miércoles, 24 de noviembre de 2021

EL Telón de Acero, el Boom, España, Portugal, Grecia, Turquía, el Muro de Berlín etc

 

 

Checoslovaquia

 Estaba más cerca  al  poder de la URSS; tenía hondas raíces y, anterior a   Hitler, poseía una cultura política pluralista y democrática fortalecida, una industria modernizada,  trabajadores fuertes y una infraestructura social  superior a los países balcánicos,  muy dependiente de la agricultura; los intelectuales y los estudiantes eran considerables. 

La URSS no tuvo inconvenientes  con este país después de la muerte de Stalin. La represión   en Hungría del 56   tuvo su efecto  en los otros bloques satélites.  En   1953 se produjo una oleada de huelgas en Checoslovaquia, por el anuncio de  una fuerte devaluación; durante meses subieron  los precios y cayó el nivel de vida. Los huelguistas de una fábrica arrojaron por la ventana una estatua de Lenin. Stalin y el líder comunista checo  habían muerto el mismo año. La policía reprimió  las revueltas aunque no fue  un desafío directo al régimen similar.   La represión mostró  que en Checoslovaquia  la violencia social se contuvo con cierta facilidad. Este país se llevaba bien con el comunismo, a diferencia  de otros.

El comunismo no era una ideología  impuesta; poseía un apoyo popular local.  El Partido Comunista  obtuvo más  votos que otros partidos y,  después de la II Guerra, su respaldo  aumentó y alcanzó   dos quintas partes de los votos en las elecciones libres del año ‘46. Las primeras medidas adoptadas fue la nacionalización de las empresas y la supresión de la propiedad de los grandes latifundios  fueron muy populares. El partido ofrecía una vía para el progreso y  podía manipular la opinión. No sólo  eliminó a los rivales políticos, sino también  amplió su control,  tomando las organizaciones juveniles y deportivas  a través de la propaganda y  la comunicación  social. 

Los cinco años del comunismo se  caracterizaron por una represión brutal bajo un líder que mostró varias veces una crueldad  supina, cuando purgó a los enemigos reales o imaginarios para fortalecer un firme control que, tras la muerte,  el secretario pasó  a ser su sucesor.  En 1949 los juicios falsos a enemigos políticos, acusados de falsas acciones estatales,   acabaron prisioneros o asesinados.  Stalin sospechaba que los dirigentes checos y eslovacos tenían contactos con servicios secretos del exterior y una relación con  Tito  en Yugoslavia;  esta obsesión junto con su antisemitismo  estaba detrás de sus actos, que  terminaron en detenciones o  confesiones, mediante tortura. 

Las purgas en Checoslovaquia estuvieron acompañadas de un intenso   antisemitismo, provocado por las calumnias racistas del partido. Las  farsas de la justicia  fueron el principio de la represión en ese país. Miles de personas fueron encarceladas por denuncia o delitos al estado que no se cometieron. Sin embargo, en ciertos países de Europa del Este, la ejecución de un político en diciembre de 1953 demostró que algo cambió en la URSS, y que Checoslovaquia debía adaptarse. En los años  que pasaron entre la muerte de Stalin y la crítica de Kruschev, los checos dejaron libres a muchos presos. Hubo una relajación  de la censura,  que surtió efecto. Los dirigentes del partido hicieron mínimas concesiones al cambio.

La crítica de Kruschev a Stalin en su célebre discurso planteó problemas a los políticos checos,  que tuvo sus propias purgas y sus juicios, de acuerdo con el mandato soviético. Los  dirigentes checos debieron  alabar  el nuevo rumbo tomado por Kruschev, mientras evitaban reformas.  

