Los actos de barbarie cometidos en Europa oriental fueron obra de los criminales de las SS; los alemanes corrientes ni participaron ni sabían nada del exterminio de los judíos. El Holocausto (como llegaría a conocerse) quedó excluido casi por completo del debate público y constituía una parte muy pequeña de las investigaciones históricas. Solo en los años 80 asumiría un papel central en las interpretaciones de los pueblos y academias de la época.
Mientras que en la
República Democrática Alemana, el genocidio de los judíos se incluía en la
barbarie exterminadora más amplia del imperialismo fascista, en Alemania Occidental,
que siempre se atribuía a Hitler y a la cúpula de las SS. Dos psicólogos resumieron la reacción
colectiva en un libro como la incapacidad de sentir el duelo; cuando se publicó en 1967, marcó el inicio de una nueva época en
el análisis del pasado nazi. La mayoría
de los alemanes occidentales querían disfrutar de los beneficios del «milagro económico»
en lugar de regodearse en el pasado, ya que no podían silenciarlo por completo. Desató una
polémica sumamente agria. La incapacidad
de la generación anterior para enfrentarse al pasado alimentó el sentimiento de
alineación y rechazo, expresado en la protestas estudiantiles de 1968. Una década después de los disturbios se emprendió una investigación rigurosa sobre la
complicidad cotidiana con el régimen
nazi de grandes sectores de la población, con el fin de que el Holocausto
ocupara un lugar central en el pasado del país. A principios de los 60, los alemanes no podían cerrar los ojos a la matanza de los
judíos de Europa. La captura en Argentina, ese año del agente israelí Adolf Eichmann, el principal organizador de
«la solución final para el problema judío», su juicio en Jerusalén al año
siguiente y su posterior ejecución en la horca en junio del 62, así como el
juicio en Fráncfort, entre 1963 y 1965 a personas que sirvieron en Auschwitz, atrajo la atención sobre un genocidio en la guerra en Alemania.
Era difícil excluir la conciencia colectiva.
En los británicos era
diferente a la Europa continente; no fue conquistada ni ocupada, y salió victoriosa; su historia durante la
guerra creó una autoimagen nacional
heroica. El mito se puso al servicio de la historia, en la victoria del bien sobre el mal. Gran Bretaña luchó y ganó una Primera Guerra Mundial contra Alemania: muy a
su pesar, se vio obligada a enfrentarse
la segunda.
La victoria sobre el
mal nazi con Estados Unidos como aliado señalaba
la idea una relación especial con sus
primos transatlánticos. El pueblo tenía
poco interés en los problemas del continente;
se educó en una versión de la guerra asociada con su mejor héroe,
Winston Churchill. La historia del conflicto en seis volúmenes de Churchill, y
La segunda guerra mundial, publicada entre 1948 y 1953, establecía la línea de
interpretación inglesa. La calma llevó
al país al borde del desastre. En 1940, Gran Bretaña estuvo sola en la lucha
contra el nazismo. La invasión alemana fue evitada gracias al valor de los
jóvenes pilotos de combate que ganaron la batalla. El pueblo británico soportó
durante siete noches ser bombardeados
sin descanso en el Blitz alemán y amaneció lentamente. Gracias al valor de los
pilotos que cada noche se enfrentaban al acoso de los cazas alemanes para golpear
al enemigo, se consiguió salir adelante.
En los años 60 la educación superior cobró impulso las investigaciones e ideologías de los movimientos políticos, que llevaron a Europa a una guerra y a un genocidio supino. la II Guerra y el Holocausto se convirtieron en parte central de la conciencia colectiva europea, desde los 80. El pasado determinó el presente de la posguerra.
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