Checoslovaquia
La URSS no tuvo inconvenientes con este país después de la muerte de Stalin. La represión en Hungría del 56 tuvo su efecto en los otros bloques satélites. En 1953 se produjo una oleada de huelgas en Checoslovaquia, por el anuncio de una fuerte devaluación; durante meses subieron los precios y cayó el nivel de vida. Los huelguistas de una fábrica arrojaron por la ventana una estatua de Lenin. Stalin y el líder comunista checo habían muerto el mismo año. La policía reprimió las revueltas aunque no fue un desafío directo al régimen similar. La represión mostró que en Checoslovaquia la violencia social se contuvo con cierta facilidad. Este país se llevaba bien con el comunismo, a diferencia de otros.
El comunismo no era una
ideología impuesta; poseía un apoyo
popular local. El Partido Comunista obtuvo más
votos que otros partidos y,
después de la II Guerra, su respaldo
aumentó y alcanzó dos quintas
partes de los votos en las elecciones libres del año ‘46. Las primeras medidas adoptadas
fue la nacionalización de las empresas y la supresión de la propiedad de los
grandes latifundios fueron muy
populares. El partido ofrecía una vía para el progreso y podía manipular la opinión. No sólo eliminó a los rivales políticos, sino
también amplió su control, tomando las organizaciones juveniles y
deportivas a través de la propaganda
y la comunicación social.
Los cinco años del comunismo
se caracterizaron por una represión
brutal bajo un líder que mostró varias veces una crueldad supina, cuando purgó a los enemigos reales o
imaginarios para fortalecer un firme control que, tras la muerte, el secretario pasó a ser su sucesor. En 1949 los juicios falsos a enemigos
políticos, acusados de falsas acciones estatales, acabaron prisioneros o asesinados. Stalin sospechaba que los dirigentes checos y
eslovacos tenían contactos con servicios secretos del exterior y una relación
con Tito
en Yugoslavia; esta obsesión
junto con su antisemitismo estaba detrás
de sus actos, que terminaron en detenciones
o confesiones, mediante tortura.
Las purgas en Checoslovaquia estuvieron acompañadas de un intenso antisemitismo, provocado por las calumnias racistas del partido. Las farsas de la justicia fueron el principio de la represión en ese país. Miles de personas fueron encarceladas por denuncia o delitos al estado que no se cometieron. Sin embargo, en ciertos países de Europa del Este, la ejecución de un político en diciembre de 1953 demostró que algo cambió en la URSS, y que Checoslovaquia debía adaptarse. En los años que pasaron entre la muerte de Stalin y la crítica de Kruschev, los checos dejaron libres a muchos presos. Hubo una relajación de la censura, que surtió efecto. Los dirigentes del partido hicieron mínimas concesiones al cambio.
La crítica de Kruschev a Stalin en su célebre discurso planteó problemas a los políticos checos, que tuvo sus propias purgas y sus juicios, de acuerdo con el mandato soviético. Los dirigentes checos debieron alabar el nuevo rumbo tomado por Kruschev, mientras evitaban reformas.
En el partido nacieron críticas a Stalin y los estudiantes de Praga y de Bratislava y las universidades y facultades del país exigieron mayores reformas. Querían investigar los juicios, así como castigar a quienes aplicaron procedimientos ilegales. La protesta estudiantil llegó a su punto álgido, en mayo de 1956, y finalmente estalló; los hechos en Polonia, y más tarde en Hungría no actuaron en contra del régimen. La diferencia cultural atacó con pasión la intelectualidad checa: no hubo nacionalización; introdujeron un nuevo plan quinquenal, para aumentar la producción de la industria pesada y privatizar la agricultura. El cambio les dio la oportunidad de silenciar las informaciones perjudiciales, referidas a las purgas, y de volver a imponer un control severo. La posición se reforzó un año después cuando, al morir el responsable de seguridad, se convirtió en jefe de Estado y también en el primer secretario del partido. En 1960, una nueva Constitución redujo la independencia eslovaca y se impuso el control del partido con la URSS. La amenaza al poder, que se materializó entre el 53 y el 56 se disipó, pero el temor quedaba subyacente. La mayor parte del pueblo, tanto checo como eslovaco, se conformaron sin entusiasmo y con resentimiento: el régimen se mantuvo inamovible durante treinta años.
