LA ALTA EDAD MEDIA. S XI, XII, XIII
Las tres primeras cruzadas
Pedro el Ermitaño fue un exaltado de las masas oprimidas, de siervos extenuados, de vasallos en pésimas condiciones por los eternos conflictos entre los nobles y las guerras que destruía sus magros cultivos: los lideraba el espíritu de aventura evangélico.
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Cosechas pésimas, hambruna y peste en diferentes lugares. Las cruzadas fue un elevar la mirada de la tierra hacia el lejano Oriente, por donde despierta el sol. Conocer el Santo Sepulcro era una meta en la vida y al coser la cruz roja en la túnica pasaban a ser iniciados de una nueva vida llena de aventuras.
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Pedro el Ermitaño reunió casi diez mil cruzados entre hombres, mujeres y niños. Todos deseaban liberar Jerusalén. Por la ruta vivieron de la caridad pública y muchos murieron por el camino. Quienes llegaron a Constantinopla fueron llevados por barcos bizantinos a Asia menor y fueron aniquilados por los turcos. La nobleza también reclutaba ejércitos de cruzados, pero de 60.000 sólo 10.000 normandos poseían armas; estaban ávidos de peleas y del deseo de encontrarse con los bizantinos para crear un nuevo reino en Oriente.
Entre los caballeros franceses, Godofredo, duque de La Baja Lorena, encabezaba un ejército. Raimundo, ese mismo año, inauguró la ruta por Asia hasta alcanzar Siria. Una cruzada arrolló el poder de los turcos y restableció la autoridad del emperador romano de Oriente; en otoño cruzó y sitió Antioquia, al norte de Siria, cercada por el sultán, aunque lo vencieron y se hicieron con un enorme botín de guerra. Ésta fue la más brillante acción de los cruzados.
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Llegaron a Jerusalén, asediaron la ciudad, construyeron torres móviles y máquinas especiales para hacer boquetes en el extremo de la muralla, mientras Raimundo forzaba la puerta de Sion: faltaba la torre de David. Los cruzados finalmente vencieron y se llevaron el oro, la plata, los caballos, las mulas y saquearon las casas. Después fueron a llorar de felicidad frente al sepulcro de Jesús.
Al octavo día deliberaron el modo de gobernarla. Ofrecieron a Godofredo el trono, pero el duque se negó a llevar la corona, donde Cristo se ciñó la de espinas. Fue nombrado gobernador y defensor del Santo Sepulcro.
Segunda Cruzada
En los combates pelearon con coraje para terminar siendo señores en Tierra Santa; en la guerra eran violentos y tolerantes, en la paz. En la Edad Media los racistas no existían. Peleaban contra el musulmán pero lo consideraban un igual. Tenían mujeres sirias, armenias o sarracenas bautizadas. Lo mismo sucedía en los tres siglos de lucha y convivencia hispana-musulmana, en la Península Ibérica. El reino de Jerusalén, por la división en Islam, necesitaba defensores nuevos.
Veinte años más tarde de su liberación, algunos caballeros franceses hicieron votos de pobreza, castidad y obediencia, jurando defender la Ciudad Santa. Se llamó la Orden de los Templarios y su divisa fue: “a vuestro nombre sea concedida la gloria”. Se expandieron velozmente, gracias a las donaciones de la nobleza hasta alcanzar veinte mil caballeros valientes, llenos de amor al prójimo. Adquirieron bienes en Occidente y Palestina y sus rentas entraban por millones. Con el tiempo fueron los banqueros más importantes de su época.
Bernardo de Claraval
Medio siglo después de la primera cruzada, tuvieron problemas los cristianos en Siria, que se apoderaron de las tierras. En Francia reinaba Luis VII, dinastía de los Capetos, sucesores de los Carolingios, quien hizo voto de ir a Jerusalén; era muy piadoso y se alistaron -gracias a sus palabras y entusiasmo- nuevos ejércitos dispuestos a partir. En Alemania convenció a los nobles de la Casa de Hohenstaufen a partir con él. Conrado fue en la segunda cruzada lo que Pedro, en la primera.
Llegaron a Constantinopla. El emperador de Bizancio los empujó a Asia Central a un encuentro con los turcos; los alemanes fueron derrotados y los turcos los persiguieron. Se salvó Conrado y un pequeño grupo de cien hombres, al Sur de Constantinopla; llegaron agotados a Jerusalén. Fracasando en el intento de apoderarse de Damasco, regresaron ambos a sus países. Bernardo, luego santificado, fue culpado y ultrajado. Se defendió aludiendo que la causa fue la poca fe de los peregrinos. Hasta su muerte -en 1153- predicó el triunfo de la cruz sobre la media luna turca. Una generación pasaría antes de organizar la tercera.
El Sacro Imperio Germano y el Pontífice: S XII
En 1125 finaliza la dinastía de los francos. Conrado III tiene doce años y es coronado rey de Germania. Con él ocupó el trono los Staufen, tercera dinastía imperial desde Carlomagno. El emperador Enrique IV le cedió a su hija el ducado de Franconia. Tuvo que luchar contra el poder de los nobles. El fracaso de la segunda cruzada lo dejó quebrantado y tres años más tarde murió.
Dejó a su sobrino Federico -hijo de su hermano, Federico Barbarroja- como sucesor; fue rey a los treinta años; hombre sano, fuerte, equilibrado, con talento y energía, capaz de poner fin a las guerras civiles entre los vasallos, ávidos de poder. Fue el ideal caballeresco de su tiempo; hasta los sesenta años participó de torneos. Se rodeó de personas capaces y el clero le fue fiel. Siguió el ejemplo de Carlomagno con su política extranjera, con gran interés por los problemas de Italia. Deseaba convertir la Lombardía en una ciudad pródiga y restablecer su autoridad. Al igual que en la época Carolingia, al Santo padre lo amenazaban los enemigos en su propia ciudad.
La Marcha sobre Roma
Al mando del ejército de caballeros, elegidos en Alemania y Borgoña, país de su mujer, Federico fue a Roma para defender al Pontífice. Al pasar por la región de Lombardía y Milán, inspiró temor en las ciudades con sus ejércitos. En ese viaje elaboró el célebre código de disciplina militar.
En Roma subió Adriano IV- único papa inglés- y a Federico no le gustó la elección. El partido republicano intentó tener como aliado al emperador. Para ellos, el rey de Alemania sostenía una misión noble; era sacudir el yugo pontifical y resucitar el glorioso pasado de Roma, con el fin de poder dominar al mundo. Si el emperador lo lograba, lo proclamarían Augusto y además le otorgarían una suma importante de dinero, si juraba respetar su libertad y privilegios. El rey no estaba protegiendo con su espada a los romanos sino el orden y la ley de la ciudad, que pertenecía a Alemania, no gracias al Senado sino por derecho por las hazañas de Carlomagno y Otón el grande.
Federico no quería comprar la corona imperial ni comprometerse con Roma. Se mostró aliado del Pontífice, digno de socorrerlo y defender la iglesia romana. Fue coronado en la Basílica de San Pedro -en 1155- y regresó a su país.
Las ciudades del Norte estaban en conflictos con Milán, mientras las más septentrionales se mostraron fieles como Pavia, Cremona, Lombardía . Cuando Milán amenazó someter esa región, el emperador realizó una expedición a Italia; pasó los Alpes con su ejército poderoso. Quería dominar el orgullo de los milaneses, y poner fin a las guerras civiles; convocó a una dieta; proclamó un edicto de paz obligatorio en las tierras lombardas: la milicia debía jurar respetarlo; si no lo hiciera, se los castigaría con multas y la confinación de sus bienes.
Los derechos de aduana y los derechos reales de las ciudades pertenecían al emperador. Pero no fue fácil ejecutar las órdenes en un país de exaltado. Hubo descontento y resistencia cerca de Cremona, que tuvo en vilo al ejército imperial. Federico mandó arrasar la ciudad y luego tornó su mirada hacia Milán. Intentó vencerla por el hambre: los antiguos aliados de Milán se rebelaron contra la autoridad imperial. El pontífice Adriano IV se enemistó con el emperador. Federico se hizo de enemigos y ni el Papa ni el emperador se necesitaban. Adriano IV intentó romper las relaciones con él y lo contrariaba ex profeso, pero murió de repente. La Santa Sede siguió enemistado con él y el nuevo pontífice, Alejandro IV, lo excomulgó; era un estigma, aunque el emperador no era religioso. Dolido, dio orden de saquear la ciudad y la gente tuvo que abandonar sus hogares. La ciudad quedó devastada, salvo los templos y parte de la muralla. La región Lombarda se sometió a Alemania
Federico II, emperador de Alemania y de Sicilia, una de los tres grandes emperadores germanos que vino cuatro siglos después de Carlomagno y tres siglos antes que Carlos V. Ni Carlomagno era totalmente franco mientras Federico II era semi- normando y Carlos V un semi- español. Nació en el Mediterráneo y sus abuelos fueron el germano Barbarroja y el normando Roger II. Su padre que pertenecía a la dinastía de Hohenstaufen se casó con la hija de Roger y unieron de ese modo la herencia de Italia del Sur hasta Sicilia con la de su padre que abarcaba desde Dinamarca hasta los reinos del Norte de Alemania; su padre tenía grandes proyectos que una muerte prematura truncó. La madre regresó a Sicilia con el heredero pero, a dos años después, Federico, de cuatro años, quedó huérfano y su educación estuvo sorpresivamente en manos del Papa Inocencio, quien deseaba restringir el poder de su pupilo solamente a la herencia de Sicilia e instalar otro soberano en los Estados alemanes pues Roma, se sentía cercada por el norte y por el Sur.
Federico fue admirado de niño por sus dotes, no olvidando el recuerdo de la revuelta de Sicilia, siendo a su vez víctima de los normandos o de los alemanes, cualquiera fuese el partido que estuviera en el poder. Los germanos deseaban enriquecerse en el Sur italiano y para ello necesitaban del heredero. Los sicilianos aborrecían a los alemanes, aunque ellos mismo eran también mezcla de normandos y sarracenos.
En alguna moneda antigua vemos representada su imagen de rasgos enérgicos, meridionales, con una cabellera rubia rojiza y mirada de miope. Casado con una princesa de Aragón a los quince años, fue padres a los diez y seis y a los diez y ocho partió disfrazado con el fin de conquistar Alemania en poder de un rival del Norte. Pasó a ser el Señor de toda Alemania a los veintiséis años; sin ejército y sin ayuda del Pontífice fue Emperador romano y su hijo, menor de edad fue proclamado Rey de Alemania.
Muere Inocencio, lo cual favorece su posición. Federico prometió una cruzada al nuevo Papa, antes de su coronación, si le cedía el reino de Jerusalén. Como no cumplió su promesa en el tiempo indicado, fue excomulgado.
Federico era culto, hablaba siete idiomas entre ellos el árabe; tenía una fuerte voluntad junto a la fatalidad islámica, pueblo al cual admiraba. Tenía gran pasión por la caza con halcones –escribió incluso un libro sobre el tema con detalles casi aristotélicos e incluso un capítulo de cómo dormían esas aves; meditaba cada acción y su gran sentido del humor era valorado. Maestro en el arte de vivir, se anticipó dos siglos al Renacimiento. Era tolerante; implantó varias leyes que defendían a la mujer y a los niños. El marido no podía asesinar a su mujer por causa de infidelidad y protegía a su vez a las mujeres de la calle.
Con un pequeño ejército fue a Jerusalén y en una hora llegó a un acuerdo con el sultán de tolerancia entre ambas religiones. Se hizo hacer una corona y se coronó él mismo frente a los pacíficos musulmanes; miles de hombres lo aplaudieron, mientras el Papa perdía partidarios. Regresó y desembarcó en Brindis; el Papa se apresuró a devolverle en el acto tierras que le había usurpado en su ausencia y anuló la excomunión. Federico II lo recibió con una gran fiesta.
No querido como extranjero normando, mientras en Italia se rebelaba por su descendencia de los Hohenstaufen, luchó hasta el momento de su muerte. Fue fundando el primer Estado moderno. Tenía dos consejeros totalmente opuestos durante años; uno era flexible, el otro no. Se ocupó de alojar a los estudiantes en las Universidades, que se enseñara en las Matemática y Ciencias naturales, ambas de origen árabe. Medicina se estudiaba en cinco años y luego se la debía ejercer, siendo ayudante de un médico capacitado. Debían atender a los pobres de forma gratis y visitar a los enfermos graves dos veces por día. Se podía disecar cadáveres cada cinco años (hasta el momento prohibido por la iglesia). Les cedió a los científicos un barco propio. Arrojó un vaso de oro al fondo del océano para que un buzo dijera lo que veía en el fondo. El sultán de Damasco le envió un sistema planetario en oro y afirmó que nada –salvo su hijo- le había dado más placer. Se mantenía en contacto con un judío sabio de Toledo, a quien lo alentó para crear una enciclopedia árabe. Hizo traducir un libro al latín y otro, al hebreo. Fundó una escuela de poetas que escribían en italiano, Le gustaba experimentar. Invitó a cenar opíparamente a dos hombres y a uno lo envió a cazar y al otro a dormir para llegar a la conclusión que el reposo era mejor para la digestión. Le encantaban los animales, en especial las aves. Además de la cetrería, construyó castillos. Cerca de Lucerna creó una colonia y una mezquita para 40.000 sarracenos. Le gustaba vivir en el castillo de Apulia. No fue a Oriente para quitarles sus riquezas sino trajo astrólogos y alquimistas, poetas y trovadores de Arabia. Sin embargo creía en la inmortalidad. Lo excomulgó más por un problema político que religioso. El Papa apoyaba un rival en Alemania pues temía tanto poder junto a quien consideraba el anticristo. Federico lo supo en un viaje por Italia y por primera vez perdió la calma. Propuso entonces a los príncipes confiscar las propiedades eclesiásticas, lo cual fue muy bien aceptado pero no pudo llevarse a cabo porque no vivió lo suficiente. Fue la peor crisis de su vida.
En su diario se encontraron decretos contra la destrucción de los bosques, la vestimenta y el salario para el halconero o los domadores de leopardos, el modo de adiestrar a los esclavos negros para hacer música, una plantación de dátiles para los judíos que vivían en Palermo, un palomar para su palacio en esa ciudad y hasta los condimentos que se usaban en sus platos favoritos. Similar a Da Vinci dejó varias obras sin terminar. Su época no estaba preparada. Reinó durante cuarenta años, aunque su imperio no quedó asegurado. Sus hijos legítimos y naturales murieron poco a poco y las batallas pusieron fin a la dinastía de los Hohenstaufen; su último hijo legítimo terminó asesinado en Nápoles.
El Papa se oponía a la unión de Alemania y Sicilia. Enrique VI se casó con Constanza, que heredó Sicilia, pero a los pocos años su mujer se fue a vivir a la isla con su hijo.
Otón, que le había usurpado Germania, abdicó a favor de Federico II. Pero en pocas semanas se adueñó de nuevo de Alemania con la ayuda pontificia y de Felipe Augusto, rey de Francia. Otón, hijo de una hermana de Juan sin Tierra, contaba con el socorro de Inglaterra. Pero Otón murió. Durante varios años Federico se ocupó de Alemania; fiel a Carlomagno, cumplió con su deber; luego se despidió de los germanos y regresó a Sicilia para ser coronado emperador.
Ordenó económicamente su reino, deseando un Estado poderoso. Les proporcionó fuentes de recursos directos e indirectos, mediante monopolios y concesiones. Se rodeó de sabios y poetas. La corte se convirtió en una especie de Academia. Su pasión por la cetrería lo llevó al estudio de la zoología, con observaciones sobre el arte de la caza, con ayuda de las aves. Tenía un zoológico privado con animales exóticos que traía de sus viajes; hizo florecer la escuela de medicina de Salerno, influida por la ciencia griega y árabe.
Federico formó parte de la Sexta cruzada; Inocencio III deseaba un resultado mejor que en la Cuarta, pero el emperador aplazaba la ida, año tras año. Finalmente partió. Se casó con la hija del rey de Jerusalén, que le aportó la corona real de Tierra Santa aunque fueron diezmados por la peste. El emperador se enfermó y debieron detenerse. Impaciente, el nuevo Papa Gregorio IX lo excomulgó. Estando Federico en Siria, el Papa promovió además disturbios en Alemania e Italia contra Federico. La liga Lombarda desde Milán tuvo como aliada al Pontífice: Cremona era aliada del emperador.
Desde Siria llegaron las noticias de las victorias imperiales. El Papa invadió Sicilia y socorrió a los lombardos, anunciando que el emperador había muerto.
El sultán egipcio, hijo de Saladino, le cedió a Federico Jerusalén, excepto dos mezquitas. Pudo liberarlas y triunfo por mérito propio. Llegó a Italia y, con su habitual diplomacia, abrió el camino de las negociaciones para que le levantara la excomunión. Gregorio IX debió aceptar: firmaron la paz.
El emperador recopiló las leyes de Sicilia en una Constitución. Transformó los estados feudales en una organización política estatal, que tuvo un profundo influjo sobre otros países de Europa. Estas leyes reconocían los derechos de los pobres y menesterosos antes la sociedad y los derechos del Estado hacia ellos; protegía a las viudas y huérfanos; prohibía el rigor de los ricos sobre los siervos, que ahora tenían derecho de defenderse ante un tribunal; puso fin a los caprichos de los feudos, aboliendo la servidumbre en sus tierras y, quienes lo deseaban, podían instruirse. Actúo sin piedad con las personas que engañaban al prójimo.
Luego partió a Alemania. Enrique, de veinte años, se postró ante su padre. No se veían desde que Federico dejó Alemania para ser coronado emperador. Tenía diez y seis años de diferencia con su padre. La paz con Alemania fue fácil, no así en el norte de Italia, donde las ligas lombardas de nuevo se rebelaron, aunque Federico obtuvo una aplastante victoria. Antes de levantarle la excomunión, el Pontífice exigió que evacuara los Estados pontificios. El emperador no aceptó y el papa Inocencio III, huyó a Lyon. Proclamó que el emperador había intentado asesinarlo y la excomunión pasó a su descendencia también. Federico sufrió la calumnia. Hubo un intento de matarlo junto a su hijo preferido, Enzo, su mayor apoyo en los combates. El veneno fue dado por el médico, pero Federico fue advertido a tiempo.
Enzo en cambio fue hecho prisionero en Bolonia con gran parte de su ejército. Estuvo veintitrés años tras las rejas hasta su muerte. Alemania estuvo gobernada por Conrado, hijo de Federico con Isabel, -hija del rey de Jerusalén-. Alemania terminó con su poder germánico, pues el Papa fue el vencedor. Sus tres mujeres murieron jóvenes. Ideó una nueva campaña a Lombardía -a mitad de ese siglo- donde varias ciudades se sentían aliadas al emperador. Sin embargo, una enfermedad terminó con su vida, a los cincuenta y dos años.
Conrado IV y el problema de Sicilia
Inocencio IV, feliz con la muerte de Federico II, regresó a Italia. Conrado IV era el hijo mayor de Federico y vivió siempre en Alemania. Su medio hermano debía defender el reino de Nápoles y Sicilia; Manfredo tenía diez y ocho años y los defendió con energía.
Conrado IV llegó a Sicilia para tomar el gobierno. Inocencio IV se apuró a levantar las ciudades lombardas en su contra e incluso les prometió tropas. En Sicilia encontró un rival enemigo en el rey de Inglaterra, Ricardo Corazón de León.
Muere Conrado IV a los veintiséis años. Su hijo tenía dos años. Manfredo, hermano de Conrado IV, se proclamó rey de Nápoles y Sicilia. No quería depender de su sobrino.
Urbano IV fue nombrado Pontífice, siendo un enemigo de los Hohenstaufen. Encontró un rival en Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia y fue coronado en la Basílica de San Pedro. Muere Manfredo en la batalla de Benevento, traicionado por sus vasallos. La reina muere prisionera y sus tres hijos fueron encadenados. A los treinta años les quitaron las cadenas pero siguieron prisioneros; diez años más tarde murieron.
Conrado y Carlos d'Anjou
Muerto Manfredo, nadie pudo enfrentarse con el invasor y Carlos entró victorioso a Sicilia, que se doblegó sin resistir. Fue gobernada por un grupo que sólo deseaba sacar provecho y riqueza de esa isla. Carlos tenía la esperanza de apoderarse de toda Italia. El Papa estaba en desacuerdo con la crueldad contra los sicilianos y los napolitanos; a Carlos sólo le interesaba Italia, como base de sus futuras conquista; su sueño demencial era apoderarse también de Constantinopla para lograr la corona imperial de Oriente.
Sicilia y Nápoles contra los germanos. Francia contra Aragón
Conradino, francés de diez y ocho años, se puso al frente para destronar al usurpador. La mayoría lo aceptaba, pero en Nápoles fue derrotado. Huyó, fue perseguido y decapitado. Inspiró a varios poetas y fue tema de varias tragedias. Su muerte puso fin a los Hohenstaufen y también al imperio romano en Oriente. El castigo por la muerte de Constantino no se hizo esperar. La ira colmó el odio contra los franceses, que finalmente estallaron y se levantaron.
Carlos d' Anjou se enteró, pero Sicilia pidió ayuda a Pedro III de Aragón, en España, que planeaba ir a Sicilia para recibir la corona ofrecida, donde fue aclamado con alegría. El pueblo se sublevó contra Carlos, dando muerte a los franceses. Lo mismo sucedió en Nápoles. Carlos VII murió a los sesenta y cinco años.
Pedro de Aragón enfrentó una invasión francesa donde salió vencedor. El rey francés murió cuando regresaba a su país. Pedro de Aragón murió al año siguiente. Su hijo Alfonso III quería abandonar Sicilia. Su hermano y sucesor quería conservarla y luchó contra el hijo de Carlos d'Anjou. Tuvo que cederla. La Santa Sede se reconcilia, cediendo también Cerdeña. La casa d'Anjou se quedó con Nápoles. Subió Federico III en Sicilia; su hermano le hizo la guerra.
Luis IX, el santo. S XIII
En Francia, Felipe Augusto tiene un hijo de su primer matrimonio con Isabel de Hainaut, Ese hijo, Luis VII, se casó con Blanca de Castilla a los trece años, sobrina de Ricardo Corazón de León. Se conocían de niños. A los treinta y seis subió al trono pero tres años más tarde murió. Tuvo con Blanca nueve hijos, de los cuales cuatro murieron.
El futuro heredero, Luis IX, tenía doce años. Blanca fue la regente. El delfín y futuro Rey era muy religioso y sólo deseaba honrar a Dios; hizo construir hospitales y hacía obras de caridad. Cuidaba él mismo a los enfermos, aún si eran leprosos.
Para devolver Jerusalén a los cristianos, ideó una cruzada sin éxito. El ejército fue diezmado por el hambre y el escorbuto. Su enemigo venció. Luis IX fue cuidado por el médico del sultán y se sanó. No fue un gran militar ni le interesaba serlo. El sultán pidió un alto rescate por el soberano francés y los soldados. Francia ya lo honraba como un santo.
Veinte años más tarde ideó otra cruzada con ayuda de Túnez (antigua Cartago), donde el cristianismo tenían adeptos, gracias al influjo de San Agustín. Luis IX tenía también un interés económico. En esa Cruzada Luis IX murió, a causa de una epidemia por el agua contaminada y por el calor sofocante.
Subió Carlos d' Anjou, que pactó con el sultán y las tropas regresaron a su patria a las órdenes de Felipe III, hijo y sucesor del rey, que traía en el cortejo fúnebre a su padre, su mujer, un hermano, una hermana y un cuñado. Con San Luis desapareció el último gran cruzado. Los cristianos en Tierra Santa regresaron. Dos siglos después, el ideal que sostenían perdió todo interés. Las cruzadas fueron tragedias. El largo viaje, el calor agobiante, la peste, las epidemias, el difícil regreso, el hambre y la falta de comunicación más la ambición y la falta de moral hicieron imposible defender la cristiandad. Hubo algunos logros; como frenar el avance musulmán; el asalto de los turcos en Europa se atrasó doscientos años.
Lo que fue Alejandro Magno para Asia, lo fueron las cruzadas para la Edad Media, en Occidente: guerras de liberación. Alejandro quiso liberar a los jonios del yugo persa. Los cristianos trataron de liberar Jerusalén de lo infieles.
Descubrieron en el S XII, en la época de Saladino, que los sarracenos podían ser civilizados y humanos con los enemigos.
La civilización árabe ayudó a Occidente medieval, logrando adquirir una personalidad diferente. El esplendor helénico regresó a Occidente; los cruzados reactivaron el comercio, que existía en el Mediterráneo: sólo Venecia quedó inmune; sus hábitos mercaderes lograron conservar amigos entre los pueblos y religiones diversas. (Hasta 1918 quedó la ciudad santa en manos del Islam).
Economía y cultura
Las cruzadas dieron vida al Mediterráneo. Millares de soldados partían hacia Asia y África. Los italianos trajeron las especies, frutos tropicales, azúcar, seda, algodón y piedras preciosas. A fin de la Edad Media el comercio tuvo un gran esplendor con un tráfico intenso entre China y el Mar Negro.
Desde el S XIII circularon monedas de oro, florines en Florencia, ducados en Venecia y Génova; en los siglos anteriores predominaban las monedas de plata.
En Francia, Marsella se estancó. La depresión económica obligó a Carlomagno a interrumpir la acumulación en monedas de oro y se volvió al trueque. El oro se guardó para pagar artículos de lujo. Sólo entraba lentamente por África y el Norte y España a través del comercio esclavo.
Esta vitalidad, traída del tiempo de los cruzados, trajo un bienestar material, cultural e intelectual, estimulando las ciencias y las letras. Francia emuló a Sicilia entre el S.XII y XIII y se sintieron los herederos de la civilización de la Roma antigua.
Las universidades francesas formaron sus principales maestros y París fue la capital intelectual. En el S XIII fue considerada la “morada de las Musas”.
La antigua civilización romana -junto al aporte fecundo de la civilización árabe en letras y ciencias- encontró en Francia su lugar. Debe tenerse en cuenta la elevada cultura islámica en España, en el S XIII.
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