domingo, 12 de febrero de 2017

GUERRA DEL GOLFO


Persianas especiales en las ventanas. En Teherán envejecían las alfombras, pisándolas los camellos, los burros y las ovejas y las ensuciaban  para venderlas mas cara. El regateo duraba  tres horas. Mi padre era en Teherán general de brigada; se visitaba con el Sha. EE UU estaba aliado contra los nazis en Europa; en Irán la misión de mi padre era alejar el comunismo del país. El Sha tenía 37 años. El lujo era increíble; pisos e mármol, jardines, puertas de cristal, enormes ambientes, sirvientes, espadas de oro incrustadas con piedras preciosas, perlas como un puño. Oro en forma de ladrillos. La familia se reunió; mi madre era ebria, mis hermanas Ruth Ann tenía un novio comunista y Sally le gustaba la poesía y el arte.
Salíamos de caza de asnos salvajes en medio del desierto.
DE Irán pasé a Suiza a internado; bosques, lagos azules en oposición a las rocas y la arena del Irán. Las fondues, el vino, la cerveza. Escuela para los hijos e delegados, Yo tenía quince  años. Era trilingüe: hablaba inglés, francés, alemán y jugaba al Foot-ball; en 1948, en Francfort, la comida era escasa, colas para comprar verduras, patatas, huevos, leche en polvo.
Mi padre era capitán de las Fuerzas americanas bajo ocupación. El número dos de la policía de la zona; sobre el modelo de la policía e New Jersey.
Yo estaba en plena rebeldía de adolescente con mi padre. Eran más estrictos que otro padre que los dejaban salir hasta una cierta hora; miles de soldados americanos chocaban con sus padres, más serio que los otros. Si obtenía una mala nota era encerrado sin salir.  (Mis hermanas estaban becadas en EE UU). Jugábamos partidos de rugby, había bailes de disfraces, tomábamos bebidas en el bar, había bailes, chicas. Fui un joven europeo en Suiza y un hijo de militar en Alemania: íbamos a la ópera a escuchar Carmen y Aída.
En Agosto estaba en West Point. Me gustaba la vida militar, la autodisciplina; a veces la exigencia lindaba con la crueldad. Fiestas en la casa de una abuela.
En West Point me formé; también Einsehower, Mc Arthur, Patton y otros salieron de allí con prestigio muy codiciado. Era gratis pero daba prestigio; cubría ochenta y seis plazas por año; tuve  brillantes calificaciones, las más altas en estudios, en rugby,  otros deportes y en prueba de acción múltiple. El entrenamiento era duro; sentíamos tensión física y psíquica.  Hicimos el juramento de código de honor, de fidelidad, defender la constitución; fue difícil sobrevivir el primer mes. Gimnasia, marchas, natación, cada vez más duros en las próximas ocho semanas. Nos enseñaban que los cadetes nunca mienten, no engañan, no roban ni permiten que otros lo hagan. Normas de veracidad para toda la vida. Buena escuela de ingeniería, matemática, historia, ciencias sociales, tácticas militares como Alejandro Magno y otros hasta el fin de la II Guerra Mundial,  la bomba hidrogena, el fin de la guerra de Corea, ética y derrota.
Los franceses estaban en Indonesia, (actual Vietnam); disputas en el congreso entre Mc Carthy y el ejército; decían que el senador era del Ku Klux Klan con métodos odiosos, que los comunistas tenían células en todas partes, que habían robado secretos de los EE UU y de La URSS y tecnología nuclear, para apoderarse del mundo. Yo era anticomunista y quería defender a mi patria.
 Había profesores que eran héroes de la Guerra de Corea. ¿Era  duro  resistir? ¿Y a la tortura? Todos deseábamos ser valientes militares. Éramos de los mejores alumnos; queríamos ser buenos estudiantes buenas personas y buenos atletas y buenos militares pero sin exagerar. También ser divertido, buen compañero, no tomar la vida demasiado en serio. Los cabos cadetes no podían casarse.
Cuando bajaba la moral de la Compañía hasta formar grupos hostiles, debíamos disolverlos para ser un jefe eficaz, comprenderlos, según su temperamento, artístico incluso. Le pedí a un joven con dotes especiales que diseñara un tazón y luego que lo fabricara; los altaneros hostigaban a los plebeyos pero hasta cierto punto.
Teníamos obligación de pertenecer en el ejército tres años, salvo excepciones o pertenecer allí hasta la jubilación, como militares.
