Siempre arrojamos por la borda una relación, cuando no aprendemos de sus ciclos transformativos, de su morir y renacer a otra situación. Si ambos son incapaces de soportar estos procesos, tampoco se pueden amar más allá de las simples aspiraciones hormonales.
Los amantes que se empeñan en conservar el máximo nivel de su esplendor psíquico vivirán una relación osificada. El deseo de vivir sólo en su forma positiva es la causa de la muerte definitiva. A menudo se reduce el placer de la excitación sexual y uno de los dos alcanza a ver en el otro su frágil herida oculta, no precisamente un trofeo.Es el momento privilegiado y una auténtica oportunidad de mostrar la valentía a fin de llegarse a conocer. Amar significa permanecer, salirse de un mundo de fantasía y entrar en el universo donde es posible el amor verdadero:
Amar significa quedarse. Es un llamado a vivir una relación más profunda, un fortalecerse juntos.
Amar el placer exige poco esfuerzo. Amar de verdad necesita a un héroe capaz de superar las divergencias, comprender sus propias verrugas psicológicas, malentendidos o fantasías infantiles para entrar de lleno en el mundo verdadero de los adultos.
El temor no es un pretexto válido para no llevar a cabo la tarea. Todos sentimos miedo. Es necesario un corazón dispuesto a luchar contra ese miedo. Muchas veces la pareja no logra soltarse para saber qué siente en realidad por temor a lastimaduras anteriores. Para que prospere el amor se debe confiar en esos ciclos transformativos, en la muerte y el renacer de lo que crea y recrea. Cuando uno alcanzó este extremo en su relación, la lágrima que se derrame es la de la compasión del uno por el otro. Es la lágrima que más cuesta derramar en los individuos endurecidos y es la causante del agotamiento, desmontaje de las defensas, del enfrentamiento consigo mismo. Es la lágrima que se interpreta como una invitación a aproximarse con el fin de despertar al verdadero amor. Nace de una profunda añoranza de un lugar psíquico, intuitivo; es la confesión de sentirse verdaderamente vulnerable, pero la llaga se debe proyectar hacia fuera y de este modo poder curarla.
Lo que más ansía y teme el ser humano es enfrentarse con su propia herida. Ningún amor puede sanar semejante desgarro, sólo uno mismo, con el cuidado que le prodigue. La dureza cordial impide muchas veces mostrarla y por consiguiente la unión. El corazón, entonces, nos impide amar plenamente y sin reservas, sin el menor vestigio de autoridad o menosprecio.
Prestemos atención al ser interior y dejemos que nos hable la voz mitológica a fin de poder escucharla.
biografía: Mujeres que corren con los lobos de Pinkola.
Bibliografía
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