En el partido nacieron  críticas  a Stalin y los estudiantes de Praga y de Bratislava y  las universidades y facultades del  país exigieron mayores reformas.  Querían investigar  los juicios,  así como castigar a quienes  aplicaron procedimientos ilegales. La protesta estudiantil llegó a su punto álgido, en mayo de 1956, y finalmente estalló; los hechos en Polonia, y más tarde en Hungría no actuaron en contra del régimen. La diferencia cultural  atacó  con pasión  la intelectualidad checa: no hubo  nacionalización;  introdujeron un nuevo plan quinquenal,  para  aumentar la producción de la industria pesada y  privatizar  la agricultura. El cambio les dio la oportunidad de silenciar las informaciones perjudiciales, referidas a las purgas, y de  volver a imponer un control severo. La posición  se  reforzó un año después cuando, al morir el responsable de seguridad, se convirtió en  jefe de Estado y también en el primer secretario del partido. En 1960, una nueva Constitución redujo  la independencia eslovaca y se impuso el control del partido con la URSS.  La amenaza al poder,  que se  materializó entre el 53 y el 56 se  disipó,  pero el temor quedaba  subyacente.  La mayor parte del pueblo, tanto checo como eslovaco, se conformaron sin entusiasmo y con resentimiento: el régimen se mantuvo inamovible durante treinta años. 

 

EL Boom

La prosperidad con sorpresa  se impuso   en Europa occidental, gracias a los índices de crecimiento económico, que se mantuvo hasta la crisis del petróleo de 1973.

El baby boom de la posguerra creció en los años de  austeridad de la posguerra, en medio de cicatrices y traumas  físicos como psicológicos. Disfrutaron de una Europa en paz, de casas más confortables , trabajos estables, pleno empleo y educación; poseían dinero para gastar, oportunidades de viajar al extranjero y  miraban el futuro con optimismo.

Para los alemanes del oeste fueron los años del «milagro económico»;  Italia  consideraban su recuperación con asombro; los franceses hablaban  como los «treinta gloriosos,” salvo en  lo económico; los británicos  hablaban  de «la sociedad opulenta»,  pese a que las mejoras  apenas incidían  en las condiciones de vida de gran parte de la población. Si las comparamos con el futuro eran modestas. Retrocediendo en el pasado, fueron enormes. Entre el 50 y el 73 se refirieron a la «edad de oro». 

Diferente fue  el sur  europeo. Las economías  casi cerradas de los regímenes autoritarios de España y Portugal  impidieron  beneficiarse  de los avances materiales y no se notó  una mejora   en el  nivel de vida. En   1960  progresó el turismo internacional, gracias a su  cálido clima, en ambos países;  se multiplicó el dinero  gastado por veinte.

Grecia se recuperaba  lentamente de la guerra civil; la mitad de la población  eran campesinos retrasados en el tiempo;  en 1973, el crecimiento económico fue más alto y sostenido y trajo una modernización y  mejora en  las condiciones de vida.

 En Turquía  el atraso económico dependía  de las inversiones extranjeras; los préstamos  de los EE.UU no progresaron  por la mala planificación y el rápido endeudamiento.

La Unión Soviética y sus satélites  dificultaron  su  desarrollo. Los principios comunistas exigían que  aumentaran el gasto desmedido hacia la construcción  y lo militar. 

Europa del Este y la URSS  estuvieron  privadas de  rápidas mejoras materiales. Pese a la escasa libertad y censura, la vida era mejor que en  los tiempos de guerra. La brecha entre ricos y pobres se redujo y el bienestar social  trajo un nivel de seguridad desconocido para  la población, pues facilitó  viviendas  -mediocres a malas-  un empleo  (sin poder elegir el lugar ni el tipo de trabajo) y  una educación con un contenido  limitado e inclinado siempre hacia una  ideológica  comunista, con  una economía dirigida.

Los más jóvenes no tenían elección;  parte de los adultos reconocía que, con fallos,  estaban  mejor que antaño.  En comparación con el pasado, el futuro  eran «buenos tiempos”. Detrás  en la década  del 50-60  hubo un crecimiento que  los pobres,  habiendo vivido  en la miseria,  tomaban como un  milagro.

En 1963, Francia, Alemania Occidental, Italia y el Reino Unido  eran  dos quintas partes de las exportaciones mundiales de los productos manufacturados, mientras Estados Unidos era  una quinta  parte.  Occidente industrializado se benefició  con la caída del costo de las importaciones de alimentos y materias primas de los países en vías de desarrollo, pues el precio de los productos manufacturados  exportados  aumentaba: la mano de obra barata y la tecnología  fueron las principales razones del crecimiento explosivo.

La reconstrucción de los pueblos y ciudades  impulsó el crecimiento;  se realizaron grandes inversiones en tecnología y la industria. En Alemania Occidental se registraron  tasas de crecimiento mayores; las inversiones de manufactura fue escasa  en Gran Bretaña; los índices de crecimiento se mantuvieron bajos.  Las inversiones  del  gasto público en infraestructura llevaron  al crecimiento y fomentó la confianza; las nuevas inversiones  creó un espiral de crecimiento. El Estado tuvo un papel importante en la recuperación económica; Keynes sirvió como  control de precios y  otras restricciones comerciales y el equilibrio de las monedas  permitió que los países exportaran y ampliaran sus mercados en el exterior. En la década el ’50  exportaron  más la Comunidad Económica Europea, (CEE) duplicando las tasas de crecimiento, que continuaron altas  hasta fines del  73, cuando las condiciones financieras  cambiaron, ante el repentino aumento del petróleo, impuesto  por los países árabes tras la guerra árabe-israelí.

Los beneficios  se dieron  por el bajo precio de las materias primas en los países desarrollados; los salarios   subieron en términos reales. Los gobiernos  se beneficiaron gracias al crecimiento y a  los ingresos fiscales,  financiando  programas  sociales.  El crecimiento  de Europa occidental creció  el doble.

El sur,  Grecia, España, Portugal y Turquía crecieron a un ritmo  mayor; en  Europa oriental y la Unión Soviética las tasas  fueron  inferiores y no se distribuyó equitativamente: En Europa fue mayor en Alemania Occidental,  Austria, el norte de  Italia y  el Reino Unido;  Irlanda seguía  siendo una economía atrasada pero  triplicó su crecimiento.  Turquía estaba  detrás de Grecia e Italia, mientras  Bulgaria, Rumania y Yugoslavia  tuvieron mejores resultados.

En el bloque soviético, el crecimiento se concentró en la industria pesada: no experimentaron un auge de consumo, pese a que las condiciones de vida mejoraron.  Entre  el 53 - 60, las viviendas  se multiplicaron,  paliando la escasez  de alojamiento y el  hacinamiento  en las ciudades. El crecimiento fue  mayor en  el agro porque aumentó los cultivos; el gran éxodo a las ciudades se dio para obtener mayores ingresos en la industria mecanizada. Europa del oeste  producía  cantidades de alimentos en una menor superficie cultivada y con una mano de obra reducida.

La población  crecía  en  ciudades y  los pueblos. Los temores  por el descenso   finalizó con  el «boom de natalidad»;  En Francia aumentó  el 30%: en otros países del Este y del Oeste  se registraron aumentos masivos.

Grecia, Portugal e Irlanda sufrieron la pérdida de su población rural por el éxodo;  el sur   era una zona pobre;  hubo menos nacimientos pero también la tasa de mortalidad infantil disminuyó.

En  el continente,  a medida que aumentaba la llegada a las urbes,  las ciudades se agrandaron  en las regiones periféricas. Belgrado  en  la posguerra multiplicó por  cuatro su población;   Kiev la triplicó; en Estambul, Sofía, Bucarest y Varsovia se duplicó, mientras  en Leningrado  y  Moscú aumentaron.

En  1970, el 58% de la población vivía en ciudades, con  aumentos en el sur y el este .  

La guerra  creó  cuarenta millones de refugiados  por la inmensa  limpieza étnica en Europa oriental. Millones de alemanes, polacos, checos y rumanos  se dirigieron al oeste; entre 1945 y 1950 fueron expulsados 12,3 millones de alemanes, una quinta parte de la población. El empleo de las pujantes economías  fue  fundamental para  migrar.  

En 1961 el Muro de Berlín partió en dos a  Alemania; el oeste se  benefició  con el gran éxodo de trabajadores; en pleno boom económico trescientos mil migrantes se desplazaban por año hacia Alemania  y una cifra similar marchaba  a Francia, Italia, España, Portugal, Grecia e Irlanda; eran  migrantes en busca de trabajo y de mejores condiciones de vida. Turquía, Yugoslavia y el norte de África,  Argelia y Marruecos  también se  convirtieron en fuentes de mano de obra barata.

En 1973,  millones de migrantes se enfrentaron a privaciones y a la discriminación; eran  trabajadores temporales  a quienes no se les concedían  la ciudadanía pues regresarían a sus países de origen;  enviaban a su familia gran parte de sus ingresos aportando divisas extranjeras  a los países más pobres.

Gran Bretaña contrató mano de obra  no calificada en la  Commonwealth; tenían derecho a la residencia permanente y podían conseguir la ciudadanía británica;  muchos de las islas  migraron hacia Australia, Nueva Zelanda y Canadá. 

En 1962, el gobierno británico, presionado, limitó el número de personas que podían es entrar en las islas con medidas  más restrictivas; la creciente hostilidad contra los no blancos  tomó formas del racismo con graves disturbios, donde centenares de jóvenes  atacaron las viviendas de inmigrantes antillanos. La clase obrera blanca se encontraba afectada por el cierre de las fábricas y la escasez de vivienda. Los prejuicios étnicos, condenados oficialmente, continuaron pasando a ser movimientos extremistas  y neofascistas. Hubo entonces  un descenso de migraciones de las antiguas colonias inglesas.

 Gran Bretaña fue en la década de los 50 la primera economía de Europa, pero sus niveles de crecimiento en la  posguerra  fueron mediocres.   El CEE del cual no formaba parte  no tardaría en ampliarse.

En este país, la guerra  causó  menos destrucción, al no se invadida; sus estructuras- salvo Londres-  quedaron prácticamente  intactas: la guerra dejó métodos anticuados, poco dispuesta a innovar, con diferentes  sindicatos que se convirtieron en un obstáculo  económico. El país invertía menos que sus  competidores de la y el resultado fue una caída constante de las exportaciones británicas.

El declive de Gran Bretaña fue  debido a los juicios políticos moldeados según la tradición imperialista, su antigua primacía económica y su preferencia por el atlantismo y la Commonwealth, en lugar de  afianzar los vínculos continentales.

Cuando se adoptaron las primeras medidas para fomentar la cooperación económica, Gran Bretaña  se mantuvo al margen, manteniendo la distancia; entabló relaciones  estrechas con otros países, Japón y los Estados Unidos; incapaz de beneficiarse de la expansión del comercio; lenta en liberalizar su comercio exterior y cada vez menos competitiva, comprendió las desventajas  de no pertenecer a la CEE.  

Alemania occidental, en cambio,  evitó el conflicto entre   empleados, sustituyó  los sindicatos independientes y mejoró las instalaciones recreativas dentro de la comunidad. La destrucción  del  sindicalismo durante doce años   sentaron las bases para un nuevo comienzo en las relaciones laborales. La necesidad de reconstruir el país en ruinas  estimuló una mayor unidad laboral. La  mano de obra era barata; estaban bien con el aumento de salarios, las mejores  condiciones de vida y un empleo estable con una economía en expansión. Los sindicatos siguieron criterios racionales: las grandes empresas incluyeron a los trabajadores en la coparticipación de las decisiones empresariales.

 En 1959 las naciones europeas exigieron que la oposición entre Francia y Alemania finalizara, señalando el progreso como una nueva era. La tendencia no era uniforme y las economías  se comportaron de manera diferente.

Italia no sufrió un estancamiento e su economía: el auge de las exportaciones y el  turismo dieron continuidad al milagro económico.

En  otras países europeos occidentales  existían problemas: escasez de mano de obra, la inflación salarial y el alza de los precios  ensombrecieron el panorama.

Durante la década del 50, los salarios subieron más ligero que los precios debido  al crecimiento de la producción laboral, pero a principios de los  60 los precios  aumentaron un 20%. Los sindicatos, consiguieron  mayores  afiliados y mayor poder en los conflictos laborales: Dinamarca, Suecia, Bélgica, Francia y  Gran Bretaña  tuvieron problemas serios al no poder contener la inflación.

En Alemania la  economía se desaceleró  y, preocupada por la inflación, restringió el crédito y ajustó el mercado laboral, medidas que  provocaron en un año una grave recesión temporal.

Suiza, Suecia y Dinamarca tomaron medidas para frenar  la inflación. Francia  tomó medidas restrictivas en  el 64, provocó una recesión temporal con una nueva expansión al año siguiente.

En toda Europa occidental la recesión económica del 60 fue un interludio pasajero, pero  un presagio;   la crisis petrolera de 1973 puso abruptamente  fin al gran boom de la posguerra.

En los 70, la población  se sentía más satisfecha  y optimista aunque sufrieron un inconveniente duradero que mucha gente no supo verlo, debido al esfuerzo por mejorar la producción industrial. 

La edad de oro trajo enormes mejoras pero fue responsable del grave deterioro  medio ambiental. El veloz crecimiento de pesticidas y otros productos químicos   mejoró el rendimiento de los cultivos pese a  causar daños en el ambiente. El  aumento sideral del consumo de energía, la compra  de automóviles y  las oportunidades de  viajar dio lugar a  las nocivas emisiones de carbono duplicado, causando daños cuya magnitud sería evidente para las generaciones posteriores.   En los años 70,  el medio ambiente se convirtió en un asunto político pero tuvo dificultades para despertar el interés mundial.

El  flujo de ingresos permitió  gastar cifras  superiores, recuperado el empleo y la  expansión, los ingresos fiscales aumentaron veinte veces.

Los gobiernos destinaron  programas para los pueblos: se amplió la protección social y creció la economía, cumpliéndose  esos objetivos en Europa del Este, con regímenes comunistas que crearon  sociedades más equitativas.

El europeo occidental y  el capitalismo liberal redujeron las desigualdades sociales. Los avances en la seguridad social generaron muchas diferencias: Escandinavia, Alemania y Gran Bretaña hicieron mayores progresos; gran parte  de los europeos  tenían un seguro mínimo de accidentes laborales, seguro de desempleo y de enfermedad, pero muy  pocas pensiones  jubilatorias. La guerra  agudizó la ayuda estatal para las viudas,  huérfanos, refugiados y    desempleados y se  ampliaron sistemas de seguridad social, logrando un equilibrio para obtener  una mano de obra vigorosa.

Las  profundas reformas sociales de Gran Bretaña, admiradas en el exterior como un modelo internacional se basaban en la igualdad.

En 1946, Suecia  introdujo una pensión estatal igualitaria, la asignación por hijo al año  siguiente y  una educación universal cuatro  años después.  Casi todos los países de  Europa occidental ofrecieron  un marco de seguridad en la sociedad, que garantizaba el bienestar  a todos los ciudadanos.

En 1960, la mayoría  gastaba entre el 10% y 20% del PIB  en impuestos  -salvo Portugal y España, donde gobernaba la dictadura-. Estaban  legalmente protegidos frente al desempleo, la incapacidad causada por accidentes laborales, la pobreza,  la vejez y  protegida también  la infancia; en 1970 había  cobertura por  seguros médicos y  pensiones a  los ancianos,  enfermos,  discapacitados y personas  vulnerables.

Los progresos comenzaron diez años después de  la guerra en Bélgica, Francia, Holanda, Suecia, Suiza, Alemania y El Reino Unido e Italia el bienestar social se convirtió en un creciente  gasto.

En el Telón de Acero, la seguridad social estaba  determinada por la ideología comunista: en la praxis, nunca se unificaron. El estado lo controlaba todo y -a diferencia de Europa del oeste- no podía  darle protección con seguros privados o  instituciones benéficas: las prestaciones para los trabajadores eran  decisivas. No había seguro de desempleo porque no existía. Los pensionistas, discapacitados, amas de casa tenían un nivel de apoyo inferior; los desempleados en una empresa estatal se encontraban en desventaja. El principio de igualdad  no era  tal, porque se pagaban  cifras colosales  a una  élite política corrupta.

Si  comparamos las desigualdades y la pobreza extrema en  el Este -antes de la guerra-,  la asistencia social mejoró.   La economía mixta,  con un capitalismo  reestructurado,  donde la competencia del libre mercado estaba mitigada por la intervención del Estado  fue un cambio  general. El  crecimiento económico disminuyó el conflicto entre clases.  Los sindicatos se convirtieron en una fuerza  revolucionaria que  dominó la economía  del Estado con la suba de  los salarios y más  poder adquisitivo.

Los trabajadores de Alemania Occidental se beneficiaron  con el boom económico;  en los años ‘50 y ’60, sus ingresos reales se multiplicaron por cuatro; hubo  diferencia en  las desigualdades; la renta se  resolvió con expropiaciones; una nueva élite política  acumuló privilegios, en oposición a  los principios del comunismo. La prosperidad se extendía no en  forma homogénea;  las familias necesitaban gastar una parte mínima de sus ingresos en artículos de primera necesidad. En 1950, Europa del Este era un continente pobre. La mayoría de las  casas eran de mala calidad;  muchas  carecían de agua caliente, de un cuarto de baño o de un retrete interior; se seguían racionando los alimentos;  los hombres tenían trabajos que exigían enorme energía física. Las empleadas textiles eran escasas;  se podían comprar productos de mala calidad  a un precio bajo.

A los pequeños productores les costaba competir con los grandes fabricantes. Los supermercados, un fenómeno nuevo en la década del 70,  se generalizaron; al comprar al por mayor bajaron los precios de los proveedores,  ofreciendo  mayores productos y reemplazando al pequeño comerciante. Los alimentos crecían. La desnutrición severa fue sustituida por una dieta poco saludable, con exceso de azúcar y grasas.  La publicidad creció; explotó el mercado en una amplia variedad de productos de consumo: el éxito de Coca-Cola fue solo un ejemplo  del  marketing moderno. Las empresas del tabaco usaba una publicidad internacional.  Con el progreso, la gente compró casas  mejores, más baratas y  en cuotas, con  ayuda bancaria,  lo cual  duplicó las viviendas construidas en los años 50; la calidad era mediocre;  luego de la II Guerra, se consideraba la cantidad antes que la calidad.

En Alemania Occidental se construyeron medio millón de casas y departamentos; en Italia,  Francia y  Gran Bretaña casi todos los edificios  en el noroeste de Europa tenían luz  y agua corriente; en los años 60, la mitad de las viviendas en Portugal, Grecia y los países Balcanes  tenían  luz, pero no agua; las viviendas tenían más espacio, eran más cómodas,  con un cuarto de baño o un inodoro en el interior. Un campesino del sur de Italia dijo que lo “hacía sentirse un ser humano”.

A principios del  60 se  eliminaron los tugurios; los urbanistas rediseñaron los pueblos y ciudades  tan dañados durante la guerra. Las zonas del suburbio se ampliaron, naciendo nuevas arterias. El afán por modernizarse obsesionaba a algunos urbanistas, pero el resultado  fueron diseños arquitectónicos chapuceros, complejos de viviendas  en barrios marginales, teniendo un diseño urbanístico poco cuidadoso en los  países satélites; se crearon cuarenta ciudades nuevas, basándose en el realismo socialista. El centro histórico de Praga no fue destruido durante la guerra, mientras que el centro de Varsovia y de Gdansk fueron arrasados, (con  los años fueron restauradas con elegancia).    El empleo redujo la jornada laboral, lo cual permitió dedicarse más tiempo al ocio; los agricultores descendieron  drásticamente y  las  industrias  registraron un aumento  en  las oficinas. En los 60, muchas mujeres trabajaban,  y  en el 70, en  Europa del oeste,  las mujeres trabajaban  a  tiempo parcial.   

En  el 50 pocas personas poseían auto; el turismo era para gente rica  y los teléfonos, lavadoras y frigoríficos continuaban siendo escasos. La rápida innovación tecnológica y la electrónica aumentaron en la década siguiente. Los  inmigrantes  de las antiguas colonias  ganaban lo suficiente para comprar esos artículos, aumentando  los  gastos  del presupuesto doméstico; el frigorífico y la lavadora eran  comunes en los hogares de clase media; cuando los precios cayeron, la clase obrera tuvo acceso a ellos;  en la década del 70,  la mayoría disponía de una heladera, mientras dos terceras  partes  tenían  una lavadora.  

 En Gran Bretaña  1.760 abonados tenían  TV. En  1965 había trece millones en Inglaterra, diez millones en Alemania Occidental, cinco en Francia e Italia, y  dos  en Holanda y Suecia. Al final de la década, casi todos los hogares de Europa en el Oeste  tenían uno,  que  suplantó a la radio.  Los pequeños, de producción en serie  y a bajo precio,  hizo posible que todos poseyeran uno,  incluso los adolescentes. Tener un  auto era el sueño máximo para las familias modestas. España  tenía tres autos por cada mil habitantes,  igual  que Polonia y Hungría. En 1970, Gran Bretaña fue  superada en autos por  otros países  europeos. España estaba muy atrasada pero mejor que Polonia y Checoslovaquia. En los 50, el Volkswagen  fue accesible para la mayoría de los alemanes.  En  los 60, Alemania fue el  mayor fabricante con tres millones de autos  anuales de los cuales un millón se exportaban.  Fiat en Italia, y Renault, en Francia compitieron con el Volkswagen alemán. Mientras  Italia meridional usaba  burros,  una década después  tenían su Fiat. Gran Bretaña fabricaba el Mini,  el Roll Royce,  el Jaguar y el Aston Martin.

En 1965  se podía tomar  vuelos chárter y había  paquetes para turistas a precios  económicos.  Antes de la guerra, el turismo  estaba reservado  para los ricos. Ahora era accesible para   millones de viajeros que cruzaban las fronteras europeas; la cifra se  multiplicó por tres, rescatando la economía española,  estancada tras años de  una dictadura. A fines de los 60, diecisiete millones de turistas extranjeros visitaron España, que aumentó  el 40% de sus divisas Italia pasó al frente; Francia tenía doce millones; Suiza, Alemania y Austria, siete millones. El viaje interno se expandió, prosperando los hoteles, los campings  y los negocios costeros.

Europa del Este recibía menos personas, aunque  la ex Yugoslavia  atrajo a visitantes  europeos, registrándose un aumento también en Hungría y en Checoslovaquia.  El bloque soviético  dependía  de sus propios viajeros, que disponían de poco dinero para gastar. A medida que crecía el consumismo,  se acortaron las diferencias. Los viajes mostraban a los jóvenes  otras costumbres y estilos de vida; hubo intercambios de estudiantes de secundaria y universitarios; aprendían lenguas extranjeras y  entablaban amistades por correspondencia con otros jóvenes; se derribaron barreras que en la generación anterior eran insuperables; encontraban gustos similares en la música y la vestimenta; los prejuicios se redujeron y se logró una transformación profunda en las normas culturales, gracias a la  vitalidad de esa década.   

No hay comentarios: