GUERRAS ÉTNICAS
La serie de guerras en Yugoslavia entre 1991-95 fue un
golpe atroz para el resto de Europa. La limpieza con expulsiones
y matanzas para transformarla en
más homogénea, hizo estremecer a los países europeos occidentales y los
intentos por resolver un problema tan complejo no detuvieron el conflicto.
Las Naciones Unidas enviaron fuerzas en vano: Europa demostró su incapacidad para lograr un acuerdo de posguerra duradera sin
depender de EE:UU.
La guerra en Yugoslavia venía de conflictos ancestrales, con antecedentes
históricos cruciales: Tito reprimió sus
exigencias durante su gobierno con
fuerte autoridad a fin de mantener un
equilibrio entre católicos, ortodoxos y musulmanes. El comunismo no pudo con las dificultades sociales y económicas de los
países satélites.
Las divisiones de Yugoslavia fueron donde se desarrolló la
tragedia serbia. Eran seis repúblicas: Eslovenia, Croacia, Bosnia-
Herzegovina, Serbia, Macedonia y Montenegro. Los serbios,
con ocho millones de habitantes, superaban a los croatas, segundo grupo étnico
con menos de cinco millones. Montenegro
tenía 600.000 mil habitantes.
Las fronteras de las repúblicas de Yugoslavia eran confusas, existiendo una
mezcla racial con diferentes tradiciones
culturales, lenguas y religiones. Los
serbios, croatas y otros grupos no estaban separados por fronteras
delimitadas. Muchos habitantes de Serbia eran croatas; en Croacia había serbios
y en Bosnia -Herzegovina vivían tanto
serbios como croatas en relación con dos millones de musulmanes, que convivieron de forma pacífica durante
siglos.
Montenegrinos,
macedonios y albaneses eran las demás piezas del mosaico yugoslavo,
más otras minorías. Tito
atenuó las tensiones características
hasta su muerte.
A partir de la recesión económica de los ‘70, el creciente descontento se manifestó en las diferentes culturas e
identidades, que cobraron fuerza cuando, a mitad de los 80, Yugoslavia se sumió
en una crisis económica con una deuda externa
imposible de pagar, un nivel de vida inferior, una inflación
galopante y un desempleo masivo, que amplió la brecha entre las repúblicas prósperas y las pobres. Las repúblicas ricas consideraban a las pobres parásitas, mientras los
pobres acusaban a las más ricas de beneficiarse de un sistema federal,
organizado para servir sus intereses.
Eslovenia, que en los años 80 era la más
occidental, culturalmente tolerante y avanzada económicamente, en el ‘89 era la
zona próspera de una Yugoslavia con problemas económicos: le seguía Croacia. En el polo opuesto se hallaba Bosnia
-Herzegovina siendo Kosovo la más
necesitada de todas . Las diferencias sociales y económicas alimentaron
los prejuicios y las enemistades.
Los eslovenos y los croatas, estaban resentidos porque parte de su prosperidad
se destinaba a beneficiar las zonas
menos productivas del país. Los serbios, por su parte, miraban con envidia los
niveles de vida mejores de los croatas y los eslovenos.
Los de Kosovo recurrieron a los serbios en busca de
protección contra la discriminación que sufrían
en manos de los albaneses. Los nacionalistas, expatriados en el
extranjero, aumentaron su resentimiento.
Los yugoslavos eran conscientes de los
traumas que el bloque soviético sufría y
deseaban generar cambios. Se acercaba
una crisis política, pues el sistema comunista, incapaz de ayudarlos, perdía legitimidad.
En 1986, una
gran mayoría de eslovenos y croatas
no querían afiliarse al Partido Comunista; en Serbia, una minoría del 40% se negaba también. El decreciente
influjo de la ideología comunista llevó a un renacer de las creencias
religiosas en los serbios ortodoxos, los
croatas católicos y los bosnios musulmanes, que equiparaba la religión como un signo de
identidad.
El nacionalismo reemplazaba otras ideologías. En 1985, los jóvenes anteponía su identidad yugoslava ,
que era menor entre los croatas y los
eslovenos. Había un deterioro en ciertos
elementos de la cultura popular: el softball
se convirtió en partidos de rivalidad agresiva, ondeando banderas y coreando canciones nacionalistas serbias; los croatas hacían el saludo fascista de los ustachas, responsables de incontables
crímenes de guerra. Cuando el equipo de Zagreb jugó contra Belgrado, en 1990,
mil quinientos croatas y serbios se
pelearon en una batalla campal.
En
1985 un clima más progresista permitió la discusión pública en la literatura, el cine y los medios de
comunicación, que eran tabú: la guerra
se convirtió en un tema de debate. Ni
siquiera Tito se libró de las críticas: héroe nacional intocable del pasado, pasó a ser un autócrata
decadente, cuyo lujoso estilo de
vida se oponía a los principios
socialistas. Su papel en la guerra fue analizado y se cambiaron los nombres de las calles y
plazas que lo homenajeaban, cerrando
incluso su mausoleo.
Los ustachas asesinaron
brutalmente a centenares de miles de serbios, en especial judíos y gitanos. Serbia exageraba la cifra
de víctimas; Croacia, la minimizaba.
El nuevo presidente croata redujo las matanzas; la persecución de los serbios a
los judíos afirmaba que los muertos en
el Holocausto era exagerado, mientras
los croatas recalcaban sus
terribles sufrimientos- en manos
de los serbios, cuando Croacia capituló
al final de la guerra.
La memoria colectiva serbia -sobre las atrocidades de
los ustachas-reforzó la idea de únicamente en un estado serbio, sus
habitantes estarían a salvo de ver repetida la amenaza.
Ninguna figura unificadora sucedió a Tito, el héroe y
símbolo de la unidad nacional, capaz de trascender las tensiones. La Constitución , elaborada para establecer un equilibrio en
Yugoslavia, mediante la descentralización, acentuó los problemas políticos del país.
Tito enfermo, compartía el poder con ocho miembros ( 6 repúblicas y 2 provincias
serbias: Voivodina y Kosovo). Uno de ellos rotaba cada año como jefe del
Estado y comandante en jefe del ejército.
Yugoslavia tenía un Parlamento federal más seis de las repúblicas, dos para las provincias
- y diez partidos comunistas (incluido
uno para Yugoslavia y otro para el ejército). En este complejo equilibrio, los
partidos y los gobiernos regionales se volvieran más fuertes. Las excepciones
fueron el ejército y la seguridad, bajo el control federal.
NINGÚN INDICIO DE UNA EXPLOSIÓN INMINENTE
El líder
comunista serbio intuyó que
explotar el nacionalismo racial, en vez de promover el comunismo, aumentaría su poder y el de Serbia. Encendió el conflicto étnico con su discurso violento en Kosovo, en 1987, la ciudad especial en la mitología
serbia. Kosovo era considerada la cuna de
Serbia, pues en 1389 la
aristocracia serbia fue derrotada en la batalla
contra los turcos y prefirió la muerte a
capitular.
A fines del siglo XX,
los de Kosovo y los serbios eran una minoría resentida, perseguida
por Albania. El líder serbio
viajó a Kosovo como comunista y
regresó transformado en nacionalista. Como respuesta a una multitud enfurecida
de serbios, que acusó a la policía albano-kosovar de agredirlos, dijo un
discurso televisado: «Esta es vuestra tierra» y «nadie debería atreverse a
golpearos», desencadenando de inmediato una noche de violencia contra los
albaneses. Slobodan M. arrojó gasolina al fuego del nacionalismo serbio, no solo en Kosovo: acabó convirtiéndose en su
presidente , que marcó el inicio de la larga agonía yugoslava.
Tres años después de su funesto discurso, la situación empeoró, la
economía declinaba y el estado federal
no lograba controlar la
situación. En Europa central (Polonia, Hungría Checoslovaquia,) y Europa del Este (Eslovenia, Bulgaria, Rumania
y Yugoslavia), la presión aumentó a
favor de la democracia y la autonomía
yugoslava. En el 90, el régimen
comunista tocó a su fin, pero en las
elecciones de ese año los partidos
nacionalistas vencieron en todas partes, excepto en Serbia y Montenegro, donde los comunistas se
convirtieron al nacionalismo.
El estado federal de Yugoslavia luchaba por su supervivencia. Tudjman, en 1989, fundó el partido nacionalista la Unión Democrática Croata y -tras
las elecciones del próximo año - se
convirtió su presidente, apelando a la unidad étnica de los
croatas, dentro y fuera de sus
fronteras.
Definió
a Bosnia como el «Estado nacional de la
nación croata», en donde a los
musulmanes se los consideraba meros croatas islamizados. Su partido hablaba de
defender Croacia en el río Drino, la frontera entre Bosnia y Serbia. Durante su
presidencia, insistió en la independencia de Croacia, aunque al principio
defendió una federación yugoslava
flexible. La autoafirmación nacional croata se tornó a ojos de la minoría serbia en la segunda
república yugoslava de mayor tamaño. La bandera de cuadros rojos y blancos,
que ondeó en muchos edificios, le
recordaba la guerra, liderada por los
temidos ustachas; la lengua croata se
convirtió en la única permitida en los trámites administrativos; en la señalización pública empleaban únicamente los caracteres latinos,
en detrimento del alfabeto cirílico, utilizado por los serbios. (En Belgrado
ocurrió lo contrario: se relegó el alfabeto latino y se lo sustituyó por el cirílico serbio). El equilibrio étnico de la administración del
Estado se quebró cuando se despidió a los serbios, que fueron reemplazados por los
croatas. Se apartó a los serbios de la policía, lo cual evocó el retorno de los ustachas fascistas.
Los temores de la minoría serbia en Croacia desencadenaron el inicio de cuatro
largos años de guerra en Yugoslavia.
La guerra tuvo cuatro fases, complejas:
En la primera, 1991-92, se permitió a Eslovenia
independizarse de Yugoslavia, tras una
breve guerra que duró diez días,
donde los croatas fueron expulsados brutalmente de las zonas habitadas
mayormente por serbios.
La segunda fase fue el núcleo de la guerra entre serbios, croatas y musulmanes, en
Bosnia, que duró de 1992 al ‘95; serbios
y croatas libraron una guerra en
especial contra los musulmanes,
principales víctimas del terrible proceso de limpieza racial: los
serbios eran crueles con los vencidos.
La tercera fase, llamada la guerra de Bosnia, los croatas se aliaron con los musulmanes contra los
serbios y los expulsaron de las zonas ocupadas.
En la cuarta
fase, éstos fueron los principales perdedores, víctimas de la brutalidad de
los croatas y bosnios musulmanes.
Al inicio, los temores de los serbios eran fuertes; en una larga franja, a lo largo de la
frontera occidental y septentrional de Bosnia -Herzegovina habitaba el 12% de
la población.
El líder comunista les dio esperanzas de ser en un futuro
protegidos por una Gran Serbia e incitó
a la agresividad contra los croatas.
Desde 1990 se intuían graves problemas. Cuando
Croacia declaró su independencia, el 25 de junio de 1991 -el mismo día que
Eslovenia- los problemas se desbordaron.
No consideraba que la división de Eslovenia (tras un conflicto breve y
con pocas bajas) fuera una gran pérdida para su ambición de la Gran Serbia; centró su atención en los
serbios que vivían en el territorio croata.
En 1991 reconoció que Yugoslavia estaba acabada. Ese mes ambos líderes se reunieron y, en conversaciones
secretas admitieron que Croacia
como Serbia se
beneficiaría del reparto
de Bosnia-Herzegovina.
La
expansión croata y la serbia seguía; antes
de centrarse en
Bosnia,
la ambición del líder era crear un estado Croata étnicamente homogéneo
y la del líder serbio era crear una Gran Serbia, destinada a
chocar con la minoría serbia en territorio croata.El
odio mutuo entre croatas y serbios, antes de la
independencia, era inmenso. Un periodista creyó que el odio visceral
era producto del auge del nacionalismo entre el estado comunista Yugoslavo agónico,
activado desde Belgrado y desde Zagreb.
Venía del pasado, no de ahora. Los jóvenes machistas que vivían en zonas
étnicamente mixtas, eran atraídos a las unidades paramilitares y terminaban inmersos en un clima de odio
étnico y de violencia. Miedos y recuerdos
antiguos se incorporaron a los odios recientes: los croatas
temían que regresaran los chetniks de la segunda guerra mundial;
los serbios temían que resurgieran los ustachas. A medida que la violencia se
propagaba, la mentalidad asesina se extendía a sectores hasta entonces
pacíficos.
Cuando en mayo de 1991, unos serbios mataron y mutilaron los cuerpos de varios
policías croatas, en un pueblo al
noreste de Yugoslavia, se encendió la mecha de la violencia, que se extendió
por toda la frontera, a cargo de paramilitares serbios, que contaron con el
apoyo del ejército yugoslavo federal,
(predominantemente serbio), bajo el mando de un coronel muy eficiente y
despiadado, ascendido a general. Entre
agosto y diciembre de 1991, ochenta mil
croatas fueron expulsados de las zonas
de mayoría serbia y los seguiría muchos más.
El centro de
vacaciones de Dubrovnik, en Dalmacia,
que visitaban miles de turistas, fue bombardeado y
destruido sin justificación; el puerto de Split, en la
costa del Adriático, sufrió
ataques, a la vista de periodistas
y cámaras de televisión. Lo peor fue
la violencia en la ciudad, a orillas del
Danubio, donde miles de civiles se vieron
bombardeados durante tres meses.
El mundo estaba horrorizado: centenares de personas
murieron exterminadas y hubo muchísimos
heridos, hasta que en noviembre
de 1991 el asedio finalizó con la caída de la ciudad en manos de los serbios.
Esta fase de la guerra finalizó en enero de 1992, tras las negociaciones de las Naciones Unidas: un armisticio vigilaría la paz de la ONU, compuesta por unos doce mil soldados. No pudieron garantizar que los croatas
expulsados se sintieran seguros de
regresar a las zonas protegidas designadas ni evitar que en los próximos meses,
durante su retiro, el ejército yugoslavo dejaría
su armamento bajo las fuerzas de seguridad serbias. Una tercera parte de
Croacia era controlada por los rebeldes serbios.
Las esperanzas de una solución política
a los conflictos yugoslavos se depositaron en lord Carrington, luego secretario general de la OTAN. Se vieron frustradas, cuando Alemania, en
contra de los serbios, ejerció presión en otros países de la Comunidad Europea,
para que reconocieran a la independencia de Croacia, con consecuencias para
Bosnia-Herzegovina. Esta república, en
el centro de Yugoslavia, tenía un 44% de musulmanes, un 33% de serbios y un 17%
de croatas, que se enfrentaron a
declarar su independencia o permanecer
en una Yugoslavia dominada por los serbios.
Los serbobosnios, liderados por un ex psiquiatra condenado por fraude, se negó a considerar la independencia de Bosnia, pues era contrario a la unión
de todos los serbios en la Gran Serbia: una declaración bosnia de
independencia significaba la guerra.
En marzo de
1992, tras un referéndum dos
tercias partes de los votos apoyaron la independencia. El 7 de abril, un día después de que la C E reconociera el
estado de Bosnia-Herzegovina, los serbobosnios proclamaron su independencia con el nombre de República Serbia.
Unas
semanas antes paramilitares serbios mataron a civiles musulmanes
en el noreste de Bosnia. En abril, en Sarajevo, la antigua capital de Bosnia-Herzegovina, donde durante siglos convivió una población
con enorme diferencias étnicas y religiosas, fue sitiada por miles de soldados
del ejército yugoslavo (en su mayoría serbios),
policías y paramilitares serbobosnios.
El asedio se prolongó cuatro años, y murieron catorce mil personas,
miles de civiles (mil quinientos
niños), cincuenta y seis mil resultaron
heridos ( quince mil eran niños).
No todo el mundo estaba consumido por el odio étnico. Los líderes observaban
desde Belgrado y Zagreb, en sus
conversaciones secretas, cómo se podían beneficiar: para ambos, la guerra era
un asunto racional.
Todos los bandos cometieron atrocidades: las peores fueron las cometidas contra
los musulmanes. Asesinatos, violaciones y la destrucción de las propiedades
formaban parte del terror, que consiguió expulsar a la población musulmana y
limpió étnicamente zonas enteras . Mujeres y niños musulmanes aterrorizados fueron
introducidos en vagones de tren, en el
norte de Bosnia y expulsados -como los judíos fueron deportados a Auschwitz-.
Los hombres eran confinados en campos de concentración, que recordaban los horrores
de la II guerra; columnas enteras de refugiados marchaban durante días por
carreteras y por pasos en las montañas para escapar del terror; mientras huían, sufrían insultos,
intimidación, pillaje, crímenes y veinte mil mujeres fueron violadas.
Cuando en 1995 finalizó la guerra en Bosnia, llegaban a los cien mil muertos: el 60% eran musulmanes bosnios, formaban parte de la mayoría de civiles muertos; el 25 % eran serbios, el 8,3 % croatas y 2,2
millones huían de sus casas.
Desde la
guerra, ningún conflicto causó tantas pérdidas ni
exiliados. En 1993, la ciudad al
este de Bosnia se convirtió en un
enclave musulmán, controlado por los serbios, colmado de refugiados, que
huyeron de la limpieza étnica en los pueblos aledaños . En abril de ese año, la
ciudad quedó bajo protección de las Naciones Unidas, como zona segura, pero los
serbios estaban decididos a tomar el territorio. El bloqueo de alimentos y
medicamentos provocó un deterioro
de la situación. Menos de cuatrocientos soldados holandeses, que
formaban parte de la protección de la
ONU, permanecían allí para defender la zona, cuando en julio del 95 las tropas
tomaron la ciudad: en cinco días cayó en
manos serbias.
Los serbios
separaron a las mujeres -de los
niños y de los hombres, a los cuales trasladaron forzosamente al territorio
bosnio-; ocho mil personas fueron llevados
a un bosque y asesinadas.
Fue
el episodio más siniestro de esa guerra,
una mancha para la civilización. Europa
y el mundo recordaron el horror que se
creía haber eliminado para siempre.
OCCIDENTE PUSO FIN
AL CONFLICTO
Se realizaron varios intentos, pero las
propuestas para una división territorial fueron siempre rechazadas por uno u
otro bando. En 1995 la guerra se volvió
contraria a Serbia, perjudicada por las sanciones de la ONU, aislada
internacionalmente y amenazada por Estados Unidos con armar a los bosnios, cuyo
sufrimiento les otorgó una amplia simpatía internacional. Los musulmanes bosnios y los croatas dejaron
de combatir en 1994. Serbia
estaba sola y sin aliados: los
intransigentes serbobosnios eran un mero
estorbo.
Los dos pasos decisivos de 1995 estaban interrelacionados: el final de la
ofensiva croata contra los musulmanes en Bosnia, debido a la presión los
norteamericanos y la determinación de ese país de hallar una solución
territorial a la guerra de Bosnia que, ni los europeos ni las Naciones Unidas
habían logrado conseguir. El enorme derramamiento de sangre y la tremenda
destrucción se produjo en una región de
Europa, con los europeos como espectadores.
Los soldados holandeses de la ONU se mantuvieron al margen, impotentes,
mientras hombres y niños musulmanes eran arrastrados a su ejecución. Un periodista visitó Bosnia ese año y criticó duramente la política exterior
europea, que cuatro años atrás parecía tan esperanzadora.
América del norte consideraba que un acuerdo de paz era la nueva urgencia. Ofrecieron la
cooperación militar entre Zagreb y Washington, como cebo para que suspendiera
las hostilidades contra los musulmanes y
bosnios que obtuvieron conquistas territoriales a expensas de los serbios. Si Croacia se negaba a aceptar, el país se
enfrentaría al aislamiento internacional, a sanciones y a acusaciones contra sus líderes por crímenes
de guerra. Tudjman comprendió que le
convenía y se mostró dispuesto a ceder. A fines de la primavera y en el verano
de 1995, los croatas reconstituyeron sus
fuerzas armadas y dieron un giro a la guerra con los serbios cometiendo su propia limpieza racial.
El
levantamiento serbio contra el dominio croata comenzó en 1990 a unos sesenta kilómetros de
la costa dálmata. En 1995, la ciudad croata fue limpiada. De 37.000 serbios
quedó reducida a una población de solo 2.000 habitantes.
El equilibrio del poder se alteró por
completo. el líder, derrotado en 1991, se convirtió en el vencedor. Slobodan triunfante al
principio de la guerra estaba a la defensiva. Y sin su apoyo, que les cortaría el suministro de armas, los serbo-bosnios
se enfrentaban a perder lo que obtuvieron. Poner fin al conflicto era las
mayor esperanza, pero todavía quedaba que los bandos beligerantes alcanzaran un acuerdo, lo cual exigía
concesiones de ambas partes.
Un antiguo subsecretario de Estado con amplia experiencia diplomática americana
fue quien emprendió el acuerdo. En
septiembre de 1995 presionó para que aceptaran
el pacto según el cual Bosnia- Herzegovina se mantendría como un estado
soberano, como una federación en la cual los serbobosnios controlaría la mitad (casi toda en la República Serbia) y
los croatas 1/5 parte. Este fue el
trato acordado en una conferencia que se
firmó en París, en diciembre de ese año. La OTAN, con sesenta mil soldados,
debía imponer el cumplimiento de ese
pacto precario y frágil, aunque pragmático y que resultó ser duradero.
Quedaba Kosovo por solucionar, el cual desencadenó el conflicto. La violencia no
cesó y el responsable era su
Ejército . Estos guerrilleros de Albania recurrieron a la lucha para conseguir su
independencia; había criminales entre
sus filas, pero la mayoría se radicalizaron por los maltratos de la policía
serbia.
Occidente cedió
ante el poder de Bosnia, pero olvidó los reclamos de
independencia de la mayoría albanesa de Kosovo. Se puso en marcha una campaña serbia de limpieza
contra
los pueblos albaneses. En dos
años, diez mil personas fueron
asesinadas y medio millón huyó a los
países cercanos.
Las brutales represalias serbias contra los
partidarios del ejército guerrillero se intensificaron en 1998 y provocaron un
levantamiento armado de los kosovares, apoyados por las armas que robaron de la propia Albania. Para Occidente,
el momento crucial fue cuando vieron las, víctimas de la policía serbia, en
enero del 99.
La guerra de Bosnia
llevó a Occidente a organizar la doctrina humanitaria; las democracias
occidentales debían actuar contra los abusos de
los gobiernos amenazantes.
Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y
Alemania formaron el Grupo de Contacto,
reunido en febrero, en Francia, pese a la
amenaza militar. Slobodan rechazó los
planes de paz, pues significaba las
tropas de la OTAN en territorio serbio. El líder se negó a negociar.
En marzo
empezaron los ataques aéreos a gran escala de la OTAN de Estados Unidos contra Yugoslavia. Más de
mil aviones destruyeron edificios en
Belgrado y mataron a centenares de civiles. Los bombardeos se efectuaron sin
consentimiento de la ONU.
En
Occidente estaban horrorizados; los partidarios de la nueva doctrina de
intervención humanitaria alegaron que ante una emergencia, donde se pisotearon los derechos humanos, debía
prevalecer un deber moral más elevado.
Los alemanes compararon los crímenes en Kosovo con los de Hitler y los
británicos hablaron del peligro de apaciguar a los dictadores.
En respuesta a la ofensiva occidental, las fuerzas serbias en Kosovo intensificaron
su ofensiva; huyeron a Albania y a Macedonia
750.000 kosovares; once semanas
después, el líder cedió y, en 1999, se suspendieron los bombardeos: Kosovo se convirtió en un protectorado de las
Naciones Unidas, dentro de Yugoslavia y la OTAN garantizó el mantenimiento de la paz con la presencia de militares. Tras las protestas populares masivas y las elecciones
presidenciales, el gobernador
cedió en el 2000 y fue reemplazado el presidente de Serbia por
el líder del Partido Democrático.
Al
año siguiente el Tribunal Penal Internacional,
fue creado en La Haya, años antes, para juzgar a los autores de
crímenes de guerras de la ex Yugoslavia.
En 2008, Serbia se opuso y, sin respaldo de las Naciones Unidas, el Parlamento
Kosovo declaró la independencia,
reconocida internacionalmente. Dos años antes, Montenegro puso fin a su unión
con Serbia y se proclamó independiente. Dejó de existir Yugoslavia, que nació en La I Guerra Mundial, sobrevivió
la II Guerra y desafió a Stalin
con éxito.
-2006-
La sentencia judicial
Ciento
sesenta personas fueron acusadas ante el
Tribunal Internacional de La Haya, condenadas a decenas de años en la
cárcel; uno falleció durante el juicio; otro huyó durante años, pero capturado, fue condenado a cuarenta años;
otro fue condenado a cadena perpetua por genocidio, crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. El interés del
mundo desapareció antes del veredicto. Tres millones de personas quedaron con sus
vidas destrozadas y centenares de miles
lloraron sus pérdidas o vivieron con
seres mutilados. Las condenas de la Corte Penal fueron insuficiente para tanto
sufrimiento.
La caída de Yugoslavia mostró que en
Europa las armas podían pisotear el estado de derecho: la
fuerza se impuso con éxito en Bosnia y Croacia, donde sufrieron la limpieza étnica. Los estados nación, que surgieron de las
ruinas de la Yugoslavia federal se basaban en la igualdad étnica.
Los europeos se negaron a aceptar la desintegración de Yugoslavia, pues recordaban el pasado. Tras la caída del comunismo- la esperanza de la unidad y la paz en Europa se volvió una simple ilusión.
La guerra yugoslava fue un retroceso negativo al conflicto étnico, que afligió a Europa central y oriental. La incapacidad por impedirlo de Europa occidental no ocultó que los estados del antiguo bloque soviético no recurrieron al nacionalismo autoritario.
El atractivo europeo
simbolizó que los principios de la democracia y el estado de derecho se
impusieron.
GUERRA EN
LOS BALCANES
La guerra yugoslava
fue un retroceso negativo en el conflicto étnico, que afligió a Europa central
y oriental. La incapacidad por impedirlo
de Europa occidental no ocultó que los estados del antiguo bloque soviético
no recurrieron al nacionalismo autoritario. El atractivo europeo simbolizó que los principios de la democracia
y el estado de derecho se impusieron.
En 1990, la euforia
que Europa central y oriental sentía era
tan grande, que le siguió el desencanto, durante los primeros años de la
difícil transición a los sistemas económicos y políticos democráticos,totalmente
nuevos. Durante la doble transformación
de los países comunistas, en economías controladas por el Estado a estructuras
políticas democráticas y economías liberadas, la gente se sintió perturbada. Los
primeros años, el nivel de vida se resintió, aunque el crecimiento económico a fin de los ‘90 mejoró.
La economía seguía las teorías neoliberales, desplazando la ortodoxia
keynesiana. Se generalizó un programa, «el consenso de Washington», diseñado
en 1989 para los países latinoamericanos, como
el camino a seguir en la tarea de
transformar las agónicas economías de Europa
central y oriental, concediendo prioridad a la nacionalización de la economía. Mediante
la privatización y la apertura de mercado, era imprescindible la abolición de controles y las propiedades estatales a favor del
mercado. Para que los civiles de los ex países comunistas alcanzaran la prosperidad
occidental debían atravesar un período
muy complejo.
Los gobiernos de Europa
central y del Este aceptaron la doctrina
neoliberal para alinearse con el progreso y los beneficios de Europa
occidental.
El ministro de Economía polaco y checo fueron los más firmes defensores
de la denominada terapia de choque. El neoliberalismo predominó para convertir las
economías socialistas en capitalistas.Nuevas leyes eliminaban la planificación del socialismo; los precios
de mercado reemplazaron a los controles de precios; las monedas fueron
convertibles; se liberó el comercio exterior con la eliminación de aranceles
para dejar la circulación libre de
mercancías y capitales. Se crearon
bancos, bolsas y leyes financieras y la privatización de las empresas
estatales. Al principio fue más
productivo en las pequeñas y medianas
empresas, pues no fue fácil atraer a las grandes inversiones extranjeras.
El FMI ayudó a favorecer la transición, otorgando 27.000 millones de dólares hasta el ‘97, en préstamos, no en subsidios.
Polonia fue el único país a quien le perdonaron su deuda como recompensa por haberse
convertido en el país modelo en la «terapia de choque», -también por su tamaño
y su lugar estratégico-. Obtuvieron socorro
de la CEE (más tarde denominada la UE);
ayudaron a Polonia y a Hungría en principio.
Las reformas económicas los primeros años fueron tremendas para millones de ciudadanos
de los países del ex bloque soviético. La ex RDA fue excepcional, pues se benefició con miles de millones de marcos. Como en otros países, los niveles de vida decayeron, el desempleo
aumentó y la producción industrial cayó una cuarta parte pero al menos los
alemanes orientales podían trasladarse a Alemania Occidental y encontrar empleo sin
salir de su país; el 4% de la población emigró
entre 1989 y 1990, cayendo a la mitad,
antes para volver a aumentar a fines de los 90: En ningún otro país tenían
esa opción. Al contrario, empeoró el nivel de vida: en Europa central y oriental
cayeron entre un 20% y un 30%, mientras en Europa occidental los ingresos aumentaron.
Sin embargo entre
el 93 y el 94, una minoría pequeña de Búlgaros, Checos, Eslovacos, Húngaros, Polacos y
Rumanos aseguraron estar mejor que antes con el comunismo. El PIB cayó en los primeros años. En
Checoslovaquia y Hungría bajó una tercera parte: los demás países centrales
satélites estaban en peores condiciones.
La situación era similar en los países bálticos -Estonia,
Letonia y Lituania-, cuyo desempleo e inflación
se dispararon. Las zonas rurales se vieron más afectadas; la agricultura apenas
logró la mitad de su producción; el empleo agrícola sufrió un fuerte
declive en los países bálticos; en
Polonia y los Balcanes. las explotaciones
colectivas, que nunca dieron resultado, se vieron afectadas por discusiones
sobre la propiedad y la falta de capital. Las granjas pequeñas no estaban estaban mecanizadas y no eran rentables.
En Polonia, en el 92, lo peor terminó . Creció el 4%, más alto que en Europa occidental y aumentó en toda la región;
disminuyó el desempleo y la inflación, (excepto en Bulgaria y Rumania).
En el S
XXI, Europa central y oriental se benefició
con el
crecimiento económico mundial recuperado, con las economías reformadas, con el fin de los monopolios estatales, la expansión de la
propiedad privada y las economías funcionando. Para estos ex países del bloque comunista, el fin de la década era más
alentador.
En Hungría tomaron medidas más graduales. En el ‘95 el país tenía problemas con su deuda externa y, presionada por el FMI y el Banco
Mundial, aceptó medidas más austeras y severas. El resultado fue un desplome económico con una tercera parte bajo del umbral de pobreza. El desempleo, las privatizaciones y
los recortes en los servicios sociales los desilusionaron.
En Polonia, el éxito de la terapia de choque, se diluyó: se retrasaron las privatizaciones.
A este país se le perdonó finalmente la deuda.
La República Checa, otro ejemplo de la terapia de choque, concedió subsidios
a las grandes empresas sin lograr evitar una crisis financiera. El
gobierno checo , incapaz de tomar una dirección política común, decidió dividirse
de Eslovaquia, sin enojos, creando dos estados: la República Checa y Eslovaquia.
Los caminos del socialismo al capitalismo estuvieron
sembrados de amargos sacrificios. Los países en mejor situación fueron los que emprendieron la dolorosa transición.
Dentro del ex bloque soviético (excepto Alemania
occidental), Polonia, Hungría y la República Checa tenían bases industriales fuertes,
un comercio desahogado,
el transporte en mejor estado y cierta cultura cívica, que las hicieron más
atractivas para los inversores occidentales.
Eslovenia
Rumania, Bulgaria y Albania estaban fuertemente atrasadas, pues la guerra destruyó la mayor parte de Yugoslavia.
Con el cambio de milenio llegaron crecientes niveles de afinidad con las economías
occidentales. Las sociedades, separadas
durante tanto tiempo por el Telón de Acero y obligadas a seguir trayectorias
diferentes, comenzaron a crecer. La
facilidad de las comunicaciones y los viajes, la televisión, la cultura popular
y los deportes ayudaron a unificar lo
que hacía tiempo
estuvo dividido. Las ciudades se beneficiaron con la libertad de viajar
y las comunicaciones. Praga y Varsovia fueron ejemplos de ciudades que prosperaron
con rapidez. Sin embargo, había una gran diferencia entre ambas capitales, las ciudades de provincias y las zonas
rurales, fueron donde se produjo un éxodo de la población joven a las ciudades desarrolladas. Las regiones incultas por la
desindustrialización se quedaron atrás,
pero, superado el drástico ajuste económico, ser miembro de la Unión Europea aportó una
esperanza en el futuro.
Los Estados europeos, que formaron parte de la Unión Soviética, como
Ucrania, Bielorrusia y Moldavia no se inclinaban hacia
Occidente. En realidad, forman parte de la frontera de Europa oriental.
Los requisitos económicos para una transición exitosa no existía en esta zona dominada por Rusia: había pocas inversiones
extranjeras, las construcciones eran deficientes
y, sin un estado de derecho ni una
democracia pluralista ni una cultura cívica independiente del Estado germinó en Rusia un capitalismo nocivo.
La corrupción frecuente transfirió los beneficios extraordinarios del petróleo y del gas -que los oligarcas sin escrúpulos invirtieron en Occidente, alardeando de su riqueza con lujosos yates por el Mediterráneo o mansiones palaciegas en Londres y otras ciudades-.
En Rusia, la industria declinó repentinamente y la deuda pública se disparó en los ‘90, al borde del declive económico, teniendo a su gente viviendo en la miseria. La mayor parte lamentaba la decisión de Gorbachov de disolver la Unión Soviética.
Ucrania, que poseía las tierras más fértiles en Europa oriental,
atravesaba una profunda crisis económica en esa época con una inflación devastadora y una gran depresión. El PIB descendió a menos de la mitad antes de la caída del comunismo; cientos de miles de personas buscaron trabajo
en el extranjero a fin de enviar dinero a sus familias. La ciudad de Leópolis se redujo una quinta parte a causa de la emigración; eran aún más bajo en Turquía, Bielorrusia, Moldavia y Ucrania, muy dependientes de Rusia y sufriendo la grave recesión. Bielorrusia restableció el control de precios,
el cambio de divisas y limitó la iniciativa privada, no pudiendo frenar la debacle monetaria.
Moldavia, en 1992, generó un enorme nivel de inflación
y desempleo, que lo dejó sumido entre los más pobres de Europa, junto con
Ucrania y Rusia; tardaron diez años en recuperarse del trauma que les provocó la caída del comunismo.
En el 2000 hubo niveles de crecimiento elevados. La corrupción arraigada, la pobreza generalizada y el desequilibrio económico estaban
paralizados. La política en Rusia y en los ex estados satélites era superficialmente
democrática; tendía al ya repetido autoritarismo,
como una nueva imagen del pasado
soviético.
En Ucrania, el gobierno
era corrupto, con oligarcas relacionadas
a la delincuencia. En Bielorrusia, el
presidente restringe el Parlamento gobernado
autoritariamente.
En Rusia,
la tendencia autocrática de Yeltsin provocaba a sus múltiples enemigos, dentro y fuera del Parlamento. Quisieron removerlo, cuando se excedió en sus poderes constitucionales, con un derramamiento de sangre en Moscú. Yeltsin reforzó sus poderes con una
nueva Constitución, respaldado por un referéndum y unas elecciones
parlamentarias manipuladas.
Durante los
próximos años su popularidad fue menoscabada por el el escándalo de la corrupción y las funestas finanzas
en los primeros años.
Las medidas aplicadas en 1992 a fin de liberar la
economía, sin regular los precios provocó una inflación vertiginosa, que acabó con los ahorros de la mayor parte de los
ciudadanos. Las privatizaciones ese año
se limitaron a colocar enormes activos
del estado, por una parte mínima de su valor real, en manos de los oligarcas super
ricos de las grandes empresas recién formadas. Las bandas criminales emplearon
la extorsión y el chantaje; En pocos años, Rusia se convirtió en una sociedad criminalizada.
Los intentos de Yeltsin para introducir reformas liberales fueron criticados por
convertirse en la destrucción de la economía nacional. A fin de los años ‘90
se registró cierta recuperación, pese a que las condiciones de vida de los
rusos seguía siendo miserables, mientras los descarados abusos de poder eran evidentes.
Muchos volvían la vista al pasado, a las antiguas glorias del país.
Cuando en 1999 Yeltsin anunció de repente su dimisión,
el heredero era Putin, que desde agosto era primer ministro. Yeltsin eligió a Putin porque lo consideraba leal;
pedía garantías para él y su familia de cualquier
acusación de corrupción. Putin cumplió el mismo día que asumió con un decreto.
Quería obtener apoyo para una guerra de represalias en
Chechenia con el fin de aumentar su popularidad: Rusia aceptó ese hombre fuerte en el gobierno.
Europa central y oriental, en su evolución hacia la
democracia liberal, pese a las dificultades de adaptación, no regresó al
régimen unipartidista. En los ‘90 prevalecieron las formas políticas
pluralistas.
A la mayoría les gustaba la libertad de expresión,
vivir sin temor a ser detenidos, practicar su religión, que el comunismo les
había negado. Se recibió muy favorablemente en el mundo el fin de la intrusiva
sociedad de informantes, que facilitaba datos sobre los ciudadanos o los
denunciaba, característica común de los estados comunistas.
Según la opinión en ocho países de Europa central y oriental entre el 93-94, la mayoría de los ciudadanos estaba
a favor -en teoría- de que varios partidos compitieran por el poder. Los porcentajes más reducidos se registraron
en Ucrania, Rusia y en Polonia.
Rumania registró el porcentaje favorable más elevado con un 81%. Quienes se
oponían era una quinta parte, posiblemente
la mayoría eran antiguos y fanáticos comunistas.
