miércoles, 24 de noviembre de 2021

Año 1962

 


La música  les interesaba;  preferían escuchar a Mozart- Beethoven y Brahms  o las óperas de Donizetti, Verdi y Puccini,  incluso Wagner.

El público  aplaudía a  directores  de orquesta como Toscanini y  admiraron después a  von Karajan. También se emocionaba  con  María Callas o  el tenor Di Stefano. El director de orquesta  Bernstein predijo  que “la música clásica ya no poseía  capacidad de invención”.

Siguió la música pop,  vital, creativa,  fresca, intentando  romper con el pasado; al fines  del 50,  se despierta  una sensibilidad especial.

El grupo de París tiene similitudes con el arte pop de los Estados Unidos, asociado a Andy Warhol, inspirados  en movimientos pictóricos anteriores  -como Picasso,  Matisse, Chagall y otros -.  Se rebelaban contra las expresiones  tradicionales. La guerra marcó un cambio en el arte, pero no una ruptura completa con el pasado, a la vista en  las ruinas  de las ciudades y pueblos de Europa. La reconstrucción era  necesaria pero  -con sus economías arruinadas- no podía costar caro. Las viviendas,  comercios,  edificios  y los campus de las nuevas universidades  fueron construidos con hormigón crudo,  basado en  el funcionalismo del treinta,  llevando el arte a  estilos  extremos. Se  lo llamó  «progresista» y   el arquitecto urbanista, mundialmente reconocido, fue  el diseñador suizo, Le Corbusier. Su repercusión en Europa fue dispar.

La arquitectura pública italiana era mejor que en otros lugares;  hubo construcciones audaces en el inicio de la posguerra. El hormigón crudo no entró en Italia. Hubo excepciones como  Nôtre Dame du Haut, una capilla modernista que  Le Corbusier construyó al Este de Francia,  Otro  estilo buscaba el efecto estético del cristal y el acero con el fin de  crear luz y extensión.

En Gran Bretaña, el hormigón crudo fue  forzoso; era  austero,  intimidaba con sus frentes de hormigón, cristal y acero, desnudos de cualquier adorno. Su estilo mostraba  la austeridad de la posguerra, representando una sociedad colectiva moderna. Tuvo  críticos  que consideraban esos edificios en ese material  no atractivo ni estético.

En  el Telón de Acero  aceptó un tipo de edificios socialista, anti burgués, que se centró en  viviendas baratas y funcionales, en serie, para enfrentar la escasez de alojamiento. Otra arquitectura  fue el «clasicismo social» como el Palacio de la Cultura y la Ciencia en Varsovia. En Berlín Este  se construyó una avenida de dos kilómetros  de noventa metros de ancho. 

Hubo también un renacimiento   en el teatro. El antifascismo y la crítica mordaz contra la  burguesía fue el tema principal de  Brecht;  célebre antes de la contienda, conocido  desde antes de la destrucción de Weimar, escribió su teoría sobre el «teatro épico», que  representaba una ruptura consciente con el pasado. Brecht rechazaba el teatro de la ilusión;  sus obras hacía reflexionar al público, identificándose con él.  En la posguerra, Brecht  se dedicó a dirigir; fue muy popular en Alemania y conocido en  Europa y en Estados Unidos. En Alemania comunista fue aclamado como un dramaturgo internacional; fijó  su residencia en la RDA. El gobierno soviético  tuvo sus reservas,  sin demasiada publicidad, sabiendo  que su entusiasmo por el comunista era limitado; recibió el premio Stalin de la Paz .

Entre los  50 y 60, la corriente  del teatro nuevo  fue el teatro del absurdo, sinónimo  de  Beckett y Ionesco, que vivían en París. Su filosofía  era la falta de sentido de la vida. Los diálogos de Esperando a Godot  y Final de partida ,  los actores conversan sin un sentido aparente entre personajes que parodian la existencia humana en representaciones desprovistas de acción. No  sorprende que ese teatro despertara gran hostilidad en el público, pese a los  numerosos elogios de la prensa. El teatro del absurdo,  tuvo una resonancia inmediata,  remontándose al dadaísmo y al surrealismo, posterior a la Primera Guerra.

Este pensamiento era similar al de Camus, figura de la literatura de posguerra, que ganó el premio Nobel de Literatura. Durante la ocupación alemana, Camus  escribió en la editorial clandestina de la Resistencia,  - y lo siguió haciendo hasta su cierre, al final de la II guerra  sus novelas  La peste en 1947 y La caída  con alusiones indirectas al nazismo y al Holocausto.

A través de los libros de Camus, el teatro del absurdo  mantenía un vínculo con el  pasado inmediato. La peste responde al fatalismo, intentando combatir el brote de una epidemia, que se interpreta como una alegoría de la experiencia francesa, bajo la ocupación nazi. El  impacto del libro y la exposición a la muerte ponen de relieve lo absurdo de la vida. Camus no era  existencialista; luchó para conservar la creencia  de no limitarse a aceptar  el sufrimiento y la muerte, sino a combatirlos en solidaridad con otros ciudadanos, para el bien de la comunidad.

La literatura, más que la pintura o el teatro, reflejó la necesidad de encontrar un sentido a los acontecimientos catastróficos del pasado reciente; la doctrina oficial imponía ciertas reglas;  la mayoría de los alemanes intentaba bloquear los recuerdos dolorosos, mientras ciertos escritores influyentes intentaron enfrentarse con ellos. La  novela Palomas en la hierba  -1951- fue escrita como un monólogo interior, que describía un único día en una ciudad donde la preocupación por un conflicto entre el Este y el Oeste se entremezclaba con las esperanzas depositadas en el futuro y el intento de encontrar un significado a las ruinas; el pasado nazi no se oculta, pero coexiste con vías para lograr una sociedad más abierta y pluralista.

En  Muerte en Roma -1954-  el  escritor  aborda el tema de la culpa alemana en relación con el Holocausto.

Jóvenes  escritores de Alemania Occidental no  se destacaron como figuras literarias, porque abordaban de manera directa o no el pasado reciente de Alemania. La resistencia comunista, la deserción del ejército, la persecución de los judíos y  la vanguardia  proponían un deber moral dual: ayudar a huir a los perseguidos,  oponiéndose a la crueldad de los militares nazi.  Opiniones de un payaso,  gran éxito internacional sobre la moralidad de la posguerra y sobre la herencia del pasado nazi, la hipocresía de los valores conservadores y  la intransigencia de la Iglesia Católica.

Gunter Grass se impuso con su novela El tambor de hojalata   -1959-. La originalidad  radicó en su doble perspectiva: la época nazi en Danzig,  donde Grass  pasó sus primeros años; el  Oskar  niño de tres años y  el Oskar  adulto, de treinta años,  internado en un hospital psiquiátrico. El  desarrollo psicológico se  detuvo en esa etapa infantil, aunque  le  otorgó poderes de clarividencia; usa su tambor de hojalata para intervenir en los asuntos de los adultos, como  un desfile nazi que marcha al ritmo que él señala.  Grass describió cómo su ciudad natal se sumió en la  destrucción más inhumana. El recurso de la  clarividencia  permite  revelar  la ingenua percepción del  niño -que reside en su mundo- cuya dañina realidad comprende cuando se torna  adulto. El tambor de hojalata llama la atención sobre el individuo, que observa y  reacciona a la disciplina de los  actos de masas y a la ideología dogmática. Aunque no se involucra en una posición política, la obra,  en una sociedad rígidamente conservadora y muy religiosa,  fue muy polémica para los jóvenes, pues significó un enfoque crítico del pasado reciente, que formaba parte de un cuestionamiento del presente.  Muestra hasta qué punto fue complicada esa relación con el pasado para quien  vivió en la época  del nazismo. 

En Italia se publicaron obras que reflexionaban sobre el legado del régimen fascista y de la guerra. La conmovedora novela Cristo se detuvo  en Éboli, de Carlo Levy,  adaptada al cine, eran las memorias de su exilio político durante la dictadura de Mussolini, en una región atrasada, infestada de malaria y abandonada por Dios, en el sur de Italia.

 El jardín de los Finzi-Contini  es un film sobre  las experiencias de la comunidad judía de Ferrara que, durante el fascismo  sufrió discriminación y persecución.

Sin embargo, después de la guerra,  los italianos no deseaban recordar el pasado fascista. Primo Levy tuvo dificultades para encontrar un editor que  lo haría mundialmente famoso con la novela  Si esto es un hombre, sobre la supervivencia en Auschwitz;  consiguió la edición, con dos mil ejemplares,  pero no todos se vendieron;  más de una década después  fue  traducida al inglés y el libro se convirtió  en un  gran clásico  sobre las memorias del Holocausto.  

El sentimiento de  nihilismo fatalista, presente en la literatura de la Europa continental, era inexistente en Gran Bretaña. Aunque el país estaba  al borde de la miseria, se contaba entre los vencedores de la guerra. Una sensación de victoria moral sobre la maldad del nazismo, combinada con la expectativa de que los sacrificios llevarían a una sociedad mejor, acompañaba a un  aislamiento cultural, no menor que la política y economía. La guerra  generó escasa poesía -con excepción  del poema de  Douglas, «Nomeolvides»-

Pocos se dedicaban a filosofar sobre la ruina de la civilización: la gente quería mirar el futuro.  Hubo solo una descripción  pesimista de la decadencia de los valores  sociales y tradicionales, en un mundo mediocre.

La guerra fue un triunfo del deshonor, una traición al idealismo, un ataque contra la humanidad. El escritor inglés George Orwell fue la voz del socialismo ético, que  criticó los valores y los defectos del partido conservador británico,  preservando un fuerte patriotismo inglés, que enraizaba con las viejas tradiciones de igualdad, justicia y libertad.  La experiencia de la guerra allanaba el camino hacia un gran cambio radical en la sociedad.

Orwell rechazaba la utopía comunista; sus experiencias, durante la guerra civil española, le  abrieron  los ojos a la opresión y  a la crueldad  del comunismo soviético. La novela que lo haría mundialmente famoso, Rebelión en la granja, en 1984, título que  invertía la fecha de su final,  describía una sociedad futura totalitaria, en donde el individuo se sometía   a la dominación política y social de los gobernantes. El Gran Hermano  representaba el poder absoluto del líder supremo; fue un lema  incorporado en el lenguaje cotidiano, que  convertía la mentira en verdad, donde lo negativo se volvió positivo, la falta de libertad se transformó en libertad y el totalitarismo, en la guerra fría. Era inevitable en un continente dividido entre sistemas políticos e ideologías rivales; la actividad literaria e intelectual quedaba bañada  de los dogmas de la guerra fría. Los soviéticos dedicaron dinero y mucha energía para fomentar en Europa del Oeste el sentimiento antiamericano;  En Francia predominó el mismo sentimiento entre los intelectuales y  ciertos sectores de la izquierda. 

Estados Unidos contraatacó con su propia  propaganda, diseminando ideas anticomunistas por toda Europa occidental. El Congreso, financiado en secreto, contó con el apoyo de intelectuales antisoviéticos,  entre los cuales figuraban Russell, Crocce y Jaspers. Antes de la segunda guerra mundial, ciertos intelectuales consideraban el marxismo como única vía segura para lograr una sociedad mejor,  pese a las revelaciones de Kruschev, sobre los crímenes de Stalin y el posterior aplastamiento de la sublevación húngara, ese mismo año.

Ya perdido en la memoria, dispersado por la emigración o eliminado por la dominación soviética, París reafirmó su posición dominante en la vida intelectual y cultural europea. No fue una casualidad que en posguerra  devoró con avidez la filosofía existencialista de  Sartre,  El ser y la nada , 1943, un tratado escrito después de la contienda. Siguió  El existencialismo es un humanismo tres años después, -influido en el existencialismo alemán de Heidegger-; sostenía que la única característica distintiva de la humanidad era ser consciente de la nada de su ser. La existencia era absurda, carecía  de sentido; sólo el individuo podía elegir un sentido para su vida. La desesperada desolación aparente se podía combatir con la libertad y la elección, pues el individuo creaba sus propios valores. No obstante, la guerra  transformó algunos aspectos del pensamiento  de Sartre,  surgiendo como una filosofía individualista  (no política),  reestructurada en una fuerza activista, en donde la libertad individual significaba la responsabilidad de luchar por la libertad, lo cual implicaba  esforzarse para llevar a cabo una transformación radical de la sociedad. Su pensamiento lo acercó al marxismo: apoyó  al Partido Comunista Francés (sin afiliarse). Sartre reconocía las tensiones en su pensamiento. Declarar el absurdo y la «nada» de la existencia, pero aspirar a luchar por una sociedad nueva era una contradicción. Sartre captaba el estado de ánimo de la posguerra, que oscilaba entre la desesperación, el optimismo y el destino de la humanidad. A fines del 50, su filosofía  perdió su atractivo, pese a cautivar  a los jóvenes,  influyendo con sus opiniones revolucionarias  contra el sistema. En abril de 1980, decenas de miles de personas se agolparon en las calles de París durante su funeral.

En los primeros años de la posguerra, el marxismo asoció la lucha triunfante contra el fascismo con la esperanza en el futuro. Para sus adeptos, proporcionaba un sistema de creencia tan integral como el catolicismo, pero la invasión de Hungría  no justificó los crímenes  y el carácter opresivo del régimen soviético. Muchos  intelectuales famosos y marxistas  abandonaron el Partido en los años 60: la Unión Soviética ya no era el modelo ideal. 

Del otro lado del TElón de Acero, el antifascismo era el nexo ideológico que unía el pasado y el futuro. El fascismo,  para los  europeos centrales, era sinónimo del nazismo, derrotado por la fuerza militar soviética; el fascismo permanecía unido  al capitalismo imperialista de Occidente. El futuro, una utopía comunista, solo podía convertirse en realidad, si proseguía la lucha contra el capitalismo occidental: el pasado y el futuro estaban ligados.

Las obras de Brecht fueron una mordaz sátira sobre el ascenso de Hitler al poder: resumía  el antifascismo y las ideas defensoras del marxismo, que se popularizaron en Occidente.

Pocos intelectuales podían tolerar encadenarse durante mucho tiempo a una ideología que, en la práctica política solo generaba censura, restricciones y un fuerte conformismo.

En la Unión Soviética, el deshielo anunció una nueva libertad intelectual sobre la ruptura con el pasado estalinista y las asfixiantes  reglas impuestas por Stalin. La epopeya  Vida y destino narra la crónica de vida  de una familia soviética, durante la segunda guerra mundial; es sumamente crítica con la URSS y muy   aclamada en Occidente.  La expresión literaria enfrentaba estrictas limitaciones.

Fuera de la Unión Soviética, el inconformismo intelectual  estuvo presente, decepcionado con la Polonia estalinista. otros escritor, dramaturgo y crítico polaco, no  escatimó elogios a Stalin, pese a, poner fin a su afiliación al partido.  Aun así, predominaba el conformismo y  los intelectuales no rechazaba  el marxismo.

No hay comentarios: