LA UNIÓN SOVIÉTICA AGONIZA
Mientras la URSS se independizaba, sus antiguos estados satélite en Europa central y en los Balcanes, la Unión Soviética entraba en declive.
El
proceso comenzó en 1985,cuando Gorbachov
implementó su programa de reformas estructurales, destinadas a mantener al
Partido Comunista en el poder.
El prestigio internacional de Gorbachov
se oponía con el descenso de su poder; hasta 1991 fue la figura más importante política soviética, pero ya no controlaba los acontecimientos: la
popularidad de Gorbachov fue
indestructible: se desmoronó en 1990.
Se lo responsabilizaba de los problemas
que asolaban a la entonces poderosa Unión Soviética: la pérdida de los estados satélites, el deterioro de vida, las
presiones separatistas de las repúblicas periféricas y la caída de la superpotencia. La política lo atacaba, los opositores extremistas lo consideraban un traidor, responsable de la
destrucción del imperio de soviético.
Los reformistas
tenía prisa; Eentre ellos se destacaba Yeltsin, un hombre impulsivo,
autoritario, impredecible, terco pero astuto y eficaz político. En los años 80, Yeltsin fue el primer secretario del Partido Comunista de
Moscú pero, frustrado por la lentitud de las reformas, en 1987 criticó duramente a Gorbachov y fue destituido. Nunca perdonó que le hubiera
degradado de su cargo. Dos años más
tarde, con apoyo popular, fue elegido diputado lo cual le permitió atacar
directamente a Gorbachov. Los excesos alcohólicos de Yeltsin quisieron desprestigiarlo pero los ataques no menoscabaron
su popularidad. Para los rusos
él, y no Gorbachov, ofrecía una
esperanza futura para el
pueblo y significaba mejorar su nivel de vida, accediendo a los
bienes que poseían los occidentales. Un
indicio fue en 1990 la comida
rápida McDonald’s en Moscú, cuando los
moscovitas probaron por primera vez un
«Big Mac». Para la mayoría no rusa, el
futuro residía en la independencia de Moscú y se acercaba a los nacionalistas como objetivo de la total autonomía de la Unión Soviética. En la capital de Georgia, la policía y el
ejército atacaron una manifestación de
100.000 partidarios de su independencia, dejando diecinueve manifestantes
muertos.
Moscú envió tropas a Estonia, Letonia y Uzbekistán para impedir
manifestaciones, pero la presión de una
mayor autonomía era incontenible
mediante la fuerza. El sentimiento antisoviético crecía con rapidez en especial
en el Báltico. Los adultos recordaban los años de la independencia, antes de 1940,
cuando los soviéticos se apoderaron de Estonia, Letonia y Lituania. La llegada
de inmigrantes de etnia rusa generó
resentimiento, mientras el acceso a los canales de televisión
escandinavos permitían a los pueblos vislumbrar la prosperidad occidental. En
las elecciones de 1989, en las
repúblicas bálticas, los candidatos
pro independencia recibieron un
fuerte apoyo y obtuvieron plazas como
diputados. En marzo Lituania declaró su independencia. Se implantó la antigua
bandera nacional y desapareció la bandera soviética. Moscú la consideró
inválida. Dos semanas después envió tanques soviéticos, que retumbaron frente
al edificio del Parlamento; horas más tarde se retiraron sin abrir
fuego. Lituania fue sometida a un bloqueo económico y le cortaron el
insumo de petróleo. No fue el último intento de impedir su separación.
La Unión Soviética se enfrentaba también a problemas alarmantes en otros lugares. Desde
los años 20, fue una federación de repúblicas autónomas, dominada por Rusia, construida en torno al
principal grupo étnico de cada región. Las tensiones raciales fueron un síntoma
del deterioro de la federación. En junio
estallaron graves disturbios raciales, cuando jóvenes atacaron a la minoría de lengua turca;
murieron noventa y cinco personas, hubo centenares de heridos, se destruyeron
propiedades y miles de personas huyeron.
Hubo más brotes de violencia en las repúblicas centroasiáticas, con
manifestaciones a favor de la independencia nacional en Georgia. La debilidad
del gobierno soviético se manifestó en julio en las huelgas de mineros,
en protesta por las condiciones de vida en Siberia occidental y en Ucrania -se
calculó 300.000 hombres-, lo cual llevó al Sóviet Supremo a conceder en octubre
el derecho a la huelga.
Un millón de personas se extendió por Estonia, Letonia y Lituania para
protestar contra el pacto nazi-soviético de 1939, que los
anexó a la Unión Soviética. En
1989, la desintegración se acercó al centro de la URSS, cuando el
movimiento que reclamaba la autonomía de Ucrania celebró su congreso inaugural
en Kiev.
El despliegue del ejército soviético no pudo impedir que en 1990 prosiguieran
las tensiones y la violencia en las repúblicas caucásicas y centroasiáticas. En
enero de ese año se redujeron enfrentamientos étnicos donde murieron cincuenta personas, entre armenios y
otros. Cuando las tropas soviéticas acudieron para sofocar los disturbios, se
encontraron con la feroz resistencia de los militantes del Frente Popular de la
región; restablecido el orden, se
contaron ciento treinta muertos y varios centenares de heridos.
En el Báltico y hubo una creciente hostilidad hacia la minoría etnia rusa. En 1990, los Parlamentos de Estonia y Letonia, siguieron el ejemplo de Lituania, que un año antes votó por su independencia.
Incluso Ucrania proclamó su soberanía: La Unión
Soviética sobrevivía apenas. La lucha por la independencia en las
repúblicas bálticas planteaba un problema, porque la URSS no estaba
dispuesta a admitir la derrota.
En 1991, las
tropas soviéticas en Vilna y Riga, -capitales de Lituania y Letonia-; trataron de derribar a los gobiernos electos
y acabar con la independencia, pero en ambos países la fuerza soviética fue
recibida con protestas populares y hubo
derramamiento de sangre; catorce civiles lituanos y cuatro letones murieron y
centenares resultaron heridos.
En Moscú hubo serias
protestas contra la violencia y Yeltsin acabó apoyando públicamente la autonomía de esos ex países satélites: no pudo detener
lo inevitable. El 90% de los lituanos apoyaban la independencia. En Letonia y
Estonia tres de cada cuatro votaron por
la independencia. Antes, el poder militar soviético pudo aplastar
estas manifestaciones, pero en el
91 no estaba dispuesta a someter a esos países bálticos por la fuerza.
A medida que los rusos perdían el control, rivalizaba por el poder. El cisma
entre reformistas y reaccionarios era más profundo que nunca. Gorbachov no
era tan radical para quienes deseaban
llegar más lejos y más deprisa en el desmantelamiento de la Unión Soviética.
Los reformistas no compartían los mismos objetivos iniciales. Unos querían el mercado
capitalista, mientras los nacionalistas
deseaban más poder e independencia para sus repúblicas. Yeltsin estaba entre ambos grupos, pero no clarificó
su posición. Los cambios que impuso la Unión Soviética, no fueron lo suficientemente fuerte como para abatirlos.
Gorbachov debía actuar con cautela. No podía satisfacer a los dos bandos. Su deseo era mantener la integridad de la Unión Soviética e incluso favorecía cambios económicos y políticos. Su objetivo era una democracia social de
corte occidental y una economía capitalista; su postura no era clara; siendo el secretario general, los reformistas lo abandonaron, incluso cuando
las decisiones políticas se inclinaban hacia una socialdemocracia. Aún
no se había enfrentado a una reforma
fundamental dentro del sistema soviético.
El Congreso
abolió el monopolio político del Partido Comunista y reconoció un sistema político multipartidista. A
primera vista, su posición se fortaleció
después de ser elegido como presidente
de la Unión Soviética; habiendo sido el
jefe de Estado de facto, el nuevo
cargo le confería nuevos derechos ejecutivos, pues el Congreso decidió restarle poder al Politburó. No
obstante, su posición se debilitó, ,
cuando Yeltsin fue elegido presidente convirtiéndose en el líder de ¾ partes del territorio soviético. Yeltsin
otorgó a los intereses rusos una clara prioridad con respecto a la Unión
Soviéticacon una drástica reducción fiscal que debilitó a Gorbachov. Yeltsin
consiguió el apoyo popular de los nacionalistas y el respaldo de la élite de los economistas,
atraídos por el pensamiento neoliberal sobre el libre mercado, con la esperanza
de recibir ayuda de EE:UU. Los
nacionalistas rusos consideraban que las otras repúblicas -salvo Bielorrusia y
Ucrania- eran entidades periféricas y no eslavas, cuya independencia fortalecería a Rusia. A medida
que la popularidad de Gorbachov caía, debido a la terrible situación económica,
la de Yeltsin, aumentaba.
En los meses siguientes se produjo la desintegración de la Unión Soviética con un inminente desplome económico. En 1991 la producción cayó drásticamente y el
déficit presupuestario aumentó de una forma alarmante. Había escasez de bienes de consumo
y de combustible; los precios de los alimentos se duplicaron. No es de
sorprender que el apoyo popular a un Gorbachov cada vez más desamparado, cuyos
planes de recuperar la economía resultó un
lamentable fracaso se desvaneciera. Según un encuesta de opinión, el 50%
afirmaba que sus vidas
empeoraron: solo el 8% pensaba que mejoraron con Gorbachov.
La amenaza fue el ascenso de Yeltsin. Mientras Gorbachov
parecía un hombre derrotado que presidía una Unión Soviética fracturada,
Yeltsin construía una base de apoyo popular: doscientos cincuenta mil
ciudadanos moscovitas desafiaron la fuerte presencia de la policía secreta para
manifestarse a favor de Yeltsin; se sentían atraídos por una retórica que destilaba
confianza en el futuro y por la imagen
de fortaleza que transmitía, aún no en
condiciones de desafiar la supremacía de Gorbachov. En la primavera se dio
cuenta de que le convenía colaborar con Gorbachov en la defensa de un nuevo
tratado de la Unión y cuyo objetivo era
aumentar los poderes de las repúblicas soviéticas, mediante una política económica, donde las cuestiones
militares seguirían siendo prerrogativas soviéticas. A Yeltsin le interesaba promover el poder de Rusia y fortalecer su posición.
Los enemigos conservadores de Gorbachov se movilizaron. En julio doce
personajes importantes más dos generales
firmaron una carta publicada en la cual denunciaban la revés sin precedentes del país, sumido en la oscuridad y el olvido. EE.UU
le advirtió a G sobre una conspiración contra él. Subestimando el riesgo, Gorbachov puso a Yeltsin
a cargo de Moscú y en agosto abandonó la
capital para disfrutar de unas vacaciones en Crimea.
El golpe fue el 18 de agosto. Gorbachov descubrió que cortaron las comunicaciones telefónicas en la
dacha donde pasaba las vacaciones. Tres de los conspiradores acudieron para aconsejarle
que entregase el poder a su vice; Gorbachov se negó. En Moscú, los líderes del
golpe formaron un Comité que gobernaría el país. No bloquearon la red telefónica, ni
interrumpieron la transmisión de la televisión por satélite ni detuvieron a
Yeltsin ni a otros que seguían siendo leales a Gorbachov. El Comité de Estado no se rindió y ordenó a
los tanques que acudieran. El pueblo desempeñó un papel importante. Multitud de
jóvenes moscovitas se manifestaciones en
contra; murieron tres
manifestantes. A la mañana siguiente Gorbachov regresó de Crimea. Se mantuvo firme durante la crisis, pero, el
golpe lo debilitó seriamente: se agotaba su poder. El héroe del momento era Yeltsin.
Ese fatídico año Yeltsin suspendió el Partido Comunista Soviético y en noviembre lo prohibió totalmente. Anunció un nuevo gobierno, él como primer ministro, con un programa de
reformas económicas radicales, basadas en
la economía de mercado liberal.
Las otras repúblicas del Este y centro se
opusieron y aprovecharon la debilidad
soviética para insistir en sus reclamos
de independencia. Los estados bálticos encabezaron la lista. Yeltsin reconoció
su independencia a los pocos días de asumir.
Ucrania, Bielorrusia y Moldavia Azerbaiyán, Uzbekistán y
Kirguizistán proclamaron su independencia también y otras repúblicas se sumaron
en septiembre. La Unión Soviética quedó reducida a Rusia y Kazajistán. En
diciembre, el 90% de los ucranianos
respaldó la declaración de
independencia. Una semana después, Rusia, Ucrania y Bielorrusia acordaron
disolver la Unión Soviética y formar la Comunidad de Estados Independientes, donde
la apariencia de unidad se limitaba a las cuestiones económicas y
militares. Ese mes se le unieron otras
ocho repúblicas. Los tres estados bálticos y Georgia, al igual que Lituania proclamaron su independencia: El 24 de agosto, Gorbachov dimitió
como secretario general del Partido Comunista soviético, puesto clave y fuente
del poder; transfirió sus poderes a Yeltsin,
como presidente; dos días después entró en el Kremlin
En su último discurso televisado, Gorbachov defendió sus logros: lass reformas necesarias estaban justificadas; le permitió
avanzar hacia la transformación democrática y las libertades liberales. Al poner
fin a la guerra fría, eliminó la amenaza
de otra guerra mundial.
Este mensaje fue bien recibido en occidente, no entre los soviéticos. La opinión sobre su gestión estaba dividida: para muchos Gorbachov empeoró el nivel de vida;
puso fin a la guerra fría, capitulando ante Occidente y reduciendo una
poderosa superpotencia a una posición humillante.
«Cuando tomó posesión en el Kremlin, teníamos un imperio; seis años más tarde lo
perdimos . Nos vendió a Occidente. Gorbachov sentió un enorme pesar por el
derrumbe de la Unión Soviética: su intención fue reformarlo, no destruirlo,
declaró.
El 31 de diciembre de 1991, sesenta y nueve años luego
de su fundación y setenta y cuatro años luego de la revolución , la Unión
Soviética se extinguió. Fue el experimento político más extraordinario de los
tiempos modernos. La Unión Soviética había sido crucial durante la época de la
II Guerra Mundial. a un costo de millones de vidas humanas; quedó devastada por la guerra contra los alemanes; Rusia dominó
la mitad oriental de Europa, fue una superpotencia, dejando su huella en la
política europea y en todo el mundo.
A partir de Lenin durante la revolución de 1917 más la guerra civil prometió una utopía, basada en la igualdad y
la justicia, que solo hubiera funcionado
-a un costo humano inimaginable-
en un vasto país subdesarrollado.
FIN DEL IMPERIO
SOVIÉTICO
Algunos izquierdistas lamentaron el final de la Unión
Soviética; les apenaba el fracaso de lo que pareció una imagen optimista del futuro, una
alternativa a las desigualdades del capitalismo. El sentimiento de pérdida no
se limitaba a la pérdida del imperio y
el declive de una gran potencia. El gran historiador marxista no fue el único intelectual de izquierda
en reconocer los defectos del sistema soviético y en confesar que no le habría
gustado vivir bajo su égida, pero lamentaba su fracaso. Admiraba a las
lamentaciones en Occidente no fueron más
allá de una pequeña minoría, incluso
entre los comunistas occidentales, que se aferraron hasta el final a la creencia de la
superioridad soviética.
Liberales y socialdemócratas no derramaron ni una lágrima, y los conservadores
de derecha en Europa occidental y en Estados Unidos se felicitaron por haber
ganado la guerra fría. Aplaudieron la postura intransigente de Reagan
(respaldada por la «dama de hierro» Margaret Thatcher) hacia el comunismo. la
«Guerra de las Galaxias» y los niveles
de gasto militar demostraron la superioridad
económica de Occidente y pusieron en
evidencia la debilidad soviética. No ocultaron su sensación de triunfo por la
victoria del capitalismo liberal sobre el socialismo estatal y la libertad
sobre la servidumbre. Sintieron un alivio por haber abandonado la guerra fría y
por haber eliminado el peligro de un conflicto nuclear. Mostraron la satisfacción por el derrumbe de
un sistema basado en la opresión y la
falta de libertad: estaban convencidos
de que los valores occidentales
triunfaron.
Este alivio tenía una cara diferente en Europa central
y del este. La población sentía sobre
todo alivio de que hubieran acabado al fin los largos años de sometimiento bajo
la mano férrea del dominio comunista.
Podían proyectar sus propias identidades nacionales y albergar esperanzas de beneficiarse de la
prosperidad del disfrute de Europa occidental.
El regocijo no duró mucho tiempo. Los antiguos satélites soviéticos estaban expuestos a los difíciles ajustes necesarios para incorporarse al nuevo
mundo. La euforia pasajera se aplacó por
nuevas adversidades. Para Europa occidental, la caída de la Unión
Soviética se prolongó demasiado tiempo para que la caída de la ideologia provocara un estallido de
alegría.
Otros problemas en Europa occidental ocupaban su atención, entre ellos la guerra en el golfo Pérsico de
1990-1991, que siguió a la crisis desencadenada por la invasión iraquí a Kuwait.
En Occidente, la euforia por el desplome del comunismo
había llegado en 1989, cuando cayó el Muro de
Berlín.
El declive de la Unión Soviética dejó una cesura
histórica, un trascendental punto de inflexión: el 27 de diciembre de 1991
Gorbachov anunció por televisión su dimisión como dirigente de la Unión
Soviética. Los dos enormes conflictos
que caracterizaron esa época fue el capitalismo y el comunismo finalizó. El
“bolchevismo -como Winston Churchill
pronosticó en 1918: “se había
suicidado”.»
Desde 1991, Europa era un continente diferente; no estaba dividida por el Telón
de Acero, pero el fin de la escisión del continente que duro decenios no significaba
la unidad. Europa pasó a estar dividida
en cuatro grupos distintos. Ya no existía
una división ideológica fundamental, pero las diferencias entre los grupos no
eran insignificantes. El primer grupo estaba compuesto por los países de la
Comunidad de Estados Independientes (Rusia, Ucrania, Bielorrusia y otras ocho
ex repúblicas soviéticas). Carecían de la base tradicional democrática
pluralista, de autonomía legal, de estructuras eclesiásticas, de sindicatos y de una
prensa libre que diera lugar a una libertad civil, ajena al control del
estado. En medio de la confusión frente a la desintegración del régimen que durante
casi setenta años dominó Europa oriental, las ex repúblicas soviéticas
recurrieran a presidentes fuertes como
Yeltsin en Rusia y otro más dictatorial en Bielorrusia.
La historia y la geografía separaban a Europa en dos mitades que avanzaban por caminos distintos.
Al otro extremo estaban los países de Europa occidental; la partida de la Unión Soviética -tras la unificación
alemana- significaba que de repente se
abriera la posibilidad de una unidad europea, más allá de las fronteras
tradicionales occidentales y de los pocos países que conformaban la Comunidad Europea.
Era
necesario replantear la integración europea para garantizar una Alemania unida a occidente, para que
-en un futuro- los países liberados del control soviético se incorporaran a la integración europea, extendiendo la alianza
militar del oeste hasta los países del
Este. La OTAN que ya no
tenía razón de ser, sin el Telón de
Acero y el pacto de Varsovia, dejó de existir.
El tercer grupo eran los países agrupados como «Europa Oriental.» Polonia, Checoslovaquia
y Hungría poseían un fuerte sentimiento
de identidad nacional; jamás se consideraron
parte de la «Europa del Este»; siempre se
mostraron como el núcleo de Europa central, con fuertes lazos culturales
con Austria y Alemania, vínculos que se extendían hacia el oeste, en lugar de
hacia Moscú. Estos países tuvieron la oportunidad de reconstruir sus identidades,
sus tradiciones democráticas y su vitalidad cultural. También sentían la fuerte
atracción de la prosperidad europea, su economía y cultura: aspiraban a
reincorporarse a la Europa occidental de la cual durante tres décadas quedaron aislados.