Las
primeras medidas adoptadas por el gobierno poscomunista fueron eliminar las
políticas más represivas del régimen. En otros siete países los resultados oscilaron entre el 29% de
Estonia y el 12% de Ucrania. Una tercera parte de los ciudadanos tenía actitudes negativas hacia la democracia. La corrupción fue endémica en
los regímenes comunistas y en el inicio de las nuevas democracias no aportaron
ninguna mejoría; en algunos países, el estado de derecho, base de una verdadera
democracia, apenas funcionaba.
Rumania, Bulgaria y Albania estaban al frente de la corrupción,
por detrás de Rusia y Ucrania, durante
los procesos de privatización. También en Eslovaquia la corrupción estaba radicada,
incluso la República Checa, más avanzada económicamente,
estaba generalizada en el proceso de
privatización y precipitó la caída del gobierno
en 1997.
La nueva política democrática, la continuidad de los regímenes del pasado
también influían; para quienes detestaban
el comunismo, y lo sufrieron, se sentían traicionados al comprobar que
muchos de los trabajaron regresaban a la política y los aceptaban.
En Alemania, los ex funcionarios marxistas más los miembros de los servicios secretos fueron
evaluados. La ex Alemania Oriental
se incorporó a una democracia
liberal bien fortalecida.
En otros países el panorama era menos alentador; en Hungría y Checoslovaquia se limitaron
a responsabilizar las invasiones soviéticas; en Polonia se impuso la ley marcial; en
Checoslovaquia, el recuerdo del ‘68 y
sus secuelas estaban a flor de piel; se
aplicó una «limpieza» para excluir a todos los ex funcionarios de los altos cargos públicos.
Polonia no aprobó su ley de depuración hasta seis años más tarde. La
desilusión política y las penurias económicas llevaron a inclinarse hacia las políticas anteriores, se anotaron a los partidos
poscomunistas.
Como miembros de los nuevos partidos socialdemócratas,
que actuaban dentro del marco del pluralismo democrático, en 1993 regresaron al
gobierno en Polonia, Hungría, Lituania y Bulgaria. En Polonia se llamó al proceso e «la restauración
de terciopelo». En Rumania, la figura dominante, un destacado comunista,
se distanció de las atrocidades del régimen anterior. Muchos ex comunistas hallaron un hogar político en el
Partido Socialdemócrata de Rumania, así como en el Partido Socialista del
Trabajo.
En Polonia, el gran héroe de la oposición, Lech Wałęsa,
una figura autoritaria con tendencias
nacionalistas, fue derrotado con sorpresa
en las elecciones de 1995. Los sistemas de gobierno pluralistas eran estables, pero no los gobiernos. Los malos niveles de vida
en Europa central y oriental durante los
‘90 generó volatilidad.
Las tensiones sociales aumentan, cuando millones de
personas perdieron sus empleos y la alta inflación más las devaluaciones destruyeron sus ahorros. Los gobiernos que intentaron combatir estos problemas
económicos y sociales provocaron más decepción con sus políticas. Tras exigir unas elecciones pluralistas, muchos pensaron que era inútil votar. Era parte del legado de la época anterior, donde las elecciones
reflejaba la desilusión con la cual se reemplazó al comunismo. Las elecciones responsabilizaba las
políticas impopulares de no ser capaces de introducir mejoras; se enfrentaron a la ira del electorado y
fueron derrotados.
A menudo los dirigentes políticos recurrían al nacionalismo para mejorar su
frágil popularidad. En medio de las dificultades sociales encontraban chivos expiatorios
entre los extranjeros o en las minorías
étnicas.
El primer ministro de Eslovaquia dirigía un régimen semi
autoritario, ejerciendo un rígido
control en la comunicación e intimidando a la oposición. Fomentaba los sentimientos contra los húngaros -una décima parte de la población lo era-
convirtiéndola en una herramienta política.
En Hungría en
los ‘90 aumentó el nacionalismo y la agresión hacia las minorías étnicas. Los sinti y los romaníes se convirtieron en
chivos expiatorios, mientras se
aprovechaban de la discriminación contra los húngaros en Eslovaquia y Rumania
para reforzar los sentimientos nacionalistas. El movimiento progresista se
convirtió en un partido nacional-conservador cada vez más autoritario.
En
Bulgaria, las minorías turca y romaníes eran señaladas; en Letonia y
Estonia discriminaron contra las minorías rusas, pero menos que en Lituania,
donde los rusos apenas formaban un porcentaje de la población.
Más allá de sus numerosas y graves deficiencias, las nuevas democracias de
Europa central, a diferencia de la fragilidad de entreguerras, empujaron a
todas hacia el autoritarismo. A fin de
los 90 estaban bien consolidadas, gracias
al crecimiento económico, tras los años
del calamitoso declive.
Había otro factor importante: asegurar el progreso hacia la estabilidad democrática
y el bienestar económico. Formar parte de la Unión Europea ofrecía una
esperanza para el futuro. Al final de la década, esa esperanza comenzó a ser una realidad en los países bálticos y centroeuropeos.
Los Balcanes eran extremadamente pobres. El atraso económico,
la corrupción, el escaso estado de derecho y de progreso hacia una
democracia fortalecida no era
suficiente. Rumania y Bulgaria ansiaban
entrar en la Unión Europea.
En 1991, Hungría, Checoslovaquia y Polonia firmaron un acuerdo para ser miembros de la UE.
En 1996, formalizaron sus
solicitudes para formar parte del mercado europeo, lo cual los alentaba a tomar difíciles medidas de
austeridad.
Los países de Europa central y oriental soportaron una década en pésimas condiciones. La calidad de vida, basada en la democracia liberal occidental, se evaporó pese a tener su esperanza depositada en los beneficios de poder ser algún día miembros de la Unión Europea.
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