La música les interesaba; preferían escuchar a Mozart- Beethoven y
Brahms o las óperas de Donizetti, Verdi
y Puccini, incluso Wagner.
El público aplaudía a directores de orquesta como Toscanini y admiraron después a von Karajan. También se emocionaba con María Callas o
el tenor Di Stefano. El director de orquesta Bernstein predijo que “la música clásica ya no poseía capacidad de invención”.
Siguió la música
pop, vital, creativa, fresca, intentando romper con el pasado; al fines del 50, se despierta
una sensibilidad especial.
El grupo de París
tiene similitudes con el arte pop de los Estados Unidos, asociado a Andy
Warhol, inspirados en movimientos
pictóricos anteriores -como Picasso, Matisse, Chagall y otros -. Se rebelaban contra las expresiones tradicionales. La guerra marcó un cambio en
el arte, pero no una ruptura completa con el pasado, a la vista en las ruinas de las ciudades y pueblos de Europa. La
reconstrucción era necesaria pero -con sus economías arruinadas- no podía
costar caro. Las viviendas,
comercios, edificios y los campus de las nuevas universidades fueron construidos con hormigón crudo, basado en el funcionalismo del treinta, llevando el arte a estilos
extremos. Se lo llamó «progresista» y el arquitecto urbanista, mundialmente
reconocido, fue el diseñador suizo, Le
Corbusier. Su repercusión en Europa fue dispar.
La arquitectura pública
italiana era mejor que en otros lugares; hubo construcciones audaces en el inicio de la
posguerra. El hormigón crudo no entró en Italia. Hubo excepciones como Nôtre Dame du Haut, una capilla modernista que
Le Corbusier construyó al Este de
Francia, Otro estilo buscaba el efecto estético del cristal
y el acero con el fin de crear luz y
extensión.
En Gran Bretaña, el
hormigón crudo fue forzoso; era austero,
intimidaba con sus frentes de hormigón, cristal y acero, desnudos de
cualquier adorno. Su estilo mostraba la
austeridad de la posguerra, representando una sociedad colectiva moderna.
Tuvo críticos que consideraban esos edificios en ese
material no atractivo ni estético.
En el Telón de Acero aceptó un tipo de edificios socialista, anti burgués,
que se centró en viviendas baratas y
funcionales, en serie, para enfrentar la escasez de alojamiento. Otra
arquitectura fue el «clasicismo social» como
el Palacio de la Cultura y la Ciencia en Varsovia. En Berlín Este se construyó una avenida de dos
kilómetros de noventa metros de
ancho.
Hubo también un
renacimiento en el teatro. El
antifascismo y la crítica mordaz contra la
burguesía fue el tema principal de
Brecht; célebre antes de la
contienda, conocido desde antes de la destrucción
de Weimar, escribió su teoría sobre el «teatro épico», que representaba una ruptura consciente con el
pasado. Brecht rechazaba el teatro de la ilusión; sus obras hacía reflexionar al público,
identificándose con él. En la posguerra,
Brecht se dedicó a dirigir; fue muy
popular en Alemania y conocido en Europa
y en Estados Unidos. En Alemania comunista fue aclamado como un dramaturgo
internacional; fijó su residencia en la
RDA. El gobierno soviético tuvo sus reservas, sin demasiada publicidad, sabiendo que su entusiasmo por el comunista era
limitado; recibió el premio Stalin de la Paz .
Entre los 50 y 60, la corriente del teatro nuevo fue el teatro del absurdo,
sinónimo de Beckett y Ionesco, que vivían en París. Su
filosofía era la falta de sentido de la
vida. Los diálogos de Esperando a
Godot y Final de partida , los
actores conversan sin un sentido aparente entre personajes que parodian la
existencia humana en representaciones desprovistas de acción. No sorprende que ese teatro despertara gran
hostilidad en el público, pese a los
numerosos elogios de la prensa. El teatro del absurdo, tuvo una resonancia inmediata, remontándose al dadaísmo y al surrealismo,
posterior a la Primera Guerra.
Este pensamiento era
similar al de Camus, figura de la literatura de posguerra, que ganó el premio
Nobel de Literatura. Durante la ocupación alemana, Camus escribió en la editorial clandestina de la
Resistencia, - y lo siguió haciendo
hasta su cierre, al final de la II guerra sus novelas La
peste en 1947 y La caída con alusiones indirectas al nazismo y al
Holocausto.
A través de los libros
de Camus, el teatro del absurdo mantenía
un vínculo con el pasado inmediato. La
peste responde al fatalismo, intentando combatir el brote de una epidemia, que
se interpreta como una alegoría de la experiencia francesa, bajo la ocupación
nazi. El impacto del libro y la
exposición a la muerte ponen de relieve lo absurdo de la vida. Camus no
era existencialista; luchó para conservar
la creencia de no limitarse a aceptar el sufrimiento y la muerte, sino a
combatirlos en solidaridad con otros ciudadanos, para el bien de la comunidad.
La literatura, más que
la pintura o el teatro, reflejó la necesidad de encontrar un sentido a los
acontecimientos catastróficos del pasado reciente; la doctrina oficial imponía
ciertas reglas; la mayoría de los
alemanes intentaba bloquear los recuerdos dolorosos, mientras ciertos
escritores influyentes intentaron enfrentarse con ellos. La novela Palomas en la hierba -1951- fue escrita como un monólogo
interior, que describía un único día en una ciudad donde la preocupación
por un conflicto entre el Este y el Oeste se entremezclaba con las esperanzas
depositadas en el futuro y el intento de encontrar un significado a las ruinas;
el pasado nazi no se oculta, pero coexiste con vías para lograr una sociedad
más abierta y pluralista.
En Muerte en Roma -1954- el escritor
aborda el tema de la culpa alemana en relación con el Holocausto.
Jóvenes escritores de Alemania Occidental no se destacaron como figuras literarias, porque
abordaban de manera directa o no el pasado reciente de Alemania. La resistencia
comunista, la deserción del ejército, la persecución de los judíos y la vanguardia
proponían un deber moral dual: ayudar a huir a los perseguidos, oponiéndose a la crueldad de los militares
nazi. Opiniones de un payaso, gran éxito internacional sobre la moralidad
de la posguerra y sobre la herencia del pasado nazi, la hipocresía de los
valores conservadores y la
intransigencia de la Iglesia Católica.
Gunter Grass se impuso
con su novela El tambor de hojalata -1959-. La originalidad radicó en su doble perspectiva: la época nazi
en Danzig, donde Grass pasó sus primeros años; el Oskar
niño de tres años y el Oskar adulto, de treinta años, internado en un hospital psiquiátrico.
El desarrollo psicológico se detuvo en esa etapa infantil, aunque le otorgó
poderes de clarividencia; usa su tambor de hojalata para intervenir en los
asuntos de los adultos, como un desfile
nazi que marcha al ritmo que él señala.
Grass describió cómo su ciudad natal se sumió en la destrucción más inhumana. El recurso de
la clarividencia permite
revelar la ingenua percepción
del niño -que reside en su mundo- cuya
dañina realidad comprende cuando se torna
adulto. El tambor de hojalata llama la atención sobre el individuo, que
observa y reacciona a la disciplina de
los actos de masas y a la ideología
dogmática. Aunque no se involucra en una posición política, la obra, en una sociedad rígidamente conservadora y
muy religiosa, fue muy polémica para los
jóvenes, pues significó un enfoque crítico del pasado reciente, que formaba
parte de un cuestionamiento del presente. Muestra hasta qué punto fue complicada esa
relación con el pasado para quien vivió
en la época del nazismo.
En Italia se
publicaron obras que reflexionaban sobre el legado del régimen fascista y de la
guerra. La conmovedora novela Cristo se detuvo en Éboli, de Carlo Levy, adaptada al cine, eran las memorias de su
exilio político durante la dictadura de Mussolini, en una región atrasada,
infestada de malaria y abandonada por Dios, en el sur de Italia.
El jardín de los Finzi-Contini es un film sobre las experiencias de la comunidad judía de
Ferrara que, durante el fascismo sufrió
discriminación y persecución.
Sin embargo, después
de la guerra, los italianos no deseaban
recordar el pasado fascista. Primo Levy tuvo dificultades para encontrar un
editor que lo haría mundialmente famoso
con la novela Si esto es un hombre,
sobre la supervivencia en Auschwitz;
consiguió la edición, con dos mil ejemplares, pero no todos se vendieron; más de una década después fue
traducida al inglés y el libro se convirtió en un
gran clásico sobre las memorias
del Holocausto.
El sentimiento de nihilismo fatalista, presente en la
literatura de la Europa continental, era inexistente en Gran Bretaña. Aunque el
país estaba al borde de la miseria, se
contaba entre los vencedores de la guerra. Una sensación de victoria moral
sobre la maldad del nazismo, combinada con la expectativa de que los
sacrificios llevarían a una sociedad mejor, acompañaba a un aislamiento cultural, no menor que la
política y economía. La guerra generó
escasa poesía -con excepción del poema
de Douglas, «Nomeolvides»-
Pocos se dedicaban a
filosofar sobre la ruina de la civilización: la gente quería mirar el futuro. Hubo solo una descripción pesimista de la decadencia de los valores sociales y tradicionales, en un mundo
mediocre.
La guerra fue un
triunfo del deshonor, una traición al idealismo, un ataque contra la humanidad.
El escritor inglés George Orwell fue la voz del socialismo ético, que criticó los valores y los defectos del
partido conservador británico,
preservando un fuerte patriotismo inglés, que enraizaba con las viejas
tradiciones de igualdad, justicia y libertad. La experiencia de la guerra allanaba el camino
hacia un gran cambio radical en la sociedad.
Orwell rechazaba la
utopía comunista; sus experiencias, durante la guerra civil española, le abrieron
los ojos a la opresión y a la
crueldad del comunismo soviético. La
novela que lo haría mundialmente famoso, Rebelión en la granja, en 1984,
título que invertía la fecha de su
final, describía una sociedad futura
totalitaria, en donde el individuo se sometía a la dominación política y social de los
gobernantes. El Gran Hermano representaba
el poder absoluto del líder supremo; fue un lema incorporado en el lenguaje cotidiano, que convertía la mentira en verdad, donde lo
negativo se volvió positivo, la falta de libertad se transformó en libertad y
el totalitarismo, en la guerra fría. Era inevitable en un continente dividido
entre sistemas políticos e ideologías rivales; la actividad literaria e
intelectual quedaba bañada de los dogmas
de la guerra fría. Los soviéticos dedicaron dinero y mucha energía para
fomentar en Europa del Oeste el sentimiento antiamericano; En Francia predominó el mismo sentimiento entre
los intelectuales y ciertos sectores de
la izquierda.
Estados Unidos
contraatacó con su propia propaganda,
diseminando ideas anticomunistas por toda Europa occidental. El Congreso,
financiado en secreto, contó con el apoyo de intelectuales antisoviéticos, entre los cuales figuraban Russell, Crocce y Jaspers.
Antes de la segunda guerra mundial, ciertos intelectuales consideraban el
marxismo como única vía segura para lograr una sociedad mejor, pese a las revelaciones de Kruschev, sobre
los crímenes de Stalin y el posterior aplastamiento de la sublevación húngara,
ese mismo año.
Ya perdido en la
memoria, dispersado por la emigración o eliminado por la dominación soviética,
París reafirmó su posición dominante en la vida intelectual y cultural europea.
No fue una casualidad que en posguerra
devoró con avidez la filosofía existencialista de Sartre,
El ser y la nada , 1943, un tratado escrito después de la
contienda. Siguió El existencialismo
es un humanismo tres años después, -influido en el existencialismo alemán
de Heidegger-; sostenía que la única característica distintiva de la humanidad
era ser consciente de la nada de su ser.
La existencia era absurda, carecía de
sentido; sólo el individuo podía elegir un sentido para su vida. La desesperada
desolación aparente se podía combatir con la libertad y la elección, pues el
individuo creaba sus propios valores. No obstante, la guerra transformó algunos aspectos del pensamiento de Sartre,
surgiendo como una filosofía individualista (no política), reestructurada en una fuerza activista, en
donde la libertad individual significaba la responsabilidad de luchar por la
libertad, lo cual implicaba esforzarse
para llevar a cabo una transformación radical de la sociedad. Su
pensamiento lo acercó al marxismo: apoyó
al Partido Comunista Francés (sin afiliarse). Sartre reconocía las tensiones en su pensamiento. Declarar el
absurdo y la «nada» de la existencia, pero aspirar a luchar por una sociedad
nueva era una contradicción. Sartre
captaba el estado de ánimo de la posguerra, que oscilaba entre la
desesperación, el optimismo y el destino de la humanidad. A fines del 50, su
filosofía perdió su atractivo, pese a cautivar a los jóvenes, influyendo con sus opiniones
revolucionarias contra el sistema. En
abril de 1980, decenas de miles de personas se agolparon en las calles de París
durante su funeral.
En los primeros años
de la posguerra, el marxismo asoció la lucha triunfante contra el fascismo con
la esperanza en el futuro. Para sus adeptos, proporcionaba un sistema de
creencia tan integral como el catolicismo, pero la invasión de Hungría no justificó los crímenes y el carácter opresivo del régimen soviético.
Muchos intelectuales famosos y marxistas abandonaron el Partido en los años 60: la
Unión Soviética ya no era el modelo ideal.
Del otro lado del
TElón de Acero, el antifascismo era el nexo ideológico que unía el pasado y el
futuro. El fascismo, para los europeos centrales, era sinónimo del nazismo,
derrotado por la fuerza militar soviética; el fascismo permanecía unido al capitalismo imperialista de Occidente. El
futuro, una utopía comunista, solo podía convertirse en realidad, si proseguía
la lucha contra el capitalismo occidental: el pasado y el futuro estaban
ligados.
Las obras de Brecht
fueron una mordaz sátira sobre el ascenso de Hitler al poder: resumía el antifascismo y las ideas defensoras del
marxismo, que se popularizaron en Occidente.
Pocos intelectuales
podían tolerar encadenarse durante mucho tiempo a una ideología que, en la
práctica política solo generaba censura, restricciones y un fuerte conformismo.
En la Unión Soviética, el deshielo anunció una nueva libertad intelectual sobre la ruptura con el pasado estalinista y las asfixiantes reglas impuestas por Stalin. La epopeya Vida y destino narra la crónica de vida de una familia soviética, durante la segunda guerra mundial; es sumamente crítica con la URSS y muy aclamada en Occidente. La expresión literaria enfrentaba estrictas limitaciones.
Fuera de la Unión Soviética, el inconformismo intelectual estuvo presente, decepcionado con la Polonia estalinista. otros escritor, dramaturgo y crítico polaco, no escatimó elogios a Stalin, pese a, poner fin a su afiliación al partido. Aun así, predominaba el conformismo y los intelectuales no rechazaba el marxismo.
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