Los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) formaban parte de Europa
oriental, pero también compartían con los países de Europa central antiguas
tradiciones de independencia nacional, pese a la brevedad de sus frágiles
democracias de entreguerras. Albergaban un resentimiento profundo por la
anexión soviética de 1940 y lucharon con
vehemencia para restablecer su independencia; miraban hacia la OTAN y la Comunidad Europea, para protegerse contra cualquier futura intrusión.
Rusia recelaba de cualquier ampliación de la OTAN.
En el sureste de Europa, el mundo postsoviético dejó otra constelación. En
Bulgaria y Rumania, el régimen comunista fue sustituido por una pseudo democracia. Hubo demasiada corrupción, la pobreza estaba radicada
y las estructuras de la sociedad civil permitió una transición a una democracia
liberal, que se desempeñara correctamente: el poder seguía en manos de los
antiguos regímenes. Estos países envidiaban la prosperidad de la Comunidad
Europea, aunque formar parte de ella era
un anhelo a largo plazo, sobre todo para Albania, donde el régimen comunista se
mantuvo hasta 1992: la corrupción, la
delincuencia y el legado de decenas de años de autoritarismo hicieron que fuera el país más pobre de los ex
estados comunistas europeos. Difícil albergar
esperanzas de integrarse a la Comunidad Europea.
Yugoslavia nunca
perteneció al bloque soviético. las
tensiones aumentaron desde la muerte de Tito en 1980, con progresivos problemas económicos, que agravaron el inicio del conflicto étnico, en 1989, cuando Yugoslavia se desintegró y los
problemas empeoraron con consecuencias aterradoras.
El fin de la Unión Soviética y de la guerra fría cambió
la política mundial. Gorbachov se aseguró en los últimos años que la URSS colaborase con Estados Unidos para
solucionar viejos conflictos en África con Etiopía, Mozambique, Angola y
Namibia. Convenció al Congreso de Sudáfrica para que negociara con el régimen
del apartheid tan combatido. El
último jefe de Estado de la Sudáfrica del apartheid, fue el presidente
F. W. de Clark, que aceptó negociar, sin contar con la ayuda soviética, al disiparse
la amenaza del comunismo en África meridional. La liberación en 1990 de Nelson
Mandela, encarcelado por veintisiete años y aplaudido internacionalmente como
el símbolo de la oposición del apartheid sudafricano.
La caída de la Unión soviética después de la II Guerra hizo que EE:UU pasará a ser la única potencia mundial.
China desafiaría este dominio, así como Rusia. Estados Unidos fue el vencedor en la crucial guerra fría y la paz americana otorgaba seguridad a gran parte de los países del mundo. Sin embargo, la guerra regresó en ese mismo continente europeo.
El final de la guerra fría generó grandes expectativas; era un tiempo de nuevos comienzos en Europa. Esto era más evidente en los antiguos países comunistas, donde comenzaban a tomar forma sistemas económicos liberales y gobiernos democráticos; pero también Europa occidental experimentó importantes novedades con la creación de la Unión Europea y las iniciativas para crear una moneda común. Mientras tanto, la disolución en el 91 de la estructura militar del pacto de Varsovia alentó la esperanza de una paz duradera y los dirigentes políticos se centraron en fortalecer la integración, una posibilidad de una Europa unida por un interés común, la paz, basada en gobiernos democráticos y una prosperidad compartida parecía estar al alcance de la mano. En ningún lugar eran mayores las esperanzas que entre los pueblos de Europa central y oriental de que, tras la caída del comunismo, no tardarían en disfrutar de la prosperidad ya generalizada en la mitad occidental del continente.
Sin embargo, los años de transición de la primera mitad de la década de los noventa resultaron más difíciles de lo que, en plena euforia inicial, nadie había previsto. Solo mediada la década la situación empezaría a ser alentadora. Cuando a principios de los años noventa muchos se atrevieron a soñar con la llegada inminente de un mundo mejor, una gran sombra se volvió a cernir sobre el continente. A principios de la década, la guerra regresó a Europa.