La infantería era la más dura. Los cadetes la evitaban (ataques con bayonetas. El Congreso reducía gastos del ejército y daba dólares a las Fuerzas Armadas. La  URSS tenía la bomba hidrógeno. Las Fuerzas Aéreas crecían mucho. Uno llegaba fácilmente a coronel o general. Las bases eran modernas, nuevas, confortables. Pero yo quería estar a la cabeza de mis hombres en la batalla, no servir en una base de artillería. Era una gran responsabilidad pues  los errores de los oficiales se pagan con vidas humanas.
Me gradué en 1956, como cadete, luego subteniente del ejército de EE UU. Papá estaba feliz: me sentí buen hijo. Medía 1,89 y pesaba 90 kilos. En ese mundo idealizado,  nació mi nuevo sistema de escala de valores. Amaba mi patria y comprendí la diferencia entre el bien y el mal. “Deber, honor, patria”. Conciencia formal, ideal y servir a la patria por encima de uno mismo; cumplir mi deber sin estar pendiente de mis ventajas personales. Treinta  años más tarde nos quejábamos yo y dos amigos, los tres generales con tres estrellas  del Pentágono y del Capitolio; teníamos otro ideal diferente para ascender.
Ejército en Corea: 1957
Sufría las consecuencias de la guerra. La URSS tenía el spútnik y armas sofisticadas en la frontera de la OTAN, más helicópteros y paracaidistas: preparaban un perímetro de defensa.
1959: Orden de ir a Berlín en dos años.  Feliz de regresar a Alemania. Temía que en los EE UU  estallara la guerra entre mi país y La URSS. Berlín este seguía siendo un polvorín, un país totalitario. Tiendas vacías, ropa gris; no levantaban la vista al caminar. Dos grandes hileras de fachadas tan kitsch que los mármoles se caían; era una ciudad opresiva.
Berlín Oeste era magnífico; no existía el Muro todavía. Los autos que circulaban eran Mercedes, Volkswagen, Porches; había cafés, restaurantes y confiterías bailables.
El ejército  americano era más profesional Ya entrenaba para el combate; ya estaban las listas para el combate. Fui jefe como teniente de Compañía  de infantería. Seleccionaban meticulosamente a los soldados rasos para enviar a Alemania.
Cada tres meses mandé un pelotón de reconocimiento de combate. Actué con autonomía. Vigilé la actividad del enemigo. Auténticas operaciones de reconocimiento contra las fuerzas  soviéticas de Alemania Oriental.
El 1º de mayo los soviets -en una gran fiesta- exhibieron tanques, artillerías, lanza cohetes, gran material bélico. Pero nuestro orgullo y moral eran altos.  Berlín Occidental nos trataba como héroes. En Navidad, las familias nos invitaban los fines de semana a rondas de cerveza con los soldados o para brindar por EE UU. Nadie odiaba el Puente aéreo de 1949, que salvó a americanos y británicos,  ni olvidaban que –sin los EE UU- Berlín occidental hubiera sido aplastada. Había cuatro mujeres por  hombre. En 1961 fui ascendido a capitán y regresé a Georgia. Carecía de armas (era la Guerra Fría): faltaban cohetes, ojivas nucleares. Di conferencias técnicas, basadas en material no secreto.
Crisis de los misiles en Cuba. 1964. Kennedy al borde de la guerra. Catástrofe inminente.
En West  Point  seguía la rutina académica.
En Vietnam había 20.000 hombres en el Valle del Sur, con misiones con helicópteros y aviones de caza. Se autorizó a Johnson a enviar tropas al combate: nerviosismo entre los  oficiales americanos.  El ejército estaba en su fase de expansión y hacía falta comandantes. Pocos oficiales fueron enviados a Vietnam. West Point me dejó ir con la promesa de volver al cabo de un año, para finalizar mi compromiso como docente.
Pasé mi vida preparándome para ser oficial de infantería y para combatir por la libertad. Quería adquirir experiencia en el combate, no subir ascendiendo. Quería ir a Vietnam sólo por  mis ideales. El lanzador de cohetes intimó al Vietcong. Durante un mes no hubo ataques de cohetes; la matanza de My Lai fue repulsiva.
Para ser buenos, necesitábamos oficiales suficientes y subalternos fogueados. El Vietcong atacaba de noche. Yo dormía ¾ horas. Los Vietcong eran bandidos,   socorridos por  Vietnam del Norte.