EL Boom
La prosperidad con sorpresa se impuso en Europa occidental, gracias a los índices de crecimiento económico, que se mantuvo hasta la crisis del petróleo de 1973.
El baby boom de la posguerra creció
en los años de austeridad de la
posguerra, en medio de cicatrices y traumas
físicos como psicológicos. Disfrutaron de una Europa en paz, de casas
más confortables , trabajos estables, pleno empleo y educación; poseían dinero
para gastar, oportunidades de viajar al extranjero y miraban el futuro con optimismo.
Para los alemanes del oeste fueron
los años del «milagro económico»;
Italia consideraban su
recuperación con asombro; los franceses hablaban como los «treinta gloriosos,” salvo en lo económico; los británicos hablaban
de «la sociedad opulenta», pese a
que las mejoras apenas incidían en las condiciones de vida de gran parte de
la población. Si las comparamos con el futuro eran modestas. Retrocediendo en
el pasado, fueron enormes. Entre el 50 y el 73 se refirieron a la «edad de
oro».
Diferente fue el sur
europeo. Las economías casi
cerradas de los regímenes autoritarios de España
y Portugal impidieron beneficiarse
de los avances materiales y no se notó
una mejora en el
nivel de vida. En 1960 progresó
el turismo internacional, gracias a su
cálido clima, en ambos países; se
multiplicó el dinero gastado por veinte.
Grecia se recuperaba lentamente de la guerra civil; la mitad de la
población eran campesinos retrasados en
el tiempo; en 1973, el crecimiento
económico fue más alto y sostenido y trajo una modernización y mejora en
las condiciones de vida.
En Turquía el atraso económico dependía de las inversiones extranjeras; los préstamos de los EE.UU no progresaron por la mala planificación y el rápido
endeudamiento.
La Unión Soviética y sus satélites
dificultaron su desarrollo. Los principios comunistas exigían
que aumentaran el gasto desmedido hacia
la construcción y lo militar.
Europa del Este y la URSS estuvieron
privadas de rápidas mejoras
materiales. Pese a la escasa libertad y censura, la vida era mejor que en los tiempos de guerra. La brecha entre ricos y
pobres se redujo y el bienestar social
trajo un nivel de seguridad desconocido para la población, pues facilitó viviendas -mediocres a malas- un empleo
(sin poder elegir el lugar ni el tipo de trabajo) y una educación con un contenido limitado e inclinado siempre hacia una ideológica
comunista, con una economía
dirigida.
Los más jóvenes no tenían
elección; parte de los adultos reconocía
que, con fallos, estaban mejor que antaño. En comparación con el pasado, el futuro eran «buenos tiempos”. Detrás en la década del 50-60
hubo un crecimiento que los
pobres, habiendo vivido en la miseria,
tomaban como un milagro.
En 1963, Francia, Alemania
Occidental, Italia y el Reino Unido
eran dos quintas partes de las
exportaciones mundiales de los productos manufacturados, mientras Estados
Unidos era una quinta parte. Occidente industrializado se benefició con la caída del costo de las importaciones
de alimentos y materias primas de los países en vías de desarrollo, pues el
precio de los productos manufacturados
exportados aumentaba: la mano de
obra barata y la tecnología fueron las
principales razones del crecimiento explosivo.
La reconstrucción de los pueblos y
ciudades impulsó el crecimiento; se realizaron grandes inversiones en
tecnología y la industria. En Alemania Occidental se registraron tasas de crecimiento mayores; las inversiones
de manufactura fue escasa en Gran Bretaña;
los índices de crecimiento se mantuvieron bajos. Las inversiones del
gasto público en infraestructura llevaron al crecimiento y fomentó la confianza; las
nuevas inversiones creó un espiral de
crecimiento. El Estado tuvo un papel importante en la recuperación económica; Keynes
sirvió como control de precios y otras restricciones comerciales y el
equilibrio de las monedas permitió que
los países exportaran y ampliaran sus mercados en el exterior. En la década el
’50 exportaron más la Comunidad Económica Europea, (CEE)
duplicando las tasas de crecimiento, que continuaron altas hasta fines del 73, cuando las condiciones financieras cambiaron, ante el repentino aumento del petróleo,
impuesto por los países árabes tras la
guerra árabe-israelí.
Los beneficios se dieron
por el bajo precio de las materias primas en los países desarrollados;
los salarios subieron en términos reales. Los
gobiernos se beneficiaron gracias al crecimiento
y a los ingresos fiscales, financiando
programas sociales. El crecimiento de Europa occidental creció el doble.
El sur, Grecia, España, Portugal y Turquía crecieron
a un ritmo mayor; en Europa oriental y la Unión Soviética las
tasas fueron inferiores y no se distribuyó
equitativamente: En Europa fue mayor en Alemania Occidental, Austria, el norte de Italia y
el Reino Unido; Irlanda seguía siendo una economía atrasada pero triplicó su crecimiento. Turquía estaba detrás de Grecia e Italia, mientras Bulgaria, Rumania y Yugoslavia tuvieron mejores resultados.
En el bloque soviético, el crecimiento se concentró en la industria pesada: no experimentaron un auge de consumo, pese a que las condiciones de vida mejoraron. Entre el 53 - 60, las viviendas se multiplicaron, paliando la escasez de alojamiento y el hacinamiento en las ciudades. El crecimiento fue mayor en el agro porque aumentó los cultivos; el gran éxodo a las ciudades se dio para obtener mayores ingresos en la industria mecanizada. Europa del oeste producía cantidades de alimentos en una menor superficie cultivada y con una mano de obra reducida.
La población crecía en ciudades y los pueblos. Los temores por el descenso finalizó con el «boom de natalidad»; En Francia aumentó el 30%: en otros países del Este y del Oeste se registraron aumentos masivos.
Grecia, Portugal e Irlanda
sufrieron la pérdida de su población rural por el éxodo; el sur
era una zona pobre; hubo menos
nacimientos pero también la tasa de mortalidad infantil disminuyó.
En el continente, a medida que aumentaba la llegada a las
urbes, las ciudades se agrandaron en las regiones periféricas. Belgrado en la
posguerra multiplicó por cuatro su
población; Kiev la triplicó; en Estambul,
Sofía, Bucarest y Varsovia se duplicó, mientras
en Leningrado y Moscú aumentaron.
En 1970, el 58% de la población vivía en ciudades,
con aumentos en el sur y el este .
La guerra creó
cuarenta millones de refugiados
por la inmensa limpieza étnica en
Europa oriental. Millones de alemanes, polacos, checos y rumanos se dirigieron al oeste; entre 1945 y 1950
fueron expulsados 12,3 millones de alemanes, una quinta parte de la población. El
empleo de las pujantes economías fue fundamental para migrar.
En 1961 el Muro de Berlín partió en
dos a Alemania; el oeste se benefició
con el gran éxodo de trabajadores; en pleno boom económico trescientos mil
migrantes se desplazaban por año hacia Alemania y una cifra similar marchaba a Francia, Italia, España, Portugal, Grecia e
Irlanda; eran migrantes en busca de
trabajo y de mejores condiciones de vida. Turquía, Yugoslavia y el norte de
África, Argelia y Marruecos también se
convirtieron en fuentes de mano de obra barata.
En 1973, millones de migrantes se enfrentaron a privaciones
y a la discriminación; eran trabajadores
temporales a quienes no se les
concedían la ciudadanía pues regresarían
a sus países de origen; enviaban a su
familia gran parte de sus ingresos aportando divisas extranjeras a los países más pobres.
Gran Bretaña contrató mano de obra no calificada en la Commonwealth; tenían derecho a la residencia
permanente y podían conseguir la ciudadanía británica; muchos de las islas migraron hacia Australia, Nueva Zelanda y Canadá.
En 1962, el gobierno británico,
presionado, limitó el número de personas que podían es entrar en las islas con medidas más restrictivas; la creciente hostilidad
contra los no blancos tomó formas del
racismo con graves disturbios, donde centenares de jóvenes atacaron las viviendas de inmigrantes
antillanos. La clase obrera blanca se encontraba afectada por el cierre de las
fábricas y la escasez de vivienda. Los prejuicios étnicos, condenados oficialmente,
continuaron pasando a ser movimientos extremistas y neofascistas. Hubo entonces un descenso de migraciones de las antiguas
colonias inglesas.
Gran Bretaña fue en la década de los 50 la
primera economía de Europa, pero sus niveles de crecimiento en la posguerra
fueron mediocres. El CEE del cual no formaba parte no tardaría en ampliarse.
En este país, la guerra causó menos destrucción, al no se invadida; sus estructuras-
salvo Londres- quedaron prácticamente intactas: la guerra dejó métodos anticuados,
poco dispuesta a innovar, con diferentes sindicatos que se convirtieron en un obstáculo
económico. El país invertía menos que
sus competidores de la y el resultado
fue una caída constante de las exportaciones británicas.
El declive de Gran Bretaña fue debido a los juicios políticos moldeados según
la tradición imperialista, su antigua primacía económica y su preferencia por
el atlantismo y la Commonwealth, en lugar de afianzar los vínculos continentales.
Cuando se adoptaron las primeras
medidas para fomentar la cooperación económica, Gran Bretaña se mantuvo al margen, manteniendo la
distancia; entabló relaciones estrechas
con otros países, Japón y los Estados Unidos; incapaz de beneficiarse de la
expansión del comercio; lenta en liberalizar su comercio exterior y cada vez
menos competitiva, comprendió las desventajas de no pertenecer a la CEE.
Alemania occidental, en
cambio, evitó el conflicto entre empleados, sustituyó los sindicatos independientes y mejoró las
instalaciones recreativas dentro de la comunidad. La destrucción del
sindicalismo durante doce años
sentaron las bases para un nuevo comienzo en las relaciones laborales.
La necesidad de reconstruir el país en ruinas
estimuló una mayor unidad laboral. La
mano de obra era barata; estaban bien con el aumento de salarios, las
mejores condiciones de vida y un empleo
estable con una economía en expansión. Los sindicatos siguieron criterios
racionales: las grandes empresas incluyeron a los trabajadores en la
coparticipación de las decisiones empresariales.
Italia no sufrió un estancamiento e su economía: el auge de las exportaciones y el turismo dieron continuidad al milagro económico.
En otras países europeos occidentales existían problemas: escasez de mano de obra,
la inflación salarial y el alza de los precios
ensombrecieron el panorama.
Durante la década del 50, los
salarios subieron más ligero que los precios debido al crecimiento de la producción laboral, pero a
principios de los 60 los precios aumentaron un 20%. Los sindicatos, consiguieron mayores
afiliados y mayor poder en los conflictos laborales: Dinamarca, Suecia,
Bélgica, Francia y Gran Bretaña tuvieron problemas serios al no poder contener
la inflación.
En Alemania la economía se desaceleró y, preocupada por la inflación, restringió el
crédito y ajustó el mercado laboral, medidas que provocaron en un año una grave recesión
temporal.
Suiza, Suecia y Dinamarca tomaron medidas
para frenar la inflación. Francia tomó medidas restrictivas en el 64, provocó una recesión temporal con una
nueva expansión al año siguiente.
En toda Europa occidental la recesión económica del 60 fue un interludio pasajero, pero un presagio; la crisis petrolera de 1973 puso abruptamente fin al gran boom de la posguerra.
En los 70, la población se sentía más satisfecha y optimista aunque sufrieron un inconveniente
duradero que mucha gente no supo verlo, debido al esfuerzo por mejorar la
producción industrial.
La edad de oro trajo enormes
mejoras pero fue responsable del grave deterioro medio ambiental. El veloz crecimiento de
pesticidas y otros productos químicos mejoró el rendimiento de los cultivos pese
a causar daños en el ambiente. El aumento sideral del consumo de energía, la
compra de automóviles y las oportunidades de viajar dio lugar a las nocivas emisiones de carbono duplicado, causando
daños cuya magnitud sería evidente para las generaciones posteriores. En los años 70, el medio ambiente se convirtió en un asunto
político pero tuvo dificultades para despertar el interés mundial.
El
flujo de ingresos permitió gastar
cifras superiores, recuperado el empleo
y la expansión, los ingresos fiscales
aumentaron veinte veces.
Los gobiernos destinaron programas para los pueblos: se amplió la protección
social y creció la economía, cumpliéndose
esos objetivos en Europa del Este, con regímenes comunistas que crearon sociedades más equitativas.
El europeo occidental y el capitalismo liberal redujeron las desigualdades
sociales. Los avances en la seguridad social generaron muchas diferencias:
Escandinavia, Alemania y Gran Bretaña hicieron mayores progresos; gran parte de los europeos tenían un seguro mínimo de accidentes
laborales, seguro de desempleo y de enfermedad, pero muy pocas pensiones jubilatorias. La guerra agudizó la ayuda estatal para las
viudas, huérfanos, refugiados y desempleados y se ampliaron sistemas de seguridad social, logrando
un equilibrio para obtener una mano de
obra vigorosa.
Las profundas reformas sociales de Gran Bretaña, admiradas
en el exterior como un modelo internacional se basaban en la igualdad.
En 1946, Suecia introdujo una pensión estatal igualitaria, la
asignación por hijo al año siguiente y una educación universal cuatro años después. Casi todos los países de Europa occidental ofrecieron un marco de seguridad en la sociedad, que
garantizaba el bienestar a todos los
ciudadanos.
En 1960, la mayoría gastaba entre el 10% y 20% del PIB en impuestos -salvo Portugal y España, donde gobernaba la
dictadura-. Estaban legalmente
protegidos frente al desempleo, la incapacidad causada por accidentes
laborales, la pobreza, la vejez y protegida también la infancia; en 1970 había cobertura por
seguros médicos y pensiones
a los ancianos, enfermos, discapacitados y personas vulnerables.
Los progresos comenzaron diez años
después de la guerra en Bélgica,
Francia, Holanda, Suecia, Suiza, Alemania y El Reino Unido e Italia el bienestar
social se convirtió en un creciente gasto.
En el Telón de Acero, la seguridad
social estaba determinada por la
ideología comunista: en la praxis, nunca se unificaron. El estado lo controlaba
todo y -a diferencia de Europa del oeste- no podía darle protección con seguros privados o instituciones benéficas: las prestaciones
para los trabajadores eran decisivas. No
había seguro de desempleo porque no existía. Los pensionistas, discapacitados,
amas de casa tenían un nivel de apoyo inferior; los desempleados en una empresa
estatal se encontraban en desventaja. El principio de igualdad no era tal, porque se pagaban cifras colosales a una élite
política corrupta.
Si
comparamos las desigualdades y la pobreza extrema en el Este -antes de la guerra-, la asistencia social mejoró. La economía
mixta, con un capitalismo reestructurado, donde la competencia del libre mercado estaba
mitigada por la intervención del Estado fue un cambio
general. El crecimiento económico
disminuyó el conflicto entre clases. Los
sindicatos se convirtieron en una fuerza revolucionaria que dominó la economía del Estado con la suba de los salarios y más poder adquisitivo.
Los trabajadores de Alemania
Occidental se beneficiaron con el boom
económico; en los años ‘50 y ’60, sus ingresos
reales se multiplicaron por cuatro; hubo diferencia en
las desigualdades; la renta se
resolvió con expropiaciones; una nueva élite política acumuló privilegios, en oposición a los principios del comunismo. La prosperidad
se extendía no en forma homogénea; las familias necesitaban gastar una parte
mínima de sus ingresos en artículos de primera necesidad. En 1950, Europa del
Este era un continente pobre. La mayoría de las casas eran de mala calidad; muchas carecían de agua caliente, de un cuarto de baño
o de un retrete interior; se seguían racionando los alimentos; los hombres tenían trabajos que exigían enorme
energía física. Las empleadas textiles eran escasas; se podían comprar productos de mala calidad a un precio bajo.
A los pequeños productores les costaba competir con los grandes fabricantes. Los supermercados, un fenómeno nuevo en la década del 70, se generalizaron; al comprar al por mayor bajaron los precios de los proveedores, ofreciendo mayores productos y reemplazando al pequeño comerciante. Los alimentos crecían. La desnutrición severa fue sustituida por una dieta poco saludable, con exceso de azúcar y grasas. La publicidad creció; explotó el mercado en una amplia variedad de productos de consumo: el éxito de Coca-Cola fue solo un ejemplo del marketing moderno. Las empresas del tabaco usaba una publicidad internacional. Con el progreso, la gente compró casas mejores, más baratas y en cuotas, con ayuda bancaria, lo cual duplicó las viviendas construidas en los años 50; la calidad era mediocre; luego de la II Guerra, se consideraba la cantidad antes que la calidad.
En Alemania Occidental se
construyeron medio millón de casas y departamentos; en Italia, Francia y
Gran Bretaña casi todos los edificios
en el noroeste de Europa tenían luz y agua corriente; en los años 60, la mitad de
las viviendas en Portugal, Grecia y los países Balcanes tenían
luz, pero no agua; las viviendas tenían más espacio, eran más cómodas, con un cuarto de baño o un inodoro en el
interior. Un campesino del sur de Italia dijo que lo “hacía sentirse un ser
humano”.
A principios del 60 se eliminaron los tugurios; los urbanistas rediseñaron los pueblos y ciudades tan dañados durante la guerra. Las zonas del suburbio se ampliaron, naciendo nuevas arterias. El afán por modernizarse obsesionaba a algunos urbanistas, pero el resultado fueron diseños arquitectónicos chapuceros, complejos de viviendas en barrios marginales, teniendo un diseño urbanístico poco cuidadoso en los países satélites; se crearon cuarenta ciudades nuevas, basándose en el realismo socialista. El centro histórico de Praga no fue destruido durante la guerra, mientras que el centro de Varsovia y de Gdansk fueron arrasados, (con los años fueron restauradas con elegancia). El empleo redujo la jornada laboral, lo cual permitió dedicarse más tiempo al ocio; los agricultores descendieron drásticamente y las industrias registraron un aumento en las oficinas. En los 60, muchas mujeres trabajaban, y en el 70, en Europa del oeste, las mujeres trabajaban a tiempo parcial.
En el 50 pocas personas poseían auto; el turismo era para gente rica y los teléfonos, lavadoras y frigoríficos continuaban siendo escasos. La rápida innovación tecnológica y la electrónica aumentaron en la década siguiente. Los inmigrantes de las antiguas colonias ganaban lo suficiente para comprar esos artículos, aumentando los gastos del presupuesto doméstico; el frigorífico y la lavadora eran comunes en los hogares de clase media; cuando los precios cayeron, la clase obrera tuvo acceso a ellos; en la década del 70, la mayoría disponía de una heladera, mientras dos terceras partes tenían una lavadora.
En Gran Bretaña 1.760 abonados tenían TV. En 1965 había trece millones en Inglaterra, diez millones en Alemania Occidental, cinco en Francia e Italia, y dos en Holanda y Suecia. Al final de la década, casi todos los hogares de Europa en el Oeste tenían uno, que suplantó a la radio. Los pequeños, de producción en serie y a bajo precio, hizo posible que todos poseyeran uno, incluso los adolescentes. Tener un auto era el sueño máximo para las familias modestas. España tenía tres autos por cada mil habitantes, igual que Polonia y Hungría. En 1970, Gran Bretaña fue superada en autos por otros países europeos. España estaba muy atrasada pero mejor que Polonia y Checoslovaquia. En los 50, el Volkswagen fue accesible para la mayoría de los alemanes. En los 60, Alemania fue el mayor fabricante con tres millones de autos anuales de los cuales un millón se exportaban. Fiat en Italia, y Renault, en Francia compitieron con el Volkswagen alemán. Mientras Italia meridional usaba burros, una década después tenían su Fiat. Gran Bretaña fabricaba el Mini, el Roll Royce, el Jaguar y el Aston Martin.
En 1965 se podía tomar vuelos chárter y había paquetes para turistas a precios económicos. Antes de la guerra, el turismo estaba reservado para los ricos. Ahora era accesible para millones de viajeros que cruzaban las fronteras europeas; la cifra se multiplicó por tres, rescatando la economía española, estancada tras años de una dictadura. A fines de los 60, diecisiete millones de turistas extranjeros visitaron España, que aumentó el 40% de sus divisas Italia pasó al frente; Francia tenía doce millones; Suiza, Alemania y Austria, siete millones. El viaje interno se expandió, prosperando los hoteles, los campings y los negocios costeros.
Europa del Este recibía menos personas, aunque la ex Yugoslavia atrajo a visitantes europeos, registrándose un aumento también en Hungría y en Checoslovaquia. El bloque soviético dependía de sus propios viajeros, que disponían de poco dinero para gastar. A medida que crecía el consumismo, se acortaron las diferencias. Los viajes mostraban a los jóvenes otras costumbres y estilos de vida; hubo intercambios de estudiantes de secundaria y universitarios; aprendían lenguas extranjeras y entablaban amistades por correspondencia con otros jóvenes; se derribaron barreras que en la generación anterior eran insuperables; encontraban gustos similares en la música y la vestimenta; los prejuicios se redujeron y se logró una transformación profunda en las normas culturales, gracias a la vitalidad de esa década.
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