata se tornó  a ojos de la minoría serbia en la segunda república yugoslava de mayor tamaño. La bandera de cuadros rojos y blancos, que  ondeó en muchos edificios, le recordaba  la guerra, liderada por los temidos ustachas; la lengua croata se convirtió en la única permitida en los trámites administrativos;  en la señalización pública  empleaban únicamente los caracteres latinos, en detrimento del alfabeto cirílico, utilizado por los serbios. (En Belgrado ocurrió lo contrario: se relegó el alfabeto latino y se lo  sustituyó por el cirílico serbio). El  equilibrio étnico de la administración del Estado se quebró cuando se despidió a los serbios, que fueron reemplazados por los croatas. Se apartó a los serbios de la policía, lo cual  evocó el retorno de los ustachas fascistas.
Los temores de la minoría serbia en Croacia desencadenaron el inicio de cuatro largos años de guerra en Yugoslavia.

La guerra tuvo cuatro fases, complejas:

En la primera, 1991-92, se permitió a Eslovenia independizarse de Yugoslavia, tras una  breve guerra  que duró diez días, donde los croatas fueron expulsados brutalmente de las zonas habitadas mayormente por serbios.

La segunda fase fue el núcleo de la guerra  entre serbios, croatas y musulmanes, en Bosnia, que duró de 1992 al ‘95;  serbios y  croatas libraron una guerra en especial contra los musulmanes,  principales víctimas del terrible proceso de limpieza racial: los serbios eran crueles con los vencidos.

La tercera fase, llamada la guerra de  Bosnia, los croatas  se aliaron con los musulmanes contra los serbios y los expulsaron de las zonas ocupadas.

En la cuarta  fase, éstos fueron los principales perdedores, víctimas de la  brutalidad de  los croatas y bosnios musulmanes.
Al inicio, los temores de los serbios eran fuertes;  en una larga franja, a lo largo de la frontera occidental y septentrional de Bosnia -Herzegovina habitaba el 12% de la población.

El líder comunista  les dio esperanzas de ser en un futuro protegidos por una Gran Serbia  e incitó a la agresividad contra los croatas.

 

Desde 1990 se intuían graves problemas. Cuando Croacia declaró su independencia, el 25 de junio de 1991 -el mismo día que Eslovenia- los problemas se desbordaron.  No consideraba que la división de Eslovenia (tras un conflicto breve y con pocas bajas) fuera una gran pérdida para su ambición de  la Gran Serbia; centró su atención en los serbios que vivían en el territorio croata.
En 1991 reconoció que Yugoslavia estaba acabada. Ese  mes ambos líderes   se reunieron y, en conversaciones secretas  admitieron que  Croacia  como  Serbia  se  beneficiaría  del  reparto  de Bosnia-Herzegovina.

La expansión croata y la serbia seguía;  antes de centrarse  en

Bosnia, la ambición del líder  era  crear un estado Croata étnicamente homogéneo y la  del líder serbio era  crear una Gran Serbia, destinada a chocar  con  la minoría serbia en territorio croata.El odio mutuo entre croatas y serbios, antes de la  independencia, era inmenso. Un periodista creyó que el odio visceral era  producto del  auge del nacionalismo entre el  estado comunista Yugoslavo agónico, activado  desde Belgrado y desde Zagreb. Venía del pasado, no de ahora. Los jóvenes machistas que vivían en zonas étnicamente mixtas, eran atraídos a las unidades paramilitares y  terminaban inmersos en un clima de odio étnico  y de violencia. Miedos  y recuerdos  antiguos se incorporaron a los odios recientes: los  croatas  temían que regresaran los chetniks de la segunda guerra mundial; los  serbios  temían que resurgieran los ustachas. A medida que la violencia se propagaba, la mentalidad asesina se extendía a sectores hasta entonces pacíficos.
Cuando en mayo de 1991, unos serbios mataron y mutilaron los cuerpos de varios policías croatas, en un pueblo  al noreste de Yugoslavia, se encendió la mecha de la violencia, que se extendió por toda la frontera, a cargo de paramilitares serbios, que contaron con el apoyo  del ejército yugoslavo federal, (predominantemente serbio), bajo el mando de un coronel muy eficiente y despiadado,  ascendido a general. Entre agosto y diciembre de 1991,  ochenta mil croatas fueron expulsados  de las zonas de mayoría serbia y  los  seguiría muchos más.

El  centro de vacaciones  de Dubrovnik, en Dalmacia, que  visitaban   miles de turistas, fue bombardeado y destruido  sin  justificación; el puerto de Split, en la costa del Adriático,  sufrió ataques,  a la vista de periodistas y  cámaras de televisión. Lo peor fue la  violencia en la ciudad, a orillas del Danubio, donde miles de civiles se vieron  bombardeados durante tres meses.

El mundo estaba horrorizado: centenares de personas murieron exterminadas y hubo muchísimos  heridos, hasta que  en noviembre de 1991 el asedio finalizó con la caída de la ciudad en manos de los serbios.
Esta fase de la guerra finalizó en enero de 1992, tras las negociaciones  de las Naciones Unidas: un armisticio vigilaría la paz de la ONU, compuesta por unos doce mil soldados. No  pudieron garantizar que los croatas expulsados se sintieran  seguros de regresar a las zonas protegidas designadas ni evitar que en los próximos meses, durante su retiro, el ejército yugoslavo dejaría  su armamento bajo las fuerzas de seguridad serbias. Una tercera parte de Croacia  era controlada  por los rebeldes serbios.
Las esperanzas de una solución política  a los conflictos yugoslavos se depositaron en  lord Carrington,  luego secretario general de la OTAN.  Se vieron frustradas, cuando Alemania, en contra de los serbios, ejerció presión en otros países de la Comunidad Europea, para que reconocieran a la independencia de Croacia, con consecuencias para Bosnia-Herzegovina. Esta república,  en el centro de Yugoslavia, tenía un 44% de musulmanes, un 33% de serbios y un 17% de croatas, que  se enfrentaron a declarar su  independencia o permanecer en una Yugoslavia dominada por los serbios.
Los serbobosnios,  liderados por  un ex psiquiatra condenado  por fraude, se negó a considerar  la independencia de Bosnia, pues  era contrario a la  unión  de  todos los serbios en  la Gran Serbia: una declaración bosnia de independencia significaba la guerra.

En marzo de  1992, tras un referéndum   dos tercias partes de los votos apoyaron la independencia. El 7 de abril,  un día después de que la C E reconociera el estado de Bosnia-Herzegovina, los serbobosnios proclamaron su  independencia con el nombre de  República Serbia.

Unas semanas antes paramilitares serbios  mataron  a civiles musulmanes en el noreste de Bosnia.  En  abril, en Sarajevo, la antigua  capital de Bosnia-Herzegovina,  donde durante siglos convivió una población con enorme diferencias étnicas y religiosas, fue sitiada por miles de soldados del ejército yugoslavo (en su mayoría serbios),  policías y paramilitares serbobosnios.  El asedio se prolongó cuatro años, y murieron catorce mil personas, miles de  civiles (mil quinientos niños),  cincuenta y seis mil resultaron heridos ( quince mil   eran niños).  
No todo el mundo estaba consumido por el odio étnico. Los líderes observaban desde Belgrado y Zagreb,  en sus conversaciones secretas, cómo se podían beneficiar: para ambos, la guerra era un asunto racional.
Todos los bandos cometieron atrocidades: las peores fueron las cometidas contra los musulmanes. Asesinatos, violaciones y la destrucción de las propiedades formaban parte del terror, que consiguió expulsar a la población musulmana y limpió étnicamente zonas enteras . Mujeres y niños musulmanes aterrorizados fueron introducidos en vagones de tren,  en el norte de Bosnia y expulsados -como los judíos fueron deportados a Auschwitz-. Los hombres eran confinados en campos de concentración, que recordaban los horrores de la II guerra; columnas enteras de refugiados marchaban durante días por carreteras y por pasos en las montañas para escapar del terror;  mientras huían, sufrían insultos, intimidación, pillaje, crímenes  y  veinte mil mujeres fueron violadas.
Cuando en 1995 finalizó la guerra en Bosnia,  llegaban a los cien mil muertos: el 60%  eran musulmanes bosnios, formaban parte de  la mayoría de civiles muertos; el 25 %  eran serbios, el 8,3 % croatas y 2,2 millones  huían de sus casas.

Desde la  guerra, ningún conflicto causó tantas pérdidas  ni  exiliados. En 1993, la ciudad  al este de Bosnia se  convirtió en un enclave musulmán, controlado por los serbios, colmado de refugiados, que huyeron de la limpieza étnica en los pueblos aledaños . En abril de ese año, la ciudad quedó bajo protección de las Naciones Unidas, como zona segura, pero los serbios estaban decididos a tomar el territorio. El bloqueo de alimentos y medicamentos  provocó un  deterioro  de la situación. Menos de cuatrocientos soldados holandeses, que formaban parte de la  protección de la ONU, permanecían allí para defender la zona, cuando en julio del 95 las tropas tomaron la ciudad: en cinco días  cayó en manos serbias.

Los serbios  separaron  a las mujeres -de los niños y de los hombres, a los cuales trasladaron forzosamente al territorio bosnio-; ocho mil personas  fueron llevados a un bosque y asesinadas.

Fue el episodio más siniestro de  esa guerra, una mancha  para la civilización. Europa y el  mundo recordaron el horror que se creía haber  eliminado para siempre.

OCCIDENTE PUSO FIN AL CONFLICTO

Se  realizaron varios intentos, pero las propuestas para una división territorial fueron siempre rechazadas por uno u otro bando.  En 1995 la guerra se volvió contraria a Serbia, perjudicada por las sanciones de la ONU, aislada internacionalmente y amenazada por Estados Unidos con armar a los bosnios, cuyo sufrimiento les  otorgó  una amplia simpatía internacional.  Los musulmanes bosnios y los croatas dejaron de combatir  en   1994. Serbia  estaba  sola y sin aliados: los intransigentes serbobosnios  eran un mero estorbo.
Los dos pasos decisivos de 1995 estaban interrelacionados: el final de la ofensiva croata contra los musulmanes en Bosnia, debido a la presión los norteamericanos y la determinación de ese país de hallar una solución territorial a la guerra de Bosnia que, ni los europeos ni las Naciones Unidas habían logrado conseguir. El enorme derramamiento de sangre y la tremenda destrucción se  produjo en una región de Europa, con los europeos como espectadores.  Los soldados holandeses de la ONU se mantuvieron al margen, impotentes, mientras hombres y niños musulmanes eran arrastrados a su ejecución.  Un periodista visitó Bosnia ese año  y criticó duramente la política exterior europea, que cuatro años atrás parecía tan esperanzadora.
América del norte consideraba  que  un acuerdo de paz  era la nueva urgencia. Ofrecieron la cooperación militar entre Zagreb y Washington, como cebo para que suspendiera las hostilidades contra los musulmanes  y bosnios que obtuvieron conquistas territoriales a expensas de los serbios.  Si Croacia se negaba a aceptar, el país se enfrentaría al aislamiento internacional, a sanciones y  a acusaciones contra sus líderes por crímenes de guerra. Tudjman comprendió  que le convenía y se mostró dispuesto a ceder. A fines de la primavera y en el verano de 1995, los croatas  reconstituyeron sus fuerzas armadas y dieron un giro a la guerra con los serbios  cometiendo su propia limpieza racial.

El levantamiento serbio contra el dominio croata  comenzó en 1990 a unos sesenta kilómetros de la costa dálmata. En 1995, la ciudad croata fue limpiada. De 37.000 serbios quedó reducida a una población de solo 2.000 habitantes.
El equilibrio del poder se  alteró por completo. el líder, derrotado en 1991, se convirtió  en el vencedor. Slobodan triunfante al principio de la guerra estaba a la defensiva. Y sin su apoyo, que les  cortaría el suministro de armas, los serbo-bosnios se enfrentaban a  perder lo que  obtuvieron. Poner fin al conflicto era las mayor esperanza, pero todavía quedaba que los bandos beligerantes  alcanzaran un acuerdo, lo cual exigía concesiones de ambas partes.
Un antiguo subsecretario de Estado con amplia experiencia diplomática americana fue quien emprendió el acuerdo.  En septiembre de 1995 presionó para que aceptaran  el pacto según el cual Bosnia- Herzegovina se mantendría como un estado soberano, como una federación en la cual los serbobosnios controlaría  la mitad (casi toda en la República Serbia) y los croatas   1/5 parte. Este fue el trato  acordado en una conferencia que se firmó en París, en diciembre de ese año. La OTAN, con sesenta mil soldados, debía imponer el cumplimiento de ese  pacto precario y frágil, aunque pragmático y que  resultó ser duradero.
Quedaba Kosovo por solucionar, el cual desencadenó  el conflicto. La violencia  no  cesó  y el responsable era su Ejército . Estos  guerrilleros de Albania  recurrieron a la lucha para conseguir su independencia;  había criminales entre sus filas,  pero la mayoría se  radicalizaron por los maltratos de la policía serbia.

Occidente  cedió ante  el poder  de Bosnia, pero olvidó los reclamos de independencia de la mayoría albanesa de Kosovo. Se  puso en marcha una campaña serbia de limpieza  contra  los pueblos albaneses.  En dos años, diez mil personas  fueron asesinadas y  medio millón huyó a los países cercanos.

Las brutales represalias serbias contra los partidarios del ejército guerrillero se intensificaron en 1998 y provocaron un levantamiento armado de los kosovares, apoyados por las armas que  robaron de la propia Albania. Para Occidente, el momento crucial fue cuando vieron las, víctimas de la policía serbia, en enero del 99.

La guerra de Bosnia  llevó a Occidente a organizar la doctrina humanitaria; las democracias occidentales debían actuar contra los abusos de  los gobiernos amenazantes.

Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y Alemania  formaron el Grupo de Contacto, reunido  en febrero, en Francia, pese a la amenaza militar. Slobodan  rechazó los planes de paz,  pues significaba las tropas de la OTAN en territorio serbio. El líder se negó  a negociar.

En marzo  empezaron los ataques aéreos a gran escala de la OTAN  de Estados Unidos contra Yugoslavia. Más de mil aviones destruyeron  edificios en Belgrado y mataron a centenares de civiles. Los bombardeos se efectuaron sin consentimiento de la ONU.

En Occidente  estaban horrorizados;  los partidarios de la nueva doctrina  de  intervención humanitaria alegaron que ante una emergencia,  donde se pisotearon los derechos humanos, debía prevalecer un deber moral más elevado.  Los alemanes compararon los crímenes en Kosovo con los de Hitler y los británicos hablaron del peligro de  apaciguar a los dictadores.
En respuesta a la ofensiva occidental, las fuerzas serbias en Kosovo intensificaron su ofensiva; huyeron a Albania y a Macedonia  750.000 kosovares; once semanas  después, el líder cedió y, en 1999, se suspendieron los bombardeos:  Kosovo se convirtió en un protectorado de las Naciones Unidas, dentro de Yugoslavia y la OTAN   garantizó el mantenimiento de la paz  con la presencia de militares.  Tras las protestas populares masivas y   las elecciones presidenciales, el gobernador  cedió  en el 2000 y  fue reemplazado el presidente de Serbia por el líder del Partido Democrático.

Al año siguiente el Tribunal Penal Internacional,   fue creado en La Haya, años antes, para juzgar a los autores de crímenes  de guerras de la ex Yugoslavia.
En 2008, Serbia se opuso y, sin respaldo de las Naciones Unidas, el Parlamento Kosovo declaró  la independencia, reconocida internacionalmente. Dos años antes, Montenegro puso fin a su unión con Serbia y se proclamó independiente. Dejó de existir Yugoslavia, que  nació en La I Guerra Mundial,  sobrevivió  la II Guerra   y desafió a Stalin con éxito.

-2006- La sentencia judicial

 

Ciento sesenta  personas fueron acusadas ante el Tribunal Internacional de La Haya, condenadas a decenas de años en la cárcel;  uno falleció durante el juicio;  otro huyó durante años,  pero capturado, fue condenado a cuarenta años; otro fue condenado a cadena perpetua por genocidio, crímenes de guerra y  crímenes de lesa humanidad. El interés del mundo desapareció antes del  veredicto.  Tres millones de personas quedaron con sus vidas destrozadas y  centenares de miles lloraron sus  pérdidas o vivieron con seres mutilados. Las condenas de la Corte Penal fueron insuficiente para tanto sufrimiento.
La caída de Yugoslavia  mostró que  en  Europa las  armas  podían pisotear el estado de derecho: la fuerza se impuso con éxito en Bosnia y Croacia, donde  sufrieron la limpieza étnica.  Los estados nación, que surgieron de las ruinas de la Yugoslavia federal se basaban en la  igualdad étnica.

Los europeos se negaron a aceptar  la desintegración de Yugoslavia,   pues recordaban  el pasado. Tras la caída del comunismo- la esperanza de la unidad y la paz  en Europa se volvió  una simple  ilusión.

La guerra yugoslava fue un retroceso negativo al conflicto étnico, que afligió a Europa central y oriental. La incapacidad  por impedirlo de  Europa occidental no ocultó  que los estados del antiguo bloque soviético no recurrieron al nacionalismo autoritario.

El atractivo europeo  simbolizó que los principios de la democracia y el estado de derecho se impusieron.

 

GUERRA  EN LOS BALCANES

 

La guerra yugoslava fue un retroceso negativo en el conflicto étnico, que afligió a Europa central y oriental. La incapacidad  por impedirlo de  Europa occidental no ocultó  que los estados del antiguo bloque soviético no recurrieron al nacionalismo autoritario.  El atractivo europeo  simbolizó que los principios de la democracia y el estado de derecho se impusieron.

En 1990, la euforia que  Europa central y oriental sentía era tan grande, que le siguió el desencanto, durante los primeros años de la difícil transición a los sistemas económicos y políticos democráticos,totalmente nuevos.  Durante la doble transformación de los países comunistas, en economías controladas por el Estado a estructuras políticas democráticas y economías liberadas, la gente se sintió perturbada. Los primeros años, el nivel de vida se resintió, aunque el crecimiento económico  a fin de los ‘90 mejoró.
La economía seguía las teorías neoliberales, desplazando  la ortodoxia  keynesiana. Se generalizó un programa, «el consenso de Washington», diseñado en 1989 para los países latinoamericanos, como  el camino  a seguir en la tarea de transformar las agónicas economías  de Europa central y oriental, concediendo prioridad  a la nacionalización de la economía. Mediante la privatización y la apertura de mercado, era imprescindible la abolición de  controles y las propiedades estatales a favor del mercado. Para que los civiles de los ex países comunistas alcanzaran la prosperidad occidental debían atravesar  un período muy complejo.

Los gobiernos de Europa central y del Este aceptaron la doctrina
neoliberal  para alinearse  con el progreso y los beneficios de Europa occidental.
El ministro de Economía  polaco y  checo fueron los más firmes  defensores  de la denominada terapia de choque.  El neoliberalismo predominó para convertir las economías socialistas en capitalistas.Nuevas leyes eliminaban  la planificación del socialismo; los precios de mercado reemplazaron a los controles de precios; las monedas fueron convertibles; se liberó el comercio exterior con la eliminación de aranceles para dejar la  circulación libre de mercancías y capitales.  Se crearon bancos, bolsas y leyes financieras y la privatización de las empresas estatales.  Al principio fue más productivo en  las pequeñas y medianas empresas, pues no fue fácil atraer a las grandes inversiones extranjeras.
El FMI ayudó a favorecer la transición, otorgando  27.000 millones de dólares hasta  el ‘97, en préstamos, no en subsidios.

Polonia fue el único país a quien  le perdonaron su deuda como recompensa por haberse convertido en el país modelo en la «terapia de choque», -también por su tamaño y su lugar estratégico-.  Obtuvieron socorro de la CEE (más tarde denominada  la UE); ayudaron a Polonia y a Hungría en principio.

Las reformas económicas  los primeros años  fueron tremendas para millones de ciudadanos de los países del ex bloque soviético. La ex  RDA fue excepcional, pues se benefició  con miles de millones de marcos.  Como en otros países,  los niveles de vida decayeron, el desempleo aumentó y la producción industrial cayó una cuarta parte pero al menos los alemanes orientales podían trasladarse a  Alemania Occidental y encontrar empleo sin salir de su  país; el 4% de la población emigró entre   1989 y 1990, cayendo a la mitad, antes para volver a  aumentar  a fines de los 90: En ningún otro país tenían esa opción. Al contrario,  empeoró  el nivel de vida: en Europa central y oriental cayeron entre un 20% y un 30%, mientras en Europa occidental los ingresos  aumentaron. 

Sin embargo  entre  el 93 y el 94, una minoría pequeña  de  Búlgaros,  Checos, Eslovacos, Húngaros, Polacos y Rumanos aseguraron estar mejor que antes con  el comunismo. El  PIB cayó en los primeros años. En Checoslovaquia y Hungría bajó una tercera parte: los demás países centrales satélites estaban en peores condiciones.

La situación era similar en los países bálticos -Estonia, Letonia y Lituania-, cuyo desempleo e inflación  se dispararon.  Las zonas rurales  se vieron más afectadas; la agricultura apenas logró la mitad de su producción; el empleo agrícola sufrió un fuerte declive  en los países bálticos; en Polonia y  los Balcanes. las explotaciones colectivas, que nunca dieron resultado, se vieron afectadas por discusiones sobre la propiedad y la falta de capital. Las granjas  pequeñas  no estaban  estaban mecanizadas y no eran rentables.
 En Polonia, en  el 92, lo peor terminó . Creció el 4%, más  alto que en Europa occidental y aumentó  en toda la región;

disminuyó el desempleo y la inflación,  (excepto en Bulgaria y Rumania).