Con un batallón de ingenieros, tendimos una carretera hasta el corazón de la península con el fin de hacer accesible a varias aldeas. Logramos construirla, pese a los de Vietcong. Regreso a los EE UU en 1970. La guerra quedaba a 16.000 Km. El Pueblo rechazaba la guerra.
1973-75  Kissinger firmó en París el fin de la guerra. Y Nixon firmó el fin del servicio obligatorio.
Me destinan a Alaska, al departamento de coroneles y la dirección general de oficiales.  En 1974 mi mujer Brenda y mis dos hijas vienen conmigo; llegamos a las 4.30 p. m;  ya era oscuro y hacía 42º bajo cero: Se  nos congelaban los pelos de la nariz y la barba.
Mi unidad tenía 4.500 hombres. Los coroneles no hacían nada: pescaban, cazaban.
1975 nuevo deber; defender Alaska de cualquier ataque soviético; defender el oleoducto; había dos estaciones: el petróleo y la hulla. La misión era defender la bahía y las estaciones de bombeo.
Primavera. Marchas de cuarenta Km. para defender un servicio de estaciones de bombeo contra supuestos ataques soviéticos.  Escribí normas  para los oficiales y  subió la moral.
30 de abril de 1975. Cae Saigón. EE UU traicionó a Vietnam del Sur.  Ayuda con armas y material bélico para luchar pero les devuelve su guerra. 31 octubre: última noche en Alaska. Parto a Hawai. Soy un general con tres estrellas.
La guerra del golfo

Saddam invade Kuwait para quedarse con el petróleo; aducía que robaban petróleo. El presidente de EE UU pensó que Saddam  no atacaría. Irak estaba preparado. Busch padre temía que Saddam invadiera por Kuwait. El ejército era inferior al de China, La URSS y Vietnam. El nuestro era el séptimo y estaba dispuesto a invadir militarmente. Los tanques iraquíes se encontraban en la frontera de saudí. Su rey era aliado a nuestro país.
Fui al Pentágono para informar a Busch y proteger la libertad de los pueblos. Nada puede sustituir el liderazgo americano. Destruir la aviación y sus defensas con un bombardeo sin tregua  sin desatar
una guerra mundial y sin hundir barcos sin orden de la Casa Blanca. Inutilizar el combate con defensiva a la posible ofensiva. El Congreso dio permiso para 200.000 reservistas más.
1990.  Al calor del desierto. Allí regía la ley saudí.  La artillería de los aliados  con Irak. Se necesitaba reforzar la nueva defensa. Colin Powell -desde Washington- pide información sobre “Tormenta del desierto”. No  se podía pasar a la ofensiva; se necesitaban nuevas divisiones acorazadas: Washington aceptó.
La forma clásica del ataque frontal con un ejército numeroso  es atacarlo desde el flanco para envolverlo y luego aplastarlo contra el mar.  Irak era tres ves más grande que Kuwait y todo era a su alrededor  desierto, salvo las pequeñas ciudades. Destruir la guardia republicana, que había dejado de existir como organización militar y lanzar la ofensiva, atacar, cruzar la frontera y penetrar en Irak.
Había cuatro fases en mi plan; bombardeo estratégico, control del cielo de Kuwait, bombardeo de las posiciones artilleras iraquíes, atrincheramiento y concentración de tropas. No sería una maniobra envolvente, admitió Powell tres semanas antes. Señalé que quería que operasen sus unidades. Los enemigos estaban en el extremo oriental de Kuwait y sus alrededores. Nosotros impediríamos que fuesen hacia al sur. Al este estaba el golfo; al norte el río  Eufrates, como barrera natural. Quería un ataque de cuatro cuñas en la frontera, cerca del golfo con dos divisiones de infantería, marina y un grupo operativo que penetrase en Kuwait para inmovilizar las fuerzas de Saddam y rodease la ciudad.  Reservé un segundo pasillo en occidente para un ataque paralelo de pan árabes, egipcios y saudíes  para entrar a la ciudad y combatir calle por calle, casa por casa.
El principal golpe de EE UU fue por el oeste y desde allí torcer hacia el este. Aniquilada  la guardia republicana contra el mar, debíamos estar preparados para atacar Bagdad. El día señalado fue a mitad de febrero. El núcleo de los contingentes estaba en Alemania y debíamos transportar las divisiones hasta el Golfo para que los soldados se aclimataran.
El ataque de flanco sería con el ataque de aire. Necesitaba el apoyo de los aliados. EE UU tenía 300.000 hombres en el conflicto de Tormenta del desierto; Irak prometió poner 250.000  que en total serían 540.000 hombres.
El 29 de noviembre el Congreso de Seguridad  autorizó el uso de las fuerzas, si Irak no abandonaba Kuwait antes del 15 de enero.
Se dudaba si los egipcios se unirían o no a la ofensiva;  no quería entrar en Irak, sí liberar Kuwait.
Fui al Cairo; Egipto dominaba esas líneas por una guerra anterior a 1973; conocían los campos  y las dificultades. Les describí mi plan y los convencí.
Francia dudó de entrar o no al conflicto. Necesitaba saber si contaría con su ayuda.  El gobierno deseaba participar, pero temía enfrentarse con los tanques y con los soviéticos de Irak.  Estaban dispuestos a proteger el flanco occidental. Acepté entusiasmado. 
De Alemania llegaban refuerzos  y llegaríamos a tener igual cantidad de fuerzas que en el momento álgido de la guerra de Vietnam. Necesitaba cuatro meses y medio para estar listo. Washington aprobó los tiempos.
El 15 de enero me dieron el ultimátum; planes de guerra más planes de Navidad. Bush me llamó por teléfono; hubo una misa; llegó Bob Hope a alegrarnos con música country y cantó White Christmas.
La lucha sería entre saudíes, sirios, egipcios, kuwaitíes, -desde Marruecos, Nigeria, Dakar- más las fuerzas británicas y francesas.
 Los expertos  checos ayudarían en la guerra química y Polonia, con médicos y equipos polacos.
El rey Fahd dio un extensivo discurso en árabe sobre problemas regionales con Saddam Hussein. Los árabes se arrodillaron en la arena del desierto de cara a la Meca, orando en el lugar. Hacía 37º de calor y era octubre, algo insoportable. Los soldados no tenía botas apropiada para ese clima y esas tierras;  caminar con ellas era tener los pies en un horno. Eran las mismas usadas en la guerra de Vietnam con agujeros para dejar salir el agua de los pantanos pero  ahora  era la arena caliente.  El alimento tanto frío como caliente tenía el aspecto y sabor a pasta.
Bush visitó el ejército para Thanks Giving y  envió tres divisiones más -a pedido mío- más una brigada con tanques modernos, un acorazado y trescientos aviones.  Así se doblaron las fuerzas de tierra y marina y se triplicó los tanques.   Me preguntó cuánto duraría la guerra; le respondí  tres meses, tres semanas o tres días, en condiciones óptimas. Bush la comparó a  Checoslovaquia, invadida por Alemania. 
Lo primero era el grupo mortal al mando del control; lo segundo, conservar la superioridad aérea, lo tercero, cortar  las líneas de abastecimiento, lo cuarto, destruir los tanques y la guardia republicana: que Irak dejara  de ser eficaz, destruyendo los recursos químicos, biológicos y nucleares.  Si nos ordenaban lanzarnos a la ofensiva, teníamos el poder y la fuerza militar para penetrar en Irak y un bombardeo estratégico que pocos conocían en Washington.  Debíamos lograr el control del cielo de Kuwait con tres bombardeos de las posiciones de artillería para  concentrar  las tropas y aniquilar
las fuerzas de Saddam en el extremo oriental de Kuwait y alrededor de Kuwait. Las fuerzas en esa zona impediría a los iraquíes desplazarse hacia el sur. Al este se encontraba la barrera natural del Golfo. Al norte, el Eufrates. Destruir esos puntos para que se transformara en una barrera natural.
Un ataque de cuatro cuñas –repito- era mi plan, con dos divisiones de infantería marina de EE UU y un grupo saudí para penetrar en la ciudad. También podría atacar desde el mar con fuerzas anfibias.
Mi mayor deseo era que la guardia republicana quedara acorralada contra el mar y aniquilarla. Hecho esto, atacar Bagdad.  En esa zona nada quedaría. Bagdad tal vez sería innecesario, pues la guerra hubiera llegado a su fin.
Todo el mundo conoce el resultado final. Ganamos la guerra en tres días.

Bibl: (Schwarzkop Norman. Autobiografía, (los Grandes Temas de la Historia, edit Globu, España, año  1994)











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