 En el S XXI, Europa central y oriental se benefició  con el
crecimiento económico mundial recuperado, con las economías  reformadas, con el fin de  los monopolios estatales, la expansión de la propiedad privada y las economías  funcionando. Para estos ex países del  bloque comunista, el fin de la década era más alentador.
En Hungría  tomaron medidas  más graduales. En  el ‘95 el país tenía problemas  con su deuda externa y, presionada por el FMI  y el Banco

Mundial, aceptó medidas más  austeras y severas. El resultado  fue un desplome  económico con una tercera parte  bajo del umbral de  pobreza. El desempleo, las privatizaciones y los recortes en los servicios sociales los desilusionaron.

En Polonia, el éxito de la terapia de choque,  se diluyó: se retrasaron las privatizaciones. A este país se le perdonó finalmente la deuda.  La República Checa, otro ejemplo de la terapia de choque,  concedió  subsidios  a las grandes empresas sin lograr evitar una crisis financiera. El gobierno checo , incapaz de tomar una dirección política común, decidió dividirse de Eslovaquia, sin enojos, creando dos estados: la República Checa y Eslovaquia.  

Los caminos del socialismo al capitalismo estuvieron sembrados de amargos sacrificios. Los países  en mejor situación fueron los que  emprendieron  la dolorosa transición.

Dentro del ex bloque soviético (excepto Alemania occidental), Polonia, Hungría y la República Checa tenían bases industriales fuertes, un  comercio   desahogado, el  transporte en  mejor estado y cierta  cultura cívica, que las hicieron más atractivas para los inversores  occidentales.

Eslovenia Rumania, Bulgaria y Albania estaban fuertemente atrasadas, pues la guerra  destruyó la mayor parte de Yugoslavia.
Con el cambio de milenio llegaron crecientes niveles de afinidad con las economías occidentales.  Las sociedades, separadas durante tanto tiempo por el Telón de Acero y obligadas a seguir trayectorias diferentes,  comenzaron a crecer. La facilidad de las comunicaciones y los viajes, la televisión, la cultura popular y los deportes  ayudaron a unificar lo que  hacía  tiempo  estuvo dividido. Las ciudades se beneficiaron con la libertad de viajar y las comunicaciones. Praga y Varsovia fueron ejemplos de ciudades que prosperaron con rapidez. Sin embargo, había una gran diferencia entre ambas capitales,  las ciudades de provincias y las zonas rurales, fueron donde se produjo un éxodo de la población  joven a las ciudades desarrolladas.  Las regiones incultas por la desindustrialización  se quedaron atrás, pero, superado  el  drástico ajuste económico,  ser miembro de la Unión Europea aportó una esperanza en el futuro.
Los Estados europeos, que formaron parte de la Unión Soviética,   como Ucrania, Bielorrusia y Moldavia no se inclinaban   hacia Occidente. En realidad, forman parte de la frontera de  Europa oriental.

Los requisitos  económicos para una transición  exitosa  no existía en esta zona  dominada por Rusia: había pocas inversiones extranjeras, las construcciones  eran deficientes  y, sin un estado de derecho ni una democracia pluralista ni una cultura cívica independiente del Estado  germinó en Rusia  un capitalismo nocivo.

La corrupción frecuente  transfirió  los beneficios extraordinarios del petróleo y del gas  -que los oligarcas sin escrúpulos invirtieron   en Occidente,  alardeando de su  riqueza con  lujosos yates por el Mediterráneo o mansiones palaciegas en Londres y otras ciudades-. 

En Rusia, la  industria declinó repentinamente y la deuda pública se disparó en los ‘90, al borde del declive económico,  teniendo a su gente viviendo en la miseria. La mayor parte lamentaba la decisión de Gorbachov de disolver   la Unión Soviética.

Ucrania, que   poseía  las tierras más fértiles en Europa oriental, atravesaba  una   profunda crisis económica en esa época  con una inflación devastadora  y una gran depresión. El  PIB descendió a menos de la mitad  antes de la caída del comunismo;  cientos de miles de personas buscaron trabajo en el extranjero a fin de enviar dinero a sus familias.  La ciudad de Leópolis se redujo  una quinta parte  a causa de la emigración; eran  aún más bajo en Turquía, Bielorrusia,  Moldavia y  Ucrania,  muy dependientes de Rusia y sufriendo la  grave recesión.  Bielorrusia  restableció el control de  precios,  el cambio de divisas y limitó la iniciativa privada, no pudiendo frenar  la debacle monetaria.

Moldavia, en 1992, generó un enorme nivel de inflación y desempleo, que lo dejó sumido entre los más pobres de Europa, junto con Ucrania y Rusia; tardaron diez años en recuperarse del trauma  que les provocó la caída del comunismo.

En el 2000 hubo  niveles de crecimiento elevados.  La corrupción arraigada, la pobreza  generalizada y el desequilibrio económico estaban paralizados. La política en Rusia y en los  ex estados satélites era superficialmente democrática;  tendía al ya repetido autoritarismo,  como una nueva imagen del pasado soviético.

En Ucrania,  el gobierno era  corrupto, con oligarcas relacionadas a la delincuencia. En Bielorrusia, el presidente restringe el  Parlamento gobernado  autoritariamente.

En  Rusia, la tendencia  autocrática de  Yeltsin provocaba  a sus múltiples enemigos,  dentro y fuera del Parlamento.  Quisieron removerlo,  cuando se excedió en sus poderes constitucionales,  con un derramamiento de sangre en  Moscú. Yeltsin reforzó sus poderes con una nueva Constitución, respaldado por un referéndum y unas elecciones parlamentarias manipuladas.

Durante los  próximos años  su popularidad  fue menoscabada por el  el escándalo de la corrupción y las funestas finanzas en los primeros años.

Las medidas aplicadas en 1992 a fin de liberar la economía,  sin regular los precios  provocó una inflación vertiginosa, que  acabó con los ahorros de la mayor parte de los ciudadanos. Las privatizaciones ese  año se  limitaron a colocar enormes activos del estado, por una parte mínima de su valor real, en manos de los oligarcas super ricos de las grandes empresas recién formadas. Las bandas criminales emplearon la extorsión y el chantaje; En pocos años, Rusia se convirtió en una sociedad criminalizada.
Los intentos de Yeltsin para introducir reformas liberales fueron criticados por convertirse en la destrucción de la economía nacional. A fin de los años ‘90 se  registró cierta recuperación,  pese a que las condiciones de vida de los rusos seguía siendo miserables, mientras  los descarados abusos de poder eran evidentes. Muchos volvían la vista al pasado, a las antiguas glorias del país.

Cuando  en  1999 Yeltsin anunció de repente su dimisión, el heredero  era  Putin, que  desde agosto era primer ministro. Yeltsin  eligió a Putin porque lo consideraba leal; pedía garantías para él y su familia  de cualquier acusación de corrupción. Putin cumplió  el mismo día que asumió con un decreto.

Quería obtener apoyo para una guerra de represalias en Chechenia con el fin de aumentar su popularidad: Rusia aceptó  ese hombre fuerte en el gobierno.

Europa central y oriental, en su evolución hacia la democracia liberal, pese a las dificultades de adaptación, no regresó al régimen unipartidista. En los ‘90 prevalecieron las formas políticas pluralistas.

A la mayoría les gustaba la libertad de expresión, vivir sin temor a ser detenidos, practicar su religión, que el comunismo les había negado. Se recibió muy favorablemente en el mundo el fin de la intrusiva sociedad de informantes, que facilitaba datos sobre los ciudadanos o los denunciaba, característica común de los estados comunistas.

Según la opinión  en ocho países de Europa central y oriental entre  el 93-94, la mayoría de los ciudadanos estaba a favor -en teoría- de que varios partidos compitieran por el poder.  Los porcentajes más reducidos se registraron en Ucrania, Rusia y en Polonia.
Rumania registró el porcentaje favorable más elevado con un 81%. Quienes se oponían  era una quinta parte, posiblemente la mayoría eran  antiguos y fanáticos comunistas.   Las primeras medidas adoptadas por el gobierno poscomunista fueron eliminar las políticas más represivas del régimen. En otros siete países  los resultados oscilaron entre el 29% de Estonia y el 12% de Ucrania. Una tercera parte de los ciudadanos tenía actitudes  negativas hacia  la democracia. La corrupción fue endémica en los regímenes comunistas y en el inicio de las nuevas democracias no aportaron ninguna mejoría; en algunos países, el estado de derecho, base de una verdadera democracia, apenas funcionaba.

Rumania, Bulgaria y Albania estaban al frente de la corrupción, por detrás de Rusia y Ucrania,  durante los procesos de privatización. También en Eslovaquia la corrupción estaba radicada,  incluso  la República Checa, más avanzada económicamente,  estaba generalizada en el proceso de privatización y  precipitó la caída del gobierno en   1997.
La nueva política democrática, la continuidad de los regímenes del pasado también influían; para quienes  detestaban el comunismo, y  lo sufrieron,  se sentían traicionados al comprobar que muchos de los  trabajaron  regresaban a la política y los aceptaban.
En Alemania, los ex funcionarios marxistas más  los miembros de los servicios secretos fueron evaluados. La ex Alemania Oriental  se  incorporó a una democracia liberal bien fortalecida.

En otros países el panorama era menos alentador;  en Hungría y Checoslovaquia se limitaron a  responsabilizar  las invasiones soviéticas; en Polonia  se impuso la ley marcial; en Checoslovaquia,  el recuerdo del ‘68 y sus secuelas  estaban a flor de piel; se aplicó   una  «limpieza» para excluir a todos los  ex funcionarios  de los altos cargos públicos.

Polonia no aprobó su  ley de depuración hasta seis años más tarde. La desilusión política y las penurias económicas llevaron a inclinarse hacia las políticas  anteriores, se anotaron  a los partidos poscomunistas.

Como miembros de los nuevos partidos socialdemócratas, que actuaban dentro del marco del pluralismo democrático, en 1993 regresaron al gobierno en Polonia, Hungría, Lituania y Bulgaria.   En Polonia se llamó al proceso e «la restauración de terciopelo». En Rumania, la figura dominante, un destacado comunista, se  distanció de las  atrocidades del régimen anterior. Muchos  ex comunistas hallaron un hogar político en el Partido Socialdemócrata de Rumania, así como en el Partido Socialista del Trabajo.

En Polonia, el gran héroe de la oposición, Lech Wałęsa, una figura  autoritaria con tendencias nacionalistas, fue derrotado  con sorpresa en las elecciones de 1995. Los sistemas de gobierno pluralistas eran estables, pero  no los gobiernos. Los malos niveles de vida en  Europa central y oriental durante los ‘90 generó volatilidad.

Las tensiones sociales aumentan, cuando millones de personas perdieron sus empleos y la alta inflación más las devaluaciones  destruyeron sus ahorros.  Los gobiernos que intentaron combatir estos problemas económicos y sociales provocaron más decepción con sus políticas. Tras  exigir unas elecciones pluralistas, muchos  pensaron que era inútil votar. Era  parte del  legado de la época anterior, donde las elecciones reflejaba la desilusión con la cual se reemplazó al comunismo.   Las elecciones responsabilizaba  las políticas impopulares  de  no ser capaces de  introducir mejoras;  se enfrentaron a la ira del electorado y fueron derrotados.
A menudo los dirigentes políticos recurrían al nacionalismo para mejorar su frágil popularidad. En medio de las dificultades sociales encontraban chivos expiatorios entre los extranjeros  o en las minorías étnicas.

El primer ministro de Eslovaquia dirigía un régimen semi autoritario,  ejerciendo un rígido control en la comunicación e intimidando a la oposición. Fomentaba  los sentimientos  contra los húngaros  -una décima parte de la población lo era- convirtiéndola en una herramienta política.

En  Hungría en los ‘90 aumentó el nacionalismo y la agresión hacia las minorías étnicas. Los sinti y los romaníes  se convirtieron en chivos expiatorios, mientras  se aprovechaban de la discriminación contra los húngaros en Eslovaquia y Rumania para reforzar los sentimientos nacionalistas. El movimiento progresista se convirtió en un partido nacional-conservador  cada vez más autoritario.

En Bulgaria, las minorías turca y romaníes eran señaladas; en Letonia y Estonia  discriminaron  contra las minorías rusas, pero menos que en Lituania, donde los rusos apenas formaban un porcentaje de la población.
Más allá de sus numerosas y graves deficiencias, las nuevas democracias de Europa central, a diferencia de la fragilidad de entreguerras, empujaron a todas  hacia el autoritarismo. A fin de los 90 estaban  bien consolidadas, gracias al crecimiento económico, tras los  años del calamitoso declive.
Había otro factor  importante: asegurar  el progreso hacia la estabilidad democrática y el bienestar económico. Formar parte de la Unión Europea ofrecía una esperanza para el futuro. Al final de la década, esa esperanza  comenzó a ser una  realidad en los países bálticos y centroeuropeos.

Los Balcanes  eran extremadamente pobres. El atraso económico,  la corrupción,  el escaso  estado de derecho y de progreso hacia una democracia fortalecida  no era suficiente.  Rumania y Bulgaria ansiaban entrar en la Unión Europea.
En 1991, Hungría, Checoslovaquia y Polonia firmaron un acuerdo   para  ser miembros  de la UE. En 1996,  formalizaron sus solicitudes para  formar  parte del mercado europeo, lo cual  los alentaba a tomar difíciles medidas de austeridad.

Los países de Europa central y oriental soportaron una década en pésimas condiciones. La calidad de vida, basada en la democracia liberal occidental, se evaporó pese a tener  su esperanza depositada en los beneficios de  poder ser algún día miembros de la Unión Europea.